¿Socialismo o burocracia?

El fin de un mito


Dos jóvenes comunistas polacos, Karol Modzelewski y Jacek Kuron, actualmente encarcelados en su propio país, han escrito el presente ensayo. Como ellos mismos señalan al comienzo de esta "carta abierta", los autores elaboraron en 1964 un informe sobre la situación en Polonia, que contenía un proyecto de programa revolucionario. Dicho texto fue incautado por la policía política y sus autores expulsados del POUP (Partido Obrero Unificado Polaco). Kuron y Modzelewski escribieron entonces su "carta abierta", en la que recogen las principales tesis de su texto anterior. Las autoridades polacas no han podido soportar tamaña "obcecación" en la defensa y la difusión de ideas revolucionarias en estos jóvenes universitarios y los han juzgado y encarcelado, junto con otros compañeros, culpables de haberse solidarizado -parcial o totalmente- con las ideas de los autores; o, más sencillamente, por haber defendido la libertad de expresión.

Karol Modzelewski es hijo de Zygmunt, viejo militante comunista, miembro desde 1945 del Comité Central del POUP y ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular Polaca hasta su muerte; Jacek Kuron, como su compañero, fue uno de los organizadores de las actuales Juventudes Socialistas polacas.

Su proceso se desarrolló a puerta cerrada. Pero en estos casos, la ley polaca prevé "hombres de confianza", nombrados por los acusados que pueden asistir al proceso en calidad de testigos. Modzelewski eligió al conocido filósofo Leszek Kolakowski y Kuron al escritor Kasimiers Brandys. Es curioso comprobar que a fines de 1966 el propio Kolakowski fue expulsado del partido obrero polaco, debido a una conferencia pronunciada ante 500 estudiantes en el mes de octubre de ese mismo año. Esta expulsión provocó una verdadera oleada de protestas, así como una quincena de dimisiones de conocidos intelectuales del partido, entre las cuales la del novelista Kasimiers Brandys. El régimen polaco o, para emplear el concepto de Kuron y Modzelewski, la burocracia política central, parece tropezar con muchas dificultades para amordazar a sus intelectuales.

La "carta abierta" de Kuron y Modzelewski constituye, a mi entender, la primera crítica global revolucionaria del sistema político-económico mal llamado "socialista" que nos llega de dicho campo (1). No tiene solamente un valor de testimonio, ya que no son indocumentados "agentes del imperialismo" de París o Nueva York, quienes escriben estas páginas, sino jóvenes polacos, militantes, miembros hasta hace poco del partido obrero polaco, quienes, reuniendo reflexión y experiencia, han iniciado una de las críticas más consecuentes y radicales de uno de los grandes mitos del siglo XX.

No me olvido de que en la URSS, y esto desde los primeros años del poder soviético, se desarrollaron toda serie de críticas contra los fenómenos negativos del sistema, fenómenos que con el triunfo de lo que viene llamándose "estalinismo" -para eludir el problema-, terminaron por aplastar la revolución y, al propio tiempo, toda posibilidad de crítica. Recordemos, de paso, los manifiestos del Soviet de Cronstadt, la plataforma de la "oposición obrera" encabezada por Kollontai y, posteriormente, las tesis de la "oposición de izquierda" trotskista, para citar tan sólo algunas de las críticas de izquierda al sistema. Sin embargo, por interesantes que fueran dichas críticas -¡y lo son!-, considero personalmente que el texto de Modzeleswki y Kuron va mucho más lejos en el análisis del sistema y en su explicación histórica. Esto es perfectamente lógico desde un punto de vista científico. Independientemente del valor intelectual de unos y otros, resulta fácilmente comprensible que desde 1921 -Cronstadt- hasta 1964, la suma de experiencias y de análisis, permite una explicación más profunda y rigurosa del fenómeno. Lo que ya resulta mucho menos comprensible, desde el punto de vista tanto científico como revolucionario -o si se prefiere marxista-, es no tener en cuenta dicha experiencia y contentarse con repetir los viejos tópicos oficiales de la burocracia -con sus vaivenes-, o las viejas críticas de la "oposición de izquierda".

