Aquí nos encontramos, sin duda, con un libro importante. O mucho me equivoco -o me equivoca y confunde la amistad, la coincidencia de opiniones en cuanto a lo esencial y el interés mismo por el tema- o La crisis del movimiento comunista de Fernando Claudín, cuyo primer tomo lanzamos ahora, con Ruedo ibérico, a la luz pública, será por muchos años una obra de consulta, de referencia, indispensable, y para muchos, ejemplar, en cuanto a su método y a la elaboración del material histórico conseguida. Libro importante, pues, pero no sólo desde el punto de vista de la mera erudición, de la racionalización de una experiencia social y política de medio siglo, sino también desde otro, más práctico y urgente : el de la elaboración de una nueva estrategia de lucha por el socialismo.
Tres razones principales confluyen para darle a este libro la importancia que no tardará en reconocérsele. En primer lugar, el tema mismo. La investigación crítica de la historia del movimiento comunista no es, en efecto, problema de poca monta. En realidad, sin una clara comprensión de las razones o sinrazones históricas que han llevado a la involución, primero, y a la descomposición burocrática, muy poco después, del proyecto revolucionario mundial fundado en octubre de 1917, no es ni siquiera posible plantearse un esquema estratégico de intervención en los procesos reales de la actual crisis social del capitalismo europeo.
Tal vez se nos diga que dicho objeto del ensayo de Claudín no es excepcional. Y no lo es, ciertamente. Sobre la historia de la Internacional Comunista, ya sea en su conjunto, ya en relación con aspectos parciales de la misma, podrían citarse decenas de títulos. Pero lo que es excepcional en el trabajo de Claudín es el método puesto en práctica, y que actúa no sólo a nivel de la estructura formal de la obra, sino que informa asimismo la visión estratégica subyacente, transformando así la investigación del pasado en esclarecimiento crítico de los caminos posibles del porvenir.
Lo excepcional del método de Claudín -y estoy enunciando, sin duda, una paradójica verdad de Perogrullo- es que es marxista. Aquí, a lo largo de varios centenares de apretadas páginas, siguiendo los vericuetos de un análisis complejo, porque la realidad también lo era, lo que recobra frescor, eficacia, brillantez, fuerza de convicción: vigencia, en una palabra, es el método marxista de análisis histórico. Aquí, lo que se ha puesto en marcha, paciente, tercamente, con fuerza demoledora, es el « viejo topo » de Marx, el « viejo topo » de la implacable crítica de la historia misma, cuando se transforma de mera objetividad en conciencia revolucionaria.
Demostración esta de la vigencia del método marxista de análisis histórico que cobra aún mayor fuerza porque el objeto de la investigación -la historia del movimiento comunista- es el producto -todo lo aberrante que se quiera, pero producto, en fin de cuentas- de la acción misma del marxismo, o, para ser más preciso, de la corriente hegemónica -rusa- del marxismo oficial e institucionalizado. Ahora bien, que el marxismo comience a aplicar, como en este ensayo de Claudín, a los resultados imprevistos de su propia acción, las armas de la crítica -en espera de la tal vez inevitable crítica de las armas, de la violencia revolucionaria de las masas- constituye un hecho eminentemente positivo.
Pero, a estas alturas, más de un lector se habrá propuesto ya intervenir airadamente en este prólogo, poniendo el grito en el cielo. ¿ Cómo es posible afirmar que lo excepcional del ensayo de Claudín sea su método marxista ? ¿ No ha habido otros trabajos críticos sobre la historia del movimiento comunista, inspirados en las fuentes del pensamiento marxista ? Sin ir más lejos, ¿ no tenemos ya en la obra de Trotski, desde 1924-1926, un conjunto coherente, macizo, de análisis críticos de la realidad rusa, del estalinismo, de los errores de la Internacional Comunista ? Sin duda, lo tenemos. No es casual que en este primer tomo del ensayo de Claudín haya tantas referencias al pensamiento crítico-teórico de Trotski. Y es que no es posible plantearse la reconstrucción teórica, el análisis interno, del itinerario de la Internacional Comunista y del Estado ruso, en el periodo estaliniano, sin recurrir a los aportes y elaboraciones de Trotski. Pero no es menos cierto que dicho recurso, si pretende ser fecundo, si se propone rebasar la fase arqueológica (reconstrucción teórica de la verdad del pasado) para desembocar en una visión estratégica (organización de los instrumentos teórico-prácticos de transformación de la realidad actual), tiene que poner de manifiesto las limitaciones intrínsecas de la obra de Trotski.
