Guy Hermet, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París y buen conocedor de los temas españoles, ha publicado un estudio que marca un hito en el conocimiento del Partido Comunista español [PCE]. Labor realmente meritoria dadas las condiciones de clandestinidad en que, desde el día primero de abril de 1939, vive el primer partido obrero organizado de España. Y que, por otra parte, salva las responsabilidades del autor con respecto a las posibles carencias de su estudio; aunque, sobre este último dato (el secreto que encubre al PCE) parece, por los datos manejados, que Guy Hermet, hasta ciertos límites, ha podido consultar una porción de documentación hasta ahora velada por el propio partido a otro tipo de investigadores.
Desde su papel de profesor universitario y de estudioso de la ciencia política, Guy Hermet ha trazado, con un clarísimo propósito francés de síntesis, una triple aproximación al objeto analizado ; una triple radiografía, desde distintos ángulos, del PCE. Nos atendremos, de entrada, a una exposición de la triple perspectiva enunciada: la Historia, la Organización y los Programas, son los temas abordados. De la lectura del libro se desprende que, en una determinada medida, G. Hermet ha evitado escribir un ensayo ideológico y que se ha inclinado por la realización de la aproximación a un partido político según las coordenadas seguidas por los actuales politólogos franceses. De acuerdo con este objetivo metodológico, G. Hermet parte de una constatación : « Nuestra problemática se basa en dos series de hipótesis, unas referencias a la función global del comunismo y del anticomunismo en el Estado franquista, y las otras relacionadas con el problema que se les plantean a las mismas organizaciones comunistas, estudiadas en tanto que conjuntos relativamente autónomos» (Guy Hermet, Los comunistas en España. Estudio de un movimiento político clandestino. París, Ruedo ibérico, 1972, p. 6). Sin embargo, como más adelante comprobaremos, el estudio de G. Hermet resulta finalmente con un contenido claramente ideológico y con una elevada dosis polémica. Desde sus primeras páginas, Hermet, con vocabulario científico, describe una trayectoria y expone una concepción organizativa del PCE que constituyen todo un concluyente juicio de valor ideológico y político.
1. En primer lugar, el recorrido histórico del PCE, desde su nacimiento en el mes de noviembre de 1921, a consecuencia de la escisión del PSOE al no aceptar las famosas veintiuna condiciones y quedar al margen de la III Internacional, hasta el largo periodo de lucha contra el franquismo, pasando evidentemente por la guerra civil. En la última etapa, G. Hermet se cuida de rendir continuado homenaje de admiración al heroico testimonio aportado por los militantes comunistas.
Sin embargo, podría argüirse, legítimamente, que el examen descriptivo de la historia del PCE es demasiado apresurado, sintético y analítico. No se subrayan, debidamente, por ejemplo, las conexiones e interdependencias con la totalidad del movimiento comunista internacional. Pero, pese a esta posible deficiencia, Guy Hermet no vacila en abordar algunos temas, sumamente indicativos, todavía no debidamente esclarecidos ; no es necesario advertir que, en estos puntos concretos, nos situamos en un terreno harto movedizo dada la insuficiencia de la información existente o la deformación de las versiones oficializadas. Nos referimos directamente a dos momentos en los que la dirección del PCE pareció inclinarse por una vía autónoma, nacional, con respecto a las consignas procedentes del centro internacional dirigente, de Moscú. El primer ejemplo sería el proporcionado por el « caso Bullejos» ; la versión oficial del PCE, hasta la fecha, afirma que « con José Bullejos y otros jóvenes militantes que arrastraban consigo una considerable carga de izquierdismo, se inició una etapa de predominio de las tendencias sectarias» (Historia del Partido Comunista de España, La Habana, 1962, p. 53). Bullejos, secretario general del PCE, junto con Trilla, fueron expulsados del Buró político en 1932 ; las Memorias de Humbert-Droz, recientemente editadas en Ginebra, informan ampliamente sobre la actuación de la Komintern en España al final de los años veinte. Guy Hermet avanza una hipótesis, confirmada por el citado Droz, ejecutor en España de las directivas de la Tercera Internacional: la postura de Bullejos era contraria a la participación del PCE en la proyectada Asamblea Nacional del dictador Primo de Rivera; Moscú, por el contrario, preconizaba la asistencia del comunismo español. Otro ejemplo histórico es el suministrado por el « caso Quiñones » ; en el periodo primero del franquismo, la represión policiaca había desmantelado el PCE y los pocos militantes que se mantenían en la clandestinidad gozaban de una total autonomía. La versión oficial afirma que « la policía [se sirvió] entre otros del provocador Quiñones» (Historia..., p. 216). Guy Hermet indica, por su parte, que debido a las condiciones imperantes en España « el aparato clandestino llegó a trabajar en una forma independiente, absteniéndose, por ejemplo, de difundir la consigna de unión nacional de todos los españoles, lanzada en agosto de 1941 después de la entrada de las tropas alemanas en la URSS» (G.H.,p.46).
