Gabriel Jackson - Breve historia de la guerra civil de España

A CONCISE HISTORY OF THE SPANISH CIVIL WAR


Autor: Jackson, Gabriel.
Editor: Thames and Hudson.
Lugar y fecha: Londres, 1974.
Páginas: 192, de 18 X 25 cm.


CONTENIDO

La obra comentada consta de un corto prefacio, 10 capítulos, dos páginas y media de bibliografía, tres de índice de ilustración y un índice onomástico-toponímico de cuatro páginas. La titulación de los capítulos es la siguiente:

1. Antecedentes de la guerra civil (págs. 11 a 26).
2. De la revuelta de octubre al alzamiento militar de julio de 1936 (págs. 27 a 42).
3. Del «pronunciamiento» a la guerra civil internacional (págs. 43 a 66).
4. Revolución y contrarrevolución (págs. 67 a 86).
5. El cerco de Madrid (págs. 87 a 106).
6. Desarrollo político: octubre 1936 - mayo 1937 (págs. 107 a 122).
7. Un año de guerra: abril 1937 - abril 1938 (págs. 123 a 143).
8. Aspectos internacionales de la guerra civil (págs. 144 a 160).
9. De la consolidación política a la victoria nacionalista (págs. 161 a 174).
10. La guerra civil en perspectiva (págs. 175 a 182).

En e1 capítulo de antecedentes, Jackson remonta su estudio a 1890, época en la que se considera que España no era tan próspera y tan poderosa como Gran Bretaña, Francia o Alemania, pero que mantenía en notable progreso su nivel de vida y las oportunidades económicas y educativas. Según él, en esta época había en España casi completa libertad de prensa y suficiente libertad política.

Añade Jackson que el Ejército y la Marina, humillados por la derrota de 1898 resolvieron firmemente expandir lo que consideraban su misión civilizadora y pacificadora en África del Norte, única parcela de actividad imperialista que restaba a la nación. A partir de este momento, el autor observa toda la evolución política de España hasta la llegada de la República a través de dos únicos prismas: el Ejército y los anarquistas.

Continúa este primer capítulo con una muy favorable interpretación de la República que, según Jackson, no se afianzó por dos importantes factores: el agudo problema del campesinado sin tierras y el auge del fascismo en Europa. No se le ocurre hacer la menor alusión al grave contencioso religioso, ni a las consecuencias de la crisis económica mundial de 1929.

Termina el capítulo con la conocida versión del autor sobre los sucesos de octubre de 1934, cuya represión y consecuencias se estudian en el capítulo siguiente.

Al llegar al crucial punto de las elecciones de febrero de 1936, el autor presenta unos datos según los cuales los votos obtenidos por la izquierda superaron a la suma de los conseguidos por la derecha y el centro. Este tema ha sido exhaustiva y científicamente tratado por Javier Tussell en el libro «Las elecciones del Frente Popular», publicado en 1971, que, al parecer, Jackson no conoce, tres años después.

Tras este punto de partida viene un apacible relato por el que uno no acierta a explicarse cómo se llegó a producir el ambiente que hizo inevitable una guerra civil. Salvo la alusión al entrenamiento paramilitar de las juventudes socialistas y comunistas (pronto unificadas) y de Falange y al ocasional tiroteo entre ambas organizaciones extremas, la lectura de este relato no incita a pensar en un clima extremado, máxime cuando se alude a una tácita cooperación entre la Iglesia y el gobierno, que permitió la salida ordenada de las procesiones de Semana Santa y que el Vaticano concediera el «placet» al embajador Zulueta, y se insiste en el apoyo al gobierno de personalidades no pertenecientes al Frente Popular, tales como Marañón, Giménez Fernández, Lucia y Miguel Maura. Recoge Jackson el alegato de Gil Robles del 16 de junio de 1936 en el que citó la cifra de 269 muertes violentas, en los cuatro meses anteriores, es cierto, pero añade el comentario de que, debido a la censura y al pánico nunca sabremos ni siquiera aproximadamente el número real de los que murieron, criterio que no mantiene cuando, más adelante, inventa las bajas de la guerra.

Jackson se muestra algo más concreto y acertado cuando se refiere a los prolegómenos del Alzamiento aunque parece no estar muy al tanto de las andanzas y vicisitudes de Orgaz y Varela en abril de 1936 y meses sucesivos. Este capítulo segundo finaliza con la inevitable presentación enfrentada de los asesinatos del teniente Castillo y el prohombre de la oposición Calvo Sotelo, si bien el autor reconoce que en una democracia es inadmisible que una personalidad de la oposición pueda ser asesinada por oficiales uniformados en un coche gubernamental.