Entre esas limitaciones, y para el caso que nos ocupa concretamente, conviene destacar una fundamental. Se deriva esa limitación de lo que no hay más remedio que llamar idealismo subjetivo y voluntarista de Trotski (de sus epígonos, mejor no hablar, por respeto a la obra de Lev Davidovitch; y no es tampoco casual que el pensamiento político de Trotski no tenga herederos ; no es casual que lo único válido que se haya producido, inspirándose en los trabajos del gran revolucionario ruso, sea la obra histórico-biográfica de Isaac Deutscher, en algunos aspectos magistral, pero que no rebasa, ni puede proponérselo, los marcos de la arqueología).
De hecho, todos los análisis críticos de Trotski, a menudo certeros, a veces proféticos, en relación con los errores de la Internacional Comunista estaliniana en China, en Alemania, en España, en la Francia del frente popular, acaban esterilizándose, convirtiéndose en planteamientos que flotan en los limbos de la abstracción y del irrealismo, porque Trotski nunca somete a la crítica los fundamentos mismos de la estrategia denunciada por él. Taxativamente, en más de una ocasión, Trotski afirma que la crisis de la Internacional Comunista, del partido ruso, es una crisis de dirección : bastaría con desalojar de los puestos que han usurpado a los " malos pastores ", a Stalin y su grupo, para que esa misma Internacional, ese mismo partido ruso, volvieran por sus fueros internacionalistas y revolucionarios, para que volviesen a desplegarse las triunfantes banderas de la revolución mundial. Subjetivismo típico, sin duda, que pone entre paréntesis, fuera del alcance de los militantes, la reflexión más necesaria y urgente, ya en aquellos tiempos : la reflexión sobre las verdaderas raíces de clase del reformismo burocrático estalinista, sobre el reflujo de la revolución en Europa, sobre los cambios profundos producidos en el seno mismo del capitalismo mundial, etc. En suma, el marxismo no le sirve a Trotski para indagar el contenido concreto de la nueva realidad, sino para buscar en ésta los elementos que confirmen una visión apriorística. Con lo cual se confirma que no sólo la Iglesia es ortodoxa, sino que también pueden ser ortodoxas las sectas y las capillas.
El marxismo de Fernando Claudín rompe resueltamente con toda ortodoxia y al hacer así no es flaco servicio el que nos presta. Es un marxismo laico ¡enhorabuena! No se proyecta sobre la realidad histórica del movimiento comunista para encontrar en ella la confirmación de intuiciones, rencores o anatemas personales. Se proyecta sobre la realidad para que ésta se proyecte ante nosotros, en su objetividad significativa, en su despliegue dialéctico. De ahí la estructura formal del libro que el lector tiene en sus manos. Estructura original, porque viene impuesta por ese desplegarse de la realidad histórica misma. Así, comentando por el análisis de un hecho concreto -la significación real de la disolución de la Komintern, en 1943- y una vez establecida rigurosamente dicha significación, el primer núcleo racional de conclusiones provisionales se proyecta hacia el pasado de la Internacional Comunista, con fines de verificación teórica.
De esa inmersión en el pasado, el núcleo original de tesis histórico-políticas sale. confirmado, precisado, refinado, con lo cual podemos abordar la segunda fase del análisis, dotados de instrumentos críticos suficientes para comprender la época del apogeo del estalinismo y de la política del Estado ruso después de la segunda guerra mundial.
Estructura original -he estado a punto de decir : novelesca- que rompe con los marcos estrechos del orden cronológico, para restablecer un orden dialéctico, a dos niveles complementarios y contradictorios: el nivel de la reconstrucción lógica indispensable y el nivel diacrónico-sincrónico de la historia misma. Pero, ¿ no es precisamente ése el rasgo esencial de la metodología de Marx, en sus grandes obras teóricas ?