No nos interesa, ni mínimamente, entrar en el detalle de las dos anécdotas personales, caso Bullejos y caso Quiñones, que corresponden a otro tipo de historia; pero sí nos interesa subrayar que, en ambos casos, se trata de dos dirigentes del PCE que, en momentos muy concretos, son eliminados por oponerse a la aplicación de las consignas exteriores y que, además, en los dos supuestos, se trataba de consignas aliancistas, de alianzas de clase. Sin olvidar que el caso Bullejos y, sobre todo, el caso Quiñones, denuncian otro avatar histórico del PCE: « La fricción crónica entre el aparato interior y el exterior del PCE » (G.H., p. 46).
No nos detendremos, repetimos, en estos casos particulares, aún pendientes de rehabilitación personal; o en otro, igualmente conocido, de la muerte de León Trilla, en 1945, a manos del grupo de Cristino García y también recogido por Guy Hermet; en este último caso, la versión más reciente indica que León Trilla « actuaba por su cuenta como un auténtico bandolero » (A. Sorel: Guerrilla española del siglo XX, p. 130). Sólo nos interesa, insistimos, para el análisis concreto, anotar la existencia de unas tendencias que, para emplear un lenguaje convencional, se llamaron « quiñonismo » : « La desviación que preconizaba la dirección del partido desde el interior» (G.H., p. 50, nota 35).
Ahora bien, estas tendencias desviacionistas, que se reaniman en los momentos de desconexión con la dirección del exterior o de fricción con la sede del movimiento internacional comunista, sufren el primer duro golpe durante los años de la guerra civil. El trienio 1936-1939 constituye el periodo en que, bajo la dirección de José Díaz, dirección al menos teórica, el PCE conoce su gran momento de apogeo teórico: « El levantamiento militar y la guerra civil [...] llevan al PCE a actuar, todavía más, como la organización obrera más eficaz, más moderada y que inspira mayor confianza [...] El PCE se convierte en una especie de partido del orden » (G.H., p. 26).
Estimamos que la guerra civil es el capítulo más determinante en el proceso histórico y en la decantación ideológica del PCE. Guy Hermet lo califica como la organización obrera más eficaz, como una especie de partido del orden por su moderantismo. ¿ Por qué ? Son los años de los Frentes Populares en Europa occidental; los socialdemócratas han dejado de ser los socialfascistas. Las directrices de la Komintern preconizan la alianza, para ganar la guerra, « con las clases medias y campesinas » ; así como la necesidad de crear « una república democrática de un nuevo tipo » y la defensa « del pequeño industrial y del pequeño comerciante » (G.H., p. 27 y 29). Estas son las orientaciones imperativas llevadas a España por la Tercera Internacional y representadas de manera activa por Palmiro Togliatti que permanecerá en el Buró político del PCE hasta el final mismo de la guerra civil. Este es, precisamente, otro de los puntos que aún queda por resolver a los futuros investigadores e historiadores : el papel protagonista de la Tercera Internacional en los órganos dirigentes del PCE durante la guerra civil española.
Sin embargo, Guy Hermet, desde su óptica científico-objetiva no llega, en este extremo concreto, a la conclusión lógica en sus planteamientos, aunque no deje de sugerirla. El PCE, en los años a que hacemos alusión, se configura, a nivel ideológico, en el partido actual. A diferencia de otros países, en España, el Partido Comunista nunca ha sido 1a izquierda del movimiento obrero, ni tampoco la izquierda del raquítico pensamiento teórico marxista hispano. Las corrientes anarquistas, de mayor arraigo histórico en la península, desplazaron hacia posiciones centristas al comunismo oficial; el cual, en última instancia, tuvo que aliarse con la izquierda del PSOE. La guerra civil, al margen de la oportunidad o inoportunidad del dilema « Hacer la Revolución versus ganar la Guerra » abre públicamente la crisis ideológica existente entre los dos grupos que se disputaban la hegemonía sobre la izquierda del movimiento obrero. Los sucesos de Barcelona de mayo de 1937 son los ajustes de cuentas entre ambas tendencias, de las que saldría finalmente triunfante el PCE, con la eliminación de los miembros más caracterizados del POUM. Guy Hermet exime de culpabilidad directa al PCE en la muerte de Andrés Nin : « Parece ser que el PCE no ha estado implicado directamente en el asesinato de Andrés Nin, que había sido efectuado, sin conocimiento del PCE, por un equipo del SIM, por miembros de las Brigadas internacionales », dirigido por el soviético Orlov, y compuesto (G.H., p. 36). Tesis que no comparte plenamente Fernando Claudín que no vacila en escribir: « La represión contra el POUM, y en particular el odioso asesinato de Andrés Nin, es la página más negra en la historia del Partido Comunista de España, que se hizo cómplice del crimen cometido por los servicios secretos de Stalin » (La crisis del movimiento comunista, cap. IV, p. 616, nota 150). Hoy día, está ya fuera de toda discusión que la represión contra el POUM y sus dirigentes fue la continuación en España de las persecuciones iniciadas por Stalin, en aquellos años, en la URSS. (Víctor Serge, en Mémoires d'un révolutionnaire, informa muy interesantemente sobre la personalidad de Andrés Nin y sus años en la Unión Soviética.)
