Éditions Ruedo ibérico
ERi > Libros > Sáhara > Textos

Presentación


"Viva España", gritó emocionado el último gobernador del Sáhara, general Gómez de Salazar, al finalizar en El Aaiun la última pascua militar que celebra en su última colonia nuestro ejército.

"Viva España", corearon los cien civiles y militares que rodeaban al gobernador, no menos emocionados. Eran los últimos vítores. De las fachadas de un Aaiun sucio, desierto de jóvenes nativos, tomado militarmente por las tropas marroquíes y sumido en una calma tan tensa como engañosa, han sido ya borrados discretamente aquellos "Viva España" que escribieran un día los patriotas colonialistas.

"Viva Hassan", es hoy la monótona y uniforme pintada que adorna los murales callejeros de la capital del Sáhara.

Soldados españoles embarcaron el día 5 de enero, tarde de Reyes, junto al material armado. Gómez de Salazar, con el resto de los efectivos motorizados, salió hacia Villa Cisneros. El 15 de enero no había en el Sáhara más uniformes españoles. Pisando los talones al convoy español, un centenar de vehículos militares marroquíes iba en la misma dirección para "ayudar" a los mauritanos a hacerse con el control de la localidad, una vez "liberada". Al mismo tiempo se consumaba el postrer gesto filantrópico de la Administración española repetido año tras año: un centenar de Saharauis volvieron de su tradicional viaje a La Meca. No habrá más peregrinaciones pagadas desde Madrid.

De esta forma describía el semanario madrileño Sábado Gráfico, a finales de enero de 1976, los últimos instantes de la presencia española en el Sáhara. El gesto de Gómez de Salazar -al que la "provincia" española dio el sobrenombre de "Gigi 1'amoroso"- plegando la bandera y embarcando con ella camino de la península, ha sido descrito con las mismas tintas "grana y oro" en la totalidad de la prensa española. Las frases escritas por M.E. Yagüe resumen de una forma casi perfecta este acto final de la colonización española en el Sáhara. Dejemos, pues, la anécdota y volvamos la mirada hacia atrás. Sólo un poco, sólo a unos meses antes, al 16 de octubre de 1975.

El 16 de octubre de 1975, la Corte Internacional de Justicia emitía, en La Haya, su dictamen consultivo a escasas horas de la publicación, ante la Asamblea general de la ONU, del informe de la misión visitadora enviada al Sáhara en la primavera de este mismo año.

El 16 de octubre de 1975, la prensa, en su totalidad, los comentarios y reportajes radiofónicos y televisivos hacían hincapié en el carácter claro y convergente de ambos documentos. Interpretados con el triunfalismo habitual, se dejaba pasar sin la menor referencia el carácter ambiguo y las restricciones expresadas por los juristas en La Haya.

El 16 de octubre de 1975, el señor Piniés sigue aún enzarzado con el señor Echevarría en la defensa de un régimen que tras cuarenta años de represión continúa confundiendo política interior con orden público y que ha horrorizado a todo el mundo con la ejecución de cinco oponentes.

El 16 de octubre de 1975, Franco, que no se ha repuesto ni de las emociones de la reacción extranjera ante los fusilamientos ni de la apoteósica celebración del 1 de octubre en la Plaza de Oriente, arrastra un mal catarro.

El 16 de octubre de 1975, el señor Cortina corona casi un año de intensa actividad diplomática para explicar la posición de España en el Sáhara. El resultado, cristalizado en la opinión expresada por la CIJ y por la actitud de la Asamblea general y del secretario general de la ONU, puede considerarse como un éxito.

El 16 de octubre de 1975, Argelia acepta la opinión emitida por la Corte y el informe de la misión visitadora, considerando que ambos justifican su actitud ante la descolonización del Sáhara bajo administración española.

Pero el 16 de octubre de 1975 tiene en Rabat y para Hassan II un contenido diametralmente opuesto. La respuesta de la CIJ marca el final de una etapa, no el final de la lucha. Aprovechando las partes de la misma que pueden ser favorables o poco claras, afirma ante su pueblo, sin la menor vacilación, que se ha obtenido una gran victoria. En un discurso ejemplar de demagogia y al mismo tiempo de claridad, que insiste a la vez en la amistad con el pueblo español y en la simpatía hacia sus dirigentes, queda anunciada la "Marcha verde".

Entre estas dos fechas -16 de octubre de 1975 y 5 de enero de 1976- tan próximas en el tiempo y tan alejadas por la magnitud de los acontecimientos que se producen en España, el futuro del Sáhara da un último e inesperado viraje. Lo que debía haber sido independencia se convirtió, por obra y gracia de la presión marroquí y de una serie de complicidades y de intereses de todo tipo, en cesión, casi venta, frustrando el meticuloso entarimado de la descolonización.

Sáhara. Pasión y muerte de un sueño colonial trata precisamente de este amargo despertar de la ideología colonialista. Nuestro relato no acaba en la firma de los acuerdos de Madrid, pero los acontecimientos que siguen al 14 de noviembre de 1975 los vemos como una consecuencia de todo el proceso histórico cuyo engranaje se puso en marcha con el levantamiento de los militares africanistas contra la segunda República española.

