Rodrigo Vázquez de Prada, La Voz de la Calle, 5.4.2011
“Un gran historiador, un gran profesor, un gran soldado y un gran patriota”. En estos términos calificó el historiador Angel Viñas al teniente coronel y fundador de la emblemática UMD (Unión Militar Democrática) Gabriel Cardona, fallecido el pasado 5 de enero, al que ayer se rindió homenaje en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en un acto en el que intervino, junto al mencionado Angel Viñas, otro de sus compañeros de las primeras horas en la ejemplar y, vergonzosamente poco reconocida, historia de “los capitanes de la democracia”, el coronel Luis Otero.
Nacido en Es Castell, Menorca, en 1938, Gabriel Cardona fue un militar vocacional, como lo habían sido su padre y los hermanos de éste y su abuelo. Un militar “que procuraba compaginar la disciplina con la humanidad y la razón, que nunca deben caminar separadas”. Pero, sobre todo, fue uno de los doce militares demócratas que el 30 de agosto de 1974 fundaron la Unión Militar Democrática (UMD) en el domicilio barcelonés del capitán Guillermo Reinlein: uno de los tres hermanos Reinlein, los tres miembros de la UMD. En ella, militares de los pies a la cabeza pero, al mismo tiempo, demócratas convencidos, decidieron sumarse a la lucha por las libertades y la democracia, uniéndose resueltamente a los planteamientos de los partidos de la oposición democrática, del movimiento obrero, de los intelectuales y de los estudiantes universitarios.
Gabriel Cardona fue convocado a aquella reunión por su amigo el comandante Julio Busquets, autor de una esplendida tesis “El militar de carrera en España”, cuya segunda edición le había costado un procesamiento por “injurias al Ejército”. Con él había impartido un curso de “Sociología e Historia militar” en la cátedra de Derecho Político de Manuel Jímenez de Parga, ex presidente del Tribunal Constitucional, uno de los primeros soldados demócratas españoles represaliados, en su época de jurídico militar.
Durante dos días Gabriel Cardona y aquellos otros once militares demócratas trabajaron en la organización de la UMD, prepararon sus primeros documentos y elaboraron una lista de manuales universitarios de lectura recomendada para sus compañeros de armas. Años después, Cardona lo recordaba con su peculiar ironía: ”No creo que nunca una sociedad secreta militar haya repartido una lista de libros, pero es que lo que nos proponíamos no era organizarnos para una sublevación, sino todo lo contrario, intentar que nuestros compañeros no se sublevaran, que se libraran de la manipulación franquista y pensaran por su cuenta.
Con ellos formó parte de “los capitanes de la democracia”. Nuestros mejores soldados. Procedentes de familias situadas en el bando de los vencedores, rechazaron la ideología que el franquismo difundió en los manuales de la Academia General Militar de Zaragoza, se esforzaron en adquirir las mejores de las formaciones y la pusieron al servicio de la lucha por la democracia. No les fue fácil en absoluto. Tal como escribiría años después el propio Cardona, hasta ese momento, “el Ejército era la reserva del poder del régimen franquista y se revelaba como un bloque políticamente impenetrable”. Y,según recordaba, “excepto una pequeña minoría, todos los militares eran franquistas de corazón, aunque también en el franquismo había grados. Los partidarios de la democracia éramos muchos menos, quizá rondando el millar, si sumábamos los ciento y pico miembros de la UMD, otro tanto de simpatizantes no comprometidos y el conjunto impreciso de moderados independientes”.
Para él y el resto de la UMD, su misión fue evitar que ese Ejército, bastión puro y duro de la dictadura, frenara el proceso hacia la democracia. Ciertamente, el ejemplo de los militares portugueses encuadrados en el Movimiento de las Fuerzas Armadas, protagonista de la “revolución de los claveles” que derrocó la dictadura de Marcelo Caetano, había sido un aldabonazo profundo en sus conciencias. Pero desecharon la opción intervencionista adoptada por sus compañeros lusos, en favor de que el proceso de reconquista de las libertades estuviera dirigido por los partidos políticos de la oposición, por la sociedad civil.
