Tereixa Constenla, El País, 31.5.2011
La gran obra de la Real Academia de la Historia, el Diccionario Biográfico Español, presentado con pompa el pasado jueves, ha quedado seriamente noqueada por el escaso rigor científico de algunas biografías de personajes del siglo XX (aunque el rigor presida otras). El fallo original reside en parte del proceso de selección de biógrafos: los historiadores que pertenecen a la Academia pudieron elegir libremente sobre quién escribir, lo que excluyó a sólidos investigadores que no pertenecen a la institución. Luis Suárez, por ejemplo, se ofreció a redactar la entrada de Franco, con el que simpatiza tan abiertamente que fue el único autorizado a consultar los fondos de la Fundación Francisco Franco durante años, invitado por la familia. El resultado de esto es un texto amable y hagiográfico con el dictador -al que nunca se cita como tal, sino como Generalísimo o Jefe de Estado- y que nada tiene que ver con el perfil que habrían redactado otros investigadores. Suárez, que preside la Hermandad del Valle de los Caídos, ignora la documentada represión del régimen y cualquier otro aspecto censurable.
La biografía de Azaña ha sido elaborada por el académico Carlos Seco Serrano, en detrimento de Santos Juliá, principal biógrafo del dirigente republicano y que fue descartado en la Academia.
Desde el Ministerio de Educación, principal financiador de la obra -recibió 6,4 millones de euros desde 1999 de Educación y de Industria-, se pidió ayer a la Academia la rectificación de «aquellas biografías cuyo contenido no responda a la necesaria objetividad de los trabajos académicos». La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, por su parte, reclamó que se revisen las reseñas que «no se ajustan a la realidad» y que se subsane la escasa presencia de mujeres (3.800 biografías, 8,8% de las 43.000 que hay en total) en el resto de la obra y en su versión en Internet.
No solo las entradas de protagonistas esenciales del XX están en entredicho. En otras, consultadas ayer por El País en los tomos depositados en la Biblioteca Nacional -hay 17- y en la Real Academia de la Historia -hay 20, que llegan hasta la letra efe-, se omiten episodios brutales protagonizados durante la Guerra Civil por militares franquistas y, por el contrario, se detallan de forma minuciosa los cometidos en zona republicana.
– Escrivá de Balaguer, Josemaría. No hay duda de que el biógrafo cree en Dios. Así cuenta cómo toma el fundador del Opus Dei, nacido en Barbastro en 1902 y fallecido en Roma en 1975, la decisión de hacerse sacerdote: «Un día de las Navidades de 1917 a 1918 vio, impresas en la nieve, las huellas de un carmelita descalzo: provocaron en él una fuerte conmoción interior, que le llevó a intensificar su vida espiritual. Al sentir esos primeros presagios de una llamada divina, tomó la decisión de hacerse sacerdote…».
Cada paso de Escrivá tiene un origen ultraterrenal que el historiador describe con la misma naturalidad que si fuera una llamada de teléfono. «El 14 de febrero de 1930, mientras celebraba la santa misa, Dios le hizo entender que el Opus Dei estaba dirigido también a las mujeres». Y sigue: «El 14 de febrero de 1943, mientras celebraba la santa misa, el Señor le hizo ver al padre Escrivá la solución jurídica que iba a permitir la ordenación de sacerdotes a título del Opus Dei: la Sociedad Estatal de la Santa Cruz». ¿Quién escribe esta reseña? También Luis Suárez, académico, especialista en Historia Medieval y autor de la biografía de Franco.
– Asensio Cabanillas, Carlos. Militar que apoyó el golpe de Estado. Su reseña es una sucesión de éxitos militares durante la Guerra Civil frente a los republicanos, que siempre son citados como «el enemigo». Escribe el texto José Martín Brocos Fernández, profesor de la Universidad San Pablo-CEU, que cuenta algunos hechos como si estuviera alineado en un bando: «El 17 de julio con las fuerzas a sus órdenes tomó parte, según reza su hoja de servicios, ‘en el Glorioso Alzamiento Militar, Salvador de España’. El día 5 ocupó Santos de Maimona, donde fue derrotada una columna enemiga formada por todas las fuerzas militares de Badajoz, el 7 continuó la marcha hacia Mérida ocupando Almendralejo, donde permaneció normalizando la vida ciudadana [….]».
