Autor; M. Lorenzo, César.
Editor: Editions du Seuil.
Lugar y fecha: París, 1969.
Páginas: 430, de 20,5 X 14 cm.
CONTENIDO
La característica más original de la historia de la España contemporánea quizá resida en el extraordinario desarrollo del anarcosindicalismo, desde los principios de su difusión, en 1868, hasta finales de la guerra civil en 1939. Es un largo proceso de setenta años, en los que el sindicalismo libertario estuvo a punto de perecer varias veces, renaciendo de nuevo a la lucha revolucionaria.
Dentro de las dificultades del problema, la ideología anarquista podría resumirse -siguiendo al autor- en algunos puntos fundamentales: el rechazo del Estado en consonancia con las ideas de Bakunin, la crítica del marxismo, el apoliticismo revolucionario y la visión utópica de un mundo nuevo.
Mejor que largas divagaciones teóricas, los siguientes párrafos, en boca de dirigentes de la CNT, salidos directamente de la Primera Internacional, nos adentran en la filosofía literaria [sic]:
«¡Campesino, toma la tierra; toma la fábrica, obrero! No esperes nada de un «libertador», tirano en potencia, ni de un partido dirigente, estercolero para seudosabios, demagogos y jóvenes ambiciosos... Los trabajadores anarcosindicalistas se templan en las huelgas generales, se liberan por la acción directa violenta (sabotaje, guerrilla, insurrección) o no violenta; por la propaganda por el hecho, que puede ser también destructiva (atentados, expropiaciones)...»
Estas son las ideas generales contenidas en la introducción de la obra de César M. Lorenzo que analizamos. Tras ellas, su capitulado puede agruparse como sigue:
Trayectoria del anarcosindicalismo hasta 1936.
El anarquismo comienza en España en 1868 con Giuseppe Fanelli, quien llega para propagar las ideas de la Internacional y, más especialmente, las de Bakunin. En 1870 se desarrolla ya un Congreso anarquista en Barcelona, con noventa delegados representando a unos cuarenta mil trabajadores. Cuando, en 1873, se proclama la República, el anarcosindicalismo español prosigue su irresistible ascensión inicial. Sin embargo, en la insurrección cantonalista de aquel año, los anarquistas, que habían secundado a los republicanos intransigentes, dieron muestras de pasividad e imprevisión.
Desde 1874 a 1881 se extiende un período de hierro para el anarquismo, reducido a la más estricta clandestinidad. Pero en este último año, la vuelta de Sagasta al Poder lo salva in extremis, al concederse los derechos de asociación y reunión.
Cuando el Congreso de Barcelona de 1881, la Federación de Trabajadores de la Región Española -denominación que se adopta al considerar una sola Nación universal dividida en regiones- cuenta con 50.000 afiliados, de los cuales 30.000 son andaluces y 13.000 catalanes. Desde aquel año, una epidemia de terrorismo se extiende en la ciudad Condal. En 1901 y 1902 se desencadenan huelgas generales revolucionarias: cuarenta muertos en encuentros con el Ejército se producen en Barcelona en febrero del último año. Sin embargo, la rama española de la Internacional agoniza.
Tras la «Semana Trágica» de Cataluña de 1909, los anarquistas se incorporan a los Sindicatos. Así nace la CNT, rodeada de todo su armamento: la huelga general, el boicot, el sabotaje, el apolitismo virulento. Desde 1911, la CNT lucha en la clandestinidad y disminuyen sus efectivos que pasan a engrosar los del socialismo.
La Revolución rusa impulsa la agitación obrera que aprovechan los libertarios. A fines de 1918, los afiliados a la CNT en la región catalana ascienden a 345.000. El Congreso de Madrid de 1919 representa ya a 756.101 sindicados. En 1920 son más de un millón. Pero en 1924, con la toma de poder de Primo de Rivera cambia el panorama y la CNT decide disolverse para prepararse mejor en la clandestinidad.
