Cuando en 1950 Castelao murió, yo acababa de cumplir nueve años. Era un tiempo de tristeza y discordia. Un tiempo malo para empezar a vivir. No recuerdo haberme enterado de la muerte de nuestro gran patriota. Estoy seguro de que los niños de mi edad, aquellos "hijos de la guerra", tampoco se enteraron de que a muchas millas de distancia, en el exilio, había dejado de existir una de las personalidades más firmes e inquietas de nuestro país gallego. Han pasado los años. Un mundo impuesto por la fuerza de las armas permanece aún por la fuerza de las costumbres. ¿Dónde estamos? ¿A qué distancia -cordial, ideológica, histórica- del gran líder del nacionalismo gallego? O mejor: ¿qué puede decirnos, qué puede enseñarnos "todavía" Castelao? ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo debemos hacerlo?.
La vida y la obra de Castelao son ya materia de erudición.
¿Cómo armonizar la parcela humanística con el sector revolucionario? ¿Cómo armonizar pintura y economía, caricatura y utopía? ¿Cómo conciliar al Castelao artista con el Castelao mordaz y destructor? ¿Qué distancia hay entre el Castelao panteista y lírico, y el otro Castelao, despechado, irónico, casi cruel? ¿Se trata de la misma persona? Conviene que nos hagamos estas preguntas porque su respuesta entraña algo más que un ejercicio intelectual. Desde el prisma de una sana y noble intención nacionalista Castelao emerge de forma fragmentaria. Quiere ello decir que la beatería, el cerrilismo, el nihilismo y la ignorancia, se han lanzado sobre la obra de nuestro autor y la han despedazado. Conviene rescatarla de tanto lobo con piel de cordero y de tanto cordero con garras de lobo. Conviene, en fin, recobrar la "imagen primera" de Castelao, no aquella que es cronológicamente anterior, sino la que permanece, la que se conserva a través de los avatares. Aquella que sobrevive a la muerte. La que no puede estar presente en ningún túmulo funerario.
Castelao no fue, como muchos pretenden, un ser anárquico y resentido, susceptible al desaliento y artista de circunstancias. La obra artística de Castelao carecería de sentido si no estuviera ligada estrechamente a una praxis política concreta, que desde la época de El Barbero Municipal, tiene norte y rumbo. Lo que comienza siendo una tibia reacción contra el caciquismo ciudadano de un presidente de Diputación muy pronto alcanza a otras zonas de interés, y aquel joven médico, recién licenciado, que ensaya sus conocimientos universitarios sobre los habitantes de Rianxo, pasa de los campos de la utopía a los yermos de la realidad. Descubre las agonías y las esperanzas de su pueblo, advierte los vicios y las virtudes del país, comprende cuanto hay de valioso, noble o pérfido, en esos hombres y mujeres que da la Tierra, y que viven y malviven, bajo la bota implacable del impuesto el resabio del cacique. De un lugar geográfico concreto Castelao pasa a considerar las condiciones de vida, las perspectivas vitales, y los horizontes de su patria. Desde este momento puede decirse que la evolución espiritual de Castelao acaba de finalizar. ¿Quiere ello decir que Castelao se para ante el pórtico de una tarea concreta? Todo lo contrario. La captación directa de una determinada realidad -la patria- es el final de la evolución racional, "el ramo" de ese fabuloso edificio conceptual que cualquier ideología integra, pero, lógicamente, de la teoría se pasa a la construcción real, a la práctica, y es desde aquí desde donde cabe entender el pensamiento político del líder autonomista.
