Más que una historia de las actividades desarrolladas sectores antifascistas españoles en el exilio, el presente libro se limita a esbozar un análisis del comportamiento político de éstos, frente a los problemas fundamentales que tuvieron planteados desde que llegaron al exilio: restablecer en España las libertades conculcadas por el régimen de Franco y, al tiempo, asegurar su propia continuidad orgánica de cara al futuro.
Tampoco pretendemos hacer la historia exhaustiva de ese comportamiento. Nuestra aspiración se limita a ofrecer un acopio de datos y de hechos que puedan contribuir, algún día, a escribir la historia del antifascismo español esparcido por el mundo, por estimar que esa tarea no es posible acometerla por el momento. El ciclo de los acontecimientos en los que los sectores antifranquistas españoles se hallan inmersos, no se ha cerrado todavía y, por consiguiente, su comportamiento no puede ser historiado globalmente. Ni siquiera pueden historiarse a fondo aquellos aspectos de actuación cuyo ciclo puede considerarse cerrado, pues el tiempo en que tuvieron lugar está muy próximo a nosotros y sus actores -todavía en vida- muestran muchas reticencias a desprenderse de documentos indispensables para hacer un estudio exhaustivo, desentrañar lo que por el momento permanece oculto entre múltiples recovecos y establecer la verdad histórica.
En virtud de esas consideraciones nos hemos limitado a recoger los hechos más salientes que se han producido, y a exponer la actitud que sobre ellos han adoptado los sectores políticos y sindicales más importantes del conglomerado antifascista en el destierro. De ahí que no hagamos casi mención a sectores políticos como el POUM, los partidos republicanos catalanes y los nacionalistas vascos, los cuales han desarrollado sus actividades en el exilio, como los demás, y cuya acción ha influido -poco o mucho- en el comportamiento del conjunto y en los resultados obtenidos. Conste, pues, que no se trata de un olvido, y mucho menos de desconsideración hacia esos sectores por parte nuestra.
Nuestro análisis queda también limitado en el tiempo al periodo que media entre 1944 a 1950, pues éste fue, a nuestro juicio, el único en el que se presentaron ocasiones favorables de dar cima al objetivo que, con tanto empeño como ceguera, perseguía -y aún persigue- el conjunto de los sectores exilados del antifascismo hispano. Desentrañar de qué modo y por qué causas no pudieron, o no supieron ser aprovechadas esas ocasiones favorables, es el objeto esencial que persigue este libro.
En el verano de 1941, Franco se declaraba virtualmente beligerante en la contienda mundial en favor del Eje, al enviar la División Azul a combatir contra los aliados en el frente del este. Al mismo tiempo, los republicanos españoles exilados, aun sin declararlo, eran realmente beligerantes en el lado opuesto, al combatir en casi todos los frentes de lucha al lado de los Ejércitos aliados, y, muy especialmente, en la Resistencia francesa.
En estas condiciones parecía de una lógica aplastante que a la caída de Mussolini e Hitler, tras el triunfo de los aliados, debía seguir la de Franco. No ocurrió así, pese a que en la Carta del Atlántico del 14 de agosto de 1941, en su artículo 3°, se había afirmado el derecho de cada pueblo a elegir la forma de gobierno que deseara, y a que en la declaración de Yalta, del 12 de febrero de 1945, se había prometido ayuda a los pueblos de los antiguos estados satélites del Eje para resolver sus problemas por medios democráticos.
Entre las causas que determinaron el no aprovechamiento de esas circunstancias favorables, encontramos dos de orden interno, esto es, imputables a los propios antifascistas españoles, y una de carácter externo. Las primeras consisten en que los republicanos españoles carecían en ese momento de los órganos institucionales representativos -por abandono de quienes en España ostentaban esas representaciones- capaces de ofrecer una alternativa democrática como sustitución a Franco. A tal punto se hallaban abandonadas las instituciones republicanas, que al celebrarse la Conferencia de San Francisco (25 de abril al 26 de junio de 1945) tuvo que acudir a ella -ante la invitación de Roosevelt- una delegación de la Junta Española de Liberación de México, pero a simple título de observadores y sin voto. Y si consiguió que se condenase al régimen de Franco, fue a través de la delegación de México. Por otra parte, los sectores antifascistas españoles, en lugar de hallarse unidos en un bloque compacto, se encontraban divididos en dos bloques rivales. Y ello, a causa de que los comunistas españoles, con su política de Unión Nacional, con apertura a la derecha -cuando esa fórmula no había sido recomendada por el exterior, por lo menos explícitamente- habían destrozado el bloque de izquierdas. Entre las causas exteriores puede citarse la actitud de Churchill que, pese a los compromisos internacionales adquiridos, absolvía al régimen franquista en mayo de 1944, declarando que no olvidaría el inmenso servicio que la España de Franco había prestado al Reino Unido y a las Naciones Unidas con su actitud de neutralidad en el momento en que se produjo el desembarco aliado en África del norte. Agregaba Churchill que España estaba llamada a ser un importante factor de paz en el Mediterráneo después de la guerra, y que los problemas de política interior del país debían ser resueltos por los propios españoles. Era una salida propia de Poncio Pilatos, con la que se iniciaba una política de neutralidad que favorecía al régimen de Franco.