Si hemos identificado el colonialismo español en el Sáhara con el régimen de Franco, no es sólo por la importante participación de tropas procedentes del norte de África en la guerra civil ni por la "coincidencia" histórica entre la desaparición de Franco y el abandono de la "51a provincia española"; lo hemos hecho por razones ideológicas y políticas.

La colonización del Sáhara por España empieza, de hecho, en 1958 tras el abandono forzado del Rif y está precedida por una verdadera guerra de conquista, sangrienta pero secreta, que fue ocultada a los españoles. Se inicia, pues, cuando la mayoría de las naciones de África está a punto de obtener su independencia. La ideología nacional-militarista española, vertiente local del fascismo que veinte años antes campeaba por Europa, es el motor de la instalación progresiva en el Saguía el Hamra y Río de Oro. La falta de medios económicos en los primeros años hará del Sáhara una colonia exclusivamente militar, un excelente campo de entrenamiento para los pretorianos de Franco. Este carácter castrense y opresivo no desaparecerá con la llegada, años mas tarde, del activo capital español. En el terreno perfectamente preparado para la explotación de la población nativa, el INI, asociado a intereses privados, comenzará la extracción de los fosfatos.

España, que llevó a cabo antaño un tipo de colonización muy diferente a la realizada por otros países, ha mantenido en el Sáhara una actitud enteramente clásica. Contrariamente a lo que ocurriera en América, el mestizaje hispanosaharaui ha sido nulo y el foso entre las dos comunidades fue siempre real y tangible, con lugares reservados para los blancos, etc. Los Saharauis, considerados legalmente como españoles, eran de hecho ciudadanos de segunda categoría... El final arbitrario y contrario a los deseos de la población y a los que pueden considerarse como intereses de la colectividad nacional se inscribe perfectamente en este contexto.

Por ello no se puede decir que la cesión del Sáhara a Marruecos -la participación mauritana es tan sólo formal- se haya efectuado únicamente para defender unos intereses económicos. Ni los fosfatos, ni la pesca, ni las hipotéticas bases militares cedidas a España en el Sáhara son la razón principal del abandono de los compromisos contraídos. Los razones son a la vez más sencillas y más complejas y hay que buscarlas en la lucha de fuerzas en el interior del régimen español en los momentos críticos de la desaparición de su fundador.

Durante todos los años que se ha mantenido el régimen de Franco, la condición militar ha tenido en España un peso específico enorme. Todos los mecanismos de la vida nacional estaban infiltrados por militares y en los consejos de administración de las más importantes sociedades nacionales la presencia de generales era cosa corriente, por no decir obligada. Dentro de este mundo militar, tan rígida y profundamente instalado en las estructuras decisivas de la nación, la condición de "africanista" ha sido uno de los valores fundamentales. Los fantasmas de la guerra civil y el anticomunismo más primario han constituido desde 1939 la enseñanza prioritaria, por no decir única, de las Academias militares. Los oficiales que contaban en su hoja de servicos con un paso por unidades en África están considerados como el arquetipo de militar de carrera.

La descolonización del Sáhara, la forma como se ha producido, con tan poco respeto de la opinión militar, ha sido un verdadero jarro de agua fría para los miembros de la institución. Para la oficialidad joven, técnicamente más competente que sus superiores e ideológicamente menos anquilosada, el problema del Sáhara, sobre todo en las unidades destacadas en Canarias o en el propio Sáhara, ha impulsado una toma de conciencia profesional y política que puede asimilarse al movimiento de la UMD -Unión de Militares Demócratas, parcialmente desarticulada en agosto de 1975-. Una verdadera ruptura entre las generaciones anteriores y posteriores a la guerra se ha evidenciado entre los militares profesionales. El paso forzoso a la reserva anticipada para los generales Iniesta Cano y de Santiago Diez de Mendívil por su reticencia a seguir la línea reformista marcada por Juan Carlos I hubiera sido incomprensible sin esta desolidarización entre una "base" favorable a los cambios de estructuras políticas en el país y la mayoría de los altos mandos profundamente antidemocráticos.

El problema del Sáhara no es el último contencioso territorial entre Marruecos y España. Quedan las "plazas de soberanía" que Hassan II reivindica con insistencia. Las buenas relaciones entre ambos países tendrán, hasta la solución definitiva de este problema, un carácter provisional, siendo tan sólo pausa en la tensión que históricamente existe entre ambas orillas del Mediterráneo.

Los pescadores españoles están sufriendo, como desde hace años, las consecuencias del triunfalismo oficial y de la oposición existente entre los intereses marroquíes y los españoles.

Tanto en el ejército como, a un nivel más general, en toda la nación, el conjunto de acontecimientos que han rodeado los últimos meses de la presencia española en el Sáhara han dado lugar a una rápida y radical politización de buen número de personas, a priori poco sensibilizadas.

