Romancero libertario

Advertencia preliminar


Cuando dos fracciones de un mismo pueblo se desgarran en nombre de causas e ideologías fundamentalmente opuestas, la restauración de la paz también puede verificarse según dos conceptos opuestos. El vencedor puede afianzar su hegemonía y extenderla a todos los dominios, sin oponerse a la reintegración de los vencidos en el nuevo orden social o incluso favoreciéndola. Al correr los años, los rasgos más acentuados de la escisión van borrándose dentro de una nueva personalidad nacional. Nuestra Historia occidental ofrece numerosos ejemplos de rupturas esenciales seguidas de compromisos, acomodamientos o meros tratados de convivencia entre los beligerantes, que permiten preservar la unidad nacional más allá de todas las particularidades.

Al contrario, puede ocurrir que el vencedor trate de aniquilar a su adversario. Aprovecha entonces la dominación total que le proporciona la victoria de las armas para ahogar por la fuerza las características más profundas de su enemigo, para arrancar hasta sus raíces más genuinas, más sui generis, con el propósito firme de eliminar por completo la personalidad y la esencia del otro. El vencedor en este caso identifica al vencido con el MAL y todos sus esfuerzos tienden a impedir el renacimiento y la expansión del MAL, a controlar hasta sus menores gérmenes de vida. No puede ignorar, en efecto, que cualquier descuido o tibieza se paga muy caro: el mismo precio que pagó su víctima.

La guerra de España nos parece responder a este segundo esquema. La lucha emprendida no podía desembocar en la convivencia. Las ideas, los ideales, los sentimientos en presencia eran demasiado antagónicos para soportar el menor contacto después de casi tres años de beligerancia sin cuartel. Era previsible que, al finalizar esta lucha, el vencedor (cualquiera que fuese) aprovecharía la victoria para eliminar a su rival -más aún en su alma y en su espíritu que en su carne-, por lo menos dentro de los límites de la geografía nacional.

Tanto radicalismo, tanta perfección en extremarse no deja de ocasionar profundas injusticias como en el caso que nos interesa. Dejando los aspectos políticos, sociales, económicos y culturales que caracterizan a los vencidos de esta guerra para estudios históricos que no nos corresponden aquí, existe un sector en el cual el ostracismo ha funcionado a fondo: la literatura y más aún la poesía. La República y especialmente los tres años de guerra fueron el teatro de uno de los más portentosos fenómenos poéticos de toda la historia de las letras españolas, sólo comparable con los cantares de gesta y los romances medievales. No se puede olvidar que los defensores de la República eran también españoles, con el mismo gusto atávico por la expresión versificada que desde siempre fue el crisol privilegiado de toda clase de manifestaciones espirituales y sensibles. Este fenómeno no tiene su equivalente (en cantidad ni en calidad) en el campo adverso a pesar de los esfuerzos hechos en este sentido. Por ser esencialmente popular e incluso proletaria, esta corriente poética supo reanudar con las tradiciones más arraigadas y más creadoras de la expresión popular. El patrimonio poético nacido de la guerra es asombroso por la abundancia y por la calidad, y el hecho de que se haya hundido en la tormenta de la posguerra y de la derrota no justifica el olvido en que se le ha mantenido.

El principal vehículo de esta poesía reside sobre todo en la prensa. Desde el principio del siglo, España estaba trabajada por fermentos revolucionarios de toda índole. Las masas obreras y campesinas se despertaban cada día más a la vida política. La inquietud de los espíritus, el lento madurar social de los españoles quedan plasmados en el constante crecimiento de los órganos de prensa entre 1900 y 1931. El advenimiento de la República marca una fecha decisiva para las diversas tendencias políticas y sus órganos de expresión, arrancándolas de la clandestinidad o lanzándolas con total (o casi) libertad al palenque nacional. Pero aquel florecimiento de la prensa política, que tiene su equivalente en la mayoría de los países vecinos que conocen la misma agitación social e intelectual, se acentúa después del 18 de julio de 1936 y en proporciones considerables. Asistimos entonces al nacimiento de centenares y centenares de revistas, periódicos y folletos más o menos efímeros. Este fenómeno de multiplicación y de atomización de los órganos de prensa, afecta a todas las provincias y a todos los sectores del país que controla la República, con un predominio natural de la prensa de carácter político.

