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Introducción

De la amistad con Hitler y Mussolini en 1939 a la designación del sucesor en 1969


El viaje más largo que tuvo que realizar Hitler para ganarse la voluntad de uno de los raros países no beligerantes en la segunda guerra mundial, fue el que le llevó, en octubre de 1940, hasta Hendaya para entrevistarse con el general Franco. Para medir el gesto de Hitler hay que recordar que pocos meses más tarde sus divisiones ocupaban toda Europa, desde Moscú y las costas de Crimea hasta los fiordos noruegos y las landas francesas.

Según han revelado los documentos secretos de la Wilhelmstrasse, los informes diplomáticos de la cancillería berlinesa, la ayuda militar en armamentos del III Reich fue decisiva para que Franco ganase la batalla del Ebro y con ello la guerra civil de 1936. Apenas terminada, el mariscal Goering, el segundo hombre de la Alemania nazi, quiso entrevistarse en la primavera de 1939 con el jefe del Estado español; éste dio fútiles motivos y consiguió eludir aquella pretensión, que buscaba comprometerle en la nueva contienda mundial, próxima a estallar pocos meses después, el 1 de septiembre.

Franco permaneció neutral y lo continuó siendo cuando las divisiones hitlerianas llegaron a los Pirineos ; y apenas cambió su posición, excepto el gesto simbólico de enviar una división a Rusia, incluso en el momento que todos creyeron que Hitler iba a ocupar de modo inmediato Moscú y Leningrado.

No obstante los éxitos militares nazis, con una Francia derrumbada y una Inglaterra sola y amenazada, la resistencia británica puso en duda la victoria del Eje. Para consolidar sus momentáneos triunfos Hitler intento, con la ocupación de Gibraltar, dominar el Mediterráneo. De ahí que pretendiera la colaboración española a fin de no incurrir de nuevo en el error de Napoleón cuando invadió la península ibérica, en lucha también contra Inglaterra y Rusia.

Pero la entrevista de Hendaya no resolvió nada: Franco rehusó entrar en la guerra bajo el pretexto de que el país se encontraba agotado por su reciente contienda civil; además, pidió tales asistencias y compensaciones que sus pretensiones resultaron inaceptables para el dictador nazi.

Hitler regresó furioso a Berlín y Franco continuó tranquilo su programa de esperar, como haría y sigue haciendo treinta años después. Así, con ininterrumpida calma, con una gélida serenidad, contempló el desarrollo dantesco del derrumbamiento de la Alemania hitleriana y de la Italia fascista a pesar de haber contado también con el apoyo decisivo de Mussolini en 1936 ; la victoria total de americanos, ingleses y rusos; la bomba atómica explotando sobre Hiroshima y Nagasaky; la derrota electoral, nuevo triunfo y la muerte de Churchill; la guerra fría mantenida por Stalin hasta su fin, en 1953 ; el decenio de Jruschof; el triunfo de De Gaulle y sus dos exilios del poder; la exaltación y desaparición trágica de los Kennedy...

Franco, sin cambiar apenas su vocabulario político y su modo de gobernar, y sin salir de España -tan sólo visitó Lisboa en 1949-, ha visto a lo largo de sus treinta y cinco años de mando personal, un mundo que respecto a su régimen ha experimentado cambios tan dramáticos como pasar de una condenación en Potsdam, en 1945, por los vencedores de la guerra, a la desaparición del bloqueo diplomático que se le impuso y su posterior ingreso en las Naciones Unidas, en 1955.

Más lejos aún en esta política llegaron los americanos que, desde 1949, comenzaron a proporcionarle ayuda económica a pesar de habérsele excluido del Plan Marshall. El pretexto fue que si se prestaba apoyo a la dictadura de Tito no podría serle rehusado a Franco. Pero, además, en 1953 firmaron acuerdos militares y de asistencia con lo que el jefe de Estado español adquirió un reconocimiento internacional que pareció aproximarle a la normalidad.

Todo este proceso tuvo necesariamente su repercusión en la política interior del país. El partido falangista fue quedando relegado ; reapareció la democracia cristiana colaboracionista y, por último, desde 1957 se acentuó el carácter tecnocrático del gobierno, sesgo que adquirió completamente el 29 de octubre de 1969.

Franco ha llevado a cabo sus cambios a un ritmo tan lento que el país forzosamente ha tenido que quedar desfasado de la marcha del mundo. No hay duda que España, políticamente, es diferente. En efecto, aunque se abandonaron algunas de las viejas apariencias fascistas, quedaron también prohibidos los partidos políticos; cuando en todo el mundo existe una corriente masiva hacia la democracia y el socialismo, España permanece aferrada a estructuras sociales que recuerdan el Antiguo Régimen.