Tres razones principales, habíase dicho, concurren para dar a La crisis del movimiento comunista de Fernando Claudín toda la importancia que se merece. A las dos primeras acabamos de aludir, someramente: la gravedad del tema mismo y el acierto metodológico de su tratamiento, de su estructuración. No pienso sorprender a nadie afirmando que la tercera razón se deriva de la personalidad misma del autor. Dirigente de la Juventud Comunista en Madrid, estudiante de Arquitectura, Fernando Claudín abandona hacia 1933 toda vocación individual, todo proyecto personal, para convertirse en un funcionario de la revolución. Su vida, hasta su expulsión del Partido Comunista de España, en febrero de 1965, se confunde desde entonces con la vida del movimiento comunista, con la historia de la revolución española. Los años de la república, la guerra civil, la derrota y la emigración, la clandestinidad: episodios vividos muy pronto desde los más altos cargos de dirección política. Del Madrid de la junta de Casado a la América del exilio -La Habana y Nueva York, México y Buenos Aires-, de la Tolosa de Francia y de la liberación al Moscú de los años siniestros del apogeo del estalinismo, Fernando Claudín habrá estado en todos los lugares, en todos los puestos de trabajo, cualesquiera que fuesen los riesgos y las dificultades, a los cuales le haya destinado el Partido (así, con mayúscula, naturalmente: el Partido, cuyas decisiones nunca se discuten, porque " encarna la marcha de la Historia ", porque "fuera del Partido no hay salvación", porque " más vale equivocarse dentro del Partido que tener razón fuera de él "). Todo lector atento del libro de Claudín podrá ver, en filigrana soterrada del análisis histórico a que se procede, la sistemática, doloroso y alegre destrucción de esa vivencia religiosa -alienante ¿cómo no decirlo ?- de los valores comunistas que ha constituido la trama de treinta años de nuestra vida.
Los azares de esa vida me han permitido seguir, a veces muy de cerca: día por día, casi hora por hora; a veces con mayor distanciación temporal o geográfica, la evolución sicológica, moral y política de Fernando Claudín, desde los momentos del XX Congreso del PCUS, en 1956. Momentos en los que comenzó a ponerse en marcha -mediante la subversión progresiva, pero radical, de todos los valores y principios petrificados, dogmatizados por el estalinismo- el " viejo topo " marxista del espíritu crítico, de la investigación histórica.
Quede para otra ocasión más propicia la reconstitución pormenorizada de esa evolución política, que no fue sólo personal de Fernando Claudín, que constituyó un fenómeno de relativa envergadura -sobre todo entre los cuadros más jóvenes, intelectuales y obreros, de las organizaciones del partido comunista en el país mismo- y cuyos frutos o resultados están todavía por recoger, puesto que aún no ha cristalizado una corriente orgánica de la izquierda marxista española. Baste por ahora destacar el momento final de dicha evolución.
A finales de 1963 comienza en el Comité Ejecutivo del Partido Comunista de España una discusión (de alguna forma hay que calificar el estéril y repetitivo afrontarse de un doble monólogo, de un doble discurso, que las estructuras mismas del " centralismo democrático " producidas por treinta años de práctica estalinista condenaban irremediablemente a la alternativa, igualmente inoperante, aunque por razones diversas, de la sumisión mecánica de la minoría a la mayoría o del fraccionismo). Discusión que se prolonga hasta la primavera de 1964 y que se termina con la expulsión, primero de dicho Comité Ejecutivo y muy poco después del partido mismo, de Fernando Claudín y Federico Sánchez. Los temas esenciales de esa discusión habían ido madurando a lo largo de los años, desde 1956 ; podían haber hecho crisis un poco antes o un poco después.
Sin embargo, no son casuales las fechas que determinan y enmarcan el comienzo y la conclusión de este proceso. 1956 no es sólo el año del XX Congreso, del " informe secreto " de Jruschev ; es el año también en que estallan en el bloque de países sometidos a la hegemonía rusa todas las tendencias centrífugas : las unas de carácter nacionalista, esencialmente negativas, pero inevitables, puesto que son -y éste es uno de los problemas históricos luminosamente desentrañados por el análisis de Claudín- el precio a pagar por tantos años de bárbaro sometimiento de los intereses revolucionarios nacionales a la exclusiva razón de Estado rusa. (Supongo que a estas alturas el lector ya se habrá percatado de la negativa del autor de este prefacio a seguir calificando de " soviéticas " las razones de Estado del nacionalismo ruso de gran potencia.) Pero las otras tendencias centrífugas son de carácter social; eminentemente positivas, puesto que, a lo largo de los años, de Polonia a Hungría y de Hungría a Checoslovaquia, y pese a su derrota sucesiva a manos de la intervención militar del Estado ruso, lo que plantean dichas tendencias -a menudo confusamente, ya que las fuerzas políticosociales que las protagonizan emergen de decenios de opacidad histórica, de destrucción burocrática de toda iniciativa de las masas, de despolitización y desmoralización colectivas, que sólo dejan abiertos los cauces de la " solución " individual de las contradicciones sociales : carrerismo, cinismo tecnocrático, religiosidad, etc.- lo que plantean, decíamos, es la necesidad de nuevos instrumentos de la democracia socialista. La necesidad de la revolución, en suma.