Castelao comienza siendo, muy a su pesar, un ideólogo. Las circunstancias históricas de su tiempo no permitían considerar como patrimonio común de toda ideología democrática el problema de las nacionalidades de España. Lo que hoy es presupuesto elemental para cualquier diálogo político, fue en tiempo de Castelao un serio obstáculo para el entendimiento. Los republicanos de Azaña, algunos miembros de la ORGA, los propios socialistas, opusieron a los razonamientos autonomistas pegas ideológicas. Toda ideología engendra respuestas ideológicas, y lo que comenzó siendo una "cuestión previa" a todo entendimiento democrático, se vio convertido en pura ideología, concretada en un Partido (el Galleguista), unos puntos programáticos y unos líderes. Siempre es la realidad la que engendra el mundo de la utopía, para destruirlo más tarde. Los ideales nacionalistas que fueron haciéndose carne a través de ese continuo desvelamiento que es el arte, tuvieron que variar de sentido ante los imperativos reales. La mayoría de los nacionalistas gallegos pasaron por una época sentimental (y no otorgo matiz peyorativo alguno al término), que desembocó en un descubrimiento de la realidad y de las conductas. Ahí radica uno de los principales méritos de Castelao. Cualquiera de nosotros se halla próximo a la sonrisa tras leer ciertas soflamas decimonónicas de Brañas o Faraldo. El romántico regionalismo de los Precursores, puede ser más o menos apreciado como actitud ética pero carece de viabilidad política para el futuro. Todo lo contrario de lo que sucede con Castelao cuyo realismo adquiere a veces matices desgarradores. No en vano fue uno de los artífices del Estatuto autonómico de Galicia y pudo presenciar la desbandada general de los demócratas españoles ante un punto que, teóricamente, todos ellos estaban dispuestos a considerar. La cruel realidad de una República "federable" en sus propósitos, pero centralista y autocrática en sus realidades, puede ser fuente de enseñanzas y modeladora de conductas.
Castelao descubrió que el dilema planteado al futuro español se concretaba en dos términos: o federalismo o separatismo. El pensamiento reaccionario que va desde Calvo Sotelo a Madariaga, pasando por Ortega, Maeztu y Ramiro Ledesma, al hablar de una "España rota" cargaba las tintas en un separatismo inexistente que iba a terminar con la sagrada unidad de la patria. Los detentores del "nefasto" separatismo eran -según los reaccionarios- todos aquellos que pugnaban por un ordenamiento jurídico que racionalizase el problema de los pueblos de España y otorgase personalidad política a las nacionalidades. Quienes tal pensaban eran reos de lesa majestad y por ende podían ser excluidos de esa "sugestiva empresa en común", "unidad de destino en lo universal" que es la patria uniforme y que años más tarde reclamaría para sí un auténtico océano de sangre. Por fortuna los fusiles no siempre poseen la última palabra y hoy resurge el problema nacional en Euzkadi, Cataluña y Galicia con fuerza desconcertante. En ese aspecto el fracaso del régimen autocrático ha sido rotundo.
El centralismo ha sido el único incentivo separatista de los movimientos autónomos, y a duras penas el pensamiento de Castelao logra transcenderlo. Solamente el noble patriotismo de nuestro líder pudo soportar tan dura prueba, tanto más cuanto algunos núcleos de "izquierda" echando mano de un internacionalismo trasnochado recababan para sí la enorme tarea de "unificar" a la patria en contra de los que pretendían "separarla". Las concomitancias con el pensamiento reaccionario no se nos escapan ni tampoco se le escaparon a Castelao: arremetió contra ellos en nombre de un internacionalismo bien entendido que otros recaban como divertido monopolio. La supervivencia de ciertos "hombres de partido" que todavía denuncian al "separatismo reaccionario" puede parecer una divertida paradoja a miradas inocentes, aunque contenga en sí misma una buena dosis de tragedia, y nos oriente sobre ciertas coincidencias doctrinales entre sectores antagónicos del pensamiento político Sin duda los movimientos autonomistas en Galicia y Cataluña tuvieron origen "burgués", y precisaron de una larga y fructífera experiencia para encarnarse en el pueblo, en los obreros y campesinos que de forma más directa sufrían la intransigencia centralista. En este aspecto todos los movimientos políticos españoles tuvieron parecido origen. Lo que está por probar es el cariz no progresista del movimiento autónomo, que, convertido ya en ideología, se alzó como corriente reivindicativa y no solamente de ciertas libertades culturales. Bien mirado no les falta alguna razón a quienes sospechan de las derivaciones del movimiento nacionalista gallego. En estos últimos años hemos sido testigos de ciertas actitudes de claro matiz regresivo, excluyentes y dogmáticas. Contra el "culteranismo" de alguno se han elevado voces "airadas" de dudosa oportunidad. Mientras unos tratan de sintetizar los problemas gallegos en un abstruso "logos", otros reaccionan contra ese "logos" por medio de un seudorradicalismo dirigido principalmente contra los primeros. Ambas posiciones pecan de oportunismo y olvidan lo que de verdad importa y debe unir a todas las fuerzas democráticas gallegas: un movimiento de solidaridad que deje al margen diferencias "ideológicas" y se una en un común denominador patriótico. Esto es, en la recuperación objetiva de nuestro pueblo.