Gabriel Cardona, que reconocía que “la imagen de los capitanes portugueses me llenaba el alma”, explicaba la posición no intervencionista de la UMD con las siguientes palabras:”Nuestro deber era impedir un nuevo golpe, aunque sin acaparar protagonismo, porque no éramos superhombres políticos. El pueblo era quien tenía que decidir su futuro, no nosotros”. Y añadía: “Nuestra simpatía por la revolución portuguesa no provocó el espejismo de querer aplicarla: sabíamos que un pronunciamiento en España resultaba imposible y que el país había sufrido más de sesenta cuartelazos en un siglo. Por una vez, la política española debía marchar sin apoyarse en las bayonetas. Sabíamos que aquella revolución no era transplantable a España, pero sentíamos envidia al ver que nuestros homólogos portugueses se movían entre su pueblo, cuya libertad defendían, mientras nosotros formábamos una tribu aparte que los civiles ignoraban cuando no despreciaban u odiaban”.
En varias de sus obras, Gabriel Cardona, y tras poner de relieve el cerco que el servicio de inteligencia militar, el SIBE, trenzó en torno a los militares demócratas, denunció cómo se llegó a planear su muerte en alguna reunión de conocidos generales del “búnker”. Según se pudo saber algún tiempo después, “el teniente general Campano expuso un plan con arreglo al cual, cuando la UMD celebrara una de sus reuniones asaltaría el local un comando de guardias civiles vestidos de paisano, asesinaría a los asistentes y dejaría pruebas de las conexiones con ETA, el FRAP y el MFA de los militares portugueses. El plan no fue aceptado y los jurídicos militares asistentes a la reunión apuntaron la posibilidad de iniciar un proceso”.
Y, dirigido por los generales Milans del Bosch y Saenz de Tejada, así se hizo. En julio de 1975, meses antes del fallecimiento del dictador, tenían lugar las detenciones en Madrid de ocho de los miembros de la UMD, dos de ellos fundadores de la organización: el comandante Luis Otero y los capitanes Fernando Reinlein, Restituto Valero- “el niño del Alcazar”- , Abel Ruiz Cillero, Jesús Martín Consuegra, José Fortes, Fermín Ibarra y Manuel Fernández Lago. Concebida como una operación para desarticular y acallar a la UMD, las detenciones de los compañeros de Gabriel Cardona produjeron un “efecto boomerang”, un efecto contrario al perseguido por el Gobierno de Arias Navarro: permitieron que la sociedad española pudiera conocer la existencia de militares demócratas en el seno de unas Fuerzas Armadas que parecían monolíticas, ancladas en los valores reaccionarios y antidemocráticos surgidos del golpe de Estado de 1936. Cardona lo recordaba así:”El descubrimiento de una sociedad secreta de militares antifranquistas estalló como un trueno en los ambientes democráticos, porque demostraba que el Ejército, pilar fundamental del régimen, no era tan monolítico como se suponía”.
Sin embargo, tal como también escribió, “los militares franquistas no perdonaron jamás lo que creían una traición. Su venganza fue implacable y su rencor eterno”. La venganza y el rencor se tradujeron en los procesamientos y fuertes condenas, con la accesoria de “separación del servicio”- léase expulsión del Ejército- dictadas en Consejo de Guerra, del comandante Otero y sus compañeros, así como de otros militares demócratas detenidos en otro momento, como Antonio Herreros. Todo ello entraba en la lógica del franquismo sin Franco.