Quizá sea también el ya citado Fernando Claudín el dirigente comunista que con mayor lucidez ha vislumbrado el gran debate ideológico que la guerra civil planteó entre las posiciones encontradas de anarquistas y comunistas: «La tragedia de la revolución española es que no supo darse ni un poder revolucionario a semejanza del bolchevique en la guerra civil rusa, ni un poder jacobino burgués a semejanza del de los revolucionarios franceses de 1793» (F. Claudín: Op. cit., cap. IV, p. 614, nota 149).
Al final de la guerra civil, el PCE, tras la experiencia políticomilitar que le ha convertido en el grupo obrero de mayor importancia numérica, debe enfrentarse a un nuevo capítulo de su historia: la clandestinidad y el franquismo. Durante el periodo 1936-1939, había reunido « una fuerte clientela de origen burgués o rural y de opinión moderada» (G.H., p.39).
2. Al mencionar el fenómeno quiñonista, apuntábamos ya varios temas de importancia. La diáspora de los dirigentes, la brutal represión franquista sobre los militantes del interior (que, a veces, se extienden a la Europa nazi), crean una situación de emergencia y de martirologio que, prácticamente, enlazará con el periodo, también de efectos lamentables, de la guerra fría.
En este periodo confuso habría que señalar tres temas de importancia desigual. Uno, el lanzamiento de la consigna de « unión nacional de todos los españoles », que, cronológicamente, es el primer intento del PCE de creación de un frente amplio, burguesía incluida, de lucha contra el franquismo. El segundo, sería el episodio de la lucha guerrillera; tema que continúa siendo uno de los puntos confusos en la historia del PCE, repleta de meandros y de recovecos. Sí es indudable que su planteamiento estaba íntimamente unido con el previsible triunfo de la URSS y de las democracias occidentales sobre las potencias del Eje. Hermet afirma que los guerrilleros « recibieron una ayuda inicial de los servicios secretos americanos a partir de África del norte » (G.H., p. 47). El interés potencial de la acción guerrillera quedó descartado, casi desde su principio, con el acuerdo de las potencias vencedoras sobre el futuro del gobierno del general Franco ; acuerdo que, como es sabido, era contrario a toda acción militar sobre la España franquista. Por otra parte, las posibilidades autónomas del movimiento guerrillero también quedaron eliminadas, muy tempranamente, con el desastre del Valle de Aran. Unos dos mil hombres, bien pertrechados, que forman la Agrupación de Guerrilleros, se enfrentan con fuerzas del ejército franquista, de la Guardia civil y de la Policía Armada, y son obligados a retirarse tras sufrir numerosas bajas. Interesa, a este respecto, dejar constancia de que el intento guerrillero, en aquellas fechas, no contaba con el asentimiento unánime del PCE. Tomás Cossías afirma que, cuando en reunión clandestina en el sur de Francia se discute el plan, « son numerosos los asistentes que se oponen al proyecto » (La lucha contra el maquís en España; p. 61) ; idéntica opinión expresa el ya citado A. Sorel: « Cuando en el vencimiento del año 1944 se planea, en días de fiebre y de entusiasmo, la invasión del territorio español por parte de dos mil guerrilleros españoles en Francia, algunos comunistas muestran su disconformidad con el proyecto en una agitada reunión tenida en el mes de septiembre » (A. Sorel: Op. cit., p. 55 ; este autor recoge, en buena parte, en su obra, publicada por la Editorial Ebro en París, la información del anteriormente mencionado Tomás Cossías en su ya citado libro, publicado en Madrid, por la Editora Nacional, en 1956).
A partir de 1946, la guerrilla languidece hasta 1951, año en que desaparecen los últimos focos en Galicia y en la provincia de Granada. La Historia oficial del PCE no es muy explícita sobre el problema de las discrepancias en torno a la utilidad o eficacia de la guerrilla : en 1948, « la dirección del partido decidió, de acuerdo con los jefes del movimiento guerrillero, la disolución de dicho movimiento» [Historia, op. cit., p. 235). Aunque, en la misma página, hallamos otra constatación de la orientación política que ya se estaba forjando en la dirección del PCE : fracasada la guerrilla, a la que se había ido de mala gana, « el partido llegó a la conclusión de que el deber de los comunistas era trabajar en el seno de los sindicatos verticales para ligarse allí a las masas » (Historia, op. cit., p. 235).
La guerrilla había sido un epílogo artificial a la guerra civil. La clandestinidad y la permanencia de la dirección en el exilio provocaría no un cambio en la orientación, sino una confirmación de las tendencias frentepopulistas, ya periclitadas, radicalizándose, además, el centralismo burocrático.
El tercer tema que cierra el ciclo considerado y abre el siguiente, bien pudiera ser el que se conoció miméticamente (por referencia a la URSS) con el nombre de «titismo». La resultante fue la expulsión de Del Barrio y Comorera ; que evoca, entre otras cosas, la subordinación total del PSUC al PCE y la no tolerancia de líneas discrepantes en torno al entendimiento de la cuestión nacional en España.
3. El PCE estrecha filas ideológicas, eliminando los tímidos pluriformismos marxismos disidentes, y aprieta sus esquemas en torno al concepto de centralismo democrático que, como ya hemos sugerido, en tiempos de clandestinidad política y mental, se convierte en centralismo burocrático.
