Autor: Suárez, Andrés.
Editorial: Ruedo Ibérico.
Lugar y fecha: París, 1974.
Páginas: 210, de 22 X 13,5 cm.
CONTENIDO
La obra consta de tres partes: «preámbulo», «la represión y el proceso contra el POUM» y anexos. El preámbulo comienza con la causa de la intervención soviética en España, donde se establece que no se puede juzgar aisladamente la actuación del Partido Comunista en España, sino en el marco de la política de la Unión Soviética, país del cual ha dependido siempre en última instancia. De otra forma no podría explicarse que ese Partido se pronunciara alborotadamente contra la República en 1931 y no menos ruidosamente en favor de la República en 1936.
Hay que recordar que la política seguida por la Internacional comunista hasta 1934 estuvo determinada por el falso análisis establecido por los dirigentes soviéticos, los cuales consideraron que el capitalismo había entrado enuna crisis definitiva. Ante esta perspectiva, los comunistas concentraron sus ataques contra las otras organizaciones obreras, pues se trataba de ser ellos los únicos que heredasen la sucesión del capitalismo.
Hasta 1935, Stalin se esfuerza en mantener relaciones amistosas con el régimen alemán, pero luego, asustado por el desplazamiento a la derecha de los regímenes políticos en bastantes países, cambia radicalmente de política con el acercamiento a los países occidentales y el llamamiento de los comunistas en favor de los Frentes Populares.
En España, pese a las directrices de Moscú, la situación se hizo cada vez más explosiva. Y en julio de 1936 se produce lo que un antiguo dirigente comunista español, Fernando Claudín, denominará «la revolución inoportuna». Inoportuna porque perturbaba por completo la acción diplomática de la Unión Soviética, que trataba de obtener no sólo las buenas gracias de las democracias occidentales, sino incluso de la Italia mussoliniana para mejor aislar a Alemania. A Stalin le interesaba mucho más el equilibrio europeo que la suerte de la revolución española.
Merced a la entrega de las 510 toneladas de oro, la Unión Soviética envía las primeras armas a la República. Con las armas llegan, asimismo, unos centenares de oficiales rusos, y con ellos, los innumerables agentes políticos y policíacos, disfrazados de agentes comerciales, que eran los que orientarían la política republicana y los que habrían de preparar la eliminación de cuantos se opusieran a su hegemonía. A la vez que se realizaba la ayuda, comenzaba la ingerencia en todos los asuntos del país. La URSS busca reemplazar a Largo Caballero por un sustituto más flexible y desarrolla una campaña inusitada contra él y a favor del Dr. Negrín. Las presiones comunistas eliminan al POUM de la Generalidad catalana.
No es verdad que se recurriera a la URSS ante la imposibilidad de adquirir armamento en otros países. De la lectura del libro de Gordón Ordás, «Mi política fuera de España», se deduce con nitidez que el gobierno perdió un tiempo increíble en decidirse a efectuar la compra de armamento en diversos países y escatimó incomprensiblemente los medios económicos para hacer frente a esas adquisiciones.
La influencia soviética en el gobierno republicano se hace irresistible a partir de 1937. La campaña de los rusos en pro de un ejército unificado no era sólo técnica, sino también política. Los comunistas se daban cuenta de que si conseguían unificar al ejército podrían después apoderarse de sus resortes de mando con relativa facilidad.
Para calibrar la «ayuda rusa», nada mejor que compararla con la prestada por Italia y Alemania al régimen de Franco: «se comprobará fácilmente que la ayuda rusa casi iguala el importe conjunto de las que Alemania e Italia prestaron al general Franco». Las cifras son: 394.5 millones de dólares la ayuda italiana; 202,5 la alemana; 578 millones de dólares representó el oro enviado a Moscú, pero a este hay que añadir las colectas efectuadas entre los trabajadores rusos, las exportaciones con destino a la URSS, las fábricas enteras que se llevaron los rusos, una veintena de buques mercantes españoles que la URSS se apropió, más de 50 millones de dólares que, según Pravda, les queda adeudando la República.
El papel del Partido Comunista de España.
El Partido Comunista de España fue el instrumento visible y activísimo de la intervención soviética. No era ni reformista ni revolucionario: limitábase a aplicar al pie de la letra la línea de conducta que le dictaba Moscú. Su actitud fue, desde los primeros momentos, de franca oposición al gobierno provisional de la República. Su táctica fue la de atacar siempre a socialistas y anarquistas, aplicando así ciegamente los acuerdos del VI Congreso de la Internacional Comunista.