Guardando las proporciones, podríamos decir que fue un fenómeno algo semejante al que se produjo en Francia durante la guerra y el abandono de Argelia, que potenció la toma de conciencia política de toda una franja de la población que hasta entonces carecía de espíritu crítico. En España, la irritación que produjo la forma en que se firmó y los términos del acuerdo de "retrocesión" del Sáhara constituyeron, en los meses siguientes a la muerte de Franco, uno de los temas de movilización política a nivel popular. Este periodo de fijación un tanto anormal quedó superado ante la urgencia e importancia mayor de los verdaderos problemas planteados a la población española. El proceso de democratización que intenta abrirse paso desde la calle y arrastrar a las instituciones del régimen ha hecho olvidar casi -o cuando menos pasar a segundo plano- otros problemas y otras responsabilidades que aún quedan por dilucidar. Sin embargo, el Sáhara no se ha olvidado en la península y la persistencia de la guerra en el territorio hace que su realidad vuelva periódicamente a recordar las consecuencias de la desastrosa política colonial llevada a cabo por el Estado español en el Sario.

El Sáhara "duele" en España tras haber canalizado en muchas personas el descontento retenido y jamás expresado durante cuarenta años de autoritarismo y de política personal de espaldas al sentir y a los intereses de la nación. Cada vez que el tema aparece en la prensa, por una u otra razón, la forma de abordarlo denota cierta falta de distanciamiento y de serenidad. En el río revuelto del posfranquismo, cada cual quiere arrimar el ascua a su sardina y el segundo escándalo de la descolonización del Sáhara español es que buen número de los eternos satisfechos del régimen de Franco han querido hacerse pasar por defensores de los "derechos inalienables del pueblo saharaui". A estos incondicionales del franquismo, excelentes esbirros de la dictadura, que quieren, al ver cambiar los tiempos, nadar y guardar la ropa a seco, la corriente de la historia se los lleva inexorablemente pero, mientras tanto, su recuperación de los que hasta hace poco eran los "españoles del desierto" les proporciona una postrera oportunidad de sembrar la confusión.

Para los partidos, grupos o movimientos de oposición al régimen de Franco, el problema colonial fue tomando importancia con el paso a primer plano de la descolonización del Sáhara. Una larga tradición de incomprensión pesa sobre la España republicana, como muy bien explica Miguel Martín (1), y se puede decir que sólo el Partido Comunista español mantuvo durante el periodo de la dictadura una posición clara y definida al respecto. Las publicaciones del PCE han insistido desde 1958 en los derechos del pueblo marroquí para la recuperación integral de su territorio, incluidos tanto el Sáhara como Ifni, Ceuta y Melilla, siguiendo en ello una línea paralela a la del PCM (Partido Comunista Marroquí dirigido por Alí Yata cuyo nombre, tanto durante el periodo de la colonización como bajo la monarquía alauita, ha cambiado varias veces tras su prohibición oficial). Esta postura del PCE se mantiene hasta los últimos acontecimientos, prácticamente hasta la visita de la misión de la ONU al Sáhara en 1975, en que el partido dirigido por Santiago Carrillo reconoce la existencia independiente del pueblo saharaui y apoya el principio de la autodeterminación. En ello van a seguirle el resto de las fuerzas políticas que posteriormente militarán en la Coordinación Democrática pudiendo decirse que mientras el gobierno español dio la impresión de apoyar sinceramente la autodeterminación de los saharauis recomendada por la ONU y la Corte Internacional de Justicia de La Haya contaba con el consenso unánime de todo el país.

Unanimidad que no era monolítica pues, a la izquierda del PCE, las posiciones de grupos como el FRAP, Liga Comunista, etc., militaban por un apoyo total al Frente Polisario. Posiciones que si a primera vista parecen concordantes -ambas pasaban por la autodeterminación- presentaban grandes diferencias en cuanto al fondo, como más tarde se ha visto.

Miembros de la que se ha llamado "oposición democrática" viajaron en numerosas ocasiones al Sáhara, vía Argel, durante 1976, visitando los campos de refugiados saharauis próximos a Tinduf, prestándose a declaraciones de solidaridad y participando como invitados en el III Congreso del Polisario en septiembre.

No se puede dar marcha atrás a la historia, pero tampoco conviene olvidar que si el colonialismo muere, su ideología sigue viva. La sociedad española de la posguerra hizo creer a sus miembros que España era una "unidad de destino en lo universal", y los bancos de las Cortes han escuchado el 10 de noviembre de 1975, durante la sesión dedicada a la aprobación del decreto ley de descolonización del Sáhara español, frases como ésta: "Felizmente, España es más exportadora de valores eternos que de fosfatos", que muestran hasta qué punto están vivas en las mentalidades de muchos responsables de hoy las ideas que presidieron un periodo histórico ya pasado.


Ramón Criado


1. Miguel Martín, El colonialismo español en Marruecos, Ruedo ibérico, París, 1974.