Este, aunque con denominación mucho más aséptica, es otro de los temas abordados por G. Hermet al tratar de la organización del PCE. Sus órganos son el Comité central, compuesto, en 1970, por 111 miembros, de los que se afirma que 90 están en España. El Comité ejecutivo, compuesto por 13 miembros en 1960 y ampliado a 20 en 1970. Y el auténtico aparato ejecutivo que es el Secretariado compuesto por 6 miembros y de amplísimas facultades. El todo está encabezado por la figura del secretario general y de su presidenta. El Comité central, en palabras de Hermet, desempeña « un papel de órgano de repercusión de las decisiones tomadas en otras partes » (G.H., p. 84).
Junto a los órganos principales existen otras organizaciones paralelas « que disfrutan de una autonomía nominal» (G.H., p. 81). La Unión de Juventudes Comunistas, la Oposición Sindical Obrera y la Unión Democrática de Mujeres. Esto es otro de los lamentables aspectos del PCE que no ha dudado en abortar movimientos espontaneístas, nacidos de un fuerte impulso de la base, pero que podían escapar a su rígido control, como fue el caso de los Comités proVietnam. Y, a la inversa, el apoyo a movimientos menos ideológicos y nada espontáneos pero que abarcan un más amplio espectro social; como fue el caso de las madrileñas Comisiones cívicas; aunque su final también sería desastroso, como en el caso anterior, al tratar el PCE de imponer su control a través de los militantes comunistas en las Cívicas. Evidentemente, en los supuestos mencionados, la responsabilidad debe ser compartida entre la dirección del exterior y los responsables del interior (Hermet fija su número en unos treinta) que, salvo muy honestas excepciones, son unos simples funcionarios con amplísimas competencias políticas y vocación de comisarios ideológicos.
¿Sobre qué base se asienta esta cúspide de poder ? Sobre, y no es una perogrullada, los antiguos y los nuevos militantes. Los « viejos », de la guerra civil o los años 40, que, en su gran mayoría, y por razones muy diversas, cumplen una función económica (cotización, venta de bonos, colectas para represaliados políticos, etc.) y propagandística (difusión de las publicaciones del partido). Entre los jóvenes, « los dirigentes del partido reconocen que su implantación es muy escasa en el medio rural, a nivel de las células de pueblo y de los comités locales» (G.H., p. 90). Hermet añade por su cuenta y riesgo e ignoramos hasta qué punto será correcta su afirmación que « en su conjunto, los responsables y militantes de base del interior siguen prácticamente abandonados a su suerte » (G.H., p. 99).
La estimación de cifras de militantes oscila enormemente: entre los cinco mil indicados por la CIA y los 35 ó 40 000 de que habla el secretario general (entre el interior y el exterior). Parece que la edad media oscila entre los 35 y los 40 años, cifra que tiene muchas posibilidades de ser correcta, si tenemos en cuenta a los estudiantes y a los obreros cualificados de edad media.
Dentro de estas apreciaciones, estrictamente matemáticas y de difícil verificación, G. Hermet avanza una idea que sólo es aceptable en principio. Afirma el autor francés que los tres grandes motivos que inducen a la adhesión al PCE son la tradición familiar, el lugar del trabajo y el prestigio de los comunistas en la lucha diaria (G.H., p. 105-106). Añadiríamos que también son numerosos los que se aproximan al PCE para obtener su ingreso llevados por un ideal revolucionario y por una formación marxista; o, aquellos otros, que, dado el prestigio organizativo del PCE, estiman que sólo en su seno puede llevarse a cabo una actividad revolucionaria o, simplemente, antifranquista. Núcleos de atracción que no son tratados por G. Hermet y que consideramos de excepcional importancia; que, además, nos conducen directísimamente a otros dos temas, tampoco considerados por Hermet, y que estimamos de gran trascendencia. El primero sería una descripción y un análisis de la vida política de cada célula: ¿ Se discute, se reflexiona, o, por el contrario, cada célula es una simple caja de resonancia de las consignas llegadas de las alturas ? Esta pregunta nos lleva de la mano a la segunda interrogante: ¿ Por qué son tantos los militantes que abandonan el partido o son abandonados por el partido ? ¿ Qué causas motivan la defección ? ¿ Cuál es el futuro de estos exmilitantes ? ¿Quedan inutilizados para la acción política? Cierto que el tema tiene una doble perspectiva y tratamiento, según se trate de un militante obrero o de un militante intelectual o estdiantil. El hecho cierto es que, desde 1957, son muchos los militantes que han roto con el partido o que, incluso, ignoran si continúan o no militando ya que han sido « congelados » para toda actividad. Evidentemente nos referimos a los alejados por razones ideológicas y no a los apartados por motivos policiacos, de seguridad del aparato. Incluso sería otro tema a tratar, dentro también del marco organizativo, el distinto tratamiento que reciben unos y otros militantes en cuanto a sus derechos y obligaciones ; aludimos, concretamente, al trato excepcionalmente benévolo que reciben los militantes encuadrados en una categoría, considerada por el partido, intelectual: los llamados « militantes de firma ». Posiblemente nos encontremos frente a una práctica clasista dentro del mismo partido.