El relato del Alzamiento (capítulo tercero) comienza con un error que puede parecer de pequeña consideración, pero que demuestra que Jackson no ha profundizado en los planes del general Mola. La fecha fijada para su iniciación en la Península era el domingo 19 y no el sábado 18 como indica el autor; sólo en África estaba previsto que se adelantase algunas horas.

El azar hizo que la guarnición de Melilla se anticipara a lo previsto y saliera a la calle a las cinco de la tarde del día 17, lo que indujo al general Queipo de Llano a tomar el mando en Sevilla a las dos de la tarde del día 18. Mola mantuvo a rajatabla la fecha del amanecer del domingo, aunque los acontecimientos ya no se ajustaban a lo programado, y este desajuste entre los planes del Director y la realidad fue de influencia decisiva para el fracaso del Alzamiento, que debido a ello no logró el efecto de sorpresa previsto.

El mismo párrafo inicial contiene otros errores de diferente importancia. Los dos primeros son referirse a los coroneles de la Legión Extranjera como iniciadores del Alzamiento en Marruecos (aún extendiendo esta denominación a los tenientes coroneles no podría hablar en plural) y llamar civil al Alto Comisario (capitán de Artillería, piloto, Arturo Alvarez Buylla). Por el tercero, de mucha mayor consideración, Jackson atribuye la concesión de la Laureada al Gran Vizir, por sus méritos al suprimir las manifestaciones marroquíes contra el Alzamiento, cuando todo el mundo sabe que el motivo de la alteración fue el bombardeo de Tetuán, ordenado por el Gobierno de Madrid y ejecutado desde el aeródromo de Tablada (Sevilla), antes de que dicho aeródromo quedara bajo las órdenes de Queipo de Llano. Aún podría objetarse otra afirmación del mismo párrafo, pues no parece adecuado escribir que fueron fusilados los aviadores que no se unieron al Alzamiento en Tetuán, ya que sólo corrieron esa suerte su Jefe y el segundo Jefe del aeródromo de dicha ciudad, tras defenderle con las armas y ser derrotados.

Este análisis del primer párrafo del capítulo tercero, se hace a título de ejemplo, ya que resultaría imposible analizar el cúmulo de errores en él contenidos, lo que nos llevaría a una extensión no inferior a la del propio capítulo.

Es bastante acertada la exposición de la llegada del primer material extranjero, aunque no está exenta de errores, los más graves de los cuales son suponer que la frontera francesa fue cerrada el 8 de agosto (véanse los documentos diplomáticos franceses) y que los JU-52 alemanes bombardearon al Jaime I el 5 de agosto.

Resultan aún más sorprendentes sus afirmaciones de que las autoridades de Gibraltar y Tánger favorecieron a los nacionales.

Del avance de las columnas de Yagüe desde Sevilla a Maqueda, únicas operaciones militares del primer trimestre de guerra que relata, lo más destacado para Jackson es repetir la leyenda de Badajoz aunque «benévolamente» reconoce que Jay Allen exageró en el número de ejecutados, lo que no obsta para que achaque a Yagüe el haber reconocido la muerte de casi 2.000 personas. También se considera en la obligación de querernos hacer creer que los oficiales de Regulares, cuando volvían de permiso a África, llevaban a las familias de los marroquíes los dientes de oro que habían robado a los cadáveres de los «rojos» (el entrecomillado es de Jackson).

El fragmento dedicado al Alcázar de Toledo es particularmente desacertado. En la página 58, refiriéndose a la conversación de Moscardó con su hijo, escribe textualmente: «El pueblo en España aún discute si tal conversación podría haberse producido». Jackson tiene que saber que la única persona que osa aventurar esa duda es Southworth, pues Herbert L. Matthews que afirmó lo mismo, posteriormente se retractó, pero en vez de achacarle a él la duda, prefiere ponerla en boca del pueblo español. No acaba aquí la cosa, pues el autor añade, ahora por su cuenta, que en la guerra civil española había muchos padres de ambos lados que hubieran actuado como el coronel Moscardó testifica que hizo y que hubieran sido muchos los hijos que hubieran muerto voluntariamente, y termina diciendo que, hablando en forma más general, el cerco del Alcázar simboliza para los insurgentes la patriótica y religiosa pureza de un movimiento que inspira a sus seguidores el heroísmo suicida, mientras que para los republicanos simboliza su propia incompetencia militar y el uso fascista de rehenes. Estas son las conclusiones sorprendentes que podían esperarse como comentario a la ejecución por gubernamentales de un rehén, según ellos fascista, por el hecho de que su padre no consintiera en rendirse.