Las razones de la vigencia política de Castelao hay que buscarlas no solamente en el cuerpo de doctrina que nos legó sino, sobre todo, en las sugerencias prácticas que de su pensamiento se derivan. La Galicia de Castelao era diferente a la Galicia actual. Los "nuevos hechos" que Castelao no llegó a alcanzar variaron la fisonomía socioeconómica del país. Los últimos diez años han traído consigo un nuevo planteamiento de la cuestión laboral en Galicia, derivado de la emigración a Europa de un sector del campesinado, y de una concentración demográfica en los núcleos urbanos debida a una incipiente industrialización. El fabuloso problema del campo gallego, asfixiado ante un desarrollo acéfalo y planificado desde el centro, supone también una variación del climax social de las ciudades. Dos grandes capitales gallegas -la Coruña y Vigo- han visto en pocos años un cambio de estructura básica en sus sistemas productivos. La burocracia decimonónica que había engendrado una burguesía estabilizada ha dejado paso a la etapa industrial que engendra un proletariado de relativo desarrollo y un sector técnico, generalmente importado. La variación de las estructuras de clase aporta fenómenos de diversa índole. En el terreno lingüístico, coexisten en Galicia dos lenguas, e incluso, hoy, tres. El mundo campesino -el 75 % del país- habla en gallego, aunque deba utilizar el castellano para las gestiones "oficiales" (escuela, tribunales, iglesia, etc.) por intolerable coacción. La vieja burguesía ciudadana y el sector técnico utilizan el castellano como lengua de clase. Mientras tanto alrededor del casco urbano de las ciudades, donde hoy comienzan a asentarse las zonas industriales, en los "barrios", y en sectores de algunas pequeñas villas, el gallego castellanizado adquiere relativa importancia. Ni que decir tiene que hoy por hoy es el gallego la lengua de mayor circulación en el país, la que hablan nuestros obreros, marineros y campesinos, familiar también a mucha gente de diversos niveles y se puede decir que a todo gallego. El totalitarismo cultural que Galicia ha soportado con mansedumbre durante tantos años parece haberse traducido en un estruendoso fracaso. Reivindicar hoy la utilización de la lengua gallega en nuestro país sigue siendo, como en tiempo de Castelao, una excelente política. Cualquier reivindicación de la lengua del pueblo no puede quedarse en el limitado terreno filológico, y trasciende las razones culturales para hacer hincapié en las políticas.