4. La tercera parte fundamental del estudio de Guy Hermet se consagra a lo que el autor titula « El programa comunista» y que, de forma más simplificada, denominaremos la ideología actual del PCE, su táctica y su estrategia.
Es preciso partir del aspecto bifronte de la organización comunista. Su actividad internacional, en frase acuñada « las relaciones con los partidos hermanos » ; y su actividad, su actuación nacional. Veamos, en primer lugar, el plano internacional. Hasta fecha muy reciente, el PCE ha sido fiel reflejo o, mejor aún, un disciplinado ejecutor de las consignas del PCUS y, sobre todo, de la figura que tras la desaparición de la Komintern hacía sus veces : M. Suslov. El PCE ha tenido sus desviacionistas, casi siempre de izquierdas; su «titismo » ; y, consecuencia del XX Congreso del PCUS, su aparente proceso de desestalinización. Si el culto de la personalidad no alcanza en el PCE los niveles irracionales de otros partidos comunistas que ocupan el poder, es un hecho indiscutible que, para buena parte de los militantes e incluso de los no militantes, la imagen del PCE coincide con el físico de Santiago Carrillo, su secretario general, o con la personalidad, ya legendaria, de Dolores Ibárruri.
Hay que subrayar, como es bien sabido, que desde hace todavía pocos años, el PCE ha ido distanciándose del primogénito PCUS. El punto clave en la fricción fue la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia, en el verano de 1968, en Checoslovaquia ; intervención que fue condenada por el partido español con mayor fuerza y vigor que sus modelos italiano y francés. También habría que anotar en este distanciamiento las cada vez más importantes relaciones entre el gobierno soviético y el gobierno franquista (cf. Fernando Claudín: «Las relaciones soviéticofranquistas», en Horizonte español 1972, vol. II. p. 237-265), y que han culminado en 1972 con la firma de un protocolo comercial entre ambos gobiernos. Aproximación diplomática que, salvo algún ligero incidente de tipo periodístico, no ha sido condenada públicamente por el PCE. Un avatar ideológico (?) en estas relaciones, ahora tormentosas, fue el capítulo escisionista protagonizado por Enrique Líster e impulsado por la URSS y cuya mínima relevancia política nos exime de mayor comentario.
La ruptura de estos tradicionales lazos de amistad y dependencia entre el PCUS y el PCE ha tenido otras consecuencias, realmente superficiales, para la dirección del partido pero de indudable impacto entre los militantes de base. Las visitas de Santiago Carrillo a la Cuba castrista (cf. su apología Cuba 68, París, 1968, en cuya página 59, escribe llanamente, refiriéndose a Fidel Castro : « Yo le escuchaba con el espíritu crítico con que un revolucionario escucha a otro [...] »), en otros tiempos tan denostada, y de otros máximos dirigentes del PCE a Corea del norte y a la China popular, tras las reiteradas y sectarias condenas del maoísmo, someten al militante de base a un régimen alternante de ducha escocesa de muy difícil asimilación ; entre otros motivos, porque estas nuevas amistades sólo han sido justificadas por el consabido recurso al internacionalismo proletario, cuya actual vaciedad de contenido sólo puede equipararse con la brillantez de su eficacia oratoria.
Pero, pasemos a la política nacional del PCE. Como ya hemos señalado anteriormente, la línea ideológica del Partido Comunista quedó claramente determinada y decidida, sin caer nosotros por ello en ningún tipo de determinismo histórico, por la práctica frentepopulista y por la política aliancista con las fuerzas burguesas durante la guerra civil. El siguiente episodio, también ya comentado, sería la consigna de « unión nacional de todos los españoles », lanzada en 1941.
La eliminación de la guerrilla y de las corrientes disidentes, denominadas «titistas », junto con algunas incidencias con las fuerzas representadas en el gobierno de la segunda República en el exilio mexicano, van marcando una serie de etapas intermedias que, con el acceso de Santiago Carrillo al puesto de secretario general, culminarán en lo que Guy Hermet ha diagnosticado como «el paso de la lucha armada a segundo plano » (G.H., p. 60).
En junio de 1956, el PCE lanza la consigna de « reconciliación nacional » que, en la jornada señalada para la gran demostración, el día 5 de mayo de 1958, fracasa estrepitosamente, al enfrentarse con la gran indiferencia popular y pese a la campaña de movilización realizada por los militantes comunistas. Otro tanto ocurre con la « Huelga nacional pacífica », señalada para el 18 de junio de 1959, y que, según Max Gallo demuestra la incapacidad de la oposición española para enfrentarse con el franquismo (Max Gallo: Histoire de l'Espagne franquiste, vol. II, p. 313-318 - edición española de Ruedo ibérico, 1972).
La etapa siguiente sería la aprobación por el VI Congreso del PCE, celebrado en 1960, de los principios de la « Huelga nacional pacífica » y de la « Huelga general política » ; ambas acciones, coordinadas con la « Reconciliación nacional », según el espíritu que animaba a los participantes en el VI Congreso, darían al traste de inmediato con el ya tambaleante poder franquista. Finalmente, el Congreso dirigía « una carta a todas las fuerzas de la oposición insistiendo en la propuesta que ya había formulado en julio de 1959 de celebrar una conferencia de mesa redonda para contrastar las opiniones y determinar los puntos en que la coincidencia era posible» (Historia, op. cit., p.274).
