Éditions Ruedo ibérico
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Prefacio


Este es un estudio sobre el latifundismo andaluz en 1964-1965. La primera parte del libro, los capítulos 1-7, tratan la cuestión desde la perspectiva de los obreros. Sus ideas no han cambiado mucho de dirección, aunque su intensidad ha disminuido, desde que decían: "...la mitad más o menos del suelo laborable permanece inculto, y lo que se cultiva, mal cultivado... el pueblo productor hambriento y buscando en la emigración el remedio (bien equivocado por cierto) a tanta calamidad. Este es el panorama que nos ofrece España, y decimos de España como pudiéramos decir del mundo, porque las mismas causas dan idénticos resultados en todas partes, en todos los pueblos.... ya pueden devanarse los sesos todos los estadistas, todos los economistas más o menos políticos buscando soluciones... El que posee la tierra es dueño del hombre que la trabaja. Pues contra los poseedores de la tierra hemos de luchar, conquistando palmo a palmo nuestros derechos, hasta poder decir definitivamente: La tierra para los que la trabajan." (1)

La segunda parte, los capítulos 8-12, tratan la cuestión desde la perspectiva de los propietarios. El texto siguiente es una buena introducción: "...se ha llegado a salarios que, por la mala fe con que se presta el trabajo resultan hoy excesivos. Por esta circunstancia no se utilizan más jornales que los indispensables para aquellas faenas que no se pueden diferir ni simplificar. Esto ha limitado el cultivo y ha producido la huelga forzosa [la desocupación, JMA] para muchos braceros. ...el cultivo se desenvolvía progresivamente de manera alentadora... parcelándose algunos predios cortijeros, que en su mayor parte fueron adquiridos por los obreros en pequeños lotes... De tiempo inmemorial se han venido haciendo en este pueblo muchas faenas a destajo, las cuales convenían por igual a labradores y braceros; pero la nueva escuela igualitaria, con el pretexto de dar ocupación a más individuos, señala un salario determinado a todos los que se dedican a una faena... se impone la necesidad de hacer dichas operaciones a destajo... Deben recomendarse y aun establecerse normas y garantías, para dar parte en los beneficios a los trabajadores incorporados a una explotación agrícola, porque de este modo resultaría más eficaz su labor. También consideramos de alta conveniencia la generalización del contrato de aparcería..." (2).

Aunque han transcurrido casi cincuenta años, aunque los hombres de hoy son los hijos y nietos de los de entonces, esos problemas y esas ideas mantienen en gran parte su vigencia: son característicos de un sistema de producción latifundista en que los obreros son asalariados sin tierra. Y pueden llevar a su modificación; ya por la acción revolucionaria de los obreros que creen que la tierra debe pasar a sus manos, ya por la decisión de los propietarios que pueden obtener mayores beneficios convirtiendo a los obreros en aparceros o en arrendatarios, y posiblemente en propietarios vendiéndoles la tierra. El primer tipo de modificación se dio en 1936, al empezar la guerra civil. El segundo se fue produciendo paulatinamente, en los primeros decenios del siglo. Pero ambos fueron interrumpidos por el triunfo de la derecha en la guerra civil y las circunstancias económicas posteriores.

El tema de este libro es: ¿Qué fuerza tienen ahora las tendencias al cambio que nacen de las relaciones de producción? ¿Por qué existen esas tendencias? ¿Cuáles son las condiciones de estabilidad de una estructura agraria latifundista que consiste en grandes fincas, cuyas cosechas se venden en el mercado con el fin de lograr una utilidad, cuya tecnología es aún atrasada y donde se emplea una gran cantidad de obreros asalariados que viven pobremente?

Las respuestas que doy se basan en mi estudio del latifundismo en la región de la Campiña, en la provincia de Córdoba, entre marzo de 1964 y octubre de 1965. He utilizado también estudios anteriores, principalmente la información realizada por el Instituto de Reformas Sociales (1919), el libro de Pascual Camón (1932) y la magnífica Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Córdoba, de Juan Díaz del Moral (para el período 1903-23), que me decidió a elegir esa provincia. He procurado también, con menos éxito, incorporar a mi análisis hechos descritos en estudios sobre estructuras sociales análogas. He tratado de mostrar que los parecidos que se encuentran entre ese material histórico y comparativo y el recogido por mí, no se deben a coincidencias, sino a características estructurales.

He empleado un método "interdisciplinario", con esquemas teóricos económicos y sociológicos, porque los hechos se prestan a veces mejor a un tipo de interpretación y a veces a otro. Ambas interpretaciones se apoyan mutuamente.