El viraje lo dio en la preparación del movimiento de octubre de 1934, al ingresar súbitamente en las Alianzas Obreras por orden superior. Sin haber participado lo más mínimo en dicha preparación, se jactó luego en Moscú de haber sido el verdadero promotor de la revolución de octubre.
En 1935, el Partido Comunista abandonó las Alianzas Obreras para lanzarse a la propagación del Frente Popular. Pasa así a ser más republicano, que los republicanos, más demócrata que los demócratas. Durante los cinco meses trascendentales que preceden a la guerra civil, los comunistas acentuaron su franca orientación de sostén a los republicanos. A la Unión Soviética le interesaba que se mantuvieran en España las apariencias democráticas, de cara, sobre todo al extranjero.
Los acontecimientos de mayo y sus repercusiones.
Los acontecimientos de mayo de 1937, acaecidos principalmente en Barcelona, son capitales en el estudio de la revolución española. Representan la explosión violenta de una crisis política grave, provocada por la ambición hegemónica de los comunistas y la resistencia casi desesperada a la misma de los trabajadores catalanes. La campaña comunista contra los que se resistían a su dominación, principalmente contra los hombres del POUM, alcanzó en 1937 límites insospechados. Pero como Largo Caballero no permitía represiones, fue reemplazado por Negrín, que ya había mostrado su fidelidad a Moscú meses antes con la entrega del oro a la Unión Soviética.
Negrín se apresuró a dar satisfacción a los comunistas iniciando o permitiendo una brutal represión contra el POUM, que culminó con el asesinato de Andrés Nin.
A partir de aquellos luctuosos hechos, los comunistas se desenvolvieron a sus anchas en la zona republicana. Llegaron a tener en sus manos la policía, a controlar los servicios de censura, a dominar en el Comité de Guerra y a disponer de la mayor parte de los mandos militares.
La represión y el proceso contra el POUM.
La represión contra el movimiento revolucionario no es de ahora ni siquiera de años, sino de hace décadas y aun centurias. La represión específica contra el POUM estaba en el marco de la «línea» del Partido Comunista que, desde la proclamación de la República hasta octubre del 34, consideraba que todas las demás facciones del movimiento obrero eran meros servidores de la burguesía y, por tanto, agentes directos o indirectos del fascismo.
El Partido Comunista adquiere preponderancia merced a un hecho que merece ser anotado por su importancia: la ayuda de la Unión Soviética a España. Coincide este hecho con el monstruoso proceso de Moscú y el fusilamiento de dieciséis viejos bolcheviques; la ocasión se aprovecha para comenzar la campaña contra el POUM. Comienza en el extranjero. En el interior da la nota el PSUC, que plantea la crisis de la generalidad con un solo objetivo: eliminar al POUM del gobierno. Mientras tanto, en Madrid, el POUM es puesto, de hecho, fuera de la ley, incautada su emisora de radio, su prensa y sus locales.
En Barcelona comienza una feroz campaña de prensa contra el POUM, pero esta maniobra queda desbaratada. Luego vendrían los hechos de mayo, de los que el asalto a la Telefónica sería la gran provocación que habría de producir la chispa. Los agentes estalinistas intentaron dar un golpe de mano y apoderarse de la central telefónica que estaba bajo el control de los trabajadores del ramo. El POUM apoyó abierta e incondicionalmente a los trabajadores en armas. Estos hechos de mayo pudieron haber constituido un triunfo resonante para los trabajadores si las organizaciones mayoritarias de la clase trabajadora -la CNT y la UGT- hubieran querido, pero prefirieron gastar el tiempo justificando su inhibición.
El golpe, estalinista del 16 de junio contra el POUM.
El 16 de junio fue detenido el camarada Andrés Nin. Pocas horas más tarde se detiene a otros muchos militantes del partido. Los presos del POUM suman centenares. La represión iniciada en Barcelona y extendida a Levante y Madrid tuvo también sus repercusiones en las distintas comarcas de Cataluña. En la madrugada del 9 de julio fue asesinado el militante del POUM, José Navarro López. El 6 de agosto fue fusilado el compañero Mena; igual suerte corrió José Cullares, herido tres veces en el frente. Se montaron procesos y más procesos, todos bajo órdenes expresas del que fue jefe de la policía, teniente coronel Burillo, verdadero sabueso del estalinismo.
