Este libro ha sido escrito con un doble propósito. Intenta, en primer lugar, dar una idea de los cambios políticos ocurridos dentro del campo del gobierno republicano español. De estos cambios, que han tenido lugar tanto entre las masas como entre las capas dirigentes, se ha dicho relativamente poco en la ya voluminosa literatura concerniente a la guerra civil española y los diarios no han añadido mucho más. La atención se ha concentrado casi exclusivamente en las operaciones militares. Sin embargo, la guerra civil española no es una guerra en el sentido corriente de la palabra. Ambos ejércitos son, numéricamente hablando, débiles en extremo; su material técnico es limitado y su mando carece de verdadera experiencia militar. La victoria dependerá en gran medida de los cambios políticos que tengan lugar tras las líneas de combate y también de la situación internacional. Esta no será discutida en este libro. Su tema principal es la historia de la izquierda española, de sus diversos matices, sus características específicas, sus antagonismos, logros y fracasos.
Aunque la presente situación internacional esté fuera de su alcance, esto no significa que este estudio contemple los asuntos españoles desde puntos de vista puramente peninsulares. Su segundo objetivo consiste en describir las características específicas del conflicto español, en contraste con conflictos ocurridos en otros países. Todos los partidos españoles, aun aquellos que, como los anarquistas, apenas puede considerarse que tengan equivalentes extranjeros, se reclaman como especímenes españoles de movimientos internacionales. En la mayoría de los casos esta pretensión es, en mi opinión, enteramente injusta y en aquellos (como comunismo y trotsquismo) en que se encuentra justificada significa que el movimiento ha fracasado en su empeño de echar amplias raíces en el suelo español. Comencé mi estudio a partir de la equivocación, muy corriente, de ver en la revolución española un incidente más en la lucha entre izquierdas y derechas, socialismo y fascismo, en el sentido europeo de la palabra; mis observaciones directas me han convencido de que esto no es así y desde entonces he intentado descubrir bajo las apariencias externas, las cuales la presentan como una lucha política cuya forma es común a toda Europa, las verdaderas fuerzas motoras que, en realidad, se diferencian enormemente de los moldes convencionales europeos, a pesar de ser éstos los utilizados generalmente para describirlas.
Creo que ninguno de los partidos envueltos en la lucha, ya sea éste de izquierda o de derecha, quedará complacido con mi descripción, puesto que los critica a todos, no en el sentido de juzgar sus razones (¿quién sería capaz de brindar la medida absoluta y objetiva con que formar tales juicios?) sino porque todos ellos sufren, en mi opinión, de un profundo antagonismo entre sus fines, tal como éstos son proclamados oficialmente, y la verdadera tendencia de su evolución; además porque ninguno tiene, creo, posibilidades de triunfar. Naturalmente que desde el punto de vista militar habrá al final un vencedor y un vencido. Pero me temo que si lo vemos desde un punto de vista político, todos serán derrotados y ninguno volverá victorioso del campo de batalla. Y a nadie le gusta oírse decir que fallará probablemente en el alcance de sus objetivos. Existe, sin embargo, un actor más importante que las facciones en lucha y es el pueblo español mismo, a quien no se puede identificar con ninguno de los grupos que actualmente lo desgarran en pedazos. Es posible que sea este actor principal de la contienda quien salga de ella inconmovible. Sólo el pueblo español, a diferencia de sus facciones, partidos, periódicos y en último lugar, pero de extrema importancia, sus aliados y enemigos internacionales, es incapaz hoy de expresarse.
Pero el sociólogo, el estudioso de cuestiones políticas y el historiador, no deben preocuparse mucho de si disgustan o no a los partidos. Existe un hecho muy simple y es que un partido que ha logrado echar raíces en la vida política de su país, no puede ser nunca enteramente inservible; refleja, invariablemente, alguna necesidad o fin real de alguna capa de la sociedad y esto le da su valor. Pero precisamente por ser un partido, sólo puede tener parte de la razón, sólo puede reflejar ciertos aspectos de la vida social y política, con exclusión de otros. "La verdad, dijo Hegel, se encuentra en la realidad sólo como un todo." Los partidos reflejan, por definición, sólo aspectos de la realidad. Se ha puesto á la mode, en estas últimas décadas, el que los partidos políticos hagan suya alguna teoría acerca de la esencia de la vida y las leyes de desarrollo de la humanidad y demuestren después que sólo ellos representan esta esencia y cumplen plenamente esta ley; los fascistas y los socialistas de todos los matices han desarrollado este hábito. Pero el sociólogo debe descartar estas pretensiones a limine. Si no es capaz, al menos en parte, de ir más allá de las limitaciones que le imponen los puntos de vista de los partidos y hacer un esfuerzo por ver el todo en su plena complejidad, allí donde los partidos no pueden ver más que una parte, lo mejor que puede hacer es abandonar su trabajo y aceptar otro como organizador profesional o periodista de partido. Estas son ocupaciones necesarias, aunque diferentes de la búsqueda científica. El científico social se encuentra en una posición que le permite tener las mismas pretensiones que un administrador: si todos los partidos se resienten ante su parcialidad, es posible que esto sea por haber sido justo hacia todos ellos. He hecho lo posible, a lo largo de las páginas que siguen, por lograr esto; a pesar de ser consciente de lo difícil que es librarse de pasiones políticas cuando se emprende un estudio científico, de las cuales sería imposible librarse en la vida diaria.
El material principal de este libro surge gracias a dos viajes a la España republicana. Intenté visitar también el campo franquista, pero no lo logré. Es una nueva costumbre, que crece junto con el desarrollo gradual de los estados "totalitarios", el prohibir la entrada no sólo a los adversarios declarados, sino también a todos aquellos observadores de cuya absoluta fidelidad no se está seguro de antemano. Esta actitud provocó el fin prematuro de mis trabajos dentro del campo gubernamental; abortó el esfuerzo de estudiar, desde dentro, el campo franquista.
París, 9 de abril de 1937.