Carlos Berzosa, SinPermiso, 10.6.2011
En la III reunión de Economía Mundial que se celebró en Madrid en 2001, la conferencia de clausura corrió a cargo de Ángel Viñas. En aquella ocasión, habló de la relación existente entre democracia y desarrollo, pero aprovechó para anunciarnos que estaba llevando a cabo una investigación sobre la Guerra Civil que iba a ser un golpe mortal para la historiografía franquista que aún seguía viva y trataba de reaparecer con cierta insistencia.
La obra de Ángel Viñas ha salido a la luz, y lo que iban a ser tres tomos se han convertido, de momento, en cinco. Es una obra muy documentada y de referencia obligada en la historiografía actual. Ha desvelado muchos puntos oscuros y otros que no se conocían. Se puede afirmar que hay un antes y un después tras la publicación de esta obra. Pero la Real Academia de la Historia parece ignorarla. A mí, particularmente, me deja perplejo que una sola persona, con ayuda, eso sí, haya sido capaz de llevar a cabo una investigación tan relevante y de esta envergadura.
El Diccionario Biográfico Español, realizado bajo los auspicios de la Academia de la Historia, ignorando esta contribución y muchas otras importantes investigaciones, retrocede a la historia rancia que tuvimos que padecer tantas generaciones de adolescentes durante el franquismo. En aquellos años cincuenta, a través de las enseñanzas recibidas en Primaria y en el Bachillerato, la propaganda del régimen, y para muchos la propia educación familiar, se nos proporcionó una visión de lo que había sido la República, la Guerra Civil, y el régimen, muy apologética de lo que suponía el levantamiento militar y lo que vino detrás para desgracia de este país.
Para muchos jóvenes, la Universidad supuso un despertar a la realidad dictatorial en la que vivíamos, y ese despertar nos indujo a indagar acerca de lo que realmente había pasado. Entender el presente no puede ser posible sin tratar de comprender el pasado, sobre todo el más cercano a nuestro tiempo. Tuvimos que acudir a libros prohibidos, que se adquirían en Francia, o bien en el cuarto de atrás de determinadas librerías, y es así como conocimos las obras de Hugh Thomas y Gabriel Jackson. También acudimos a la breve pero enjundiosa Historia de España de Pierre Vilar, y las obras de Tuñón de Lara sobre el siglo XIX y XX. Más tarde fue decisiva, y esta sí que fue permitida, la obra de Malefakis Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX. Hubo también muchas más, pero estas son una muestra significativa de lo que eran las lecturas, en su mayoría clandestinas, de aquellos finales años sesenta y principios de los setenta.
Estas obras no solamente nos daban una visión muy diferente de la que habíamos escuchado y estudiado durante tanto tiempo, sino que, además, representaban otra forma de hacer historia, muy distinta a la tradicional, la cual se sustentaba en la descripción de hechos, de juicios valorativos de exaltación al Imperio y al régimen, aparte de ser fundamentalmente memorística basada en listas de reyes y guerras.
La historia prohibida, por el contrario, era explicativa, analizaba fenómenos políticos, sociales y económicos, y en ella el conflicto era una pieza básica para entender los procesos de la historia. Nos desvelaba no sólo una realidad que se había tratado de ocultar, sino que, además, se sustentaba en el rigor académico, siendo a su vez muy seductora por la forma de enfocar las grandes cuestiones de los años turbulentos.
Estos hechos estaban narrados e interpretados fundamentalmente por historiadores extranjeros, salvo Tuñón de Lara, que, por otra parte, se encontraba en el exilio. En la actualidad, las cosas han cambiado notablemente y, aunque sigue habiendo importantes contribuciones de historiadores extranjeros, afortunadamente hay muchos y buenos historiadores españoles. Como dijo Ángel Viñas en la presentación de uno de sus libros, ahora se hace en España una buena historia.
La mayor parte de estos historiadores se encuentran al margen de la Academia, aunque sí están, para fortuna nuestra, en la Universidad. Las aportaciones que se han hecho desde los años setenta hasta ahora acerca de la República, la Guerra Civil y la dictadura franquista han aumentado notablemente en cantidad y calidad.
Lo que hemos conseguido desvelar a través de estas investigaciones, así como por la transmisión oral de tantas gentes que han sufrido los horrores de la dictadura, es que el franquismo supuso una gran brutalidad. Muy superior a lo que podíamos haber imaginado cuando comenzamos a indagar por nuestra cuenta en las primeras lecturas ya mencionadas. A su vez, la historiografía franquista está llena de falsedades, desmontadas oportunamente ya desde el rigor académico y la seriedad de la investigación.
A la luz de lo dicho, la redacción de bastantes términos de este Diccionario es un verdadero escándalo, y no solamente por lo que supone la pervivencia de la historiografía franquista tras 30 años de democracia, sino por lo que significa de absoluto desconocimiento y de no tener en cuenta el estado actual en la investigación histórica. Es como si la obra de Viñas y la de tantos historiadores no hubieran existido. Este Diccionario es una vuelta al pasado de la historiografía.
Como dice muy bien Emilio Lledó en su libro Leguaje e historia: «Pero precisamente por ello, el historiador ha de afinar al máximo su sentido de la objetividad e imparcialidad, sobre todo al estudiar temas que se oponen a sus propias ideas personales, o, por el contrario, parezcan confirmar esas ideas» . Este Diccionario es un ejemplo de lo que no debe hacerse. Es un caso más de derroche de dinero público. Espero que ninguna biblioteca pública compre este libro, pues sería un doble despilfarro.
Carlos Berzosa es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense