El colonialismo español aún no ha encontrado su historiador. Asombra ver como los trabajos históricos se han centrado en las repercusiones que tuvieron en la península los sucesos coloniales -1898 en Cuba, 1921 en Marruecos-, dejando al margen la práctica colonial. Algún párrafo o capítulo, todo lo más, son destinados a mencionar de pasada las características del imperialismo español. Las escasas excepciones, que confirman la regla del silencio, no van más allá de breves apuntes que se limitan al problema cubano. Quizás la conmoción que produjo la pérdida de Cuba en la intelectualidad, explica esta mínima atención. Marruecos, sin embargo, sigue en la trastienda de los archivos, a pesar de haber jugado en la historia moderna de nuestro país un papel mucho más decisivo que el antillano.
No hay una sola obra que trate sobre el colonialismo español en la zona norte marroquí. Existe, desde una perspectiva colonialista, material impreso, sin rigor alguno, que se limita a cantar las «proezas colonizadoras» y a narrar batallas de tal forma, que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Dentro del campo marxista, no hay siquiera un folleto o panfleto de mala calidad. Y ello explica en parte, la inhibición y ambigüedad de la izquierda ante la cuestión colonial, pues si el problema no estaba dominado teóricamente, el ¿qué hacer? no tenía fundamento ni respuesta.
Las páginas que siguen no tienen más pretensión que la de ser un esbozo, una recopilación, una breve reflexión, de la problemática colonial española en Marruecos. En cinco partes, Reparto, Conquista, Pacificación I y II, y Expulsión, se intenta describir el mecanismo militar y político, mediante el que España mantuvo bajo la opresión colonial al pueblo marroquí.
La cuestión se puede resumir como sigue : España encuentra frente a ella una sociedad organizada, con civilización propia, atrasada en su desarrollo, pero cuyo amor a la libertad, apego a la tierra, cohesión, sentido patriótico, quedan probados a lo largo de una guerra de conquista. Esta sociedad, cuyos cuadros y élites de valor habían sido diezmados para ser sustituidos por feudalismos mercenarios y dinásti- cos, es además sistemáticamente destruida, empobrecida, sufriendo, a partir de los años treinta, tentativas desintegradoras, logra recuperar la independencia, en medio de la oleada descolonizadora provocada por los resultados de la segunda guerra mundial.
Junto a ello, se trata de mostrar como la clase obrera española, que había sido firmemente anticolonialista mientras miles de españoles caían en el Rif, no supo valorar en toda su importancia el poderoso aliado que representaba el movimiento nacional marroquí, a través del cual su lucha se vinculaba directamente con la de todo el movimiento de liberación de los pueblos árabes y demás pueblos colonizados. La incomprensiones y posiciones erróneas que, bajo la influencia de la ideología colonialista, existían en las masas trabajadoras y en los partidos que las representaban, hizo que no se viera la necesidad de acabar con la aventura colonial en África, no ya por deber moral -internacionalismo proletario-, hacia los pueblos oprimidos por el Estado español, sino porque además era el único camino que convenía a los intereses nacionales de España, a los intereses del desarrollo democrático, pues el colonialismo contribuía poderosamente a engendrar las fuerzas facistas antidemocráticas. Un año después de empezar nuestra guerra civil, la población que vivía bajo el régimen de Franco, era bastante superior a la que dependía del gobierno de Madrid, con más o menos el mismo número de tropas. Como cualquier estratega de café sabe, teniendo una población enemiga a las espaldas, es imposible mantener un ejército en el campo de batalla, a menos que se disponga de otro ejército, igualmente numeroso para vigilar las comunicaciones, impedir el sabotaje, luchar contra la guerrilla, etc. Por tanto, es evidente que no había ningún movimiento popular efectivo en la retaguardia de Franco. El caso más representativo es el de Marruecos. ¿Por qué no hubo ningún levantamiento en Marruecos? La verdad indiscutible es que no se hizo el menor esfuerzo para lograrlo, porque esto hubiese significado dar un giro revolucionario a la guerra. Para convencer a los marroquíes hubiese sido necesario proclamar la independencia de Marruecos. La mejor oportunidad estratégica de la guerra, se sacrificó a los intereses de las grandes potencias, con la vana esperanza de aplacar el imperialismo francobritánico. Quizás, alguien piense que es de mal gusto evocar esta faceta histórica del proletariado español, porque opine que existen verdades que deben seguir estando ocultas. Pero, ¿no fue Carlos Marx quién dijo que la vergüenza es un sentimiento revolucionario? De cualquier forma, en los juicios no hay acritud para nadie. Los hombres, con sus aciertos y errores, pasan. Los hechos quedan. De ellos se nutre la experiencia de los pueblos que ha de conducirlos a afrontar la resolución de sus problemas con menos dificultades.
Hubiese sido necesario añadir alguna estadística sobre lo que los colonialistas denominan «labor civilizadora de España en Marruecos». Pero ello es imposible, porque no existen. Y no existen porque nada se hizo. Cuando en 1956 el colonialismo español fue expulsado, el porcentaje de analfabetos era mayor que en 1912, más del 95 % de la población musulmana. El último presupuesto de enseñanza, en 1955, no sobrepasaba las 21 118 pesetas. Estudiando bachiller superior había tan sólo 21 marroquíes, hijos de señores feudales que colaboraban con los opresores de su pueblo. Baste decir que entre las dos zonas, después de casi medio siglo de protectorado, no existían más de 28 médicos marroquíes, y en la parte española se podían contar los hospitales con los dedos de una mano. Se publicaban 13 periódicos, 3 con tiradas inferiores a los 10 000 ejemplares, y los diez restantes no llegaban a los 1000 ejemplares. El mayor esfuerzo, consistió en 38 campos de deporte, 29 cines, 60 iglesias católicas y 40 sinagogas. Producto de toda esta situación colonial, 16 869 marroquíes -4000 de ellos menores de 18 años- de un total de 17 500 presos, cumplían condenas en las cárceles españolas y más de 5 000 trabajadores árabes, eran víctimas de los casi 7 000 accidentes laborales anuales, lo que hacía pronunciar a los teóricos colonialistas tesis racistas sobre la criminalidad e ineptitud innata del indígena.
Igualmente, hubiese sido oportuno un análisis del nacionalismo marroquí que abordara las diversas fases de su desarrollo. Insurrecciones rurales, agitación en el seno de las masas pequeño burguesas de la viejas ciudades tradicionalistas, e intervención de la clase obrera, desembocando en una independencia meramente formal, con un contenido feudal, debido a que las últimas etapas de la liberación se obtuvieron en colaboración con los colonizadores más que por la victoria sobre los colonialistas. Sin embargo ello requeriría un nuevo trabajo que profundizara en exclusiva sobre las contradicciones del movimiento de liberación nacional marroquí. El asunto es lo suficientemente complejo y encierra gran interés para ser despachado en cuatro líneas. De ahí que hayamos preferido, en cada momento, dar unos rasgos generales, que enmarquen la actividad colonialista española, en lugar de analizar la problemática de los partidos nacionalistas.
No está de más advertir que el intento está plagado de incertidumbres, muchos puntos de vista son bastante discutibles, ciertas páginas temerarias, mientras que otras pecan de timidez. Es imposible rellenar un vacío histórico de la noche a la mañana. El momento actual del movimiento obrero y revolucionario está pidiendo urgentemente que se proyecte luz sobre parcelas ignoradas como es el tema que tratamos, y también sobre los aspectos conocidos de la historia moderna del proletariado español.
Ojalá que esta aportación no sea más que un paso. El primero.
Miguel Martín