La Historia es la historia de la opresión. De vez en cuando, se han producido sobresaltos insospechados que han venido a enturbiar la evolución «lógica» de las cosas. Entendemos por «lógica», la evolución de la historia que se desprende de la lucha de clases.
Es demasiado fácil decir que la lucha de clases hace avanzar la historia. Habría que demostrar, sin embargo, que la lucha existe, que se desarrolla en algún lugar.
Ahora bien, en la historia de nuestros últimos años, si bien es cierto que se han dado ejemplos de lucha, éstos tienen caracteres bastante diferentes de los ejemplos que se habían conocido antes de 1968. Digamos que antes del mayo francés, la lucha estaba polarizada entre lo que se había dado en llamar derecha e izquierda, que, sin embargo, tenían en común su aspiración a ejercer el poder. Después de 1968, se ha visto aparecer, un poco por todas partes en Europa, una serie de grupos para los que la conquista del poder no estaba a la orden del día, pero que, sin embargo, soñaban con transformar completamente la sociedad.
Cuando Marx enunció la lucha de clases, la diferencia entre los dos bandos estaba bastante clara: mientras que unos luchaban por el poder y después lo guardaban entre sus manos (derecha), otros prometieron que el día que conquistasen el poder lo devolverían al pueblo a corto plazo; es decir, pondrían dicho poder o Estado en las manos de todos.
En 1917, por primera vez en la historia, ascendió al poder uno de esos grupos que decían que pensaban devolver el Estado al pueblo en un plazo razonable. Más de medio siglo hace que ese pueblo está esperando que se le devuelva el poder (¿no fue el pueblo el que conquistó dicho poder?) sin que por ahora los que se instalaron en el trono desierto parezca que tengan ninguna prisa en devolverlo al pueblo que, con 10 millones de muertos entre 1917 y 1924, pagó con creces una merecida independencia.
Si la diferencia es enorme entre los que conservan el poder y los que dicen que lo devolverán al pueblo, esta diferencia es todavía más grande entre estos dos grupos (derechas e izquierdas), cuyo objetivo es el poder, y aquellos otros que han proliferado después de 1968, y que ignoran o hacen todo lo posible por ignorar el Estado.
Nos referimos a ciertos grupos, de los que formarían parte el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) y los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI), que decidieron tomar en sus manos un asunto tan delicado como era su liberación, sin esperar que unas vanguardias milagrosas viniesen a resolverles la papeleta. Para empezar, pues, dichos grupos renunciaron al leninismo por la simple razón de que Lenin, al dar cuerpo a la teoría de la vanguardia revolucionaria, lo que hizo fue poner al pueblo trabajador en manos de una élite intelectual. Desde entonces, todos los Estados o partidos que se vinculan con el leninismo están dirigidos por una élite de intelectuales que piensan por el pueblo y, como consecuencia lógica, toman las decisiones que debiera tomar el pueblo, pero que no toma por falta de cultura.
El MIL y los GARI hicieron todo lo posible por ignorar el Estado -todos los Estados- por considerarlo un usurpador. La visión que sobre este problema tienen el MIL y los GARI se identifica con la concepción anarquista del Estado.
Sin embargo, ignorar el Estado supone ignorar las leyes y ya se sabe que quien no respeta las leyes se sitúa automáticamente fuera de la ley. En este sentido la historia del MIL y de los GARI es la historia de un grupo de personas que ignoraba las leyes porque éstas habían sido dictadas por el capital.
El MIL dará a la palabra capital todo su sentido, señalándolo como el enemigo número uno. Para el MIL, la dictadura no es sino una de las formas que adopta el capital y en este sentido la consigna «¡abajo la dictadura!» fue superada por la consigna «¡abajo el capital!» El MIL combatía al capital bajo todas sus formas. A partir de ahí, la palabra lucha adoptaba una significación concreta para los miembros del MIL, es decir, lucha contra el capital. Para luchar contra el capital, los miembros del grupo tenían necesariamente que pasarse por alto las leyes que éste dictaba, porque, como decía Sartre «...de hecho, si se respeta la legalidad, no se puede actuar contra el sistema ya que se está dentro...» (1).
El MIL no ha respetado una legalidad que ha sido establecida por la burguesía, la cual es el gerente del capital. No se puede luchar contra el capital y asociarse a la burguesía. El MIL y los GARI estaban compuestos por individuos «fuera de la ley» como cierta prensa los calificó entonces, no desde luego en el sentido que acabamos de indicar.
Por su actividad, el MIL ha pasado de la prehistoria a la historia de la lucha de clases. Sus miembros han elevado a su más alto grado esta lucha -implacable- de clases. El MIL es el continuador histórico de las experiencias más violentas de la clase obrera española.
