In memoriam
M. Vázquez Montalbán
De los dos políticos internacionales al parecer más empeñados en la lucha contra el terrorismo, el más perplejo a estas alturas es José María Aznar. Desde su papel de reina madre semestral de Europa debe demostrar su preocupación por lo que está pasando en Palestina, habida cuenta de que se muestra mucho más feroz y empecinado el terrorismo del Estado de Israel que el terrorismo catacúmbico palestino. El otro político algo perplejo, no tanto como don José María, debe de ser el presidente Bush, sobredosis de perplejidad añadida a la congénita que le hubiera convertido en un idóneo protagonista del anuncio: ¡Anda, los donuts!, ¡Anda, la cartera!
Si la perplejidad de Aznar procede de la evidencia de que un Estado con un anillo y una fecha por dentro puede convertirse en un gángster sangriento y no hay manera de excomulgarlo ni firmando un pacto antiterrorista con el PSOE, la de Bush se basa en que ha dado una serie de órdenes a Sharon que no han sido obedecidas y el presidente reflexiona a estas alturas sobre si ha sido una tontería ordenar algo a Sharon o si lo que le ha ordenado es una tontería.
Dos percepciones admisibles. Es una tontería ordenar algo a Sharon si no se está en condiciones de asfixiar económica y militarmente al Estado de Israel, y en la situación actual ordenarle que deje de aplicar la solución final a Arafat es frustrar una estrategia que Sharon ha tramado durante décadas y que responde a la resolución kissingeriana de llegar al borde del abismo, desde la confianza de que entonces interviene Jehová y no te caes. Mientras tanto, crece la irritación social contra la brutalidad israelí, que incluye niños torturados, demolición de barrios donde habita el enemigo civil y ahora la sepultura de Arafat en vida. Sorprende la paciencia colaboradora de los laboristas, Simon Peres sentado junto a Sharon cuando redacta el sagrado Debe y Haber de la represión, la tortura, la muerte.
¿Podremos ver algún día a Sharon tan juzgado como Milosevic? ¿Y a Simon Peres? Sólo la retirada del Gobierno de los laboristas israelíes podría evitarles una condena histórica por cómplices de terrorismo de Estado sagrado. ¡Qué ingenuidad! Las condenas históricas se aplican a prescritos delitos de papel.
In El País, 1.4.02
Y DE POSTRE:
M. Vázquez Montalbán
Aznar
El presidente Aznar parece empeñado, sin conseguirlo, en parecerse cada día menos al shakespeariano Aznar que le han construido en el Guiñol de Canal Plus, uno de los mayores aciertos de la mediática española posmoderna. A medida que el guiñol se va haciendo freudiano-metafísico, Aznar trata de parecerse a caricaturas alternativas más bastas y exagera ceño, falsetes y repeticiones para volver a aquel trasnochado modelo Aznar del año 1996, tan superado con la ayuda de sus caricaturistas. En general, los protagonistas sociales mejoran gracias a sus asesores de imagen, pero en la España posfranquista los políticos o enloquecen o mejoran gracias a sus caricaturizadores.
El caricaturizado puede padecer el síndrome de imitar al caricaturizador, como si se sintiera a gusto en el secuestro de su personalidad. O bien, al contrario, soberbio o ensimismado, el personaje odia a quienes le caricaturizan como si se tratara de etarras fracción jíbara de achicadores de cabezas. Tan a gusto está consigo mismo que cualquier transgresión contra su imagen la interioriza como un atentado terrorista y así ha vivido Aznar el vía crucis del agigantamiento de sus guiñoles. Sorprende que los asesores de imagen del presidente no le hayan suministrado un antídoto contra tamaña conjura desestabilizadora.
Y es que el propio Aznar parece escoger la vulnerabilidad que esperan los humoristas, como cuando se autoinvita para no ser recibido por Yeltsin, o se va a pacificar Oriente Próximo de una vez por todas aprovechando un fin de semana libre, o a conquistar Afganistán con la ayuda de la legión y de Celia Gámez, o no va a un funeral en Euskadi porque no le toca la primera fila, o entra por la puerta trasera en la cena de Downing Street en compañía de Berlusconi, cada vez con más maneras de conquistador de Abisinia. Pero si Berlusconi puede presumir de los soldados, tanques y barcos de guerra que el Imperio le ha aceptado para destruir al Dr. No, Aznar no ha conseguido hasta ahora que Bush le acepte ni la cabra mascota de la Legión. Piqué tampoco le ha ayudado demasiado, a pesar de que sonríe incluso más que Solana cuando aparece en las fotos globalizadas, también él empeñado en aportar coartadas argumentales a sus jíbaros más propensos.
In El País, 12.11.01