Termina el capítulo tercero con una exposición, igualmente desafortunada, de las primeras intervenciones extranjeras en España. Gracias a Jackson podemos enterarnos que los treinta aviones aportados por Malraux, adicionados a los veinte Potez entregados por Francia inicialmente, databan de la «vendimia» de la Primera Guerra Mundial y que consistían en Breguets, con una velocidad máxima de 70 m.p.h., Nieuports, de 1918 y De Havillands; ¡ni más ni menos! Por lo que se ve Jackson no se ha enterado de la publicación de los documentos diplomáticos franceses, ni del libro de Jules Moch «Recontres avec... León Blum» (aunque debía conocer su existencia, pues cita entre su bibliografía «La guerra de España desde el Aire», libro que los menciona explícitamente. Cae el autor de nuevo en el tópico de los 20.000 portugueses; asegura que los italianos cedieron en 1936 varios destructores (además de submarinos) y afirma que la URSS sólo envió en la segunda quincena de octubre seis u ocho buques a España, con 400 camiones, 100 tanques pesados y 50 aviones de caza, así como las tripulaciones de los carros y aviones, para finalizar con los consabidos alegatos sobre la ineficacia de la No-Intervención.

El capítulo cuarto tiene dos partes de un valor muy desigual. La síntesis del proceso revolucionario en zona gubernamental y una presentación delirante de lo que Jackson llama contrarrevolución de la zona nacional. La historia política y social de la parte de España adicta al Gobierno de Madrid-Valencia-Barcelona es fácil de sintetizar, después de publicados los magníficos libros de Bolloten y Malefakis, que por cierto no son citados por Jackson en su bibliografía, y la exposición de este autor es de las más conseguidas del libro comentado. Por contra su relato de la contrarrevolución en zona nacional avergonzaría a cualquier historiador serio.

El cerco de Madrid es el título del capítulo quinto. Aunque el título no es muy acertado el contenido, en general es aceptable, no obstante seguir admitiendo que e1 pueblo de Madrid fue el defensor de la capital y la escasez de armamento y munición del Ejército de Miaja frente a la presencia de cientos de cañones de 88 mm., etc., de sus oponentes. Otras veces utiliza medios más sinuosos cual hablar de 250 tanques y tractores (pág. 101), como si fueran sumables tan dispares elementos, de 500 muertos en el bombardeo nocturno de Madrid del día 17 de noviembre de 1936 (pág. 98), cuando es bien sabido que fueron 312 en todo el periodo que media del 1 al 30 de noviembre, o, finalmente, para no alargar el comentario, de la presencia de dos batallones alemanes de ametralladoras pesadas en cada una de las cinco columnas atacantes (pág. 100), que, como todo el mundo sabe no existieron jamás.

El capítulo sexto, dedicado al desarrollo político de ambas zonas desde octubre de 1936 a mayo de 1937, es quizá el más equilibrado de toda la obra, a pesar de que se haya introducido el grave error de unificar a las JONS con Falange en abril de 1937 (pág. 114) y no obstante achacar a fallos de aprovisionamiento el desastre de Málaga (pág. 116).

El año de guerra que media entre abril de 1937 y el mismo mes de 1938, es presentado en el capítulo séptimo, que nos confirma la poca documentación veraz de Jackson sobre los sucesos militares de nuestra guerra. La lista de errores, una vez más es írreproducible por extensa. Como ejemplos podemos citar la pretendida débil resistencia de las tropas vascas (pág. 123), hasta el punto que explica la lentitud del avance Nacional por ¡¡carencia de carreteras en Vizcaya!! (pág. 124), el único barco ruso llegado a Bilbao con 12 aviones y 25 carros armados (págs. 123-124), la debilidad del Cinturón de Hierro (pág. 128), el relato de Brunete (pág. 129), el llamar limitada a la ofensiva de Belchite (pág. 132), la carencia de aviones para enviar al Norte (pág. 131), la tergiversada versión de la rendición de Teruel y la salida previa de los no combatientes (pág. 134), la llegada al mar por Vinaroz, a lo largo del valle del Ebro (pág. 142), etc.


Los aspectos internacionales son tratados en el capítulo octavo. Este capítulo tiene el interés de presentar una síntesis del problema de los refugiados políticos en los Centros Diplomáticos acreditados en Madrid y de los canjes de prisioneros entre ambas zonas (págs. 155-159). El resto del capítulo repite las consabidas y equivocadas afirmaciones del aislamiento de la República y del cierre casi permanente de la frontera francesa, la insinuación de que el buque ruso Konsomol [sic] fue hundido por los italianos, la pretendida proporción de cuatro a uno entre los voluntarios extranjeros de ambos bandos, la inventada necesidad de ayuda masiva a Franco en noviembre de 1938. Lo sorprendente, después de toda esta exposición anterior, es el reconocimiento por Jackson de que la deuda de Franco a Alemania e Italia a finales de 1938 era de 100 a 200 millones de dólares (pág.153) mientras que el Gobierno de Madrid había gastado 578 millones de dólares en suministros militares de la URSS (pág. 152).