Tomemos un ejemplo. Era difícil a los revolucionarios sinceros del decenio del 20 al 30, en Rusia, definir a la burocracia como una clase explotadora, propietaria colectiva de los medios de producción, como así lo hacen de manera argumentada y convincente Kuron y Modezelewski, porque esta "nueva clase", si bien existía en germen a partir de la toma del poder, ha ido desarrollándose y cobrando sus rasgos definitivos poco a poco, en medio de toda serie de luchas y de dificultades interiores y exteriores. Sin hablar ya de la carga sentimental, del hecho de que esa burocracia denunciada por un Rakovski, por ejemplo, en su famoso texto sobre Los peligros profesionales del poder, se personalizaba muchas veces en bolcheviques que no hacía mucho habían tenido que soportar la prueba del fuego, de la cárcel, de la tortura, del exilio y los peligros de la actividad clandestina revolucionaria. Pero no es la primera vez en la historia que los ideales revolucionarios de justicia e igualdad contribuyen a abrir paso a un nuevo sistema de explotación. Saint-Just no era consciente de que la revolución francesa preparaba la explotación de los trabajadores por los Boussac y demás Dassault.

Fuera de la URSS, pero en el seno del movimiento obrero, también se han desarrollado y siguen desarrollándose toda una serie de polémicas y críticas en torno al grave problema de la naturaleza de los Estados llamados socialistas. Es interesante, en este sentido, recordar como Rosa Luxemburgo, desde una cárcel alemana, en 1918, escribió su folleto La revolución rusa, en el que, solidarizándose con los bolcheviques, se "permitió", sin embargo, criticar duramente toda serie de aspectos de la misma, y particularmente la supresión de las libertades democráticas.

Creo que se puede afirmar que durante todo un periodo histórico el eje fundamental de la crítica marxista a la URSS lo constituían las obras de Trotski, cuya influencia -aún hoy- supera con mucho el marco de los diversos grupos trostskistas que existen por el mundo. Sin embargo, en toda serie de aspectos fundamentales, las tesis de Kuron y Modzelewski son radicalmente diferentes de las de Trotski, pese a que ciertos trotskistas hayan pretendido lo contrario (2).

Comenzando por las de Trotski, vamos a intentar resumir brevemente las principales tesis críticas sobre el sistema político-económico mal llamado socialista que han cristalizado en el movimiento obrero, limitándonos, sin embargo, a las críticas que para simplificar calificaremos de marxistas, sin mencionar las anarquistas, no porque no tengan interés, sino para no alargar este prólogo.

Para Trotski, la URSS es un régimen de transición hacia el socialismo (aunque no niegue el peligro de una restauración del capitalismo). El Estado soviético es un Estado obrero, a veces calificado de degenerado. "Los medios de producción pertenecen al Estado. El Estado "pertenece" en cierto modo, a la burocracia. Si estas relaciones, aún recientes, se estabilizaran, se legalizaran, se hicieran normales, sin resistencia o contra la resistencia de los trabajadores, concluirían por liquidar completamente las conquistas de la revolución proletaria. Pero esta hipótesis es prematura. El proletariado aún no ha dicho su última palabra. La burocracia no ha creado una base social a su dominación, bajo la forma de condiciones particulares de propiedad. Está obligada a defender la propiedad del Estado, fuente de su poder y de sus rentas. Desde este punto de vista sigue siendo el instrumento de la dictadura del proletariado (3)." Toda la ambigüedad de la posición de Trotski se pone de manifiesto en estas líneas. Para él las relaciones de propiedad son socialistas porque son estatales, la burocracia es a la vez una casta privilegiada y un instrumento de la dictadura del proletariado, pero en ningún caso una clase; es un tumor en el cuerpo sano del socialismo; la situación es eminentemente inestable, transitoria: o bien los trabajadores hacen una "revolución política", puesto que ya que la estructura socioeconómica del país es socialista, de lo que se trata es de liquidar la dominación política de la burocracia y sus privilegios; o bien la normalización de las relaciones liquidaría las "conquistas de octubre", o sea que se restablecería el capitalismo. Me parece importante recordar que Trotski murió asesinado por un agente soviético en 1940 y que, por lo tanto, no conoció ni analizó más que el sistema burocrático de la URSS. Es difícil -e inútil- prever cuáles hubieran sido sus reacciones ante la gigantesca extensión del sistema, de China a Yugoslavia, sin que nada fundamental haya cambiado en la URSS, habiéndose en cambio repetido los rasgos esenciales del sistema en todos y cada uno de los países del llamado "campo socialista", con matices a veces importantes, debido a toda serie de condiciones históricas, nacionales, políticas y económicas. Lo que es evidente es que la historia ha anulado la argumentación fundamental de Trotski. La ambigüedad, la fragilidad del sistema que obligaría a éste a retroceder hacia el capitalismo, o a avanzar hacia el socialismo, no se ha verificado. Muy al contrario, el sistema burocrático se ha extendido muchísimo, demostrando así su coherencia interna, sus posibilidades de desarrollo y no se han dado pasos ni hacia el socialismo, ni hacia el capitalismo, tal y como lo preveía Trotski. De paso, esta extensión del sistema burocrático liquida asimismo otra de las tesis esenciales de Trotski. En efecto, Trotski, con razón, señaló reiteradamente la imposibilidad de la construcción del socialismo en un sólo país; para él, pues, "la extensión fuera de las fronteras de la URSS de la "revolución" tendría consecuencias incalculables. En cambio un aislamiento indefinido [de la URSS, L.T.] traería inevitablemente consigo, no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo" (Op. cit., p. 635).