La culminación de esta trayectoria política del régimen ha sido la designación de sucesor a título de rey, a favor del nieto del último monarca español, el 16 de julio de 1969, en los momentos en que el mundo entero estaba pendiente de la llegada de los americanos a la luna. La política española atrae en nuestros días la atención mundial en cuanto se refiere a tres cuestiones: ¿ A qué se debe que Franco haya podido dominar la vida pública del país durante más de treinta años ? ¿ Por qué se elige un rey para perpetuar el régimen después de Franco ? Y, por último, ¿ por qué se ha visto identificado el episcopado español y las asociaciones católicas con el régimen ?

Durante treinta años, desde el primer gobierno de Burgos hasta el totalmente monocolor de 1969, Franco, ante la presión de las circunstancias, ha modificado lentamente la estructura de un Estado totalitario hacia una forma autoritaria, que por lo demás no ha tenido inconveniente en proclamarse como un Estado de Derecho. Para ello, siempre ha tratado de lograr una política de equilibrio entre las fuerzas que aceptaban la legalidad nacida en 1939: falangistas, demócratas cristianos colaboracionistas, tecnócratas, contraponiendo unas a otras.

La división surgida entre los vencedores de la segunda guerra mundial permitió al general español romper el bloqueo diplomático en 1948 y establecer acuerdos militares y de ayuda económica con los Estados Unidos. Por otra parte, la plena solidaridad de los católicos -con la excepción de los vascos- durante la guerra civil le facilitó el apoyo de amplios sectores conservadores, a lo que contribuyó poderosamente el concordato con el Vaticano en 1953. Con tales medios a su alcance, interiores y exteriores, Franco ha podido mantener en el exilio o fuera de la ley a la oposición democrática, reduciéndola a la impotencia.

El intento de perpetuación del régimen franquista en la persona del príncipe Juan Carlos, se explica si se tiene en cuenta que Franco aceptó la Monarquía ya en 1943, de acuerdo con la petición de los generales que le prestaron su apoyo en 1936, aceptación que el jefe del Estado hizo no obstante la resistencia de los falangistas y el indiferentismo de los demócratas cristianos. Pero, además, la designación como sucesor del nieto de Alfonso XIII, contra su padre el conde de Barcelona, se debió a la constante negativa de este último a mantener la estricta continuidad del régimen sin la necesaria apertura hacia la democracia.

Sin embargo, la democratización es incontenible porque a ella tienden incluso los sectores más activos del régimen y, sobre todo, las nuevas generaciones para quienes la guerra civil de 1936 ya no es ningún factor determinante del porvenir. Los esfuerzos hacia el Estado de Derecho, la representatividad sindical, la libertad de prensa, la autonomía regional, la libertad académica, la liberalización económica y los partidos políticos, empujan en este sentido desde dentro del régimen mismo. Por otra parte, la oposición democrática se hace sentir crecientemente en los medios obreros, universitarios, regionales, e incluso religiosos.

El rígido control de la información y la falta de cauces de representación y participación política han hecho que, primeramente, los obispos españoles y las organizaciones católicas aparecieran unidas e identificadas con la política de Franco. Pero a medida que se implanten las libertades democráticas de expresión y asociación quedará clara la separación entre las actividades religiosas y espirituales de las políticas, y el pluralismo social y político, que es y ha sido siempre una realidad constante en España, terminará por manifestarse con claridad.

En el intento de contestar detalladamente a aquellas tres preguntas el libro concentra la atención en el periodo de 1960 a 1965, sobre la base de los informes regulares que el autor sometió al conde de Barcelona y a José María Pemán, presidente de su Consejo privado, organismo que fue disuelto a raíz del nombramiento del sucesor.

En 1960 tuvo lugar la tercera y última entrevista política entre Franco y don Juan. Poco después de la victoria de Kennedy quedaron despejados los temores que el régimen pudo tener respecto de posibles presiones del exterior. En el orden interior asimismo ya nada cabía esperar de las diferentes fuerzas -agotadas- sobre las que Franco había basado su juego : falangistas, demócratas cristianos colaboracionistas y tecnócratas. Tan sólo la llamada " tercera fuerza " había sido en su día un factor estimulante pero quedó inutilizada por la posterior eliminación de sus componentes políticos independientes, para quedar sólo reducida a los que se entregaron en manos del general.

El 3 de marzo de 1964, una larga entrevista de Pemán con Franco confirmó todas estas observaciones. El jefe del Estado manifestó que estaba dispuesto a institucionalizar el sistema tal como le proponía el presidente del Consejo privado, pero no a que hubiese Ley de prensa. Sin embargo, dos años más tarde, en 1966, la primera promulgada fue esta última porque Franco ya daba pruebas claras de decadencia física y no resistió al empuje vital de su ministro de Información, Fraga. Un año antes, al producirse los mayores incidentes universitarios, pudo verse también que el mando personal llegaba a su fin. Desde ese momento comenzó la carrera ascendente del almirante Carrero Blanco, el único que por su proximidad al general podía ocupar el vacío que Franco dejaba en su declive biológico.