Más curioso es el tratamiento que da Jackson a las relaciones con la Iglesia. De entrada nos descubre que el Cardenal Gomá era un fanático antimarxista y que desde años atrás había sido un abierto admirador del fascismo. No le hace vacilar a Jackson el hecho de que dicho Cardenal fuera escogido para sustituir, en 1931, al anterior Primado (Cardenal Segura), por sus cualidades personales que le hacían apto para negociar con la República en circunstancias difíciles, y que la elección probó ser acertada, como reconocía implícitamente Jackson en el capítulo segundo, pero en este momento, a las hipótesis de Jackson, le resulta necesario que Gomá fuera fascista y no duda en atribuirle dicho apelativo (pág. 154).

Más adelante el autor hace otros descubrimientos sensacionales: el 7 de agosto de 1937, el Gobierno de Negrín decretó la libertad de culto católico, en privado y en 1938 se celebra Misa en algunas unidades armadas gubernamentales (pág. 155). Naturalmente que Jackson no cita la Gaceta en que se publicó este Decreto, ni la denominación de las Unidades que asistían a misa, pero lanza esas afirmaciones sin ninguna base en qué apoyarlas.

El capítulo noveno, que lo dedica el autor al estudio político y militar de los años 1938 y 1939, es relativamente ponderado, aunque insiste en el nuevo cierre de la frontera francesa, en junio de 1938, no obstante ser julio y agosto unos de los meses de mayores entregas de material a través de dicha frontera, y afirma que la aviación nacional bombardeó las carreteras por las que enormes riadas humanas escapaban de Cataluña hacia Francia, a pesar de que ninguno de los grandes actores de esta retirada final aluda a este hecho en sus memorias, porque no tuvo lugar. Otras extrañas afirmaciones son cifrar en 250.000 hombres los efectivos del grupo de Ejércitos Centro-Sur y aludir a Ciudad Real como punto de lucha entre comunistas y casaristas, en marzo de 1939.

La culminación de los desenfoques del libro llega en el capítulo diez y último, con las disparatadas cifras de muertos en la guerra que Jackson se saca de la manga al estilo de los más espectaculares ilusionistas, tema que será tratado en detalle más adelante.


JUICIO

Gabriel Jackson nació en 1921 y estudió en las Universidades de Harvard y Stanford, en la última de las cuales obtuvo la titulación superior (Master), en 1950. Dos años después se doctoró en la Universidad de Toulouse, y en 1961-62 consiguió una apreciada beca Fulbright en España y es profesor de la Universidad de San Diego, en California, desde 1965.

Jackson, con anterioridad a este libro ha dedicado otras dos obras al tema de la guerra de 1936-39. «The Spanish Republic and the Civil War, 1931-36» y «The Spanish Civil War: Domestic Crisis or international Conspiracy». Estos volúmenes vieron la luz en 1965 y 1966, respectivamente, y desde entonces han pasado ocho decisivos años para la historia del período considerado, que han visto salir a la luz en España documentos y originales trabajos que ya no pueden ser ignorados. De aquí el interés de este nuevo libro, como índice de la receptibilidad de Jackson ante las nuevas aportaciones históricas que contradicen sus teorías.

En general, puede decirse que Jackson ha reaccionado en inmovilista, tratando de soslayar lo que no puede ser soslayado.

Sus libros de 1965 y 1966 no eran acertados, pero la carencia de obras de conjunto fundamentales, la ausencia de monografías documentadas y la juventud del autor los hacía aceptables.

Su volumen de 1974, cuando Jackson ha sobrepasado los cincuenta años y lleva más de tres lustros estudiando el tema, en momentos en que Martínez Bande y los hermanos Ramón y Jesús Salas han aportado cuantiosos datos inéditos en sus monografías; Ricardo de la Cierva, Palacio Atard y Seco Serrano, entre otros, han publicado estudios importantes, sin olvidar a Tussel, Casas, Gárate, Sevillano, etc., estudios y datos que no son recogidos, se nos presenta como obra de poca calidad y, lo que es más grave, como exponente de la máxima propaganda antinacional, que la opinión pública mundial de hoy en día no es capaz de aceptar.

A esta situación ha llegado Jackson, por su acusada falta de espíritu crítico, que no hubiera podido concebir en un hombre de su brillante historial académico, de no haber conocido de cerca algunos individuos que verían en su misma personalidad unas posibilidades inmensas de aprehensión, de datos escritos u orales y una carencia casi total de dotes especulativas.

