Jesús Rocamora, Público, 5.6.2011
«El franquismo nunca se ha ido: se ha transformado, se ha adaptado y está muy presente en toda la sociedad española», declaraba esta semana a Público Carmen Negrín, nieta del que fuera presidente del Gobierno en la Guerra Civil. Lo decía empujada por el asombro de que el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia (RAH) describiera el Gobierno de su abuelo como «prácticamente dictatorial». Una obra titánica que aspiraba a desterrar «las ficciones de las fábulas» con exactitud y rigurosidad, pero que también ofrece una lectura muy particular de Franco (cuyo régimen describe como «autoritario, pero no totalitario») y de la Guerra Civil, un acontecimiento al que viste de un «sentido de verdadera cruzada» y de «guerra de liberación».
Ante las palabras de Carmen Negrín, Público ha consultado a sociólogos, politólogos e historiadores para explorar hasta qué punto en España sigue presente el espíritu del franquismo, que debería haber sido enterrado con la llegada de la Transición y una nueva cultura democrática, tanto en la sociedad como en las instituciones. Sin embargo, «tenemos franquismo histórico para rato en el legendario colectivo», dice Fermín Bouza, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense. Un «franquismo residual» que se traduce incluso en el pensamiento y conducta de gente ilustrada, como sería el caso de los académicos de la RAH, y que para muchos fue un modo de supervivencia: «Es lo que han visto: que de alguna forma, en España se premiaba el franquismo».
El punto de partida de lo que hoy revive no es otro que una Transición mal cerrada. La necesidad de consenso entre derecha e izquierda, «pero también la prudencia, hizo imposible una autocrítica por parte del propio Estado», según apunta Bouza. Consecuencia: una falta de pedagogía y la ausencia de un debate que ambas partes «han evitado con frecuencia, por más que algunos de ellos intenten retomarlo ahora».
También Pere Oriol Costa, catedrático de Comunicación Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que los partidos tienen mucha responsabilidad en una Transición que «fue un pacto de elites políticas del país». Entonces faltó higiene: «Una desfranquización. Al pasar de la dictadura a la democracia a partir de una Transición, no ha habido un análisis serio de la dictadura. Se dejó para más tarde, y cuando se ha querido hacer, con medidas como la Ley de la Memoria Histórica, ha habido problemas. La Transición habría sido el momento para la desfranquización», asegura.
Para Costa, lo ocurrido en el Diccionario de la RAH «es un síntoma claro» de «un franquismo sociológico y residual» que sale a flote en cuanto «analizamos las subvenciones del Estado a determinadas instituciones y también en actitudes de algunas capas sociales en el entorno de la derecha. Hay cierta nostalgia». Es decir, «restos del franquismo incrustados en algunos territorios inmovilistas de la sociedad. Incluso geográficos, como el Valle de los Caídos y en más de una placa y de una estatua que todavía andan por ahí».
Bouza apunta como muestra de este franquismo sociológico a uno de los últimos barómetros del CIS publicados, en los que se preguntaba a los españoles por las instituciones más valoradas. A la cabeza estaban las Fuerzas Armadas y la Monarquía, que Bouza considera «instituciones laterales a la ciudadanía, que tendría que estar encantada con otras cosas, y eso no aparece por ninguna parte. Es un residuo del culto a la autoridad del franquismo, sin duda».
Y llegó la propaganda
Lourenzo Fernández Prieto, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago, está completamente de acuerdo con la afirmación de Carmen Negrín y, a raíz de las biografías publicadas por la RAH en su Diccionario, incluso se atreve a llevarla más allá. Lo que ofrece esta obra no es otra cosa que «la versión que el franquismo adoptó de sí mismo a través del Ministerio de Información (con Fraga Iribarne a su cabeza…) en los años sesenta».
Su público es el mismo que lee a César Vidal, Pio Moa «y otros pseudohistoriadores. Un público que quiere que le reafirmen en lo que ellos mismos les gustaría pensar que es verdad. Y unos autores que lo que hacen es contar la misma versión que está en la Causa General y en los libros de Joaquín Arrarás [como Historia de la Cruzada Española, que aborda la Guerra Civil desde el punto de vista propagandístico de Franco]», concreta.
Y si la Transición fue el primer paso, la caída del bloque soviético en los noventa supuso la consolidación de lo que Jaime Pastor, profesor titular de Ciencia Política de la UNED, denomina «cinismo político»: esa tendencia a «perdonar» al franquismo. «Este sector político y culturalmente nostálgico del franquismo recobra nuevo aliento con la caída del bloque soviético: se acentúa la argumentación de que, de alguna manera, el franquismo estaba justificado por la lucha contra el comunismo». Entradas como las de Franco y Negrín en el Diccionario de la RAH «reflejan un intento de reescribir la historia en una línea más comprensiva, si no legitimadora, de lo que fue el franquismo».