Ya sería hora de enfrentarse con el problema que plantea el simple hecho de que revoluciones auténticas (China, Yugoslavia) y "revoluciones" logradas con la ayuda del Ejército Rojo (Polonia, Hungría, Rumania, etc.) hayan dado frutos semejantes, idénticos sistemas burocráticos. Porque pese a las diferencias y a las crisis políticas con Moscú, en lo esencial, Yugoslavia y China tienen las mismas relaciones de propiedad y de producción que la URSS o Polonia.

Con diferencias y matices, las tesis de Trotski sobre la URSS (muy esquemáticamente resumidas aquí), siguen siendo válidas no sólo para los trotskistas, sino para una fracción importante del ala izquierda del movimiento obrero y para ciertos intelectuales marxistas (Isaac Deutscher, por ejemplo). En la izquierda socialista (ciertos elementos del PSIUP en Italia, del PSU en Francia, etc.), como en ciertos sectores minoritarios de los partidos comunistas, se sigue considerando a la URSS y a los demás países del mal llamado campo socialista, como regímenes de transición; a la burocracia como una capa privilegiada y demasiado autoritaria aún (pero históricamente necesaria en los países poco desarrollados, según algunos); se admite y se critica la falta de democracia, pero se niega airadamente la explotación de la clase obrera (como también la negaba Trotski). Casi se puede decir que hay muchos "trotskistas moderados" que se ignoran... Las tesis de Kuron y Modzelewski rompen tajantemente con esta ambigüedad que ni ha explicado, ni puede aportar una explicación global y científica a los problemas fundamentales, y que constituye más bien una manera elegante de eludirlos.

Para Kuron y Modzelewski, confundir propiedad social y propiedad estatal constituye un error garrafal; yo añadiría un error voluntario. "La noción de propiedad estatal puede disimular contenidos diferentes, según sea el carácter de clase del Estado", escriben. Para los autores el Estado polaco, como los demás Estados mal llamados socialistas, no es un Estado obrero, ni siquiera degenerado, sino que constituye un instrumento en manos de una clase: la burocracia política central (concepto que considero aún impreciso, aunque lo sea mucho menos que burocracia a secas). La burocracia política central constituye, pues, una clase propietaria colectiva y no privada, de los medios de producción, y el sistema en su conjunto constituye un nuevo sistema de explotación de la clase obrera. Pero más vale que remita al lector al texto de Modzelewski y Kuron, mucho más interesante de lo que pueda ser mi resumen de sus tesis.