Este análisis, como el tiempo demostraría rápidamente, no se basaba en la valoración de unos datos objetivos sino en el triunfalismo voluntarista, grave enfermedad que aqueja desde hace largo tiempo a la dirección del PCE ; triunfalismo que se refuerza, además, por la razón histórica que el PCE se abona continuamente en su haber no en función del materialismo dialéctico sino en nombre del fatalismo profético.
Durante los días 5 y 6 de junio de 1962, tiene lugar en Munich esta « mesa redonda» que preconizaba el VI Congreso, pero para la que no recibe invitación el PCE. Mundo Obrero, según el ya citado Max Gallo, ve en esta reunión de la burguesía liberal española la prueba del éxito de la política de « reconciliación nacional », pero advierte que « la garantía de una transición sin violencia reside, en primer lugar, en un acuerdo con el Partido Comunista » (Max Gallo : Op. cit., vol. II, p. 359).
Otros hechos concretos a destacar en este periodo son: en primer lugar, las huelgas de Asturias de 1962, de cuya experiencia surgirían posteriormente las Comisiones obreras; y, en segundo lugar, el asesinato de Julián Grimau perpetrado el 20 de abril de 1963. De este último hecho se derivaría lógicamente un considerable aumento del prestigio del PCE. Del primero, las Comisiones obreras, son ya muchos los autores y políticos que se han ocupado señalando su trayectoria ascendente hasta 1967-1968 y luego su proceso de declive, debido a la política aliancista y a los fenómenos de burocratización surgidos en su interior. [Véase entre otros: Julio Sanz Oller, Entre el fraude y la esperanza: las Comisiones obreras de Barcelona. Ruedo ibérico 1972]. Quedan, sin embargo, como la experiencia más interesante y enriquecedora del movimiento obrero español en su lucha de clases contra el franquismo.
En 1964, se alzan voces en el propio interior del PCE contra el análisis de la línea general adoptada por el VI Congreso. Aludimos a la crisis que protagonizaron Fernando Claudín y Jorge Semprún. El primero de ellos, antiguo y prestigioso militante, afirmaría en la reunión del Ejecutivo de 1964: «La Reconciliación puede llevar a la Revolución democrática, pero no a la Revolución socialista. » Algún tiempo más tarde, escribiría: « La creación de un partido marxista de tipo nuevo -ya por la renovación del actual Partido Comunista y su fusión con otros núcleos marxistas, ya por otra vía- es una necesidad histórica, tanto en España como en otros países [...] Un partido que considere al marxismo como problema, como un hacer constante, práctico y teórico.» La crítica se saldó con la expulsión de ambos dirigentes ; pero no dejó de tener repercusiones, sobre todo en los sectores intelectuales, tanto por el contenido de la misma crítica como por el prestigio personal de que gozaban Claudín y Semprún.
En los años siguientes, superando la « Reconciliación nacional» con una nueva figura aliancista e insistiendo de manera indiscriminada en las dos grandes huelgas, se completa la línea general del PCE, en particular por la elaboración de su secretario general, Santiago Carrillo, a través de sus escritos Después de Franco, ¿ qué ? y Nuevos enfoques a problemas de hoy.
Las nuevas orientaciones no suponen una renovación teórica, sino una confirmación de las posiciones anteriores y un afianzamiento en el propósito de dar del Partido Comunista una imagen de partido de orden ; de partido que, con palabras de Guy Hermet, ha llegado al convencimiento de que «sólo se pueda pasar al socialismo de una manera progresiva, por etapas» (G.H., p. 153). La primera orientación aportada en este último periodo es la « Alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura ». Este concepto, tomado de la idea de bloque histórico de Gramsci, en labios de Santiago Carrillo se convierte en toda « una concepción estratégica [...] basada en la idea de que la edificación del socialismo no es, en el mundo actual, tarea exclusiva de la clase obrera, sino también de otros grupos y clases sociales » (G.H., p. 155, citando a S. Carrillo: Después de Franco, ¿qué?, p. 108-109). O, como también afirma el mismo secretario general, « el poder que aseguraría la transición del capitalismo al socialismo sería un poder de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura, un poder democrático, pluripartidista » (Nuevos enfoques, p. 175). Análisis que, evidentemente, también toma parte primordial de su contenido de la noción de revolución científico-técnica, tan cara a los soviéticos, y que resulta un tanto discordante con la, por otra parte, insistente pretensión del PCE de superar la supuesta etapa feudalista del franquismo.
La segunda nueva orientación de la misma reciente época es el llamado « Pacto por la Libertad » ; consistente, según Hermet, en « el apoyo a un gobierno provisional, sin signo constitucional, incluso aunque no sea llamado a participar en él » (G.H., p. 153). El PCE sólo impone tres condiciones: restablecimiento de las libertades políticas, amnistía total y elección de Constituyentes mediante sufragio universal. Este acuerdo amplísimo comprendería incluso la aceptación de la Monarquía, como forma de gobierno, en el caso de que el país, libremente consultado, optase por ella, ya que el PCE se compromete, igualmente, al respecto de la consulta electoral.