La represión en el frente y la disolución de nuestra División.
La División número 29 estaba constituida a base de los milicianos reclutados por el POUM. El jefe de la División, camarada Rovira, fue detenido y permaneció veinte días incomunicado en Valencia. Fue puesto en libertad, pero la División fue disuelta y sus batallones desarmados, despojando incluso a los soldados de sus prendas.
Los autores materiales de la represión y el trato dado a los detenidos.
Toda la represión contra el POUM, tanto en Barcelona como en Valencia y Madrid, fue dirigida -y en parte realizada personalmente- por agentes de la llamada Brigada Especial, todos ellos miembros del Partido Comunista. El jefe, los inspectores y los agentes de más confianza del estalinismo se trasladaron a Barcelona dos o tres días antes del 16 de junio, sin duda para mejor preparar las «operaciones». En Barcelona ultimaron su plan y el día 16 comenzó la represión.
Todos los detenidos fueron rigurosamente incomunicados y encerrados en locales inmundos o en malas condiciones. Se les despojó de su documentación y dinero. A los más se les insultó. Fueron objeto de vejaciones. Tuvieron que dormir en el suelo días y días, pues les fue prohibida la entrega de mantas y colchones. No se atendió a los enfermos ni a los heridos.
Los domicilios de los detenidos fueron asaltados sin levantar acta alguna. Los policías destrozaron lo que no se llevaban.
Cuando el camarada buscado no era encontrado, la policía se llevaba a su compañera o algún familiar. Y cosa interesante, prohibían el uso del catalán a los familiares durante los registros.
La desaparición y secuestro del camarada Andrés Nin.
Andrés Nin fue detenido el 16 de junio en la Secretaría General del POUM por supuestos agentes de policía que llevaban una orden de detención firmada por el que fue jefe superior de policía de Barcelona, Burillo. Nin fue trasladado a Valencia con gran lujo de fuerzas y convenientemente esposado. Cuantas gestiones se hicieron luego para conocer su paradero exacto resultaban infructuosas; los centros oficiales se encerraron en el mutismo más absoluto. A los cuarenta y nueve días de su detención, el Ministro de Justicia dice en una nota que Nin había sido detenido por la policía de la Dirección General de Seguridad y luego «desaparecido».
Parece ser que Nin fue conducido desde Valencia a Madrid, pasó por los locales de la llamada «checa de Atocha» y por la Brigada Especial de la Castellana. La impresión general es que fue asesinado por sus raptores. La patraña de que había sido liberado por agentes de la Gestapo no merece consideración alguna.
Otros capítulos de la obra tratan: de los hombres del POUM, especie de ficha biográfica de sus dirigentes desde Andrés Nin a Víctor Verdejo; de las supuestas pruebas contra el POUM y sus dirigentes, aducidas por el abanderado Francisco Antón y que no resisten el más ligero análisis; de las declaraciones prestadas por los procesados; del auto de procesamiento; de lo que dijeron y confesaron algunos ministros y otras personalidades, y del carácter eminentemente político del proceso contra el POUM.
JUICIO
La obra que aquí consideramos no necesita realmente juicio crítico alguno dirigido; basta la lectura de la misma -muy recomendable- y el peso incontrastable de los datos que aporta y argumentaciones que aduce para poder captar en toda su realidad las causas de la intervención soviética en España, el papel del Partido Comunista en nuestra guerra, los acontecimientos de mayo de 1937 y sus repercusiones, la represión y el proceso contra el POUM.
El libro es tremendamente aleccionador, ya que no procede de fuentes «capitalistas» o «reaccionarias», sino de elementos revolucionarios muy cualificados. Lo que queda bien al desnudo en la actitud del Partido Comunista de España, su fidelidad total a la línea que en cada caso establece el Partido Comunista de la Unión Soviética, sus represiones y métodos criminales de actuación a despecho de sus apariencias democráticas, la fabricación de sus procesos contra los que quiere eliminar, todo un mundo de horror que nadie debiera ignorar. Y es evidente que el marchamo de «Ruedo Ibérico» ha de dar credibilidad a lo que en la obra se dice ante muchos sectores, como no «fabricado» por departamentos oficiales ni por escritores «al servicio de la burguesía».
In Boletín de Orientación Bibliográfica nº 101-102, enero-febrero 1975, pp. 67-71