El 24 de julio de 1927 nace en Valencia una nueva fuerza: la FAI. Los «faístas», intransigentes, emprenden la conquista de la CNT. Y su base de partida está en Cataluña. Por otro lado, en la evolución hacia la derecha, Ángel Pestaña funda, en 1933, el Partido Sindicalista. La CNT no quiere saber nada de él.
En 1932 y 1933 se producen insurrecciones anarquistas. Más tarde, en las elecciones de noviembre del último año, los anarcosindicalistas son los responsables, con su abstencionismo, del hundimiento de la izquierda; luego vuelven a la idea de la insurrección. En 1934 se produce el pacto entre la CNT y la UGT de Asturias. Aunque el 5 de octubre estalla allí la revolución, la CNT, con sus efectivos diezmados, no toma parte en ella.
En las elecciones de febrero de 1936, los libertarios cambian de táctica y aconsejan votar. Hay preocupación. Prieto alerta sobre un posible alzamiento militar: Marruecos parece ser el foco mayor y epicentro de la conjura... En el Congreso de Zaragoza -mayo de 1936- triunfa de forma total la FAI.
La CNT en el Gobierno de la Generalidad, Consejo de Aragón y Gobierno vasco. La dispersión de poder en el Sur y Centro.
La entrada de la CNT en la Generalidad fue, en general, bien acogida. Sin embargo, los militantes anarcosindicalistas se sentían decepcionados. El Consejo de Aragón, donde la CNT tenía la completa hegemonía, funcionó desde noviembre de 1936 hasta agosto de 1937, en que fue suprimido por un decreto del gobierno Negrín.
Por el contrario, el gobierno de Aguirre en el país vasco, claramente dominado por el PNV, ignoró a la CNT. La aversión de los «nacionalistas» a la extrema izquierda revolucionaria sólo fue vencida cuando la gran ofensiva nacional contra Bilbao.
En Levante, la FAI manifestó ruidosamente su oposición a la participación en el Gobierno. En Cartagena, la CNT dominaba sin rival, pero en Murcia, sus actuaciones estuvieron muy limitadas.
En cuanto a Andalucía, Sevilla y Málaga contaban con importantes núcleos comunistas, los socialistas eran poderosos en Sevilla, pero los anarquistas seguían abundando en el campo. El Comité de Salud Pública de Málaga -al que negó el pan y la sal Largo Caballero- era de mayoría libertaria.
La supremacía inicial de la CNT en Madrid no iba a durar mucho tiempo. El Partido Comunista iba centralizando el poder justificando su actuación con el caos inicial.
La CNT en el Gobierno republicano.
La participación de la CNT en el Gobierno republicano no fue producto de una radical abjuración ideológica de los anarcosindicalistas, sino el último peldaño de una lenta escalada: la consagración de una creciente colaboración que había nacido en el comité del más pequeño pueblo y se desarrolló hasta los Gobiernos de la Generalidad o de los Consejos de Asturias o de Aragón.
¿Por qué entró la CNT en el Gobierno republicano? Era lógico; los libertarios no podían luchar solos, no estaban psicológica ni materialmente preparados para imponerse en la zona republicana ni, todavía menos, para ganar la guerra.
Al no tomar la CNT la defensa del POUM -cuando su liquidación- gana un puesto más en el Gobierno. Pero cuando cae Largo Caballero, la CNT se opone a participar en el Gobierno Negrín.
El Movimiento libertario después de mayo de 1937. El exilio.
Las luchas armadas desencadenadas en mayo de 1937 -todavía no bien estudiadas- representan el momento culminante de los odios entre libertarios y comunistas. El 29 de junio de 1937 los anarquistas se retiran del Gobierno de la Generalidad. En agosto, es disuelto el Consejo de Aragón, otra etapa en la eliminación del anarcosindicalismo.
En marzo de 1938 se produce un pacto CNT-UGT. En mayo, CNT y FAI dan su conformidad a los «Trece puntos». El anarquismo entra en este Gobierno luchando por su supervivencia, condenado a muerte por el comunismo.