Lo mismo en las capitales provinciales como en los más pequeños pueblos, las organizaciones sindicales o políticas están representadas por su prensa que se dedica a un activo esfuerzo de propaganda y de información (o formación): los comunistas, los socialistas de diversas tendencias, los anarquistas, los republicanos de izquierda, el POUM (generalmente asimilado a los trotsquistas) en algunos sectores, los sindicalistas de la CNT (libertarios) y de la UGT (socialistas) aprovechan con ardor su entrada en la vida oficial del país para difundir sus teorías. Al nivel de las empresas y de los talleres la actividad periodística fue igualmente intensa. Cada ramo, muchas fábricas (nacionales, privadas o "incautadas" según el término de la época) crearon su órgano propio, a la vez para manifestarse, para solidarizarse con el ambiente general y para expresar sus preocupaciones particulares; algunos ejemplos: Construcción órgano de la Federación Regional de las industrias de Construcción y Madera; El Dependiente Rojo, portavoz de la Sociedad General de Dependientes de Cafés, Bares y Cervecerías de Madrid; Nuestra Verdad, portavoz de las muchachas del "Tinte Ideal", etc. Con la certidumbre recién adquirida de participar en la vida del pueblo, de la Ciudad o de la nación, todas las fracciones, todas las comunidades existentes sienten la necesidad de hacer oír su voz en el concierto nacional. Así se crean boletines de comités de barrio y órganos de grupos que hasta entonces estaban acostumbrados a actuar con más discreción y menos publicidad; citemos como ejemplos: Acción Naturista, órgano de regeneración física y moral (Madrid); El Agente Urbano, órgano del Cuerpo de Agentes de Policía Urbana de Madrid; España Evangélica, revista protestante de Madrid, etc. Todas esas publicaciones no llegaron siempre a una difusión importante, claro está, y a veces no aparecieron más de una, dos o tres tiradas. Pero, sin embargo, es importante observar que muchas consiguieron mantener una publicación regular, contra viento y marea, a lo largo de las hostilidades. Los partidos políticos de izquierda que, por primera vez en España, tenían un papel esencial en los asuntos del país, estuvieron presentes en la prensa desde el principio hasta el final, con diarios, semanarios y mensuales, a todos los niveles: central, regional, provincial o local.