El MIL no posee una ideología propiamente dicha. Sin embargo su admiración por los Consejos Obreros es indudable. La tarea teórica inicial del MIL consistirá precisamente en despojar de todas sus taras no solamente el anarquismo, sino también el consejismo de Antón Pannekoek.Sin embargo, sus miembros abandonaron rápidamente estatarea que podríamos llamar de creación personal, contentándose con la reproducción de los textos clásicos olvidados, nosólo por el marxismo oficial sino por casi todo el mundo: Camilo Berneri, Esteban Balazs, Antonio Cíliga y, por supuesto,Antón Pannekoek.
Los autores «resucitados» por el MIL son de una variedad ideológica considerable, lo que podría prestarse a confusión: los textos marxistas -aunque no leninistas- se mezclan a los textos claramente anarquistas (Camilo Berneri) y llegarán incluso hasta hacer una minihistoria de la FAI.
Los miembros del MIL se autodenominaron comunistas y a cada ocasión que se les presentó, proclamaron su adhesión a los Consejos Obreros. A pesar de ello, ha existido una tendencia a llamarles más bien anarquistas a causa de su práctica y de algunos de sus documentos. Conviene señalar que su comunismo estaba en todo caso muy lejos de Lenin y de sus egregios sucesores. Para el MIL, Lenin, en compañía de Proudhon, forman parte de la prehistoria. Por el contrario, este grupo consideraba que se puede encontrar en Marx, sobre todo, y un poco en Bakunin, cierta inspiración en la marcha hacia la historia y en el abandono de la prehistoria (2). En cuanto a lo que podría llamarse formación teórica del MIL, sus miembros han escogido textos de aquí y de allá; textos que tienen sin embargo la virtud de estar de acuerdo en un punto: la necesidad de autoorganización de la clase obrera. Es esto, por lo demás, lo que acerca a anarquistas y consejistas.
Leyendo los textos publicados clandestinamente por el MIL se tiene la impresión de que este grupo se inclinaba más bien hacia el campo consejista que hacia el anarquista. Ello se debe sin duda a las contradicciones que ha sufrido el anarquismo oficial español. Si analizamos las tres características principales de los Consejos obreros -características que por otra parte han sido reivindicadas por algunas corrientes anarquistas minoritarias- podremos comprender el porqué de la inclinación hacia el campo consejista de los miembros del MIL.
Una de las características de los Consejos obreros es su antiparlamentarismo. El MIL, que había escogido como tribuna la acción directa, era profundamente antiparlamentario. Es natural que sobre este punto sus miembros critiquen el anarquismo oficial, pues durante la guerra civil española, García Oliver y Federica Montseny, ambos dirigentes de la FAI y de la CNT, participaron en el gobierno republicano como ministros.
La espontaneidad obrera en los lugares de trabajo, otra característica de los Consejos obreros, fue interpretada por los anarquistas «oficiales» con muchas precauciones así como con no menos reticencias. Es natural que así sea puesto que la CNT, el mayor sindicato libre que España haya tenido en su historia, no podía tolerar que la espontaneidad de algunos malograse el esfuerzo de todos. Si el MIL se pronuncia por la espontaneidad en los lugares de trabajo, ello es más que otra cosa una manifestación de buena voluntad, puesto que tenía una implantación obrera nula.
Sin embargo, la cuestión que separa profundamente ciertos anarquistas -cuya corriente es conocida bajo el nombre de «anarcosindicalistas»- de los consejistas, es el anti-sindicalismo de estos últimos. La CNT no se repuso nunca de la situación en que quedó después de la victoria franquista ni de los errores cometidos durante la guerra civil. Ello influenció a todo el movimiento libertario. Sobre este punto el MIL no ofrece dudas: está a favor de los Consejos obreros y contra el sindicalismo. Ello explicaría el interés especial que las Comisiones obreras despertaron en los miembros del MIL, algunos de los cuales habían sido militantes de dichas Comisiones obreras.
Como veremos más adelante, el MIL acabó renunciando a todas las ideologías, vinieran de donde vinieran. Los textos compuestos por miembros del MIL contienen un embrollo teórico sensacional. Comprender los documentos de este grupo ha sido una tarea penosa y complicada: hay tal disparidad en ellos que se acabaría por pensar que cada miembro del grupo tenía una concepción ideológica particular. Para acabar con este fenómeno que separaba más que unía al MIL, sus miembros decidieron de común acuerdo -ante la dificultad de pronunciarse por una u otra ideología- renunciar a todas.
En cuanto a los textos referentes al MIL, procedentes de partidos, grupúsculos y organizaciones diversas, los hay que tratan de ser objetivos y otros a cuya lectura dan ganas de llorar de rabia al ver la utilización que se hace del MIL por parte de los mismos grupos y partidos a los que el MIL atacaba a través de sus publicaciones.