En marzo de 1939, la CNT realiza el enfrentamiento definitivo, se apodera del Poder, pero todo estaba ya perdido militarmente.
Todo el período posterior a 1939 es poco brillante para los libertarios: las escisiones, la puesta en marcha del Partido Obrero del Trabajo (POT), las transacciones, la Unión Nacional Española (UNE) y su participación anarquista, el desdoblamiento del Movimiento Libertario Español (MLE), la crisis del Gobierno Giral... Pero tampoco las demás formaciones de la izquierda hicieron mejor las cosas.
JUICIO
La obra es evidentemente interesante como aportación al intento de valorar correctamente el fenómeno anarquista en España. Lógicamente discutible en determinados aspectos, merece la consideración específica de algunos temas.
Comencemos por la relación entre la doctrina libertaria y la idiosincrasia del pueblo español. Si hojeamos la «Historia de España» de Madariaga, leeremos que nada es más típicamente español que la fragilidad de los organismos colectivos y que los dos polos del español son el individuo y el universo, sin estados intermedios. La vida es la absorción del universo por el individuo y no al revés; la individualidad es la medida de la propia vida. El español no se siente ciudadano de un estado -siquiera igualitario- ni miembro de una sociedad nacional ni súbdito de un imperio: se siente hombre. Aquí pueden estar las raíces del anarquismo individualista, más que las del sindicalismo. Gerald Brenan, en «El laberinto español», dice que el movimiento anarquista es la cosa más hispánica al sur de los Pirineos. Aunque este tema merezca un estudio más aquilatado en el que hay que considerar la evolución de la mentalidad española, no puede dejar de reconocerse la facilidad con que los españoles se han sentido abocados a la tragedia utópica del anarquismo. Utopía que nace ya en las primeras propagandas libertarias, que subrayan el carácter represivo y antipopular de todo Estado, esté en manos de unos o de otros. También la Revolución social debía poner fin a las superestructuras eclesiásticas, militares v estatales en general. Aquí queda pendiente el tema del porqué del «extraordinario desarrollo del anarcosindicalismo como característica original de la historia de la España contemporánea».
Un segundo tema, crucial en la consideración de la historia del anarquismo español, es su relación con el movimiento comunista. Se narra en la obra como, con ocasión de la Revolución bolchevique, el Congreso Nacional libertario de Madrid opta por la adhesión provisional a la Internacional, en espera de una información detallada sobre los acontecimientos de Rusia. Pero, en junio de 1922, la CNT rompe con la Sindical Roja Internacional y con la Kommintern [sic], adhiriéndose a la débil Internacional Libertaria de Berlín. Esta nueva AIT representaba a dos millones de trabajadores, de los que los españoles aportaban prácticamente la mitad de los efectivos. Es decir, había en España tantos anarquistas como en el resto del mundo.
Para valorar el choque entre el comunismo y el anarcosindicalismo necesitamos referencias exteriores a la concepción anarquista del autor. Podríamos citar, como iniciación al tema, estos párrafos significativos de Trotski en sus «Escritos sobre España»:
«La Confederación Nacional del Trabajo agrupa indiscutiblemente a su alrededor a los elementos más combativos del proletariado... Pero, al mismo tiempo, no debemos hacernos ninguna ilusión respecto a la suerte del anarcosindicalismo como doctrina y como método revolucionario. El anarcosindicalismo, con su carencia de programa revolucionario v su incomprensión del papel del partido, desarma al proletariado» (1931).
En Lección de España. Ultima advertencia: «Los anarquistas hicieron gala de su incomprensión fatal de las leyes de la revolución y de sus tareas cuando intentaron limitarse a los sindicatos. Si los anarquistas hubieran sido revolucionarios habrían hecho, ante todo, un llamamiento en favor de la creación de soviets... Después que García Oliver y Cía. hubieran ayudado a Stalin y a sus acólitos a arrebatarle el poder a los obreros, los anarquistas fueron expulsados del Gobierno del Frente Popular» (1939).
