Este libro -o, mejor dicho, gran parte del mismo- fue escrito, en el invierno de 1934-35, al calor -y a la sombra- de los acontecimientos revolucionarios de octubre de 1934. Se publicó en abril de 1935. El título original era Hacia la Segunda Revolución. En 1937 se tradujo al francés, y el titulo de la edición era Révolution et contre-révolution en Espagne. (Editions Rieder, París, 1937).
Para esta nueva edición creo más adecuado el título: Revolución y contrarrevolución en España.
Después de escribirlo y corregir las pruebas, hace treinta y un años, no volví a releerlo hasta hace unos meses. Pero me fue recordado en circunstancias más bien dramáticas, en el Consejo de Guerra celebrado contra mí, en Barcelona, agosto de 1944. El fiscal leyó varios fragmentos para apoyar la acusación... Fui sentenciado sólo a treinta años de reclusión. Digo sólo sin ironía, porque entonces, de hecho, únicamente había dos sentencias: vida o muerte. Treinta años significaba vida. Más allá de treinta años, aguardaba las órdenes el piquete de ejecución.
Cuando, recobrada la libertad, pude salir de España, me dirigí a Estados Unidos, que es donde se había refugiado mi familia. En Nueva York, en la Biblioteca Pública de la Quinta Avenida, con el natural asombro, encontré mis libros. Los hallé asimismo en la Biblioteca del Congreso, en Washington. Hace unos meses, inesperadamente, recibí una carta de Editions Ruedo Ibérico, de París, proponiéndome la reedición de Hacia la Segunda Revolución. Quedé perplejo.
Me dirigí a la Biblioteca de la Quinta Avenida, y leí Hacia la Segunda Revolución con una mezcla de emoción y temor. Lo primero, por la impresión que produce encontrarse súbitamente en presencia de un testimonio palpitante de la lejana juventud; y lo segundo, por la filosofía de aquella dolora de Campoamor: Pasan veinte años, vuelve él/y al verse exclaman él y ella/Santo Dios, ¿éste es aquél?/Dios mío, ¿ésta es aquélla?. En treinta años ha cambiado todo: las situaciones, los encuadramientos, las filosofías políticas, las ideologías sociales, las fronteras morales, los enfoques, las perspectivas... Y, además, naturalmente, he cambiado yo. Sólo los fósiles no cambian.
Cuando terminé la lectura, el libro había ganado la aprobación. Y escribí a Editions Ruedo Ibérico aceptando la proposición.
A pesar de los treinta y un años transcurridos desde que fue pensado y escrito, creo que el libro sólo ha envejecido en las ramas, en los detalles. El tronco me parece fuerte y las raíces están vivas aún. La primavera puede hacerlo reverdecer...
La idea matriz del libro es que si la España de los tiempos de la República no llevaba a cabo la revolución democrático-socialista, inevitablemente triunfaría la contrarrevolución fascista, que se eternizaría.
Desgraciadamente, los acontecimientos posteriores me dieron la razón.
Cuando se ha tenido la suerte de nacer en España y vivir con la gente que trabaja y sufre, uno se siente encendido por el fuego del amor a ese pueblo admirable que vive humilde y heroicamente y muere sin humillarse jamás.
Fue el amor a lo que esa España representa, que veía en peligro de naufragio histórico, lo que me impulsó a escribir el libro, en el que se funden la lucha trepidante y la amenaza de la catástrofe.
En el libro hay tres motivos que se entrelazan: doctrinal, polémico e histórico-crítico. El primero ha de ser situado en su tiempo; el segundo ha sido superado, y el tercero tal vez no haya perdido su interés.
Los problemas que la historia planteaba en España, en 1930-1936, siguen planteados, con caracteres mucho más acentuados, en la segunda mitad del siglo.
Tarde o temprano, desaparecerá el régimen actual -que no es otra cosa que un puente de terror tendido sobre el vacío que separa dos épocas históricas-, y España tendrá que encararse con los problemas que, por no haber sido solucionados en 1931-1936, produjeron la Némesis de la venganza.