Jackson tenía dieciocho años cuando comenzó la segunda guerra mundial y no ha podido sustraerse a las ingentes dosis de propaganda que inundó su país de orígen, los Estados Unidos de América, desde 1939 a 1945 y aun bastantes años después. Jackson mantiene en su subconsciente las impresiones recibidas en la adolescencia y no puede sustraerse a ellas. Y traslada a la Guerra de España sus conceptos de la segunda guerra mundial. Por otra parte, pertenece Jackson a ese tipo tan frecuente de intelectual que prefiere una bella teoría, aunque no se ajuste a los hechos, a una explicación menos brillante, pero que concuerde perfectamente con la realidad. Si los sucesos históricos se escapan de su esquema, prefiere apartarlos que modificar y afear sus hipótesis.

No obstante lo dicho, la Editorial se encuentra con ánimos de aprovechar la presentación del libro para calificarle de notablemente imparcial.

El propio Jackson es más realista e indica en el prefacio que no ha intentado librarse de sus simpatías por las fuerzas derrotadas, aunque se justifica añadiendo que siempre trata con respeto a las personas del bando que él llama insurgente y que ha intentado verlas como ellos se ven.

Lo contrario habría parecido normal hace treinta y cinco años, pero resultaría chocante en nuestros días. Es como si el árbitro de un encuentro (un historiador es al fin y cabo árbitro y juez de las actuaciones que comenta), alegara después de influir de forma importante en el resultado, por haber expulsado del terreno a cierto número de jugadores de uno de los equipos, que al hacerles abandonar el campo los trató con toda corrección y no en forma airada.

No se puede negar a Jackson una gran capacidad de síntesis. En pocas páginas y con una proporción importante de ilustraciones (todas ellas sectarias), ha consegido tratar todos los temas esenciales, aunque corriendo el riesgo de no matizar lo suficiente y de presentar caricaturas y no auténticos retratos. Ejemplos típicos de esto son su relato de la evolución de la situación española desde 1898 a 1931, en la que sólo se retienen dos variables (el Ejército y el anarquismo), o su análisis de la República, que según el autor no se consolidó por dos razones: el problema agrario y el auge del fascismo en Europa.

Los procesos históricos, como los fenómenos naturales, tienen un número elevado de variables independientes y es necesario despreciar unas cuantas para obtener una ley que explique, de una forma utilizable, la generalidad de los hechos. Una ecuación complicada con un número excesivo de parámetros, no es provechosa ni didáctica, aunque se ajuste muy bien a la realidad. Los científicos señeros tratan, pues, de lograr esquemas más simples, que permitan razonar y deducir la influencia de cada una de las variables esenciales. Cuanto más reduzcan la fórmula mayor será su éxito, a condición de que no excluyan variables esenciales y de que la ley obtenida se atenga razonablemente bien a los fenómenos que trata de contrastar.

Jackson se inclina decididamente por la sencillez, importándole poco qué puntos fundamentales quedan fuera del esquema y que la concordancia con los hechos sea remota.

Este es el caso del contencioso eclesiástico, que el autor escamotea al hablar de la República. Nada le importa que provocara la dimisión del Presidente del Gobierno provisional, ni el que historiador tan poco sospechoso de parcialidad hacia la Iglesia, como el socialista Ramos Oliveira, considere que la República cometió su más grave error al anteponer el rencor anticatólico a otros cometidos más urgentes. Sencillamente ignora estos hechos. Claro que ello perjudica a la propia lógica de su exposición, pues el lector no acierta a comprender cómo una Iglesia cooperadora con la República en 1931-1936 se convierte en fascista y persecutora, según el autor, en julio del último año.

Entrando ya en el tema principal de la hebra, la «Historia de la Guerra Civil», el autor incurre en tres errores esenciales, dos de ellos comunes a casi todos los escritores sobre el tema, que se han ido copiando unos a otros sin utilizar el espíritu crítico ni acudir al estudio de las fuentes, y otro peculiar de Jackson.

Los errores comunes son el presentar la guerra como una lucha entre el Ejército y el pueblo, y aceptar que la ayuda germano-italiana a la España nacional fue muy superior a la recibida por sus oponentes. El achacable directamente a Jackson es su delirante tratamiento del tema del terror en su doble vertiente de terror aéreo y terror en la retaguardia.

Aunque Jackson deforma los resultados de las elecciones de febrero de 1936, admite en esencia, que España estaba dividida en dos fracciones prácticamente semejantes. De aquí se deduce difícilmente que el pueblo estuviera a un lado de las barricadas. En cuanto al Ejército, el propio Jackson reconoce que los generales nombrados para los puestos claves del Estado Mayor y de mando en Madrid, y en las cabeceras de División Orgánica se mantuvieron leales al Gobierno. Luego tampoco el Ejército estuvo en bloque en uno de los bandos. Después de los escritos de Ramón y Jesús Salas, este tema ha quedado tan aclarado que no creemos debe insistir en él.