Tras este planteamiento, se dibuja otro juicio profético del PCE; Santiago Carrillo no ha vacilado en afirmar que «la crisis de la dictadura no es sólo una crisis de régimen político; es también la crisis de un régimen social, la bancarrota de la oligarquía dominante » (Después de Franco, ¿ qué ?, p. 90). En persecución de todo este muestrario de metas, el « Pacto por la Libertad » se configura como « un contrato mínimo con todos los grupos de la oposición, incluso con la derecha » (Nuevos enfoques, p. 115). Evidentemente, más de uno podría preguntarse, con absoluta legitimidad, a qué fantasmal clase social pertenece esa oligarquía cuya agonía ya se presiente. Parece fuera de discusión que el mencionado «Pacto por la Libertad» culmina toda la trayectoria reformista del PCE que, en esta etapa considerada táctica, renuncia a todos los planteamientos de clase. Más tajantemente podría afirmarse que en la nueva etapa, que se adivina como de predominio de la burguesía emprendedora neocapitalista, el PCE aspira a disfrutar de un puesto en el sol, pretende figurar en la constelación de fuerzas, de partidos políticos. Es decir, se aplican, desde ya, los esquemas parlamentaristas del PC francés y del PC italiano. Al leer las declaraciones del PCE y los escritos de sus máximos responsables se tiene la impresión de que para ellos la historia se ha detenido; ignoran que, en España, la Revolución burguesa, la que afecta a la propiedad de los medios de producción, al inicio del proceso de acumulación de capital y al control de los mecanismos de poder, ya se realizó en 1939; que, a partir de esa fecha, la burguesía española se ha dedicado a consolidar sus posiciones ganadas en la guerra civil, sin que tal victoria le ahorre las contradicciones sufridas por cualquier sistema político burgués. Parecen ignorar, también, que para la burguesía del último tercio del siglo XX, el contenido de las libertades políticas formales es muy distinto del que tenía en los siglos XVIII y XIX; que, en la actualidad, los regímenes parlamentarios burgueses proceden precisamente a un mecanismo inverso: al recortamiento, a la limitación de las libertades formales. Además, en última instancia, ¿ para qué necesita la burguesía española de una alianza con los comunistas ? Si, debido a imperativos externos (exigencias de la Comunidad Económica Europea, por ejemplo), fuese necesario un blanqueamiento del sistema, éste podría alcanzarse sin el consenso del PCE; simplemente, por la alianza de las fuerzas que están dentro del franquismo con sus hermanos de clase que están en los aledaños del sistema. Un pacto, una alianza, es la resultante de una negociación, de un do ut des. ¿ Qué puede ofrecer el PCE ? Sencillamente, la colaboración del movimiento obrero, la aprobación del proletariado al pacto con la burguesía. Este punto plantea otra interrogante: ¿ Puede responder el PCE en nombre de todo el movimiento obrero español, está en condiciones de comprometerlo ?
Consideramos que, en el fondo, se produce una actuación mucho más peligrosa: el « Pacto por la Libertad », tal y como se presenta, es la pretensión de alcanzar un acuerdo desde arriba, un compromiso entre notables, en el que el PCE se compromete a mantener una posición de segundón. No puede decirse, en modo alguno, que el « Pacto por la Libertad » sea un impulso irresistible de la base, recogido y hecho suyo por la dirección del partido. El VIII Congreso, otoño de 1972, ha insistido, sin embargo, nuevamente, en la corrección táctica del Pacto. No puede interpretarse de otro modo la Declaración política final en la que, aparte la repetición de las consignas anteriores, se aprueba la integración del futuro régimen liberal burgués en la Europa Comunitaria. Puede pensarse que es una concesión más a los perseguidos aliados burgueses. No olvidemos, por otra parte, que la Operación Europa ya fue iniciada por el grupo Opus Dei; los Procesos de Burgos del invierno de 1970 supusieron una paralización de la aproximación a Europa. No obstante, en los últimos meses, el lanzamiento de la nueva imagen de Juan Carlos de Borbón, ante las televisiones francesa y alemana, hace pensar que de nuevo el mismo grupo en el poder reinicia su anterior operación. No creemos demasiado peligroso asegurar que, para llevar a cabo felizmente la Operación Europa, posiblemente se forje la unión de la burguesía española. A título de anécdota, cargada de significación, recordemos que en el programa de la televisión alemana a que antes hacíamos alusión, transmitido a finales de septiembre de 1972, junto a Juan Carlos de Borbón y el ministro Fernández de la Mora, fueron entrevistados el profesor Tierno Galván, Areilza y Ruiz Jiménez, figuras mimadas del « Pacto por la Libertad » las dos mencionadas en último lugar. Al fin y al cabo, los comparecientes ante las pantallas de la República federal alemana tienen más intereses de clase entre sí que con respecto al movimiento obrero español.