No es la primera vez que se considera a la burocracia como una clase explotadora. En realidad, fue la Oposición Obrera quien formuló por primera vez esta tesis en 1921. Bordiga, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano, mantiene desde hace más de treinta años que el régimen que existe en Rusia y posteriormente en otros países, no es sino un régimen de capitalismo de Estado y de manera perseverante intenta demostrar que todas las categorías esenciales del capitalismo se encuentran en Rusia, salvo la propiedad privada de los medios de producción. La opinión de que Rusia y demás países del "campo socialista" no son, en realidad, más que países de capitalismo de Estado, está bastante difundida en una serie de grupos comúnmente llamados "ultraizquierdistas".

Por los años 1938-1939, una serie de trotskistas o de extrotskistas comenzaron a poner en duda las tesis de Trotski, y, entre otras cosas, comenzaron a preguntarse si tenía razón Trotski al negar que la burocracia fuera una clase. Un poco antes de la declaración de guerra, un antiguo trotskista italiano, Bruno Rizzi respondió afirmativamente a esta pregunta -si la burocracia constituye una clase-, en un libro que publicó en París y que pasó casi desapercibido, pese a su influencia, La burocratización del mundo. Rizzi fue el autor original de la concepción de una revolución directorial que Burnham, Schachtman, Djilas y numerosos otros debían más tarde exponer en términos mucho más esquemáticos y someros. Se apoyaba en parte, en la argumentación de Trotski, tal como éste la había expresado en la Revolución traicionada, con el fin de rechazar el conjunto de su argumentación. En dicha obra mantenía que la revolución rusa, como la revolución francesa, que pretendía abolir la desigualdad, no había hecho más que sustituir un modo de explotación económica y de opresión política por otro. Y Trotski, con la obsesión de una restauración capitalista en la URSS no había sabido percatarse de que el colectivismo burocrático se había establecido allí en tanto que nueva forma de dominación de clase. Se negaba a calificar la burocracia como nueva clase, porque no poseía los medios de producción y no acumulaba beneficios. Pero, contestaba Rizzi, "la burocracia posee efectivamente los medios de producción y realiza efectivamente, beneficios" (4).

Y Bruno Rizzi -citado por Deutscher- escribe: "En la sociedad soviética, los explotadores no se apropian la plusvalía directamente, como así hace el capitalista cuando embolsa los dividendos en su empresa. Lo hacen indirectamente, por mediación del Estado, que cobra la suma global de la plusvalía nacional y la distribuye luego entre sus funcionarios". Y más adelante: "En la medida en que el colectivismo burocrático ha organizado la sociedad y su economía de manera más eficaz y productiva que el capitalismo lo ha hecho y podía hacerlo, su triunfo ha marcado un progreso histórico. Por consiguiente, era inevitable que sustituyera al capitalismo. El control del Estado y la planificación predomina no sólo en el régimen estalinista, sino también bajo Hitler, Mussolini y hasta Roosevelt" [Hace alusión al New Deal, L.T.]... "El colectivismo burocrático es la última forma de la dominación del hombre por el hombre, tan próxima de la sociedad sin clases que la burocracia, última clase explotadora, se niega a reconocerse como clase poseedora". No se trata, claro, de juzgar un libro por referencias o breves citas, sin embargo, me parece que desde 1939 -fecha de su publicación- hasta nuestros días, el capitalismo se ha desarrollado y ha evolucionado considerablemente, y resulta hoy por lo menos discutible la afirmación de Rizzi sobre la "superioridad del colectivismo burocrático" en la organización de la economía y de la sociedad. Lo que parece cierto es que en estos países -que todos ellos eran subdesarrollados o semidesarrollados-, el sistema burocrático ha permitido una acumulación primitiva relativamente rápida e importante. Se puede decir en este sentido que, por ahora, el desarrollo económico y social es superior en China que en la India, por ejemplo. Pero tras la acumulación rápida y la industrialización, dichos países conocen un proceso de estancamiento y hasta de crisis, de cuyos efectos puede uno percatarse precisamente en estos momentos, tanto en la URSS como en las democracias populares.