Inicialmente traté de averiguar si se daba una diferencia entre coste privado y coste "social" del trabajo (3), y, en caso de que existiera, comprobar cómo lógicamente existía una ventaja económica para los propietarios en ceder la tierra a arrendatarios y aparceros (4).

Mi interés por el coste del trabajo me hizo prestar atención a los factores que influyen en la determinación del salario - por eso estudié la "unión" - y en el rendimiento en el trabajo - factores que explico en el capítulo sobre "cumplir". El descubrir que muchos propietarios cordobeses se resisten a ceder la tierra por razones de prestigio, me hizo ver que mi hipótesis inicial era insuficiente y que debía completarse con una interpretación sociológica: la cuestión de la legitimidad social de la propiedad es todavía básica, como por otro lado puede esperarse dada la aspiración tradicional al "reparto" de los cortijos, y los programas de reforma agraria antiguos y modernos (5). En la exposición he seguido el orden inverso al de la investigación.

Naturalmente, es inevitable que mi hipótesis inicial, y la que mas tarde utilicé, hayan redundado en una cierta selección de los hechos. Por ejemplo, es posible que no haya dado el puesto que corresponde a la influencia de la emigración sobre la intensidad con que se dan algunas actitudes y creencias. Pero es indudable que los hechos, intereses e ideales que presento, desde los puntos de vista de los obreros y de los propietarios, ciertamente les parecen todavía muy importantes a ellos mismos, y lo han sido para el resto de la nación, despertando polémicas y luchas políticas, atrayendo la intervención del Estado... Y he querido explicar cómo esos hechos, intereses e ideales son producto de la propia estructura agraria latifundista.

En la Campiña de Córdoba, además de cortijos que emplean exclusivamente obreros asalariados, hay pequeñas y medianas propiedades, que emplean, más o menos mitad por mitad, trabajo familiar y trabajo asalariado. No entrarán en mi análisis. Las grandes propiedades, los cortijos, que ocupan aproximadamente la mitad del terreno, varían notablemente en extensión, pero las relaciones sociales, y la organización del trabajo, no cambian mucho de unos a otros; mis conclusiones se basan en entrevistas con los mayores propietarios, y en visitas a cortijos de los mayores.

Mi tesis sobre la estabilidad del sistema de producción latifundista puede contribuir al entendimiento de la historia de Andalucía, y puede seguramente proporcionar hipótesis para investigaciones sobre estructuras agrarias parecidas. Pero no tiene valor predictivo alguno para la agricultura cordobesa, porque en la actualidad están interviniendo con gran fuerza factores "exógenos".

El proceso de emigración y la sustitución de trabajo por capital ha venido ocurriendo desde hace años, pero no ha conseguido todavía cambiar el carácter de las relaciones de producción, y las ideas y creencias con ellas conexas. Sin embargo, la emigración hacia Europa y hacia otras regiones de España es, en los últimos años, fortísima, y no hay razón para pensar que no continúe indefinidamente. La mayor parte es provocada por la diferencia de salarios existente entre los que se pagan en la agricultura en Andalucía, y los que se pagan en otros oficios en otras regiones, limitada únicamente por la posibilidad de conseguir vivienda, en España, o de conseguir contratos de trabajo, en el extranjero. Al lado de esta emigración por atracción, ha habido también alguna emigración por expulsión: las necesidades de trabajo en algunas operaciones se han reducido y en algunos casos esto hubiera ocurrido a cualquier nivel de salarios, pues empleando procedimientos que ahorran trabajo se disminuye, al mismo tiempo, los costes de capital unitarios - por ejemplo, al introducir tractores para alzar los rastrojos. Este tipo de paro tecnológico es posible que se dé en regiones latifundistas de otros países, y que en ocasiones pueda ser absorbido por la emigración -como en Andalucía- y en ocasiones no. La emigración por atracción es muy improbable que se dé, con la intensidad actual en Andalucía, en otras regiones de latifundio: Andalucía es el mercado de trabajo desocupado más cercano a Europa Occidental, y la gran expansión económica de España en los últimos años ha dependido de la entrada de divisas por turismo y por remesas de emigrantes, que permiten financiar la ampliación de los servicios, la industrialización y la construcción de viviendas sin una crisis en la balanza de pagos. Circunstancias que son sumamente especiales.

