Éditions Ruedo ibérico
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Nota del traductor


No estoy seguro de que la presentación de una obra histórica pueda ser ecuánime. Esta nota no lo será con certeza. Presentar un libro a cuyo proceso de elaboración en todas sus fases se ha asistido de cerca, apasionadamente, incapacita un tanto para valorar el resultado en si. Renunciaría a la satisfacción de presentar Antifalange de Herbert Rutledge Southworth si no tuviera conciencia de que el proceso de elaboración de este libro es signíficativo y que sólo su conocimiento puede explicar al lector ciertas características de la obra, proceso del que fui testigo como traductor y como consejero editorial de Ruedo ibérico.

Detrás del título Antifalange : estudio crítico de Falange en la guerra de España, de Maximiano García Venero, el lector va a hallar una larga introducción - Análisis del falangismo - y 201 notas aclaratorias, críticas, polémicas, referidas a un libro también publicado hace poco por Ruedo ibérico, el conjunto puede hacer pensar en un medíevalista que se ha inclinado sobre un códice secular recién descubierto. No sé de ningún autor que haya recibido tratamiento semejante de un contemporáneo. En estos casos, incluso la crítica más minuciosa adoptó siempre una forma orgánica, global. La razón que explica el carácter formal del libro de H.R. Southworth es que no fue concebido ni realizado como obra que iba a tener una existencia independiente del texto criticado. Lo que hoy publica nuestro autor sigue siendo la materialización de una intención primera : introducción y notas de fin de volumen al libro de Maximiano García Venero. Por ello en esta nota las referencias a Falange en la guerra de España: la Unificación y Hedilla no podrán ser siempre evitadas.

A fines de 1964, Maximiano García Venero y H.R. Southworth propusieron a Ruedo ibérico la publicación de un manuscrito del primero, precedido de una introducción y seguido de notas críticas - y aun contradictorias - del segundo. El manuscrito, que se presentaba como una biografía de Manuel Hedilla Larrey, había sido sometido « oficiosamente » a la censura española y, también « oficiosamente », había sido rechazado por ésta. En principio, todo libro condenado a la no publicación por motivos políticos, que en este caso eran evidentes, atrae la atención de Ruedo ibérico. La idea pareció, pues, edítorialmente interesante. De este acuerdo - previo entre el autor y el futuro comentador y al que adhirió Ruedo ibérico - quedó expresión formal en el contrato de edición. No existen bases que permitan afirmar tajantemente las razones que pudieron impulsar a García Venero hacia una insólita modalidad de publicación de la edición original de su libro. El hecho es que, tras lectura de las notas de Southworth, no aceptó que éstas fuesen publicadas juntamente con su texto. Alegar el carácter crítico, contradictorio, de las notas de Southworth como fundamento de tal negativa puede ser hoy fácil. Pero poco sólido. La posición crítica de Southworth respecto al trabajo de García Venero era conocida por éste antes de que comenzara la redacción de las notas. Las tesis de Southworth sobre la guerra civil española y sobre los hechos históricos cercanos a ella eran también entonces notoriamente públicas. Que Southworth señalara las lagunas, denunciara los errores, restableciera transcripciones defectuosas de textos allí donde los hallara, era natural. Y no menos natural que polemizara con García Venero cuando los juicios de éste estuvieran en contradicción con sus tesis. Otro tipo de colaboración entre ambos era inimaginable desde el primer momento y nadie - a no ser el editor - puede llamarse hoy a engaño. Sentado este hecho, justo es hacer constar que tras el rechazo de la primera versión de sus notas, cuyo estilo se adaptaba a una necesidad que podríamos calificar de convivencia con el texto criticado, Southworth ha acentuado el carácter crítico de su trabajo y lo ha despojado de toda concesión estilística que ya nada justificaba.