Es probable que la nueva generación, cuya aurora empieza a despuntar en los movimientos de protesta de los obreros y estudiantes, desee conocer los errores que se cometieron en el pasado, para no repetirlos.
En ese sentido, quizá este libro pueda ser útil. Hacia la Segunda Revolución, al publicarse en 1935, sintetizaba el pensamiento político del Bloque Obrero y Campesino (BOC), que habíamos organizado en Cataluña un grupo de jóvenes procedentes de distintos agrupamientos político-sociales.
Por su doctrina y por su manera de actuar, el BOC correspondía a un partido de izquierda socialista que hubiera sabido comprender lo que había de positivo y negativo en la revolución rusa. El BOC estaba ideológicamente influenciado por Marx y Engels, por Lenin y Bujarin; muy poco por Trotsky, y nada en absoluto por Stalin.
Fundado en las semanas que precedieron a la proclamación de la República, el BOC fue desarrollándose hasta adquirir, en 1933-1935, una personalidad política inconfundible. Fue el principal inspirador de la Alianza Obrera que, nacida en Cataluña en la primavera de 1933, surgía como un nuevo tipo de organización llamada a influir en el proceso general del movimiento obrero. La Alianza Obrera, en Cataluña y Asturias, determinó la protesta de octubre de 1934 que hizo posible, dieciséis meses más tarde, la reconquista de la República por los que la proclamaron en 1931.
En 1935 el BOC dio la bienvenida a Andrés Nin y a un grupo que gravitaba a su alrededor. Nin había sido trotskysta hasta que su grupo se fusionó con el BOC, que a partir de entonces adoptó el nombre de Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
El BOC no había sido trotskysta, ni lo fue tampoco el POUM. Trotsky criticó tanto al BOC, primero, como al POUM, después. La calificación de trotskysta aplicada al POUM fue un marchamo forjado por los stalinistas, que luego dieron por bueno la mayor parte de los que escribieron o hablaron de la República y la guerra civil.
Cuando estalló la guerra civil, el POUM era el primer partido obrero en Cataluña -había hecho imposible que arraigara el partido comunista-, disponía de una gran fuerza sindical, que en Lérida, Gerona y Tarragona superaba a la CNT; contaba con bases iniciales en diferentes lugares de la Península y gozaba de un indiscutible prestigio. Joven, era un partido en formación. Su aspiración lejana era llegar a fusionarse un día con el partido socialista, cuando éste hubiera superado la triple división en que se encontraba sumergido en 1934-1936.
Los comienzos de la guerra civil coincidieron con la primera oleada de barbarie staliniana en Rusia. Y el POUM, aunque pequeño, supo ser grande moralmente, irguiéndose contra los crímenes de Stalin. Veinte años antes que Kruschev expusiera las monstruosidades de Stalin, las señaló el POUM en España.
Stalin y su cohorte ordenaron la destrucción del POUM. Los demás grupos, con la excepción de la CNT, no se atrevieron a salir en defensa de un sector político español perseguido por una banda al servicio de una potencia extranjera. Y el POUM fue ferozmente perseguido. Andrés Nin, su figura representativa, fue asesinado en condiciones horribles por la GPU. A mediados del año 1937, la NKVD staliniana ya mandaba en España.
La máquina staliniana propagaba que el POUM estaba al servicio de la Gestapo hitleriana. El mismo clisé fue empleado en Rusia contra la vieja guardia del partido, los compañeros de Lenin, vindicados post mortem.
En la historia del movimiento obrero español, el POUM, con sus aciertos y sus equivocaciones, es una de las páginas más hermosas y más dramáticas.
Me he abstenido de poner notas al pie de las páginas para explicar o aclarar aspectos ya superados. El buen juicio del lector graduará el tiempo, situándolo en 1935.
La Introducción que sigue ha sido escrita especialmente para esta nueva edición, así como el Epílogo.
Como Apéndice figura un estudio sobre los orígenes del comunismo en España, escrito en 1964.
Joaquín Maurín
Nueva York, diciembre de 1965