Autor: Caro Romero, Joaquín.
Editor: "Ruedo Ibérico".
Lugar y fecha: París, 1973. Páginas: 192.
CONTENIDO
El autor, Caro Romero, anuncia haber dejado en este libro entreabierta una ventana a la perspectiva de una liberación erótica. Empieza su introducción aludiendo al hecho de que la política y la Iglesia en España impidieron el influjo de Eros en las artes de la palabra. La riqueza de la poesía amorosa en su historia es evidente, pero sin matizarla como tal, se ha presentado como amorosa lo que era poesía erótica. De todos modos, reconoce que la poesía erótica es menos cultivada y, comparada con la poesía erótica latinoamericana, tampoco sale favorecida. Mediante una cita del poeta crítico catalán Joaquín Marco cifra el alto grado de represión del erotismo peninsular en dos causas fundamentales: en primer lugar, la educación católica del escritor que confunde erotismo y pecado hasta la primera mitad de nuestro siglo -con la salvedad de los llamados novelistas "eróticos" de las décadas veinte y treinta- y, en segundo lugar, la represión social de cualquier asomo de erotismo a través de las instituciones creadas al efecto. Rastrear el erotismo en la literatura peninsular es fácil, precisamente por su escasez, y aunque éste existe -La Celestina, Amadis, Tirant lo Blanc- será cortado después por el moralismo.
El resultado de sus indagaciones lo muestra a continuación en la antología, que sigue a la introducción, en donde analiza en qué fundamenta las incorporaciones y las ausencias. Los autores seleccionados son Jorge Guillen, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Max Aub, Miguel Hernández, José Luis Cano, Ricardo Molina, Carlos Bousoño, Carlos Edmundo de Ory, Pablo García Baena, Alfonso Canales, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Carlos Barral, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, Joaquín Marco, Joaquín Caro Romero, Emilio Miró, Juan Luis Panero y José Miguel Ullán.
Veinticuatro poetas agrupados en total; entre ellos no figura ninguna mujer. La poesía femenina, según sus palabras, no se ha atrevido a medirse con el tema en cuestión. Por lo que va siendo hora de que despierte alguna Delmira Agustini o Alfonsina Storni que denuncien lo que huele a podrido y provoquen la desintegración de la antigua moral. Antes de enjuiciar la inclusión de los poetas elegidos reconoce algunas aproximaciones en Juan Ramón Jiménez, Ramón J. Sender y Salvador Dalí -en su poema surrealista "El gran masturbador"-, Dámaso Alonso y Blas de Otero. Pero en todo caso, estos dos últimos no se parecen en nada a Allen Ginsberg o Leonore Kandel. El "ethos" judeo cristiano domina en la Península Ibérica. Asimismo rastros de conflictos carnales y vehemencias pueden localizarse en Jesús Pacheco, Julio Mariscal, Alfonso Costafreda, Manuel Segalá, Luis López Alvarez, Vicente Núñez, Francisco Carraquer, Manuel Montero, Carlos Sahagún, José María Alvarez, Justo Padrón, Fernando Quiñones, José Agustín Goytisolo, Antonio Carvajal, Enrique Badosa, Manuel de Codos, Claudio Rodríguez...
Para el antólogo, Pedro Salinas no encaja en su planteamiento por ser un gran poeta amoroso y no erótico. Prescinde de Emilio Prados y de Gerardo Diego. Y comienza el libro con el primer seleccionado, Jorge Guillen, al que siguen los demás por riguroso orden cronológico. Guillen, inmerso en el instinto de su "ansiedad biológica", no cae nunca en lo "turbio o vergonzoso". El choque de los cuerpos es para el poeta algo tan natural como la lluvia o el rayo de luz. Vicente Aleixandre es el poeta del sexo y hace de la voluptuosidad uno de sus temas, hasta el punto que junto a Lorca y Cernuda aparece como uno de los tres grandes ríos de la poesía erótica de la generación del 27. La importancia del sexo es clara en García Lorca, donde no se elimina lo intrincado o maléfico, y de él se selecciona una muestra tan rotunda como el romance "Thamar y Amnon". La voz de Cernuda lleva implícito un deseo un tanto vago, pero que luego se traduce en una adoración constante por los cuerpos. De Rafael Alberti selecciona el "Diálogo entre Venus y Priapo". Max Aub comparece con tres poemas traducidos. Miguel Hernández es poeta también más amoroso que erótico. La palabra "corporal" tiene en su poesía un fondo muy espiritualizado. José Luis Cano tiene un acento romántico corporizado. Ricardo Molina posee una sensualidad arabigoandaluza. Bousoño se asoma al mundo de Eros en un giro reciente de su poesía. Carlos Edmundo de Ory ha mantenido siempre su irradiación erótica. Sensualidad asiática aparece en Pablo García Baena y tintes eróticos hay en Alfonso Canales, Ángel González, que está adscrito a la poesía social, y Caballero Bonald, buceador en una línea de lenguaje, no descartan sus incursiones en lo erótico. Tanto ellos como Carlos Barral cobran en esta selección un nuevo sentido. José Ángel Valente acierta a dar una verbalización susceptible que acompaña a la sexualidad en su evolución literaria. Jaime Gil de Biedma es el más alto exponente de la poesía erótica de la posguerra, sobre todo en su libro "A favor de Venus". "Jaime Gil de Biedma -según Vázquez Montalbán- toma partido por el amor, en el sentido francés de la palabra y en todos los restantes sentidos." En el jardín elegiaco de Francisco Brines se respira un sentimiento erótico de raíces muy matizadas. Lo erótico tiene en Joaquín Marco intención social; brío orgiástico cuentan los versos de Emilio Miró; voyerismo adolescente se rastrea en Juan Luis Panero y un impulso revolucionario se proyecta en el tratamiento erótico de José Miguel Ullán. El autor del libro, autoseleccionado a su vez, confiesa que "la impregnación heterosexual de su poesía queda bastante definida". Es el comienzo de la liberalización de la poesía española.