Otros comentarios exige Antifalange. El « vicio de origen » - introducción y notas a otro texto, hoy publicado independientemente - imponen a la obra una exposición de tesis con cierta falta de sistema, o al menos con un sistema que planteará al lector algunos problemas. Su fácil lectura en tanto que aparato crítico de otra obra no debe hacer perder de vista que el libro es también - y quizá sobre todo - una interpretación de la naturaleza de un fenómeno histórico : el fascismo español. El valor mismo de las tesis de Southworth sobre este asunto merecería una exposición más sistemática. Ello hubiera exigido - en una vuelta a empezar - la renuncia al trabajo de muchos meses. La larga introducción a sus 201 notas remedia, sin que me corresponda afirmar que lo haga totalmente, las consecuencias negativas del método que su finalidad primera ha impuesto a la obra. Es imposible separar tal introducción de las notas que la siguen. Tanto más cuanto la introducción aisla - para mejor definirlo - el falangismo del contexto general español de la época. Quizá seria más exacto decir que acentúa el estudio de la voluntad profunda que hace posible la eclosión del fascismo en general y del falangismo en particular (la conquista del imperio que « liberase » al conjunto de los españoles de su miserable situación a expensas de otros hombres, de otros pueblos), sacrificando el autor, al menos en extensión, el estudio de los resultados a que al fascismo ha llegado en la praxis histórica española (ser la punta de lanza de un capitalismo retrógado en su lucha por conservar posiciones en peligro y aumentar sus privilegios sobre el resto de las clases sociales españolas). « Destinado » a conseguir un imperio colonial exterior, el fascismo español sólo ha logrado hacer posible durante treinta años la explotación con métodos coloniales del pueblo español por una minoría. En el contexto histórico global español no podía ser de otra manera. Pruebas suficientes de este hecho, las hallará el lector siguiendo el hilo profundo que une entre sí el conjunto de las notas, que el índice de la obra une temáticamente en dieciocho grupos.

El papel de la Falange en la guerra civil fue fundamental. Sin la componente fascista, la victoria de la coalición que se sublevó contra la república - y de manera más profunda contra la revolución inminente - era imposible. Es esta una afirmación que parecerá arbitraria por su carácter absoluto, pero que está sólidamente fundamentada por los hechos. Reducir, siguiendo la moda de hoy, el papel de la Falange al de instrumento sangriento de represión, al de portador de un folklore banalmente poético, al de fuerza política y militar auxiliar, de importancia relativa escasa respecto a otros agentes de la victoria franquista, elimina del contexto de la guerra civil la relación dialéctica entre tales agentes. La guerra de clases que fue la contienda española y la derrota popular quedan reducidas a la categoría de fenómenos aberrantes, que sólo pueden ser explicados desde el exterior de ellos mismos. Sin duda por ello la mayor parte de las historias de la guerra civil han concedido mayor importancia a factores no específicamente políticos para explicar las causas, el desarrollo y el desenlace de la contienda : potencia inicial de la fracción sublevada del ejército, influencia de la Iglesia, peso sociológico de la clase dominante, intervención fascista exterior, abandono del gobierno republicano por las democracias europeas. Algunos han añadido a esto la división política del campo republicano. Pero el proceso de unificación política de los rebeldes queda sin estudiar seriamente.

La ideología de la Falange, que tan superficial aparece hoy a todos y con razón, constituyó el mejor elemento unificador de un conjunto de individuos, de grupos con intereses profundos comunes, cierto, pero no por ello menos antagónicamente opuestos por ambiciones inmediatas. ¿Hubiera podido Franco «resolver» a su favor la cuestión dinástica que polarizaba, daba aspecto político a las luchas personales entre los generales rebeldes, sin la casi omnipresencia entonces de la ideología falangista ? Treinta años después, las ruinas falangistas siguen oponiendo una resistencia no vencida a un proceso de regularización dinástica que la mayoría de los grupos franquistas de poder considera necesaria, inevitable, natural.

De manera excesivamente genérica, se ha acusado muchas veces a la Falange de haber sido el gendarme, la fuerza represiva en retaguardia de las tropas mercenarias de los militares sublevados. La acusación es harto merecida, bien fundada en sus líneas generales. Sobre todo es un expediente fácil para encubrir realidades más significativas y para deshacerse de un enemigo o de un antiguo aliado que ya molesta, conviertiéndole en bouc émissaire de pecados comunes. También en este dominio de la guerra civil se echan de menos estudios históricos detallados, que hoy suplen, al menos parcialmente, Antifalange, de Southworth y Falange en la guerra de España, de García Venero. Pero es pecar contra la verdad reducir a esto el papel de la Falange. Ni siquiera aumentando el terror más allá del grado a que lo llevó, desconocido hasta entonces en España, hubiera podido el pequeño ejército rebelde, sometido al desgaste de las operaciones bélicas, sostenerse durante el primer año de la guerra sobre la mitad del pueblo español, según expresión ahora en voga, « como pez en el agua ».

