Este es un libro escrito por un militante de Comisiones obreras, no por un teórico. Encontrarás deficiencias, oscuridades, contradicciones. Son los límites en los que se mueve hoy la lucha obrera de nuestro país. Intento solo reflejar la visión que tengo de ella, a través de mi experiencia de seis años de militancia.
No es una visión triunfalista, aunque mantiene viva la confianza en la victoria final del proletariado. Es una visión que puede parecer pesimista, negativa, reflejo de mis "fracasos" personales y políticos. No, no es la visión de un resentido, ni la de un amargado. Es la visión de alguien que lucha.
Esa es mi única amargura.
Este libro participa a la vez de la novela, de la historia, del ensayo y del manifiesto político, sin llegar a ser nada de eso, porque no soy ni novelista, ni historiador, ni ensayista, ni político.
Lo que tiene de novela histórica corresponde al género "testimonio", que sin ajustarse exactamente a la realidad vivida -por razones obvias- intenta reflejar los problemas que se han ido presentando en Comisiones obreras, tal como los ha ido viviendo un militante que participó en ellas desde el principio.
El partidismo, el sectarismo, el maniobrerismo, el dirigismo, no me los he inventado yo. Ni siquiera los conocía antes de 1965. Los he ido descubriendo poco a poco.
La burocracia tampoco ha nacido ayer ; la padece como un cáncer el movimiento obrero, casi desde sus inicios. Me he limitado a comprobar sus efectos y me he negado a ocultar su existencia, como suelen hacer compasivamente los parientes de los cancerosos.
Los límites y los errores de la oposición los sufro, aunque los denuncie con ira, en vez de llorar sobre ellos. Las lágrimas no derribarán el muro de las lamentaciones.
Lo que este libro pueda tener de ensayo o manifiesto político -por llamarlo pomposamente de alguna manera -, no es más que la exposición de unas conclusiones deshilvanadas e imprecisas, pobre fruto de estos años, más fecundos en activismo que en reflexión. Tendrán en cambio la ventaja de haber estado amasadas con el esfuerzo constante de una vida completamente dedicada a la lucha por la emancipación de la clase. No es suficiente, ya lo sé, para establecer "la relación dialécticamente justa entre el movimiento real y su teoría". Tampoco es eso lo que pretendo. Mi experiencia no es única ni definitiva. Si tiene un mérito es el de existir escrita, librada a todos, para que cada uno la utilice como quiera.
Quien se escandalice por los ataques que se lanzan desde aquí a las venerables instituciones de la oposición, es que ignora el peligro integrador de las siglas y el nefasto poder de las burocracias. Pero esto, a los fariseos del antifranquismo, a los defensores del neoestalinismo, nunca les ha escandalizado.
Quien grite ¡Utopía! cuando se habla de la organización autónoma de los trabajadores, es que ignora la capacidad revolucionaria que encierran las masas. Esos mismos, seguirán sin embargo con simpatía e "interés" las constantes tentativas para reconstituir la docta dirección del "verdadero partido de la clase obrera", que ahora no es democrático porque las condiciones no lo permiten, pero promete serlo cuando tome el poder. Que no se engañen esos tartufos, y sepan que hay que elegir, porque la emancipación de los trabajadores es incompatible con las organizaciones burocráticas. La historia nos ha proporcionado ya suficientes ejemplos.
Quien me califique de "anarquista" o de "obrerista" que se cure en salud. En mi colección, esas etiquetas son de las más antiguas. Los doctrinarios del ultraconservadurismo disfrazados de teóricos del movimiento obrero, los estalinistas en conserva, me han dedicado otros epítetos menos halagadores. No voy a perder el tiempo en justificarme. Las huelgas "salvajes" de estos últimos meses en Barcelona, Navarra, Vitoria, Ferrol... son los argumentos que más prefiero.
Si confío que la nueva generación vivirá un día en un país libre, en un mundo nuevo, es porque he luchado y sigo luchando para que ello sea posible. Eso es lo que me confiere el derecho de denunciar sin buenas maneras ni miramientos excesivos, de criticar y vapulear sin contemplaciones a las almas cándidas -y a las menos cándidas- que se enjuagan cada mañana con gargarismos de libertad, pero que son incapaces de liberarse de los pequeños cenáculos, esotéricos grupos donde se asfixia y asesina diariamente esa libertad, en su nombre.
Si esta lucha me ha golpeado, si se ha llevado girones de mí mismo, si me ha resecado, no ha conseguido todavía llenar de odio el espacio destinado al amor y a la confianza. Este amor y esta confianza de los que aún soy capaz -¿hasta cuándo?- pertenecen a todos aquellos que penan sin luchar todavía, porque han nacido y viven en las tinieblas de la mayor ignorancia y opresión, en las cloacas que les ha reservado esta sociedad.
A ellos, que no lo leerán, dedico este libro.
Julio Sanz Oller
Barcelona, marzo de 1972