El análisis minucioso de lo sucedido en el periodo comprendido entre 1960 y 1965 permite desentrañar el juego político del régimen, que en 1961 cumplió veinticinco años, buena ocasión ésta para hacer un balance de su capacidad de resistencia. En 1964, la propaganda oficial mediante slogans y consignas insistió en lo realizado durante los " veinticinco años de paz ". Pero en 1965 la amplitud de la protesta universitaria confirmó el debilitamiento del mando personal de Franco.

La primera parte, en que se exponen los factores en liza y los antecedentes, y la cuarta, en que se detalla la historia de los cinco años recientes con una libertad de prensa, aunque reducida al mínimo, completan el panorama de lo que bien pudiera llamarse proceso político del régimen o proceso político de Franco.

De este modo, en un libro puede casi agotarse la respuesta a las tres preguntas planteadas y que atraen la atención mundial: ¿ Cómo ha podido mantenerse tantos años la dictadura de Franco ? ¿ Por qué ese retorno a la Monarquía en las presentes circunstancias ? Y, ¿ cuál es la intervención en la política española de los obispos y las asociaciones católicas ?

En el otoño de 1966, la mínima libertad de prensa existente entonces en España puso de manifiesto el vacío político en que se movía el general. La estructura del régimen, basada en el partido único, sólo era defendida por las plumas mercenarias. No obstante, una de las últimas decisiones políticas conocidas del general fue la prohibición de los partidos políticos y el mantenimiento del monopolio por parte de Falange y Movimiento nacional. La inanidad de tal imposición se vio cuando tan sólo unos cambios en el gobierno, el 29 de octubre de 1969, acabaron con esta organización utilizada por el general como comparsa política.

Pero todavía hizo más el jefe del Estado en su intento de prolongar su régimen más allá de sí mismo : designó sucesor. Ahora bien, es evidente que en un futuro muy próximo la estricta aplicación de la Ley de prensa, que, según su propio texto, debe garantizar la libertad de información, obligará a Juan Carlos a dar explicación del comportamiento seguido con su padre, o, lo que es lo mismo, a justificar sus relaciones con el poder personal que le nombró. Explicación que será imposible sin un acuerdo explícito con quien tiene los derechos históricos a la corona de España.

El sucesor de Franco puede prescindir de su padre a cambio de convertirse en dictador o en rey absoluto. Uno y otro caso tan sólo serían posibles si en el país se diesen las circunstancias similares a las que hicieron factible la supervivencia durante cinco siglos del Imperio romano o la del régimen otomano durante ochocientos años. Pero en España no existen esclavos ni eunucos. El régimen franquista, en el caso de seguir la trayectoria marcada por el " golpe de Estado " del 16 de julio de 1969, habría olvidado este hecho fundamental.

Lo inmediato de los últimos acontecimientos e incluso de todo el periodo de la España franquista hacen muy difícil el logro de la necesaria objetividad que debe proponerse el historiador. Por otra parte, el autor ha sido, más que testigo, actor de muchos de los acontecimientos que se relatan. De aquí la inevitable crítica que podrá hacerse a buena parte de sus apreciaciones.

No obstante existe también el deber de suplir la casi total carencia de información que impide conocer debidamente unos años que, quiérase o no, condicionan de modo directo la transición del régimen franquista hacia situaciones políticas homogéneas con las de la Comunidad europea. Y dadas las circunstancias que dificultan el libre fluir de las noticias y de los comentarios en España, es lícito pensar que, a pesar de todos sus defectos, deben publicarse trabajos como el que se confía al lector.

Resultan también inevitables y discutibles los juicios sobre actuaciones políticas. Su consideración negativa no quiere revestir un tono moralizador. Por ello quisiera que siempre quedase a salvo el respeto que toda persona merece, pero que en la vida pública queda sujeta a la crítica objetiva de sus actos. En este caso, el criterio es bien claro : toda actuación política debe medirse por el respeto a las libertades públicas y privadas y al sentido de la justicia. A este mismo criterio se somete también el autor como actor e historiador de los acontecimientos relatados.

El método seguido en la composición del libro, que reúne trabajos escritos como reflejo, como reacción o para promover acontecimientos, ha hecho inevitable alguna reiteración. Sobre todo en la tercera parte, el apartado central dedicado a una posible aplicación de la Ley de sucesión, de cuya lectura puede prescindir el lector apresurado. Se ha dejado, sin embargo, por su valor de testimonio histórico de la posición reformista en 1963, refrenada por la hostilidad falangista y la incomprensión de los tecnócratas.

Rafael Calvo Serer