A la vuelta de pocos años, el empleo de obreros en la agricultura latifundista andaluza - sobre todo en el secano - se habrá reducido drásticamente, en unas dos terceras o tres cuartas partes, y la tecnología será muy capitalizada: basta copiar la que existe en otros países. Pero en 1964-1965 el número de obreros empleados en los cortijos cordobeses era todavía mayor que, por ejemplo, en 1919, y su nivel de vida muy parecido al de entonces: aunque entretanto han llegado los tractores y las cosechadoras, la extensión cultivada ha aumentado y los cultivos se han intensificado, bajo el impulso de la expansión demográfica y el proteccionismo agrario.

La técnica de investigación resultó fructífera. Además de los estudios publicados, utilicé encuestas, entrevistas y observación directa, que el ámbito comarcal del estudio hizo posible, más la consulta y copia alevosa de numerosos documentos más o menos reservados. Los propietarios y obreros entrevistados, y los cortijos visitados, no fueron elegidos aleatoriamente1. Para llegar a los grandes propietarios tuve que solicitar cartas de recomendación a personas con prestigio, a quienes pedí que incluyeran toda la variación que fuera posible. Siete de los ocho cortijos en que viví pertenecían a propietarios o administradores entrevistados, donde sabía que me dejarían estar, y variaron algo en tamaño y organización. Visité además, sólo por algunas horas, otros cuarenta cortijos, hablando con los encargados. A los obreros los encontré en el campo, mientras circulaba en una moto; a otros, los entrevisté en mayo de 1964, cuando viví en un cortijo, durmiendo y comiendo con ellos, y a otros - el mayor número - entre mayo y octubre de 1965, cuando vivimos en cortijos con mi mujer, unas dos semanas en cada uno; teníamos un Citroen 2 CV, con matrícula alemana, y con frecuencia llevamos a obreros a dormir a sus pueblos, y estuvimos en sus casas. Procuré entrevistar a obreros de distintas edades, sobre todo de los que no habían nacido o eran niños durante la guerra, y que realizaban diversos trabajos. En un cortijo intenté seleccionarlos aleatoriamente, a partir de la nómina de salarios, pero la respuesta fue muy negativa pues se alarmaron cuando vieron que quería hablar precisamente con algunos determinados cuyos nombres conocía. Varios intentos de hablar con obreros en los pueblos, de los temas de que trato, fracasaron también por su reticencia. Además, en un pueblo las autoridades me advirtieron que no lo hiciera cuando inocentemente había pasado un rato charlando con obreros parados en la plaza, congregando a mi alrededor un número rápidamente creciente. En otro, pasé un mes entero, procurando hablar de agricultura con el mayor número de personas, sin enterarme que dos meses antes había habido una manifestación pidiendo trabajo, con intervención de decenas de policías que llegaron de Córdoba. Los primeros meses los pasé, sin embargo, en Córdoba y en los pueblos, leyendo estudios locales, hablando con los amables agentes del Servicio de Extensión Agraria, con capataces de las compañías algodoneras, con secretarios de Hermandades, etc., y aprendiendo el vocabulario y las técnicas agrícolas. Luego empecé a salir al campo. Y al cabo de unos meses pedí recomendaciones para entrevistar propietarios.

Casi nunca dije que estuviera primordialmente interesado en la utilización del trabajo en los cortijos, y menos aun en el latifundismo. Creo que hubiera sido contraproducente. A propietarios y funcionarios les dije que preparaba una tesis sobre economía agraria, y que los datos sobre formas de utilización del trabajo sólo podían obtenerse preguntándoles a ellos o consultando sus documentos. A los obreros, que iba a escribir un libro sobre la vida en los cortijos - libro que dudaban mucho que se pudiera publicar en España y que sirviera de algo. Ambas cosas eran ciertas. Los obreros, según algunos de ellos me dijeron, pensaban que era de la policía secreta; otras sospechas, menos frecuentes, fueron informador de la radio comunista clandestina y seminarista interesado en problemas sociales; cuando mi mujer me acompañó, creyeron en general que éramos turistas con una rara manera de pasar las vacaciones, y cuando hablábamos con ellos más a fondo que de verdad queríamos escribir un libro.