Sea como sea, un imperativo realista exige aceptar el bilingüismo de Galicia. Los últimos años se han caracterizado por un recrudecimiento de la labor totalitaria del gobierno central en contra del medio de expresión más genuinamente popular en nuestro país. Mediante una hábil labor de "esquilma" ideológica se ha permitido y alentado cierto resurgimiento de los "valores folklóricos", mientras la lengua era prohibida en las escuelas, en las iglesias, en las publicaciones diarias, etc. Los organismos dedicados teóricamente a la defensa de nuestra lengua tuvieron que dejar tan alta misión, y, en cambio, uno de los más feroces inquisidores del gobierno totalitario puede pertenecer a cualquier docto organismo gallego, por muy raro que ello parezca. Descartando el alto valor reivindicativo del idioma debemos aceptar el bilingüismo, no como un plato de gusto pero sí como una imposición que el tiempo se ha encargado de hacer realidad. Una labor política consciente parte de los "hechos dados", no del "debe ser" ni de la abstracción bien intencionada. Galicia es un país no solamente porque sus habitantes tengan una lengua y una cultura propias. La nacionalidad gallega se enclava también en otras poderosas realidades. Tenemos que huir de tantas y tantas formulaciones ontológicas que se llevan hecho. No es tiempo para discutirlas aunque sean discutibles. Es preciso que descartando las "razones" de clase, que impulsan a una parte de la intelectualidad burguesa a tomar partido, dediquemos todos nuestros afanes a la laboriosa empresa de interesar al pueblo gallego, es decir, a Galicia, en la tarea emancipadora que en todos los terrenos de la actividad debe ejercerse. Castelao, desde la perspectiva de artista y escritor "comprometido" con las más urgentes realidades de su patria nos ofrece así, un ejemplo a imitar y una táctica a seguir.
Los últimos años de la vida de Castelao transcurrieron en América. Conviene no olvidar que en América Galicia posee una parte muy importante de su personalidad y de su vida. La emigración, ese doloroso cargamento de sueños, pertenece al acervo social de Galicia con la fuerza que un sangriento aprendizaje puede proporcionarnos. El "hispanismo" de Castelao tiene bases mucho más profundas que el "burocratismo hispánico" de la España actual. "Perdí toda la confianza en los hombres de la Segunda República, dijo Castelao, cuando vi que no emprendían el camino de las Américas, donde España podía encontrarse con España". Hoy, mientras amengua la emigración gallega hacia América aumenta el torrente emigratorio hacia Europa. Todos los años, varios miles de gallegos van por los caminos de Europa, en busca de la prosperidad, para ser, probablemente, más cruelmente explotados que en su propio país. Toda España es un mercado de carne humana, de sangre joven, o un divertido espectáculo "folklórico" para nuestros prósperos vecinos.
El exilio es una triste y malvada experiencia. Los que están al otro lado del mar pueden creer que estos años han sido años baldíos en los que "nada ha sucedido", en los que un poder monstruoso ha monopolizado el pensamiento y la acción de los habitantes de Galicia. No ha sido así, y probarlo debe constituir en sí mismo una meta. Los acontecimientos de estos tiempos han variado la fisonomía social económica y política de Galicia. En muchos aspectos el nivel de vida se ha elevado. Y que no se asombren los hermanos de lejos por este sensible aumento, debido más al imperativo histórico que a la política acertada.
Castelao no se olvidó de la realidad de su país viviendo tan largos años en el exilio. También aquí debemos encontrar una bella y simple lección. Castelao no convirtió sus deseos en realidades, porque desconfiaba de la imaginación aunque fuera intuitivo, y no creyese demasiado en la fuerza de la lógica. Me imagino sus últimos años rodeado por los amigos y los compañeros de lucha, en espera de la más mínima noticia que pudiera alentar sus esperanzas. Porque si bien el líder nacionalista gallego no deliró con sueños irrealizables, tampoco se desesperó con ilusiones marchitas. Aconsejó a los sonadores prudencia, y proporcionó entusiasmo a los cautelosos. En el terreno de las relaciones humanas y en su proyección política, el pensamiento de Castelao es un pensamiento "clásico", es decir, realista, aleccionador.
La experiencia republicana no fue ciertamente una etapa gloriosa para el nacionalismo gallego. Los líderes republicanos no siempre entendieron el problema de las nacionalidades, y si lo entendieron se negaron a solucionarlo. Las épocas posteriores a dicha experiencia, trastornaron los presupuestos fundamentales de la vida española, y de un tiempo de miedo y silencio hemos pasado a un tiempo de desesperanza y deserción. Ser clásico es tener algo que decir a la actualidad, es ser -de ayer o de hoy- actual. En un cierto sentido nos encontramos en el "punto cero" de Galicia, en los prolegómenos de un nuevo tiempo del que resulta difícil prever nada. Ni el resentimiento, ni la cobardía forjan un futuro limpio. Debemos librarnos de tan incómodos inquilinos como lo hizo el propio Castelao cuando supo trascender su anticastellanismo con una actitud firme y noble, advirtiendo que no es problema de regiones el que engendra los separatismos, sino la lucha de intereses. Así, cuando el Estado español pidió a Castelao colaboración (en la guerra y en el exilio) éste jamás se negó a prestarla pese a la estrechez de miras de muchos políticos de ese tiempo.