En los ambientes de la oposición de izquierdas españolas, el MIL y su «mártir» Puig Antich se vendían bien en tanto que nuevo producto de consumo. El MIL y su «mártir» Puig Antich han sido recuperados por el espectáculo o, como dirían los situacionistas, por la sociedad del espectáculo. Puig Antich se convirtió de la noche a la mañana en un antifascista ilustre y amigo de todo el mundo. No sería extraño que un día apareciera la cara de Puig Antich reproducida en las camisas veraniegas de algunos jóvenes progresistas españoles, como hemos tenido la oportunidad de ver con el Che Guevara, por ejemplo.
Los miembros del MIL están en la cárcel. El «mártir» del grupo está en el cementerio. Antes de desaparecer, este grupo dejó tras sí varios textos que, aunque confusos, representan un esfuerzo considerable en la búsqueda de la autonomía de la clase obrera. Este libro, resumen de un trabajo más amplio presentado en la universidad de París-I (Sorbona), se propone salvar el MIL y los GARI del olvido al que el poder establecido quisiera relegarlos.
El primer grupo que analizaremos aquí -el Movimiento Ibérico de Liberación- estuvo formado, en parte, por militantes obreros salidos de las filas de Comisiones obreras, después de que el control del PCE sobre ellas se volviese demasiado evidente y acaparador. La existencia de este grupo, pues, constituye un episodio de la lucha de clases en España. Toda su actividad ha estado condicionada por su pertenencia y, posteriormente, sus contactos con los medios obreros. Incluso las «expropiaciones» o atracos las realizaron en función de sus objetivos obreros y revolucionarios.
No hemos conseguido determinar si el MIL fue un grupo anarquista o consejista porque sus textos dan la impresión de tender hacia algo nuevo que, si un día toma cuerpo y se desarrolla, quizá se acabe por darle un nombre. En cuanto al comu nismo que decían profesar los miembros de este grupo, digamos simplemente que se trataba de un marxismo no leninista (3).
Los GARI, continuadores históricos del MIL, son grupos algo menos interesantes en la medida en que su producción teórica no aporta nada nuevo con relación a la del MIL. No obstante, los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista representan una nueva experiencia a partir de las mismas bases de que el MIL partió: se enfrentaron a una sociedad altamente democrática como lo es Francia, demostrando así la voluntad de elevar el nivel del combate -o lucha de clases- y hacerlo pasar de su estadio antifascista a un estadio anticapitalista. La importancia de los GARI reside igualmente en sus actividades: alejándose de las «expropiaciones» de bancos, típicas del MIL, para utilizar la dinamita en proporciones abundantes, estos grupos intentaron radicalizar la lucha de clases
Pero como veremos en el apartado dedicado a los GARI, su actividad consistió más bien en una solidaridad con los miembros del MIL encarcelados en España. Gracias a la dinamita, los GARI han tenido en vilo a la policía francesa y han hecho que el capital tema una escalada de la violencia. Pero el combate era desproporcionado y los GARI estaban condenados de antemano; aislados políticamente, sin suficientes medios para llevar a cabo sus objetivos, no pudieron ir muy lejos. Han dejado el recuerdo de uno de los grupos más violentos que ha conocido Europa después de la segunda guerra mundial. No obstante, significan un neto retroceso los GARI con relación al MIL: este último pudo pasar al ataque antes de ser desarticulado, mientras que los primeros no han conseguido superar las tareas de pura solidaridad. En este sentido, los textos de los GARI desarrollan parcialmente la idea general del MIL, sin por ello superarla. La existencia de ambos grupos, y sobre todo sus actividades, es un síntoma: la aparición de grupos de este tipo es la consecuencia directa de los abusos del Capital. Su actuación es, pues, una consecuencia de la lucha de clases. Su fracaso -puesto que fracaso ha habido- no representa el derrumbamiento de la Idea que defendieron sino sólo de los medios utilizados para defender dicha idea.
Telesforo Tajuelo
1. Jean-Paul Sartre: On a raison de se révolter.
2. Sobre esta opción teórica, los miembros del MIL han sido influidos por la crítica que Emile Marenssin hace de la «Fracción del Ejército Rojo», en Alemania, especialmente en su artículo «La violencia revolucionaria», que apareció como prefacio al libro que Marenssin ha publicado en Champ Libre con el título de La bande à Baader.
3. El MIL no ha sido el primero en hacer una amalgama entre comunismo y anarquismo. Ya entre 1918 y 1920, se publicó en Zaragoza un semanario sindicalista de la CNT que llevaba por título El Comunista. Era lógico puesto que, después de la escisión de la Primera Internacional los seguidores de Bakunin se autodenominaron comunistas libertarios por oposición al comunismo autoritario de Marx.
Giuseppe Fanelli, emisario de Bakunin, había dejado en España una huella imborrable: el anarquismo. Con 50 años de retraso respecto a aquél. Borodín, el primer emisario de Lenin en España, había dejado otra no menos imborrable: el comunismo. El MIL, que consideraba la querella entre ambos grupos como superada, no solucionó sin embargo el problema planteado por los vocablos, que todavía subsiste