Lo cual no quiere decir que se trate aquí de una ley absoluta y que los países subdesarrollados o semidesarrollados no puedan realizar su "revolución industrial" más que por la vía del "colectivismo burocrático". Esto equivaldría a condenarles de antemano a seguir en la miseria o a adoptar el modelo dictatorial ruso o chino. Personalmente y, aunque así haya ocurrido hasta la fecha, me es difícil contentarme con semejante fatalismo; ahora bien, creo que en definitiva, en este problema como en otros, la correlación de fuerzas a escala internacional desempeñará un papel primordial. En una palabra: que si no existen hoy regímenes de transición hacia el socialismo, ello no quiere decir que no vayan a existir nunca. Pero sólo será posible en la medida en que una verdadera revolución socialista instaure una verdadera democracia obrera en países industriales (capitalistas o burocráticos), con los cuales los regímenes de transición puedan establecer lazos políticos y económicos de nuevo tipo, inexistentes hoy en el seno del mal llamado campo socialista, como las actuales crisis lo ponen de manifiesto.

Sería asimismo absurdo considerar de antemano imposible una industrialización por vía capitalista, aunque diferente de la del siglo XIX, de países subdesarrollados. Esta imposibilidad del capitalismo para industrializar "países pobres", no se ha verificado, en todo caso, ni en Japón a fines del siglo XIX, ni en España a mediados del XX...

Entre las opiniones críticas sobre el seudosocialismo de los países burocráticos, existe una corriente que la revista (hoy desaparecida) Socialisme ou Barbarie de París, ha representado durante cerca de 20 años (de 1949 a 1966, si no me equivoco) de manera original y coherente. El grupo que publicaba Socialisme ou Barbarie, rechazaba categóricamente la versión según la cual los países del este sean "regímenes de transición hacia el socialismo" y se distinguía -aun cuando existan puntos de coincidencia- tanto de la asimilación del régimen de la URSS y demás países burocráticos con el capitalismo de Estado, como de la opinión según la cual el colectivismo burocrático constituye una etapa superior y posterior al capitalismo, la última etapa antes del socialismo (Rizzi, por ejemplo). No es que Socialisme ou Barbarie niegue los rasgos de capitalismo de Estado que existen en la URSS y demás países que califican de capitalistas burocráticos (sin duda para distinguirse); como tampoco niega, sino todo lo contrario, la extensión a escala mundial del fenómeno burocrático. Dicho grupo pone en duda que la URSS de hoy sea igual al capitalismo de ayer, como asimismo que el "capitalismo burocrático" sea superior al capitalismo. Su visión es más bien dinámica en el sentido que ve una evolución paralela en los países industriales tanto del este como del oeste, que les hará encontrarse, no en el infinito, sino en un futuro relativamente próximo, a menos que una revolución verdaderamente proletaria -de la que se declaran, huelga decirlo, partidarios- no instaure el socialismo.

" Una vez desembarazados de la óptica trotskista (5), es fácil ver, al utilizar las categorías marxistas fundamentales, que la sociedad rusa es una sociedad dividida en clases, entre las cuales, las dos fundamentales son la burocracia y el proletariado. La burocracia desempeña el papel de clase dominante y explotadora en el pleno sentido de la palabra. No se trata únicamente de que sea una clase privilegiada y de que su consumo improductivo absorba una parte del producto social comparable (probablemente superior) a la que absorbe el consumo improductivo de la burguesía en los países de capitalismo privado. Se trata de que manda soberanamente sobre la utilización del producto social total, primero al determinar el reparto en salarios y plusvalía (al mismo tiempo que trata de imponer a los obreros los más bajos salarios posibles y de sacarles la mayor cantidad de trabajo posible), segundo, al determinar el reparto de esa plusvalía entre su propio consumo improductivo y las nuevas inversiones, en fin, al determinar el reparto de esas inversiones entre los diversos sectores de producción." [...]

"Puede constatarse que la esencia, el fundamento de la dominación de la burocracia sobre la sociedad rusa, lo constituye su dominación en el seno de las relaciones de producción; al mismo tiempo, puede constatarse que esta misma función ha sido siempre la base de la dominación de una clase sobre la sociedad. Dicho de otra manera, la esencia actual de las relaciones de clase en el seno de la producción, la constituye la división antagónica de los participantes en la producción en dos categorías fijas y estables: dirigentes y ejecutantes. El resto concierne a los mecanismos sociológicos y jurídicos que garantizan la estabilidad de la capa dirigente; así ocurre, por ejemplo, con la propiedad feudal de la tierra, con la propiedad privada capitalista o con esta extraña forma de propiedad privada no personal que caracteriza al capitalismo actual; así ocurre en Rusia con la dictadura totalitaria del organismo que expresa los intereses generales de la burocracia, el partido "comunista", y con el hecho de que el reclutamiento de los miembros de la clase dominante se realiza por una cooptación extendida a escala de la sociedad global (6)."

