Ha pasado ya una generación desde que el conquistador impuso en España su paz de cementerios. Los niños que presenciaron el desfile de la victoria de moros, legionarios extranjeros, voluntarios italianos, la Legión Condor y los triunfantes falangistas, han alcanzado la madurez bajo la sombra del generalísimo. Han visto cómo se reparaban las cicatrices materiales de la guerra al elevarse ciudades sobre los escombros y al enderezarse de nuevo los olivos recuperando sus hojas y fructificando después de haber sido arrasados por balas y granadas.
El vencedor no sólo impuso sus leyes punitivas en España, sino que dictó además su historia, su culto a los héroes y, en imitación a Felipe II, levantó su monumento en el Valle de los Caídos.
Pero lo mismo que la guerra que devastó a España nunca fue asunto exclusivo de los españoles sino parte intrínseca de la gran tragedia del siglo XX, igualmente la historia de ese conflicto atrajo la atención de los historiadores de muchos países del mundo, que realizaron su tarea sin control de las oligarquías que imaginaron haber forjado las cadenas eternas para el pueblo de España.
Voluntarios de todo el mundo respondieron al llamamiento de Madrid en 1936 y, al derramar su sangre en defensa de la capital española, conquistaron el honor de considerar a España como su patria. Con dolor infinito asistieron a la traición de las grandes potencias a la república española. Cuando las férreas tempestades de la guerra arrasaron todos los continentes del globo, millares de aquellos que habían combatido para rechazar la avalancha fascista en España, volvieron a marchar por los mismos interminables y sangrientos caminos que al fin condujeron, flameantes las banderas victoriosas, a Roma, Berlín y Tokio.
En aquellos años de muerte y sufrimientos, nunca se olvidó a España y, cuando al fin los cañones quedaron silenciosos, los aviones en tierra y los grandes buques de guerra volvieron a sus puertos, se confiaba encarecidamente en que el régimen impuesto por los dictadores del Eje en España sería barrido por la ira de aquellos que habían sufrido en su carne tan atroces heridas de los fascistas de toda índole. Esto no ocurrió. Aquel vergonzoso espíritu acomodaticio ante el mal que había plagado al Comité de No Intervención de Londres, que condujo a la capitulación de Munich, aquella actitud de Poncio Pilatos, triunfó de nuevo en los gobiernos de las potencias occidentales y así se otorgó un lugar al sol al mismo gobierno que había enviado a la División Azul para combatir junto a la Wehrmacht de Hitler.
De esta forma los sueños de los españoles y las esperanzas de la república fueron sacrificadas por los maquinadores de la guerra fría y una nueva generación de españoles creció con la memoria truncada sobre sus propios combates épicos, especialmente los de Madrid.
Antonio Machado escribió: "En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre".
Aquellos acontecimientos de Madrid estremecieron al mundo entero y El espíritu de resistencia de Madrid sostuvo a más de una ciudad cuando le llegó el momento de la verdad en el infierno del fuego y la metralla fascista.
Se acerca ahora el día en que la nueva generación de españoles reclamará su herencia a los usurpadores, tanto extranjeros como nacionales. A ellos pertenece la historia de los 32 meses de angustia de Madrid. Con este pensamiento el autor, que una vez fue soldado de la XV Brigada Internacional, dedica estas páginas de la versión española.
Hijos de España: el mundo estaba en deuda con vuestros padres. Ojalá prosperéis en paz y libertad. ¡Viva la república!
Roberto G. Colodny Universidad de Pittsburgh, 1967