En cuanto a las aportaciones extranjeras, Jackson hace un buen relato de las ayudas iniciales, aunque adelante al 5 de agosto el primer uso de los Ju-52 en acción de guerra con tripulaciones alemanas (pág. 50), y asegure que el 8 de dicho mes el Gobierno francés cerró la frontera de los Pirineos (pág. 50). A partir de este momento es rara, sobre este tema, una sola afirmación seria. Los aviones traídos por Malraux, según él, databan de la primera guerra mundial y eran Breguets, con una velocidad máxima de 70 millas por hora; Nieuports, de 1918, y de Havillands (pág. 59). Alemania envía desde agosto un barco con suministros militares cada cinco días (pág. 59); Italia cede varios destructores en 1936 (página 60); la Marina inglesa favorece a Franco (pág. 61); Tánger mantiene una neutralidad benevolente hacia los nacionales (pág. 50); en el asalto a Madrid había centenares de cañones de 88 milímetros (pág. 99), y dos batallones germanos de ametralladoras por columna (pág. 100), etc.

Por contra, la URSS no envió barcos con material de guerra hasta la segunda mitad de octubre: seis y ocho a Levante (pág. 60) y uno a Bilbao (pág. 124); en la defensa de Madrid escasearon las armas y la munición (págs. 93 y 99); en Vizcaya sólo había unos 40 cañones (pág. 123); en Brunete participaron tres brigadas internacionales con la mayor parte de sus componentes españoles; las ametralladoras usadas por los gubernamentales eran de la época de Verdún y 80 cañones Vickers-Armstrong utilizados habían sido fabricados para las tropas zaristas en 1916; todos los pilotos de los aviones de procedencia rusa eran españoles [pág. 130); en estos días Negrín no contaba con suficientes aviones que enviar al Norte (pág. 131); los tanques rusos dieron peor resultado que los alemanes porque éstos llevaban tripulaciones de origen y los otros no (pág. 138).

En cuanto a los voluntarios, cifra en 70.000 los italianos que había en España en marzo de 1937 (pág. 149) y en 20.000 los portugueses (pág. 60), y supone que entre internacionales y rusos no llegaban sino al 25 por 100 de los efectivos extranjeros en zona nacional (pág. 150), y asegura que los 10.000 italianos que salieron de España en octubre de 1938 fueron reemplazados por 11.400 que llegaron de Italia (pág. 152). Las afirmaciones de esta larga lista son de muy diversa importancia, y muchas de ellas no merecían la pena de haber sido reproducidas. El interés de su presentación general reside en comprobar que no es que Jackson se equivoque de cuando en cuando al tratar este tema, sino que, por el contrario, la excepción es cuando acierta. Sirve también para demostrar cuán falta de método y sistema es la presentación de Jackson en este fundamental asunto del que apenas hay referencia en el capítulo dedicado a las relaciones internacionales. La impresión que se percibe a lo largo de todo el libro es que el bando gubernamental estaba aislado y que el poco material que recibía era anticuado e inservible, frente a la gran abundancia en que nadaban sus adversarios; de aquí la sorpresa del lector al enterarse, en las páginas 152 y 153 que la URSS agotó con suministros el depósito aurífero, valorado por Jackson (por exceso) en 578 millones de dólares, y que la suma de las deudas de Franco a Alemania e Italia no alcanzaban los 200 millones de dólares a finales de 1938.

Pero el gran tema de Jackson es el terror en sus dos vertientes: por bombardeo Aéreo y en retaguardia.

Jackson sabe que la primera ciudad bombardeada fue Tetuán, en la mañana del 18 de Julio, con la doble agravante de ser ciudad abierta y no de soberanía española (era la capital de la zona de Marruecos sometida al protectorado español). Jackson lo sabe porque alude en el libro comentado a la laureada concedida al Gran Vizir, pero prefiere silenciar que ganó esa alta condecoración por calmar a las multitudes indignadas por el bombardeo de una mezquita, y lanza la especie de que los marroquíes se habían amotinado contra el Alzamiento. Pienso que el Gobierno de Madríd no ordenó bombardear el templo, pero sí la Alta Comisaría que estaba en su proximidad y en plena ciudad; la fatalidad quiso que las bombas dirigidas a la Alta Comisaría cayeran en la mezquita, lo que era de temer dada la poca precisión de los sistemas de bombardeo de la época. Jackson sigue silenciando los bombardeos sistemáticos de las ciudades de Oviedo, Córdoba, Granada, Zaragoza, Huesca, etc., y los cañoneos navales de los puertos del Protectorado de Cádiz y Algeciras, etc., para darse por enterado cuando los bombardeos le tocaron en turno a Madrid.