Lo realmente vergonzoso, y que Cardona denunció en sus obras, fue que la democracia no dispensó un trato distinto a nuestros militares demócratas. Sus miembros condenados en Consejo de Guerra fueron excluidos de la amnistía de 1977 y el teniente general Gutiérrez Mellado amenazó con dimitir de su cargo de vicepresidente del Gobierno si se les concedía. Con la Constitución de 1978 ya en vigor, el capitán José Ignacio Domínguez fue condenado por sus declaraciones en Rueda de Prensa en París, en 1975, a raíz de la detención de sus compañeros. Y otros “úmedos” fueron sometidos a tribunales de honor, represaliados y marginados en el Ejército. Mientras tanto, en un marco de “claudicaciones” de Gutiérrez Mellado en favor de “la autonomía militar” frente al poder civil y la Constitución, que Cardona señaló en varios de sus libros, los franquistas siguieron copando los puestos de mando y ascendiendo plácidamente en su carrera, envalentonados crecientemente al ver cómo la democracia trataba, precisamente, a sus compañeros de armas demócratas.
De esta forma, al no haber tenido lugar la “ruptura democrática”, las peculiaridades de la transición española fue dibujando un perverso cuadro en el seno de las Fuerzas Armadas. De un lado, había expulsado y marginado a sus mejores soldados. Y, de otro, había dejado prácticamente al frente del Ejército a los mismos generales y altos mandos de la etapa franquista. La consecuencia de ambas operaciones fue tan clara y contundente como peligrosa: el Estado democrático quedó realmente indefenso frente a cualquier intentona golpista. Incluida la protagonizada por el teniente coronel Tejero el 23 de febrero de 1981…
Cardona permaneció en el Ejército hasta el 23-F. Y, tal como ha recordado su editor, Ramón Perelló, “lo abandonó porque no estaba de acuerdo con quienes organizaron el 23-F ni con quienes esperaron para unirse al ganador o se opusieron al golpe por obediencia al Rey, no a la Constitución”. Trocó entonces su vocación militar por la de historiador, fue profesor de Historia durante treinta años en la Universidad de Barcelona en la que se había doctorado, se convirtió en uno de los máximos especialistas en la historia militar de la convulsa y oscura época que le tocó vivir y escribió más de una treintena de obras. Entre ellas, “Historia del Ejército” (1981), “El poder militar en España hasta la guerra civil” (1982), “El problema militar en España”, (1990), “Franco y sus generales” (2001), “El gigante descalzo” (2003), “La guerra civil” (2005), “Historia militar de una guerra civil”(2008), “A golpes de sable” (2008) y “El poder militar en el franquismo”(2008).
Poco antes de fallecer, pudo ver un ejemplar de su último libro. Una obra que, según escribió, “no es un libro de historia sino una mezcla de sus parientes en primer grado, el ensayo y la memoria”. Su título, “Las torres del honor”. En ella analiza en profundidad los últimos años del franquismo en el seno de las Fuerzas Armadas y las mentalidades e intentos de aquellos militares surgidos del golpe militar contra la II República por detener la imparable marcha de la sociedad española hacia las libertades: “Nunca hubo en España generales tan franquistas como aquellos sesentones de uniforme que vigilaron la agonía del régimen y los vagidos nacientes de la democracia”. No habla, desde luego, del honor calderoniano. Para él, “el honor es una de las cualidades esenciales que distinguen a la especie humana. Tan visible entre la mediocridad como las antiguas torres edificadas en aldeas de barracas, patrimonio de cuantos creen en la honestidad, la dignidad, la responsabilidad y la palabra”.
Y a partir de esa consideración, en la última página de esta obra póstuma, Gabriel Cardona es rotundo y severo en sus juicios ante una imagen que la televisión ha fijado para siempre en nuestras retinas: “No cumplieron con el honor los militares y los guardias civiles sublevados, los políticos tumbados en el suelo ni tantas otras personas que aquella noche se sumieron en el silencio de los corderos. Sólo tres hombres se atrevieron a despreciar las metralletas en defensa de aquella democracia que parecía a punto de morir: Suárez, el antiguo falangista; Carrillo, el comunista histórico; y Gutiérrez Mellado, el general sin pólvora. Mientras unos amenazaban y otros se escondían, sólo ellos se mantuvieron firmes y erguidos, destacando como torres entre la mediocridad ajena”.