La «normalización» a la que se refiere el biógrafo consistió en lo siguiente, según detalla el historiador Paul Preston en El holocausto español: «De acuerdo con los informes de la prensa, más de mil personas (de ellas 100 mujeres) fueron fusiladas en esta localidad maldita. Antes de los fusilamientos, a muchas mujeres las violaron y a otras les raparon la cabeza y les obligaron a beber aceite de ricino. A los hombres les daban a elegir: a Rusia o a la Legión. Rusia significaba ejecución». Asensio, que participó en una de las columnas de la muerte de Franco, acabaría siendo ministro del Ejército y jefe de la Casa Militar de Franco, del que era amigo personal según el biógrafo.
– Asensio Torrado, José. También militar, pero fiel al Gobierno de la República. Su reseña es también obra de José Martín Brocos Fernández. Desaparece el tono glorificador que emplea en el caso anterior y escribe con un tono distanciado. «Del 5 al 8 de septiembre, con gran cantidad de efectivos y fuerte apoyo de la aviación, lanza un durísimo contraataque contra Talavera de la Reina, pero no logra sobrepasar las líneas defensivas de Asensio Cabanillas […]. Sus fuerzas son ampliamente derrotadas no logrando frenar el imparable avance de las fuerzas nacionales». Las fuerzas nacionales no son en ningún momento el «enemigo». Según Brocos, sufrió una campaña de descrédito «montada por los comunistas, en la que pertinazmente la Pasionaria y el embajador Rosenberg pedían su destitución». El colofón no es precisamente a mayor gloria del personaje. «…el propio general Franco lo cataloga como inteligente y siente la milicia, aunque sin el menor ideal fuera de su estómago estando convencido de que su adscripción a la República fue por razones geográficas, únicamente porque el Alzamiento le cogió en zona roja, afirmando que en el transcurso de la guerra le envió cartas ofreciéndose para colaborar con el Estado Mayor».
– Altolaguirre Altolaguirre, Santiago. Este trinitario, beatificado por el Vaticano en 2007, fue uno de los religiosos asesinados en zona roja. María Encarnación González Rodríguez escribe una reseña en la que no ahorra detalles sobre la crueldad de su muerte. «Les llevaron al templo y comenzaron a atormentarles, atándoles fuertemente por las muñecas y por los brazos, hasta dejarles en actitud orante. Entre tanto, les golpean con las culatas de los fusiles. Les introdujeron entre las uñas de las manos astillitas de madera arrancadas del piso de la iglesia, después simularon un disparo, los colgaron del techo… Así, se sucedieron los tormentos, hasta que les dejaron en un estado muy angustioso». El religioso fue asesinado el 26 de julio en Villanueva del Arzobispo (Jaén).
– Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia, se defendió ayer de las críticas diciendo que «es muy difícil conseguir la objetividad absoluta» en los personajes más próximos en el tiempo. Cree que a los jóvenes que no vivieron la época franquista «les dice más el término autoritario que dictatorial, porque quizá no sepan bien lo que es una dictadura».
– Joan Saura, senador de ICV, presentó una moción en la Cámara Alta para pedir la retirada de los 25 primeros tomos del Diccionario Biográfico Español por ser «una recopilación de ideas del pensamiento fascista español».
– Luis Suárez, autor de la polémica entrada sobre Franco, rehusó ayer tildarle de dictador durante una entrevista en TVE. «Nunca dictó nada», vino a decir.
– Santiago Carrillo, del que el biógrafo Luis Arranz dice que aplicó «una política de terror revolucionario» como consejero de Orden Público en Madrid, hizo un breve comentario en La Ventana, de la Cadena Ser: «Hay que identificar a la Real Academia de la Historia con los grupos falangistas que quedan en este país».