La obstinación con que Castelao acusa al centralismo castellano como responsable de nuestros males, no nos debe llevar a la equivocación de interpretarlo como un ataque sistemático a Castilla y a los castellanos, sino contra la política absurda que se encarnó en Castilla y que, a veces, fue dirigida por nuestras mismas gentes, como sucede hoy.
Entre los geniales atisbos de Castelao con respecto a una futura política hispánica debemos resaltar el tema portugués. La política española cuando quiso iniciar cualquier gestión unionista con respecto a Portugal, no ha podido desechar el afán imperialista que subyace en las actitudes conservadoras. Hay una "leyenda negra" referida a Galicia y hay otra leyenda negra referida a Portugal. El pasado histórico de Portugal demuestra hasta que punto los recelos portugueses tienen razón de ser. "Es preciso -dijo Castelao- crear una organización capaz de atraer a Portugal al seno de la familia hispánica". Galicia puede servir de intermediario en esta labor que el futuro tendrá que afrontar. Pero no se trata sólo de una vinculación cultural o política. La libertad de Portugal solamente podrá lograrse a través de la libertad de España. La similitud de ambos regímenes apuntala la tesis de Castelao, y proporciona perspectivas nuevas a su pensamiento.
Las ideas económicas y administrativas de Castelao poseen hoy también una ilimitada vigencia. La parroquia como núcleo del organismo administrativo del agro, para integrar la comarca natural, tiene una gran vigencia, y pide la renovación de las estructuras actuales sustituyendo, o reformando, los artificiosos e inoperantes municipios rurales. Nadie calculó tampoco -nos referimos a esa "España oficial" tan alejada del país real- los beneficios que un cooperativismo de nivel europeo proporcionaría a nuestra economía labriega, y mientras unos solicitan, desde posiciones políticas "avanzadas", la colectivización del campo, otros hablan de concentración parcelaria como único remedio, ambos con una ingenuidad que hace sonreír. Pero el campo gallego comienza a despoblarse y constituye una de nuestras mayores preocupaciones. Técnicos e intelectuales vienen denunciando la crisis campesina con realismo gallego. En Madrid nadie parece entenderlos, y en las ciudades industrializadas apunta el chabolismo, la miseria y la explotación inhumana. También en estos niveles nos dice mucho el pensamiento de Castelao.
El nacionalismo gallego que en un tiempo pudo ser considerado como actitud estética, o una confinada "ideología", lleva trazas de convertirse en un presupuesto común de entendimiento democrático. Es muy fácil aceptar cuanto postulamos si de verdad el diálogo se realiza entre hombres de buena voluntad, pero la historia del movimiento nacionalista en Galicia nos demuestra que el entendimiento teórico tuvo muy poco que ver con las proyecciones prácticas. Quizás así se entienda el recelo y el pesimismo de Castelao y su prudencia política. Sin duda una acertada labor administrativa, económica y cultural, solucionaría los grandes problemas que Galicia plantea, pero ¿una reforma de este estilo puede llevarse a cabo sin detrimento de los intereses de grupo o de partido? Me temo mucho que no. La crisis de las ideologías que el pensamiento reaccionario europeo está aprovechando en estos momentos no es sino una muestra de las tácticas derechistas de los últimos tiempos. Al restar "tendenciosidad" al pensamiento nacionalista se le resta eficacia como palanca política. Toda ideología es tanto menos eficaz cuanto permanezca en el terreno de una difusa tecnología utópica. Los tecnócratas españoles han aceptado a priori las reformas que Galicia precisa, para después actuar como consumados centralistas. Y no puede cogernos de sorpresa que desde puntos opuestos se hagan fervorosas protestas de fidelidad.