Según Jackson, en la tarde del 17 de noviembre la artillería nacional cañoneó el centro de Madrid a un ritmo de 2.000 proyectiles por hora y redujo a fuego los barrios obreros y los residenciales de menor nivel de vida. Por la noche, los aviones alemanes, guiados por los fuegos, descargaron lotes sucesivos de bombas explosivas e incendiarias. Añade Jackson que se produjeron algunos pánicos menores cuando los proyectiles alcanzaron las estaciones subterráneas del Metro, en las que buscaban refugio grandes multitudes. Es posible, concluye el autor, que hasta 500 personas resultaron muertas o asfixiadas esta noche (págs. 96 a 98).

Todo ello es muy espectacular y literario, pero afortunadamente para los madrileños poco verdadero. Muchos meses después, en plena batalla de Brunete, la intensidad máxima del cañoneo nacional no alcanzó esa densidad de fuego. Nadie ha visto barrios incendiados en Madrid, ni pobres ni ricos, aunque los barrios fronterizos al frente de batalla quedaron bastante destruidos por granadas y bombas explosivas. Los muertos por bomba de avión el 17 de noviembre fueron nueve, y el día 18 siete, según los datos oficiales de Madrid, y ese día aún no había entrado en acción la Legión Cóndor sobre la capital. Ninguna bomba o proyectil alcanzó estación alguna del Metro ese día ni nunca, si bien muchos meses más tarde, un depósito de explosivos almacenados en un tramo entre dos estaciones voló y dejó abierto un enorme cráter.

Con este preámbulo de Madrid, Jackson echa el resto al relatar el bombardeo de Guernica. Naturalmente, no puede faltar la alusión a que el hecho ocurrió un día de mercado, con tiempo claro y excelente visibilidad hasta que el cielo fue oscurecido por el humo y que el bombardeo se produjo en tres oleadas sucesivas. Concluye Jackson diciendo que murieron unas 1.600 personas y otras 900 resultaron heridas (pág. 124).

Como en el caso de Madrid nada de esto es verdad. El 26 de abril de 1937 a nadie en Guernica se 1e ocurrió pensar en si era o no día de mercado, sino más bien en si debían seguir o no en su retroceso a las tropas del frente costero guipuzcoano, cuyo único paso de retirada era precisamente Guernica. El día era nuboso y la visibilidad pobre. Precisamente por eso la Legión Cóndor bombardeó dicha ciudad, cuyo puente era el tercer objetivo alternativo asignado a dicha Unidad, ya que los objetivos prioritarios, dos cotas del frente oriental, estaban cubiertos por las nubes. La Legión Cóndor despegó de Vitoria con la carga de bombas normal. Sobrevoló dicho frente oriental y se internó en el mar. Al retorno hacia su base bombardeó el puente de Guernica sin alcanzarle y provocó algún incendio que el fuerte viento y la ineptitud o desidia de las autoridades responsables extendió a casi toda la ciudad. De aquí el auténtico asombro de muchos de los primeros ocupantes que veían la ciudad destruida, sin que en gran parte de ella se notaran muestras de impactos de bombas. Vicente Talón ha demostrado que el número de muertos no llegó a 200. La idea de las tres oleadas de bombardeos proviene de que tres Savoia 79 italianos, intentaron destruir el mismo puente poco antes de la llegada de la Legión Cóndor y en acción completamente independiente.

Jackson acierta en que los bombardeos responsables de la acción fueron los J-52, pero añade que los cazas ¡¡¡Heinkel-111!!! colaboraron en ella con sus ametrallamientos. Los ingleses que soportaron los continuos ataques de este bombardero quedarían muy extrañados cuando esto lean.

Jackson relata finalmente los bombardeos de Barcelona de marzo de 1938, sin insistir mucho en ellos.

De todos los bombardeos de la Aviación gubernamental, Jackson solo expone los de los buques «Barletta» y «Deutschland» que los disculpa en parte explicando que ninguno de los dos bandos beligerantes había reconocido el control naval y que el Gobierno de Valencia se había declarado en libertad de acción si los navíos alemanes o italianos penetraban en sus aguas jurisdiccionales, dando a entender que esto es lo que había ocurrido en este caso. Jackson achaca a las autoridades de Burgos la idea de que estos ataques respondían a un desesperado esfuerzo de Valencia para provocar una guerra general europea, y no a Indalecio Prieto, entonces ministro de Defensa, de Valencia, del Estado Mayor del Aire francés, Pierre Cot, y del ministro comunista Jesús Hernández, que son quienes han reconocido este intento.

La postura de Jackson en lo que al terror en la retaguardia se refiere queda resumida en las cifras de muertos que da en el capítulo décimo.