Los propietarios aceptaron en general la idea del investigador apolítico, dadas mis credenciales. Los obreros no; normalmente solicitaban un juicio sobre su situación, que nunca tuvimos inconveniente en dar, diciendo que nos parecía mala, tal como a ellos les parece. Muchas veces no hacía falta decirlo explícitamente: una mueca de disgusto a la hora de la comida, por ejemplo, bastaba. Cuando nos pedían juicios sobre cuestiones más concretas -sobre si se debe o no coger "parcelas", sobre si sería bueno que hubiera el "reparto" o que hubiera más "unión", etc.- no los dábamos, sino que tratábamos de devolver la pregunta de alguna forma. Esta actitud posiblemente nos restó simpatías, en algunos casos, y probablemente hizo disminuir el grado de radicalismo en sus respuestas, que es sin duda función del grado de radicalismo expresado por el interlocutor. Esta actitud conservadora nos resultaba además, según cómo, más fácil de adoptar que una actitud políticamente más radical porque teníamos bastante miedo. Por otro lado, el que viviéramos con ellos, el que anduviéramos por el campo, y que en ocasiones trabajáramos, les hizo seguramente suponer muchas veces que simpatizábamos con ellos, aunque su desconfianza, por razones políticas y clasistas, continuaba. Me parece que nuestro aspecto muy joven ayudó también. Pero fue muy difícil hablar de los temas que analizo, aunque no tengo motivos para dudar que cuando hablaron fueron, en general, poco influidos por mí: esto es, creo que no tenían una idea clara de qué es lo que yo deseaba oír, no estaban muy seguros de si estaba a favor o en contra de sus ideas.

Los propietarios creo que aceptaron sin dificultad que era un universitario de buena familia -terratenientes y fabricantes-, particularmente bien enterado de los problemas económico-sociales de la agricultura cordobesa. Suelen quejarse de que economistas y agrónomos hablan de la agricultura sin conocerla directamente; cuando les fui a ver había pasado ya varios meses en el campo, y eso les impresionó. Algunos me trataron muy amablemente. Otros, que vieron desde un principio que en realidad estaba interesado en el problema de la tenencia de la tierra, me trataron más secamente. La pregunta sobre si preferían labrar directamente a dar aparcerías, aun ganando menos, que es una pregunta sumamente indiscreta, la hice siempre al final. A los propietarios les entrevisté individualmente; a los obreros, a veces solos y a veces en presencia de un grupo. Las encuestas a propietarios duraron entre media hora y cinco -en promedio unas dos horas-, y a obreros entre media y una hora.

El venir de Oxford me dio prestigio ante los propietarios, y que viviéramos en Inglaterra, más nuestra apariencia extranjera, hizo disminuir la desconfianza de los obreros. El ser catalán fue una ventaja con los obreros, muchos de los cuales han estado o tienen parientes allí, y también el que mi mujer sea alemana. Tal vez todos estos detalles tengan algún interés para el lector, si quiere saber que "rapport" tuve con los entrevistados.

Cuando las entrevistas fueron con cuestionario, las frases que cito las apunté en el mismo cuestionario, y cuando no, tomé notas mientras hablaba, o en algunos casos inmediatamente después. He puesto comillas sólo cuando estoy seguro que son tomadas literalmente. La ortografía es la gramatical, y no la que correspondería a la pronunciación.

Creo que el uso que hago de las frases y comentarios de obreros y propietarios, y de los resultados numéricos de los cuestionarios, es compatible con el carácter de las muestras. Trato siempre de relacionar esas opiniones con las que los respectivos representantes han dejado escritas, y, más importante, con las instituciones que realmente existen y con los hechos que se conocen de otras fuentes. Es decir, explico las opiniones a partir de realidades, haciendo ver que no es de extrañar que las tengan. La evidencia de que las tienen está, sobre todo, en las formas peculiares, distintivas, de expresarlas.


Juan Martínez Alier
Septiembre, 1966


NOTAS

1. Memoria presentada al V Congreso de la Federación Nacional de Obreros Agricultores y Similares de España, mayo de 1917.

2. Contestación de la Sociedad Patronal Agraria de Castro del Río al Cuestionario formulado por el Instituto de Reformas Sociales, 26 de febrero de 1919. Castro del Río fue la capital del movimiento obrero en la Campiña de Córdoba.

3. El significado de este término se da con más detalle en el capítulo 8 ; la idea ha sido expuesta por ejemplo por A. Lewis. El salario no refleja el coste de oportunidad del trabajo, cuando hay paro y cuando el esfuerzo es menor al posible. Este es uno de los casos en que el mecanismo de los precios de mercado no lleva a una distribución " óptima " de los recursos productivos.

4. Una idea utilizada por M. Rossi-Doria, en su interpretación de la historia agraria italiana.

5. Gran parte de mi esquema sociológico deriva directamente del expuesto por J. Rex, en Key Problems of Sociological Theory (Londres, 1961), especialmente en el capítulo séptimo, La teoría del conflicto y cambio sociales. Conceptos básicos que él y yo usamos son los referentes a tipos de legitimidad, y a tipos de acción social, de Max Weber, y el de ideología y utopía, utilizado por Karl Mannheim, que deriva últimamente de la tradición marxista sobre sociología del conocimiento.