En el frente aparece igualmente esta profusión de periódicos y de revistas, con la misma distribución política. Cada cuerpo de ejército, cada división, la gran mayoría de las milicias o (cuando el ejército nacional sustituyó a las milicias) brigadas, cantidad de batallones e incluso meras compañías crearon su órgano propio. Nacida del famoso "periódico mural" alrededor del cual giraba la vida de la unidad (una plancha, un cartón, un tablero, cualquier cosa plana en la cual se podían pegar o clavar notitas, artículos, avisos, dibujos, etc.), esta prensa del frente es quizás el elemento más original de la guerra de España por sus aspectos espontáneos y populares: la prensa particular del miliciano y del soldado, redactada por y para el que luchaba, con toda la ingenuidad, la sencillez del entusiasmo colectivo y la íntima convicción de que la obra emprendida es grandiosa y hermosa. El aspecto exterior que ofrecen estas publicaciones del frente, por su variedad de formatos, de calidad, de tipos de imprenta y de periodicidad, refleja exactamente las condiciones en que se imprimían. Reducidas a una hoja tirada a roneo algunas, casi "lujosas" otras con papel cuché, fotografías y colores de excelente calidad que no tenían nada que envidiar a algunas de las mejores revistas de la retaguardia. Si se tienen en cuenta las enormes dificultades materiales que rodeaban la impresión (aprovisionamiento cada vez más difícil de papel, falta de auténticos profesionales de la imprenta, carencia de subsidios substanciales, instalaciones más que precarias), el esfuerzo de los redactores es realmente digno de admiración. En determinados casos, las unidades que poseían un órgano de prensa disponían también de una imprenta propia que seguía los movimientos impuestos por los combates. Ciertos grupos, además, lograron perfeccionar considerablemente sus instalaciones, hasta el punto de crear auténticas imprentas de campaña capaces de editar fascículos y libros. Solían ir acompañadas por bibliotecas ambulantes que tampoco se apartaban mucho de las primeras líneas para mantener un contacto diario con los combatientes. En la imposibilidad de citar todas estas publicaciones, algunos ejemplos pueden expresar la realidad de esta prensa de guerra: Fuego, portavoz de la 132 Brigada Mixta; - Hierro, órgano del Batallón de Hierro - Brigada Motorizada de Ametralladoras; -Ideas y Armas, semanario del Tercer Batallón de la 41 Brigada Mixta; - Iskra, órgano de la 23 Brigada Mixta, sector del Jarama; - Stajanov, semanario de la 28 Brigada; - Tchapaiev, órgano semanal de la 143 Brigada Mixta, Alcañiz; - Voz Miliciana, órgano del Batallón Amunátegui, tercero de la Columna Meabe, Eibar. Otras publicaciones, directamente relacionadas con la guerra, se dirigían a los hospitales, los mutilados, los sanitarios, los comisarios de guerra, los milicianos de la Cultura, etc.

El contenido de todas estas publicaciones ofrece menos variedad, como es lógico. Las operaciones de guerra, las noticias sobre los diversos frentes, los temas políticos de actualidad, las preocupaciones culturales y docentes propias de cada unidad, los intereses inmediatos y ciertos problemas personales, ocupaban lógicamente la mayor parte de los espacios impresos. Sin embargo, es muy interesante observar que la inmensa mayoría de esas revistas reserva unos cuantos espacios para la poesía (fenómeno que caracteriza tanto a la prensa del frente como a la de la retaguardia). Esta tendencia existía ya en algunos periódicos anteriores a la guerra, pero asistimos entre 1936 y 1939 a la extensión y a la sistematización del principio. Todas las corrientes políticas y sindicales, todos los intereses más diversos concuerdan en publicar regularmente composiciones poéticas. Los diarios de la retaguardia suelen tener "su" poeta o su sección poética, sin dejar de publicar poemas nacidos en las trincheras o en otros periódicos. En el frente, muchas publicaciones fomentan la creación poética mediante concursos premiados en especie (mecheros o tabaco las más veces) o en metálico (hasta 200 pesetas o más), y publican las obras de la casi totalidad de los concursantes. Ante la importancia de los envíos, ciertas revistas instituyen una censura cualitativa. No dejan tampoco nunca de insertar obras de poetas más conocidos como Alberti, Miguel Hernández o José Herrera Petere, cuya aureola tiene hondas repercusiones en toda la zona republicana.

El espacio reducido de estos preliminares no permite una investigación detallada de las causas profundas de este movimiento, pero sí permite manifestar su existencia y hacer presenciar el extraordinario florecimiento de la poesía. Todos los "poetas" que acceden tan inesperadamente a la publicación no pueden aspirar a las glorias eternas del Parnaso. De la misma manera, todas las composiciones no merecen la inmortalidad. Lo importante es sentir esta necesidad colectiva de recurrir a la expresión en verso, reconociéndolo como el instrumento más adecuado para responder a la importancia de los acontecimientos vividos o como el arma más certera para combatir y asentar con firmeza los principios de la Causa. La prosa no basta por quedarse corta, fría e intelectual. La intensidad del vivir no puede plasmarse sino a través de una expresión también cualitativamente superior. La utilización del verso para fines generalmente considerados como antipoéticos -consejos e informaciones políticas para el soldado, enseñanza del abecedario, de los principios elementales de la higiene, de los conocimientos militares, de los preceptos morales e incluso la utilización del verso en la publicidad para cantar los méritos de un producto cualquiera, como se dio el caso en ciertos periódicos de la guerra, también contribuye a mostrar el prodigioso interés despertado por la poesía y su impacto en los lectores. Las octavillas de propaganda lanzadas en el campo enemigo podían igualmente estar escritas en verso.

