Ian Gibson - La muerte de García Lorca

Introducción


En el verano de 1965, mi mujer y yo fuimos a establecernos a Granada por un año. Yo tenía la intención de escribir una tesis doctoral sobre el gran poeta granadino Federico García Lorca, cuya obra me había sugestionado grandemente siendo estudiante.

Una noche del otoño de aquel año fuimos invitados a una reunión en casa de un amigo, y durante su transcurso, Gerardo Rosales, poeta y pintor que posteriormente ha fallecido, se acercó a mí y exclamó: "¡Ustedes los extranjeros siempre lo mismo! Vienen aquí a investigar la muerte de Federico, y no tienen ni maldita idea de lo que sucedió realmente en Granada en 1936. ¿Se da cuenta, por ejemplo, de que no había ni siquiera cincuenta fascistas en la ciudad antes de que empezase la guerra?". Me sentí muy incómodo, y traté de explicarle que mi interés residía en la poesía de Lorca, pero Gerardo insistió: Yo había ido a investigar la muerte del poeta, y no hubo manera de convencerle de lo contrario.

Durante los meses siguientes se reprodujeron escenas semejantes hasta que, un día, me decidí a aceptar lo inevitable. Postergaría la tesis y escribiría el libro que ya se daba por supuesto que estaba redactando.

Antes de que fuésemos a Granada, había llegado a la conclusión de que aun quedaba mucho por decir sobre la muerte de Lorca. Había leído diversos relatos sobre ella, en especial los de Gerald Brenan, Claude Couffon y Jean-Louis Schonberg, y me habían llamado la atención las frecuentes incompatibilidades y contradicciones que revelaba la comparación de sus narraciones. Era evidente que se imponía una reconsideración de todo el asunto.

Constantemente se me sugerían tremendas estimaciones del número de granadinos ejecutados por los nacionalistas al estallar la guerra; otros extraordinarios relatos me llegaban de todas partes; circulaban docenas de versiones sobre cómo había muerto Lorca, y uno se preguntaba por dónde empezar. Estaba convencido de una única cosa: que la muerte de Lorca tenía que ser estudiada en el contexto general de la represión y no como un acontecimiento aislado.

Me daba cuenta que mis investigaciones, para resultar fructuosas tenían que ser llevadas a dos niveles. Primero, y empezando por las indispensables noticias de Brenan, Couffon y Schonberg, tendría que leer todos los artículos, libros, periódicos o cualquier otro documento que pudiese arrojar una luz, por mínima que fuese, sobre la muerte de Lorca y la represión en Granada. Así pues, establecí una bibliografía previa lo más completa que pude, y mandé a buscar materiales que habían aparecido en todo el mundo, a menudo en los sitios más inaccesibles. Era un trabajo lento, pero poco a poco empezaron a llegar fotocopias, libros y recortes, llevándome a otras publicaciones cuya existencia ni siquiera había sospechado.

En segundo lugar, tendría que seguir la pista de aquellas personas que podrían proporcionarme informes de primera mano sobre la represión y los últimos días de Lorca.

Esto, lo sabía perfectamente, sería más difícil, no sólo a causa de la viva imaginación y gusto que tienen los andaluces por las elaboraciones espontáneas de la verdad, sino también porque notaba que la gente tenía aún miedo de hablar abiertamente con extranjeros sobre la guerra, y porque la policía vigilaba estrechamente lo que sucedía en la ciudad.

Gradualmente se fueron resolviendo algunos de estos problemas. Gracias a un pequeño número de amigos que habían conocido íntimamente a Lorca, encontré a un número creciente de granadinos que habían pasado los primeros meses de la rebelión en su ciudad natal y pudieron darme información detallada y verificable sobre el periodo. Sin un coche habría sido imposible seguir las pistas que surgían de esas conversaciones: a menudo, habiéndome dado un indicio, tuve que ir a un pueblo de la provincia en busca de un testigo recordado vagamente que quizás se mostrase dispuesto a hablar, sólo para descubrir que se había trasladado a Málaga, Madrid, América del Sur -o al cementerio local. En otras ocasiones tuve más suerte.

Mi investigación va precedida de un resumen de la situación política en España en los años anteriores a la Guerra civil, porque pienso que sin ese conocimiento previo el lector no familiarizado con el periodo no puede comprender totalmente lo que sucedió en Granada en 1936.

He aprovechado la oportunidad de esta segunda edición para corregir las muchas deficiencias de la primera edición de mi libro, y asimismo he incorporado una cantidad considerable de informaciones nuevas que han salido a la luz desde 1971.

Este libro no habría podido escribirse sin la ayuda de muchas personas. En primer lugar, debo darles las gracias a mis padres, los Sres de Gibson, de Dublín, quienes generosamente me permitieron pasar todo un año en Granada. También debo agradecimiento a la Universidad Realde Belfast, que me concedió una subvención para regresar a España en 1968 y completar mi investigación. A lo largo del libro cito los trabajos de Gerald Brenan, Claude Couffon y Jean-Louis Schonberg, y me alegro de poder reconocer aquí mi deuda hacia ellos. Mi amigo el Sr. Daniel de W. Rogers, de la Universidad de Durham, me hizo observaciones críticas valiosas y correcciones sobre una primera redacción de la obra, y el Sr Herbert R. Southworth puso amablemente a mi disposición sus vastos conocimientos de la Guerra civil española y sugirió numerosas mejoras. Lamentablemente, no puedo nombrar a las muchas personas de Granada que me ayudaron y animaron: si lo hiciera, comprometería su seguridad. No obstante, tres amigos granadinos cuya contribución al libro fue esencial han fallecido recientemente, y puedo recordarles aquí con todo mi afecto y gratitud: don Miguel Cerón, don Antonio Pérez Funes y don Rafael Jofré García. Entre los otros muchos amigos y conocidos cuya ayuda hizo mi tarea más fácil, me resulta un placer agradecérselo a Mme Marcelle Auclair, al Dr James Dickie, a Mr Bernard Adams, al Dott. Enzo Cobelli, a don Manuel Angeles Ortiz, don Rafael Martínez Nadal, M. Robert Marrast, M. Paúl Werrie, al Dr James Casey, Mr y Mrs S.C.B. Elliott, Mlle Marie Lafranque, don José Luis Cano, Mr Patrick Teskey, Mr John Beattie, al Dr Roger Walker, a Miss S.M. Bull, de la Embajada británica en México, a Mr Leonard Downes, O.B.E., del British Council en la misma ciudad, al Dr Philip Silver, al Dr E. Inman Fox, al profesor Sanford y a su esposa, a Mr David Platt, Mr Jeffrey Simmons, Mr Howard Greenreld y Mr Adrián Shire. Mr Neville Rigg y Mr Bertie Graham realizaron un esforzado trabajo preparando las fotografías para su publicación. Miss Eileen Duncan dibujó el plano y el mapa, y mi amigo y colega el profesor Anthony Watson me hizo muchas y útiles sugerencias. Finalmente, ¿cómo darle las gracias a mi mujer, a quien está dedicado este libro? Sin su indefectible apoyo, la tensión de la investigación habría resultado superior a mis fuerzas.


Ian Gibson
Londres 1973