Los militares rebeldes necesitaban una organización que asegurase, de manera automática, espontanea y con cierta coherencia discriminatoria que evitara que el medio se convirtiera en fin de sí mismo, la policía postvictoria en su retaguardia. Es decir aplicar una represión y una policía con criterios políticos rentables, y no un terror suicida. Otros grupos rebeldes cumplieron este papel tan cruelmente como la Falange, pero ninguno de ellos llegó a su grado de eficacia en esta tarea. Los generales rebeldes caminaban hacia su pérdida si no lograban reclutar fuerzas militares auxiliares que permitiesen el empleo intensivo de sus tropas de élite en la guerra ofensiva. Nadie como la Falange proporcionó fuerzas militares auxiliares, reclutadas - y el hecho es importante - incluso entre enemigos potenciales, cuando no declarados, de los rebeldes.

Aunque no tuvieran conciencia de ello, los generales rebeldes necesitaban establecer vínculos positivos con capas amplias de la población, encuadrar con algo que no fuese estrictamente coercitivo unas masas que la guerra civil había dejado sin más control que el ejercido por el terror. La Falange proporcionó cuadros orgánicos, propaganda, consignas que canalizaran politicamente los sacrificios impuestos por la guerra. Muchos españoles encontraron en los puntos de la Falange motivación política, sincera a escala individual, en un grado que permite todavía hoy la pervivencia del mito de una Falange revolucionaria traicionada por Franco. Incluso quienes hoy atribuyen al apoyo popular querecibieron los militares rebeldes una importancia que nunca tuvo, esquivan afrontar lasrazones, denunciar el motor, de las manifestaciones de más o menos aparente entusiasmo popular que a lo largo de la guerra « sostuvieron » a los rebeldes. De manera preponderante, la organización que hizo posibles tales fenómenos fue la Falange. Además de otros aspectos negativos, el carlismo, fuerza rebelde con una inegable base popular, tenia una implantación local limitada. ¿No es la herencia la forma típica del reclutamiento del carlismo ? Los demás grupos políticos que contribuyeron a la sublevación tenían como carácter orgánico común sus modalidades de reclutamiento estrictamente selectivo, aristocratizante. No eran, pues, instrumentos aptos para el encuadramiento de masas. La Falange, grupo más joven, dotado de una demagogia pseudorrevolucionaria, separado de los otros grupos políticos por un pasado reciente de querellas violentas, animado de una concepción totalitaria de la sociedad española, era el único dispositivo válido para encuadrar y guiar, no sólo a los indiferentes de siempre sino a los enemigos de ayer. Su éxito asimilador fue inegable durante la guerra civil. Este éxito hizo de la Falange la presa más codiciada por Franco para lograr a través de ella y en beneficio de él la unificación política de los grupos, clasistamente homogéneos pero políticamente heterogéneos, de los sublevados.

La « unificación » constituye el tema central del libro de García Venero. Las notas que a este asunto dedica Southworth parecerán al lector las más conseguidas. Pero quizá lo más valioso de Antifalange se halle en notas más humildes, de menor despliegue historiográfico. La forma de exposición adoptada pone mejor de manifiesto la profunda enseñanza de Southworth. Cada una de sus notas es un modelo de método histórico riguroso, tendido a establecer hechos indiscutibles, a separar el grano de la paja, a ordenar una documentación harto confusa.

Antifalange no pretende ser una historia de la guerra de España; ni siquiera una historia del fascismo español. Todavía hoy somos muchos los que esperamos una historia de la guerra civil que nos satisfaga plenamente y somos también muchos los que tememos que nuestra espera sea larga. Cierto que esa historia tendrá valores - análisis de fenómenos de masa, síntesis histórica, interpretación política - que es natural que no hallemos siempre sistemáticamente manifiestos en este libro de Southworth. Pero esa historia tendrá que ser pensada y escrita con la honestidad intelectual, con el rigor crítico de que H.R.Southworth hace prueba en cada página de Antifalange. A cuyos lectores deseo que les aporte tantas enseñanzas como ha procurado al traductor el largo y cordial contacto con el autor y el espectáculo de verlo trabajar una materia de textura intrincada.


JOSÉ MARTÍNEZ