La historia del anarquismo puede concebirse como la lucha entre el apoliticismo revolucionario y el posibilismo. Los acontecimientos van impulsando además a sectores libertarios a polos extremos. La FAI se convierte en un «Estado dentro de un Estado». El Partido Sindicalista de Pestaña es la evolución hacia la derecha...
En 1936, los aguerridos hombres de la CNT van a ser grandes protagonistas del drama. A su cargo hay que anotar la explosión de terrorismo incontrolado contra todo lo que se consideraba «faccioso». Aquí se volcaron bien, dejando una negra ejecutoria en las páginas de nuestra historia. Pero esto no era hacer la «Revolución». Sin plan de acción ni doctrina clara, sin visión de lo que convenía hacer en un período revolucionario. Luego, de la noche a la mañana se desembarazaron del «concepto confederal de comunismo libertario» para, saltando de un extremo a otro, entrar en el Gobierno apenas transcurridos seis meses de su comicio nacional en Zaragoza.
«La revolución del 19 de julio de 1936 fue fundamentalmente una revolución libertaria, la revolución más radical de todos los tiempos.» Pero sin dirección, sin objetivos, la «Revolución» anarquista era imposible, por falta de preparación de los libertarios. Estaban instruidos para los motines, los combates callejeros o la huelga general, pero otra cosa es la guerra en campo abierto con todo lo que supone de organización, disciplina v conocimientos técnicos. Además, ¿quiénes les iban a ayudar desde fuera? «Estaban solos, trágicamente solos.»
La parte más discutible y forzada del libro es su último capítulo titulado «Prospectivas». Evidentemente, el punto de arranque de las previsiones futuras debiera ser la situación actual del movimiento anarquista en España. ¿Cuál es ésta? La FAI, representada por la anciana Federica Montseny, se mantiene en total ineficacia e inactividad. La CNT, cuyo secretario general es Germinal Isgleas Jaume, realiza también una actividad muy limitada: propaganda e intento de reactivación de núcleos cenetistas, prácticamente desaparecidos y localizados principalmente en el Levante español (Valencia y Alicante). Algunos grupos en el exterior intentaron hace poco llevar a cabo una campaña de acciones violentas contra organismos españoles en el extranjero. Como consecuencia, sólo se registró la explosión de un artefacto en Grenoble, en junio de 1973, que causó la muerte precisamente a cuatro estudiantes anarquistas españoles.
Con esta ínfima base de partida parece difícil aceptar lo que dice el autor, que el anarquismo tenga grandes posibilidades de convertirse en el único ideal nuevo para la juventud, a consecuencia del desgaste progresivo del comunismo.
César Lorenzo, nieto de Anselmo Lorenzo, de la plana mayor del movimiento anarquista ya en 1889, nacido en el mismo y crítico año de 1939 en el exilio de su padre en Francia, juzga los hechos con excesivo apasionamiento y falta de objetividad. Para él, la fuerza real del comunismo es muy débil: «Sólo ha conseguido hacerse con aliados momentáneos entre algunos cristianos de izquierda.»
Aquí queda este breve análisis, que llama sin duda hacia un estudio más detenido de un fenómeno muy interesante, mezcla de utopía y de crimen, con tremendos altibajos en su evolución, movimiento acéfalo, sin élites directivas, pero con la paradoja de contar con figuras de indiscutible relieve popular, de los que puede ser prototipo un Durruti.
In Boletín de Orientación Bibliográfica nº 89-90, enero-febrero 1974, pp. 47-51.
Nota de Marianne Brull: Es de preguntarse porqué, en 1974, se critica un libro publicado en 1969 en francés, cuando Ruedo ibérico publicó este mismo libro, revisado por el autor, en 1972.
También es de notar que cita el crítico libros notoriamente prohibidos en España, como El laberinto español de Brenan y los Escritos sobre España de Trotski, ambos publicados por Ruedo ibérico...