Por otra parte, 1956 fue también en España un año crucial. Un año de grandes luchas de masas, obreras y estudiantiles, en el curso de las cuales comienza a perfilarse una nueva correlación de las fuerzas de clase, parcialmente despojada de los oropeles de la guerra civil. Un año en el curso del cual comienza a hacer crisis el sistema de dirección heredado de la época de autarquía -y la entrada de los primeros ministros tecnócratas del Opus Dei en el gobierno es el reflejo político de una exigencia objetiva-, en que se modifican los objetivos mismos de la economía capitalista española, que necesita pasar de la fase de la acumulación extensiva a la del aumento de la productividad del trabajo, de la competitividad en el mercado mundial. Con otras palabras : el objetivo de la economía capitalista española no podía ser ya la obtención de plusvalía absoluta sino la producción de plusvalía relativa. Signo evidente de que el capitalismo español abordaba la etapa de su " modernidad ".
Ahora bien, en 1963-1964, cuando la crisis que ha ido lentamente madurando en la dirección del Partido Comunista de España alcanza su punto de ruptura, ninguno de los problemas objetivamente planteados al movimiento comunista, por una parte, y a la estrategia de la lucha en España, por otra, ninguno de dichos problemas ha sido resuelto. Más bien al contrario: la brecha abierta entre una visión ideológica, subjetivista, triunfalista, de la realidad y la realidad misma no ha cesado de profundizarse. Es un periodo de involución, a todos los niveles. En la URSS, la "desestalinización" no ha rebasado los límites de un ajuste de cuentas entre grupos dirigentes de la burocracia política central; de una redistribución de papeles dentro de un sistema que permanece intacto, en cuanto a lo esencial. Lo único que han progresado en el llamado campo socialista son las fuerzas centrífugas. Lo único que se ha profundizado es la crisis del movimiento comunista neoestaliniano o subestaliniano, su bancarrota teórica, política y moral.
Simultáneamente, en España, la amplitud misma de las luchas obreras del año 1962 ha venido a demostrar el fracaso definitivo de la estrategia de la " huelga nacional pacífica "; ha venido a plantear con urgencia la necesidad de una elaboración radicalmente nueva de los problemas de la revolución en España: su carácter, sus objetivos inmediatos y lejanos, sus alianzas de clase. A esa elaboración, que se hizo imposible en el seno mismo del Partido Comunista de España, al cerrarse mediante medidas burocráticas de expulsión la discusión esbozada, Fernando Claudín aportó en aquellos años dos trabajos fundamentales : Las divergencias en el Partido, folleto sin pie de imprenta ni fecha, que circuló a partir del verano de 1965, y el ensayo publicado en Horizonte español 1966 (suplemento de Cuadernos de Ruedo ibérico, tomo 2) con el título Dos concepciones de la vía española al socialismo.
Desde entonces, no habíamos tenido la oportunidad de leer ningún trabajo de Claudín. Pero es que, superando la tentación de las polémicas parciales, evitando las trampas y los cepos de la amargura, del " ya veis que yo tenía razón ", sorteando los escollos de la justificación personal, Fernando Claudín había acometido una empresa de largo alcance y de alto vuelo: el análisis crítico del pasado del movimiento comunista en que nos hemos formado y deformado ; que nos ha hecho vivir y en el cual nos hemos desvivido ; que ha sido nuestro instrumento de acción sobre la realidad y la raíz de nuestra alienación de esa realidad. Análisis lúcido, a veces despiadado, pero nunca desmovilizador. En fin de cuentas, no se trata de mesarse el cabello ni de rasgarse las vestiduras ; se trata de plantear las bases de una nueva lucha por el socialismo.
O sea, como se decía para empezar : aquí nos encontramos con un libro importante.
Jorge Semprún