El futuro español parece cargado de presagios. Las tendencias ideológicas clásicas, y las "nuevas ideologías" pueden prestarse en estos momentos a una lucha importante, y mientras el nacionalismo gallego siga poseyendo una buena dosis de tendenciosidad, mientras siga siendo un eficaz motor político, los grupos y las tendencias se disputaran la ortodoxia del pensamiento. Cuando Castelao murió este fenómeno ya se manifestó. Hoy, unos cuantos años después de su muerte, las palabras de un ilustre difunto, siguen siendo utilizadas. ¿Necesaria impostura? Lo que sí estamos es a tiempo de postular una colectiva conducta de solidaridad para lo que Castelao -con sus aciertos y sus posibles equivocaciones- significó. Solidaridad con el problema patriótico gallego que de ningún modo atenta a las conciencias que cada ideología monopoliza. La patria no es monopolio de grupo o de partido. Conviene repetirlo como lo repitió Castelao, hasta cansarse.
Las actitudes literarias, los radicalismos estéticos, son fruto de un tiempo y no sobrevivirán a él. Es un tiempo de esperanza y de inquietud el que nos espera y a él debemos remitir nuestras más íntimas preocupaciones. En la capacidad de transformación y de comprensión de los grupos políticos de Galicia para un problema común debe radicar nuestra máxima esperanza. Que cada uno, después, escoja el sendero que Dios o el diablo le den a entender. Pero mientras en nuestro país sobrevivan los resabios que la política centralista ha creado, mientras el nacionalismo gallego sea un problema de cotidiana exaltación, conviene dar a nuestra tarea un carácter integrador, ajeno a infantiles anatemas y vetustas realidades. Ojalá sirva esta antología del pensamiento político de Castelao para apoyar el afán integrador que debe movernos. Ojalá la enseñanza totalizadora de Castelao se proyecte en tan útil labor desde el presente y hacia el futuro.
Esta Antología no disfraza cierta pretensión polémica. El marasmo cultural de nuestro país pocas veces se ve conmovido por discusiones o "diálogos" de actualidad, y si Castelao aún puede hoy incitar a nuestros compatriotas con su pensamiento no nos cabe más remedio que admitir su apasionada y oportuna presencia en el futuro de Galicia. Que el pensamiento político de Castelao sigue teniendo una vigencia desconcertante, incluso en lo que hay de equivocado o trasnochado en su obra, lo podrá ver el "curioso" lector que se adentre en el frondoso mundo de nuestro líder. Toda Antología es incompleta y ésta resulta mucho más al dársele una estructura temática, prescindiendo de la cronología.
Hemos utilizado solamente los textos políticos de la obra Sempre en Galiza por creer que en ella se encuentra lo "fundamental" del pensamiento de nuestro autor. Sempre en Galiza es una obra compleja e incluso contradictoria, con partes literarias brillantísimas y disquisiciones culturales de apretada lectura. Fue escrita en diferentes momentos y la impronta de cada época se refleja en el texto como es natural. De Adro al Cuarto Libro hay sensibles diferencias, pero aun así hemos preferido reducir nuestra búsqueda a obra tan fundamental seleccionada ya por nuestro maestro de todo lo que había dicho y de lo que había hecho.
Aparece esta obra en edición bilingüe por considerar que la situación actual de Galicia precisa manifestaciones de este estilo. Una norma realista nos impide caer en tontas y fanáticas demagogias que el vehículo idiomático como instrumento de comunicación, repugna. Además hemos creído oportuno mostrar a los lectores de lengua castellana el pensamiento de Castelao que es desconocido por el lector medio. Si así logramos interesar a un público numeroso por nuestros problemas, y afianzar en sus convicciones a nuestros compatriotas, algo habremos conseguido con nuestra apasionada y humilde labor
Alberto Migues
NDR. A raíz de este libro y seguramente y sobre todo de esta introducción, metieron a su autor un año en la cárcel y una multa de 50 000 pts, so pretexto que Ruedo ibérico "es una editorial comunista"!