El llamado por Guy Hermet Programa del PCE, analizado por el autor francés con mayor asepsia que nosotros, le conduce sin embargo a una dolorosa constatación: el programa comunista «es el reconocimiento manifiesto de la impotencia de los comunistas para atacar, de cualquiera otra forma que no sea simbólica, un poder que dispone de medios de represión abrumadores» (G.H., p. 160). Pero, por encima de la constatación de Hermet en el libro que hemos venido comentando y glosando a lo largo de estas páginas, en una entrevista concedida por el profesor francés a una revista española (cf. La Actualidad Económica, n° 747, 8 de julio de 1972) se muestra mucho más explícito y abierto. A una pregunta del entrevistado Javier Tussell, sobre el carácter « moderado » del PCE, Guy Hermet contesta tajantemente: «Sigue muy influenciado [el PCE] por su postura durante la guerra civil y por sus responsabilidades de aquella época. Tiene una mentalidad de partido de gobierno bastante acostumbrado a la coalición.»
Esta práctica «parlamentaria» del Partido Comunista ha tenido varios efectos graves. El primero, la creación de un sentimiento de frustración -defección y cansancio- entre los militantes de base que no ven el horizonte político de una alianza con la burguesía, que no comparten el juicio de la dirección sobre la función apolítica e incluso popular que asumirá el ejército franquista en los momentos de la prevista crisis del régimen; y que, en fin de cuentas, estiman que las simples posiciones tácticas de la dirección se han convertido en una obsesión para devenir lentamente en toda la línea general estratégica del PCE. Un segundo efecto de importancia es la responsabilidad en que ha incurrido la dirección del Partido Comunista al introducir en el seno del movimiento obrero prácticas reformistas: el partido debe ser concebido, teóricamente, como una vanguardia no como la retaguardia del proletariado. Un tercer efecto, igualmente importante, es que la dirección del PCE, con sus apreciaciones teóricas y su praxis reformista, ha conseguido resucitar la constelación política de años atrás: un Partido Comunista centralista a cuya izquierda surgen grupos y organizaciones que le disputan la función de protagonista revolucionario de la Historia contemporánea española. Un primer intento fue el llevado a cabo por el desaparecido y otras tantas veces renacido Frente de Liberación Popular. Y, a partir de los años 1964 y 1965, el Partido Comunista de España marxista-leninista, el Partido Comunista Internacional, la Liga Trotsquista, el Grupo Bandera Roja (de indudable trascendencia teórica), el FRAP, la Organización Revolucionaria de Trabajadores, etc. Verdad que, hasta ahora, han sido grupos o grupúsculos de discutible capacidad de convocatoria y, particularmente en los de procedencia cristiana, desbordados por un deseo primario de protagonismo en nombre de un culto supremo al espontaneísmo ; pero que, todos juntos, y es algo que no cabe despreciar con el silencio, han rechazado en bloque la línea general del PCE. En una hipotética situación abierta en la España posfranquista es casi seguro, por no decir irremediable, que la acción de estos grupos desplazaría todavía más al centro al actual PCE; aunque, indudablemente, esta apreciación puede ser puesta en tela de juicio, ya que la única hipótesis válida, para los partidos obreros, es la praxis revolucionaria. Pero ya nos hallamos ante un hecho concreto: el PCE se vuelve hacia la burguesía en pos de su ansiado « Pacto por la Libertad » e ignora los grupitos o grupos, y sus interpretaciones, que están a su izquierda; pues, como ya hemos subrayado más arriba, el partido se alza, o pretende alzarse, como el único portavoz del proletariado. De todas formas, pensamos que no puede ignorarse, cuando menos, el sedimento crítico aportado por estos grupos; ni que tampoco pueden ser condenados en bloque y rechazados olímpicamente por no poseer la estructura organizativa del PCE; confundir los términos del debate es una práctica habitual en el PCE, para eludir la confrontación crítica y la discusión teórica. Estos grupos constituyen la simiente de una fuerza potencial que no podrá ser ignorada por mucho tiempo; o, desde otras perspectivas, podían constituir la levadura de que tan necesitado se halla el actual PCE.
CONCLUSIÓN. Estas son las reflexiones, quizá excesivamente prolongadas, en ocasiones discursivas y, a veces, un tanto ingratas, motivadas por la detenida lectura del libro de Guy Hermet. Pese a la rotundidad de ciertas afirmaciones, debidas a la fuerza del lenguaje, todas nuestras opiniones abiertamente expresadas, no son sino la aseveración de un propósito y el deseo de un futuro distinto para España; no se trata de eliminar sólo al franquismo, sino de entablar ya el combate principal contra el enemigo de clase: el capital financiero y la gran burguesía española, tan fuertemente afianzados en el interior y con muy sólidos apoyos en el exterior. Aunque, en realidad, esta última declaración de principios nos conduce a otro debate histórico-teórico: el planteado entre los que consideran el franquismo como un hecho insólito, el fascismo particular hispano, aislado de toda relación de clase, y los que estimamos el franquismo como la etapa decisiva en la culminación de la revolución burguesa española ; en otras palabras, Franco personaje ahistórico y carismático o Franco instrumento y servidor del capital financiero de la gran burguesía.
En resumen, consideramos que Guy Hermet ha conseguido una obra científico ideológica. Y nuestro mejor elogio es que su libro debiera ser, y de hecho reúne las condiciones para serlo, el detonador o más sencillamente el pretexto para abrir el debate sobre el futuro del comunismo y el de la revolución socialista en los pueblos que forman la comunidad española.
Publicado en Cuadernos de Ruedo ibérico nº 37/38, junio-septiembre 1972