El siglo XXI volvió a reactivar este franquismo sociológico que Pastor considera cíclico en nuestra democracia. Se refiere al contexto internacional de guerra contra el terrorismo posterior al 11-S y la reapertura de algunos temas de la Transición por parte de Zapatero, «que luego ha cerrado mal. En su primera legislatura, se atrevió a plantear algunos de los problemas de la Transición, como relación Iglesia-Estado, la Ley de Memoria Histórica o los derechos gays, pero el problema es que los dejó a mitad, que no contentó a quienes pedíamos realmente que se rompiera con el legado franquista y, por otro lado, reactivó los sectores de extrema derecha, principalmente mediáticos, que luego han conectado con sectores de la sociedad».
Quizá otro gallo cantaría si hubiera pasado lo que en los años ochenta con las leyes del divorcio y del aborto, que, a pesar de contar con la oposición inicial de la Iglesia y los partidos de derecha, terminaron siendo asumidos por todos. Como resultado, hoy existe un sector de la clase media instalado en ese cinismo político que Pastor acota a «la pequeña España. Mientras en Catalunya o el País Vasco son fenómenos marginales, en lugares como Madrid ha calado más un nacionalismo español excluyente azuzado por gente como Jiménez Losantos».
Para Pastor, la universidad no queda libre de culpas en esta búsqueda de las huellas del franquismo. En la Transición no se sentaron las bases de una política antifranquista. «Aquí no hubo ruptura y en la enseñanza y los medios de comunicación no se difundió una cultura y una educación que recordara qué fue la dictadura. Los manuales y la historia que nos enseñaban se acababan en 1931, o en 1936, como máximo. No se hablaba de ella. Este es el precio tan alto que se ha pagado».
También Gema Sánchez Medero, profesora de Ciencia Política de la Universidad Complutense, cree que estamos ante «un problema educativo. Hay facultades donde no se estudia el franquismo. Y en la asignatura Historia de España hay profesores que omiten esa etapa y, si no lo hacen, dan su versión de la historia, con lo que deja de ser objetiva». Para Paloma Aguilar, Profesora de Ciencias Políticas de la UNED, «es lamentable que por falta de un esfuerzo pedagógico suficiente no haya trascendido qué fue la dictadura ni las cosas tan aberrantes que entonces se hicieron».
Algunas soluciones
A Aguilar, le parece «grave que los que participaron en la represión franquista hasta el final hayan pasado con total impunidad de un régimen a otro sin el más leve signo de autocrítica o mala conciencia por lo que hicieron». Y aunque no cree en una «verdad oficial», sí que postula por «comisiones de la verdad como las que se impulsaron en Chile, Argentina y tantos otros países en los que, después de sus dictaduras, se ha hecho el esfuerzo por esclarecer las cifras de muertos y el funcionamiento de la maquinaria represiva», apunta. «Es demasiado costoso para ser acometido por investigadores individuales, lo que explica que aún subsistan tantas lagunas en el conocimiento de muchos asuntos importantes relacionados con la dictadura», insiste.
Jaime Pastor apunta que «lo ideal sería un nuevo proceso constituyente. Un pacto de convivencia que exija que desaparezca todo lo que de alguna manera signifique ensalzamiento de la dictadura o de su simbología en manuales, libros de textos, etc». Para Bouza, «esta situación solo es superable con un cambio en la derecha. Es decir: tener una derecha netamente democrática y antifascista, que no se identifique bajo ningún concepto con el franquismo».
Más agridulce se muestra Fernández Prieto: «Lo peor de la polémica con el Diccionario Biográfico de la RAH es que la sociedad saque la conclusión de que la historia es ideología y que se hace en función del signo del historiador. No es eso. La historia tiene sus normas, sus reglas, sus fuentes y su forma de contrastarlas. Hay que discutirla. Pero lo de este Diccionario no es discutible. Nos ofrece pura ideología, pura propaganda, porque es la imagen que el franquismo tenía de sí mismo. Se está manipulando y revisando el pasado. Y no hay verdad en el pasado”.
Para más información:
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Real/Academia/cuenta/Historia/elpepicul/20110531elpepicul_1/Tes
http://blogs.publico.es/felix-poblacion/314/la-academia-de-la-historia-y-el-himno-de-peman/
http://www.publico.es/culturas/379058/los-historiadores-se-alarman-ante-la-hagiografia-de-franco