Xavier Diez, El Punt, 17.2.2011
Traducción del autor
¿Alguien podía prever la sensación de estafa histórica a la hora de valorar la democracia española actual? Alguien tenía la capacidad profética de señalar que la anhelada salida del franquismo comportaría una profunda decepción en la que persisten los déficits democráticos, el subdesarrollo social, la conservación de privilegios de la camarilla empresarial hispánica y el más rancio nacionalismo? La respuesta es afirmativa. Solamente hay que recuperar la reflexión de Eduardo Galeano en 1967, cuando el escritor uruguayo residía en Cataluña: «Como el personaje célebre de Lampedusa, el régimen ha comprendido que es preciso que algunas cosas cambien para que todo siga como está. Ha perdido dramatismo pero ha ganado astucia». ¿Dónde se publicaron aquellas palabras que servirían para definir el momento actual?
Hace ahora medio siglo, un grupo de exiliados, liderados por el valenciano José Martínez, fundaron la editorial Ruedo ibérico, con la intención de publicar lo que la censura silenciaba. Desde París, salían los libros que permitían conocer la historia silenciada por el totalitarismo franquista, y que entraban clandestinamente en las librerías peninsulares. Obras como las de Gerald Brenan, Hugh Thomas o Gabriel Jackson, investigaciones como las de Ian Gibson sobre el asesinato de García Lorca o memorias de los vencidos como las de García Oliver ponían al descubierto la farsa de la España oficial.
A partir de 1965, el éxito de la editorial propició la aparición de la revista más destacada de la disidencia antifranquista, Cuadernos de Ruedo ibérico. El hecho que se tratara de una empresa «radicalmente libre», independiente de los diversos sectores del exilio, atrajo a la flor y nata de las jóvenes generaciones de opositores al régimen. Nombres como Manuel Castells, Martínez Alier, Vázquez Montalbán o un inquieto Pasqual Maragall retrataban con rigor la cara más oscura de la dictadura. Tanto es así que el Ministerio de Información y Turismo, capitaneado por Fraga, organizó una verdadera cruzada para silenciar a la revista y perseguir a sus colaboradores. La obsesión del ministro franquista llegó al punto de editar un boletín interno para instruir a sus funcionarios sobre cómo leer sus artículos.
Precisamente el hecho que no hubiera ningún partido ni grupo económico sosteniendo la publicación, no únicamente ocasionó endémicos problemas financieros, sino que ésta fuera considerada por franquistas y oposición como un colectivo incontrolado alrededor del cual levantar un cordón sanitario. En una época en la que el PSOE de Suresnes y unos comunistas dispuestos a renunciar a todo (traicionando a sus principios) a cambio de participar en la construcción de la monarquía parlamentaria vigente, Ruedo ibérico y sus editores, simplemente, estaban de más. Y se le aplicó la dinámica de exclusión, como a todos aquellos grupos e individuos no dispuestos a aceptar una transición lampedusiana, en la cual se mantenía intacto el estado franquista, con su impunidad, su núcleo duro de intereses y beneficiarios, y su estructura política y social determinados por el acto de violencia de la guerra civil.
Cuando hoy asistimos al fácil desmantelamiento del estado del bienestar. Cuando contemplamos cómo los sindicatos oficiales traicionan a los trabajadores. Cuando observamos la facilidad con que la aristocracia financiera saquea las cajas de ahorro de titularidad pública. Cuando constatamos que quien investiga el genocidio franquista es apartado de la carrera judicial. Cuando asistimos a la impunidad con la que actúan los cleptócratas de los antiguos monopolios energéticos y telefónicos. Cuando conocemos la tolerancia hacia la corrupción política, no queda otro remedio que reconocer la virtud de una revista que anticipó, hace ya más de cuatro décadas, lo que acabaría sucediendo si el franquismo no era derrotado, y sus responsables, encarcelados.
Como que franquistas y opositores cooptados leían las denuncias sobre cómo se iba haciendo la Transición, Ruedo ibérico fue apartado de la escena pública, y sus principales artífices, ignorados. El desencanto acabó por precipitar su crisis definitiva, hasta su cierre, en 1982. Ruedo ibérico constituyó una voz disidente que denunció las formas lampedusianas de la Transición. Y profetizó, con detalles, lo que acabaría sucediendo: la construcción de una democracia débil, donde simbólica y significativamente manda el heredero designado por Franco, y, en la práctica, los beneficiarios del viejo régimen mantienen su estatus sin discusión, con la participación indispensable de una oposición que, parafraseando a José Manuel Naredo, no se opuso.
Fuente:http://www.elpunt.cat/noticia/article/7-vista/8-articles/370386-contra-la-transicio.html