El método deductivo es sorprendente: Como España perdió cerca de un millón de personas durante la guerra (dato que habrá tomado del título de una novela que cita) y 400.000 de ellos fueron emigrantes (cifra que no cree necesario justificar), el número total de muertos es del orden de 500.000 a 600.000. Esto aún le parece escaso y, para estirar los márgenes, se dedica a reducir los caídos en campaña (100.000 a 150.000); naturalmente, los ejecutados en zona gubernamental (20.000), y así concluye que los nacionales exterminaron de 300.000 a 400.000 personas.

Todos los catedráticos del mundo se sentirán avergonzados de que un colega exhiba un razonamiento semejante, aunque alguno de nacionalidad española se ha sumado al extraño proceder.

Lo primero que sorprende a cualquier estudioso de la demografía española contemporánea es que no solo el crecimiento de la población española no muestre una regresión en el curso de 1940 respecto al de 1930, sino que ni siquiera se produzca una disminución en el ritmo del crecimiento.

Todo estudioso sobre la guerra de España se ha encontrado con este hecho incontrovertible, y ha debido abandonar las ideas previas de que en el período 1936-1939 habían desaparecido de nuestra Patria un elevadísimo número de personas. Jesús Salas ha demostrado, en un trabajo que se publicará en breve, que la cifra total de muertos no llega a 300.000 ni la de exilados definitivos a 100.000.

La cifra de caídos en combate presenta leves incertidumbres. El Ejército nacional reconoce oficialmente 87.000 muertos. Como las estadísticas se basaban en los cadáveres recogidos en el terreno y en los fallecidos en los hospitales de campaña, a los que rara vez se añadían los muertos en retaguardia y nunca los desaparecidos y los enterrados por el enemigo, la cifra real será algo mayor, quizá 95.000.

El Ejército derrotado siempre sufre más muertos que el vencedor, de modo que los caídos totales en combate no diferirán mucho de 200.000.

La suma de ejecutados en ambas zonas no alcanza, pues, el centenar de millares. La causa general considera a los gubernamentales responsables de la desaparición de 80.000 personas. Es posible que haya algún error y duplicación en el recuento, pero la cifra real excede sin lugar a duda los 60.000, según ha demostrado Jesús Salas en el trabajo citado.

En lo que se refiere al terror en zona nacional, los relatos de Jackson entran en lo grotesco. En la página 54 asegura que los oficiales de regulares cuando volvían de permiso a Africa llevaban en el avión los dientes y anillos de oro que sus soldados habían arrancado a los cadáveres enemigos, con objeto de entregárselos a sus familias.

En la misma página añade que los relatos que aseguran que en la plaza de toros de Badajoz se asesinaron a 4.000 personas son exagerados, pero que Yagüe indicó a un periodista portugués que la cifra verdadera era algo inferior a 2.000 (Jackson se apunta de nuevo el coeficiente 10 de amplificación). Naturalmente no cita el nombre del periodista ni los detalles de la entrevista.

En la página 80 se refiere el autor a unos imaginarios comités de purga formados normalmente por el cura, un guardia civil y un propietario rural. Según Jackson, la triple coincidencia en la condena de los sospechosos equivalía a la pena de muerte. El relato de lo ocurrido en los alrededores de Sevilla es particularmente tendencioso; el autor lo despacha diciendo que los nacionales fusilaron a todos los miembros de los Ayuntamientos que encarcelaron curas o terratenientes, aunque éstos declarasen a los soldados liberadores que no habían sido maltratados.

El de las ejecuciones en masa de Pamplona el 15 de agosto de 1936 es inconcebible; según Jackson, se fusiló una masa de 50 a 60 personas, la mayor parte católicos y algunos sacerdotes (pág. 82).

Antes de terminar esta crítica hemos de hacer aún alusión a las ilustraciones y bibliografía citada.

Las ilustraciones son una parte importante del libro, y constan fundamentalmente en una buena colección de fotografías y una serie de reproducciones de carteles de propaganda, todos ellos antinacionalistas. Probablemente responden al propósito de influir sobre la emotividad del lector, con impresiones sensoriales no rebatibles directamente con argumentos inteligentes.

La bibliografía citada por el autor es sorprendente. Para los antecedentes de la guerra, los únicos textos españoles que se citan son la historia de los nacionalismos catalán y vasco de García Venero. La historia secreta de la Segunda República de Comín Colomer y la bibliografía de Ricardo de la Cierva. En textos militares es mayor la representación española, pero de toda la notable aportación contemporánea sólo recoge «La historia de España desde el aire». Toda su teoría del terror nacionalista se basa en los libelos de Ruiz Vilaplana y Ayerra, y en la novela de Bernanos. Incluye, sin embargo, en la bibliografía otras varias novelas, de Sender y Gironella, entre otros.


In Boletín de Orientación Bibliográfica número 93-94, mayo-junio 1974, pp. 5-15