Señalemos también, paralelamente a toda esta literatura en lengua castellana, una profusión de revistas y periódicos en lengua catalana, vasca o gallega que tampoco dejaron de rendir su contribución a la expresión poética. Las revistas gallegas en particular, publicadas principalmente en Barcelona y Madrid, nos ofrecen una producción poética considerable y de excelente calidad. En cuanto a los extranjeros que pertenecían a las Brigadas Internacionales, impulsados o contagiados quizás por el ambiente español, también fundaron sus propios órganos de prensa y utilizaron la versificación. Al lado de las numerosas poesías inglesas, alemanas, italianas y francesas existen composiciones en polaco, húngaro, yugoslavo, albanés y... esperanto.

La verdad nos obliga a observar que estas poesías, salvo excepciones conocidas (Langston Hughes y Nicola Potenza, por ejemplo), carecen de verdadero interés literario -en las lenguas que nos son accesibles-. Nos permiten, en cambio, apreciar y admirar el fenómeno poético español cuyo olvido no deja de parecer más injusto aún.

El resultado de nuestras investigaciones, aunque muy incompletas todavía, lo constituyen miles y miles de poemas recogidos que corresponden a unos dos mil nombres de "autores". Esta prodigiosa producción, en conjunto, forma una especie de cantar de gesta de la guerra de España (en su sentido más primitivo y auténtico) y aparece como una de las experiencias de poesía popular y proletaria más bellas y más acertadas de todos los tiempos, por lo menos de nuestro siglo. Confiemos en que los conceptos "popular" y "proletario", unidos a la palabra poesía han dejado de parecer incongruencias o atentados a la pureza del clima divino que rodeó a la poesía. Sabemos desde hace mucho tiempo que las preocupaciones contemporáneas inmediatas pueden ofrecer más garantías de autenticidad y de genio poético que búsquedas de tipo metafísico desvinculadas de toda realidad humana.

Otro de los rasgos que hacen de esta poesía un cuerpo de verdadero valor literario y humano está constituido por la reunión -diríamos la comunión- excepcionalmente lograda de escritores "de oficio" con una corriente popular vivaz y creadora. Poetas de renombre como Rafael Alberti, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Manuel Altolaguirre o Emilio Prados han vibrado, pensado, sentido como millones de personas. Su adhesión, en la mayoría de los casos, es más de tipo "orgánico" que intelectual. La torre de marfil se había derrumbado espontáneamente, sustituida por la trinchera, el "mono" y la realidad cotidiana que no carecía de grandeza. Idénticas preocupaciones, lengua idéntica, todo concurrió para que el literato puro coincidiera con el vate popular heredero directo de la tradición ancestral de canciones, aleluyas, romances de ciegos, etc. Una forma, a la vez popular y literaria, el romance, selló el acuerdo, estimuló y estrechó todavía más esta osmosis entre corrientes diferentes. Hacía siglos que la poesía había perdido su vocación colectiva, por y para la colectividad, sin dejar de acceder a un nivel cualitativo superior, creando una auténtica cultura con todas sus componentes intelectuales, morales, sentimentales, filosóficas y sociales.

Esperamos que la publicación fraccionada que emprendemos a partir de este corpus poético, despertará el interés y el entusiasmo que merece y excitará la curiosidad de los que, sin vocación particular para la poesía, se interesen por una España mal conocida u olvidada.

Serge Salaün