JUICIO
Joaquín Caro Romero es un poeta andaluz que obtuvo el premio Adonais en 1965. Nació en Sevilla en 1940 y trabaja en la redacción del diario "ABC". Entre sus obras poéticas figuran "El transeúnte", "Espinas en los ojos", "Tiempo sin nosotros", "Vivir sobre lo vivido". En sus procedimientos líricos no aparece con ningún desgarro y es un poeta de recursos formales que, extrañamente, había aparecido en alguna antología poética realizada en Francia -concretamente de tipo universitario- y en las de José Luis Cano realizadas en España. "Vivir sobre lo vivido" está publicada en "Insula" y es una antología de la obra de Joaquín Caro Romero.
El valor de la antología presente es meramente indicativo, puesto que se imponía rastrear con profundidad en la veta de la poesía erótica española de todos los tiempos. Caro Romero lo hace de una manera simbólica y sin ninguna exhaustividad. La propia introducción del libro es excesivamente elemental y simplista. Pero vale como punto de partida. Las generalizaciones sumarias que hace en torno al tema no son plenamente acertadas, pues desde "La lozana andaluza" a las coplas de cordel, sin olvidar las coplas medievales, la poesía satírica de Quevedo, y algunos romances populares, el pueblo español y sus poetas han expresado siempre su erotismo más o menos reprimido. Puesto que la poesía se habla, hay que convenir que la última poesía española, aún dentro de la represión padecida, se ha abierto hacia una expresividad más concreta de los motivos amorosos, de su realización sexual, de un lenguaje más desnudo. Sin embargo, Caro Romero ha realizado un estudio muy apresurado, aun dentro de la dimensión acotada de su libro. Todo ello se observa al leer los poemas seleccionados. Aleixandre, Lorca o Cernuda están muy tímidamente representados. ¿Qué es "La destrucción o el amor" o "Espadas como labios" sino una muestra del erotismo aleixandrino? En cuanto a Lorca, faltan los romances de "La casada infiel" o "Martirio de Santa Olalla", entre otras piezas importantes. Anotemos el hecho como un síntoma. No acierta tampoco a vislumbrar el cálido erotismo de buena parte de la poesía femenina de nuestro tiempo, que aun sin llegar a la dislocada neurastenia de una Storni o Agustini, tiene una evidente trayectoria. Sin ir muy lejos en una rápida pesquisa encontramos el sano erotismo de Angela Figuera Aymerich, Acacia Uceta, Sagrario Torres... Tampoco en su lista de poetas están todos los que son. Hubiera sido importante referirse al tema desde la propia raíz popular tanto y más que estrictamente culta. No hay rastro del satanismo erótico de un Juan Eduardo Cirlot, por ejemplo, cuyo erotismo complejo tenía y tiene mucho que aportar a una cuestión tan incitante, pero a la vez tan ligeramente tratada.
No es, por tanto, un buen libro, aunque su condición de pionero en el tema le conceda cierta importancia.
De todas formas, la constante erótica, a veces no tan subterránea como parece es importante y está enraizada en España, sean cuales sean los límites expresivos y, por tanto, sus manifestaciones concretas. En fin, el libro vale como una muestra, y rompe con cierta agresividad uno de los tabúes más vigilados en la sociedad española de todos los tiempos. Tabúes que no por vigilados y "non sanctos" han dejado de comparecer en la poesía.
In Boletín de Orientación Bibliográfica nº 107-108, julio-agosto 1975, pp. 53-55