Esa política de neutralidad, en el sentido de dejar a los españoles la responsabilidad de resolver su propio problema político, es la que debía prevalecer más tarde, tanto en la ONU como entre las potencias democráticas más interesadas en la solución del problema español. En efecto, la nota tripartita de marzo de 1946 y la resolución de la Asamblea general de la ONU de diciembre del mismo año, se limitaban a solicitar de los españoles que constituyeran un gobierno de coalición nacional encargado de convocar elecciones una vez restablecidas las libertades públicas, si bien en esta última se recomendaba a los Estados miembros la aplicación de sanciones diplomáticas contra el régimen franquista, sanciones que no llegaron a aplicarse en muchos casos.
Los sectores antifascistas españoles no consiguieron ponerse de acuerdo para desarrollar una política en concordancia con lo que la ONU solicitaba de ellos. Algunos de esos sectores lo intentaron, encontrándose con la oposición decidida de los otros. En tales condiciones no había posibilidad de formar un gobierno de coalición nacional. Lo que las Naciones Unidas pedían a los españoles a fines de 1946 se inscribía, más o menos, en la línea política de unión nacional que el PCE había propiciado desde 1942 hasta bien entrado el año 1944. Pero ahora el PCE se opuso furiosamente a esa política y contribuyó poderosamente, con su actitud, al fracaso definitivo de ese proyecto, o de cualquier otro de análoga naturaleza.
Y como en 1947 empieza a dibujarse la división del mundo en dos bloques (el oriental y el occidental); que entre ellos se establece la guerra fría, la cual va agudizándose al correr del tiempo; que por parte de los sectores antifascistas no se logra dar cauce a una fórmula que satisfaga las recomendaciones de la ONU y que, mientras tanto, aprovechando hábilmente esa situación Franco se ha proclamado el Centinela de Occidente, las Naciones Unidas cambian totalmente de política con respecto a España. Primeramente, van bajando el tono de sus presiones sobre Franco y, en 1950, suspenden las sanciones diplomáticas que le impusieron en 1946, vuelven sus embajadores a Madrid, le conceden créditos financieros y acuerdan admitir a la España franquista en los organismos internacionales. El régimen de Franco se estabiliza, tanto más si tenemos en cuenta que esa situación le permitió, en 1953, firmar el tratado económico-militar con los Estados Unidos y con ello se evaporan las últimas ilusiones del antifascismo y se cierra el ciclo de las ocasiones favorables que se presentaron para restablecer las libertades en España, por acción o por presión de los sectores antifascistas. A partir de ese instante, la acción y la presión de éstos cuenta poco -o casi nada- en lo que afecta a la sustitución del régimen. La sustitución la ha ido preparando el propio sistema, y con toda seguridad se operará de acuerdo con sus previsiones. La acción de los sectores antifascistas ha quedado limitada a actuar con vistas a presionar para precipitar el cambio, y a fin de garantizar el futuro de cada uno de esos sectores. He aquí, expuesto en filigrana, lo que a lo largo de esta obra tratamos de explicar con algún detalle.
Poner de relieve, con el mayor detalle y del modo más documentado posible, la forma en que los sectores antifascistas españoles desterrados utilizaron las posibilidades políticas que se les brindaron tras la derrota del nazifascismo en Europa, para poner término a la dictadura que aún padece España, es el tema principal de este libro. A este propósito conviene no ocultar que ninguno de los sectores antifascistas en el destierro ha logrado desprenderse de un exclusivismo castrador que, al mismo tiempo que valorizaba la capacidad de acción particular, malograba el éxito de cualquier solución colectiva. Todos ellos han dado la impresión de estar más preocupados por la situación posfranquista, que por la acción que debían desplegar en común para derribar la dictadura. Asegurar su propia continuidad, con vistas al mañana, importaba -por lo visto- mucho más que restablecer las libertades en España, sin darse cuenta que, lo primero, quedaba subordinado a lo segundo.
Una de las constantes que más ha predominado en el comportamiento político de los partidos y organizaciones exilados ha consistido en creer -y hacer creer- que si los antifascistas españoles perdieron la guerra civil y que si todavía no han logrado derribar la dictadura franquista, es por culpa de las potencias extranjeras. Por causas ajenas y no por faltas propias. De ese razonamiento podría deducirse que los sectores antifascistas españoles carecen de personalidad, de responsabilidad y de espíritu de iniciativa, por lo que han tenido que limitarse al papel de simples marionetas movidas por hilos tirados por manos ajenas, y en función de decisiones tomadas por gentes ajenas. Es esta una tesis simplista, tan sumamente cómoda que no pueden hacerla suya quienes, como nosotros, se proponen analizar el fondo de los problemas y porque, además, no responde a un criterio ponderado, riguroso y exacto. No puede negarse que el problema español ha evolucionado frecuentemente bajo presión de influencias ajenas a los medios españoles, como tampoco que los sectores antifascistas exilados se hayan movido y actuado algunas veces constreñidos por circunstancias exteriores. Pero no siempre, ni mucho menos, y de su comportamiento han dependido muchas cosas. Por lo que, en última instancia, no pueden considerarse exentos de responsabilidad en el desarrollo y en el desenlace de los acontecimientos en los que han intervenido directamente. Es lo que trataremos de demostrar a través del análisis que vamos a hacer.
José Borras, 1975