Al resumir de esta forma las opiniones de unos y otros sobre problemas tan complejos, resulta imposible reflejar los diferentes matices y divergencias, así como las conclusiones políticas y teóricas, a veces muy opuestas, que unos y otros sacan de sus tesis. Volviendo a Modzelewski y Kuron, creo que se distinguen en una serie de aspectos fundamentales de las tesis a las que hemos aludido, aun cuando haya evidentes puntos de coincidencia. Pese a que su "carta abierta" esté incompleta, ya que como ellos mismos señalan, falta un capítulo, y que no han tenido tiempo de revisar la parte dedicada al examen de la situación económica en Polonia, mi impresión personal es que sus tesis reflejan más justamente la realidad que las diversas opiniones a las que he aludido anteriormente. Esto no quiere decir ni que esté de acuerdo con todas sus afirmaciones, ni que intente presentar esta "carta abierta" como un nuevo evangelio, o librito rojo. Es algo, por otra parte, mucho más importante que eso: se trata del inicio y continuación, a la vez, de una necesaria, indispensable, labor crítica para liquidar los mitos que tanto daño han hecho y siguen haciendo al movimiento obrero, para disolver la cortina de humo que se interpone entre la clase obrera y sus objetivos.

Lo que se desprende fundamentalmente de la lectura de esta "carta abierta" -y que viene a confirmar valiosamente nuestras precedentes hipótesis- es que los sistemas burocráticos constituyen en realidad, formaciones sociales nuevas. No son ni capitalistas, ni socialistas. Aunque Modzelewski y Kuron no traten de la evolución del capitalismo, de paso, en toda una serie de cuestiones socioeconómicas señalan, como podrán verlo nuestros lectores, importantes diferencias entre el sistema burocrático y el sistema capitalista. Esto no quiere decir que no se puedan encontrar rasgos de tipo capitalista en las sociedades burocráticas, aunque sólo sea la explotación del trabajo asalariado. El hecho de que nos encontremos con formaciones sociales nuevas, con su propia lógica de desarrollo y su relativa coherencia en la organización de la sociedad -basada en la explotación de los trabajadores-, parece no caber en la mente de muchas personas de buena voluntad. Como Marx no ha hablado más que de capitalismo y de socialismo, estos regímenes deben obligatoriamente ser o capitalistas o socialistas, o regímenes pendulares oscilando entre ambos polos y calificados de "transitorios". De ahí todos los retorcimientos de la realidad que unos y otros hacen en defensa de esta postura preconcebida. Sin embargo, creo que no se ahondará en la explicación de este fenómeno más que a partir de un estudio objetivo de la realidad, como han realizado, a mi entender, los autores de esta "carta abierta".

Es importante señalar asimismo que los regímenes burocráticos (para llamarlos de alguna manera), se han impuesto, tras una revolución o con la ayuda del Ejército Rojo, esencialmente en países subdesarrollados (con la única excepción de Checoslovaquia). En cierto sentido, puede decirse que los partidos comunistas han sido el instrumento que ha permitido realizar una "revolución industrial" necesaria, pero que las viejas clases dirigentes fueron incapaces de realizar por vía capitalista. Evidentemente, éste no era el propósito de los revolucionarios rusos en 1917, por ejemplo, pero sí es el resultado de la evolución de los regímenes nacidos de las diversas revoluciones, y ello debido a una serie de factores históricos, políticos y económicos que sería demasiado largo analizar aquí -pero que se analizan en el caso de Polonia en el texto que hoy nos ocupa. En cambio, este tipo de revolución no ha triunfado, ni triunfará probablemente, en los países industriales, porque dicho esquemáticamente, representaría el triunfo de un "modelo social" inferior, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas, al capitalismo moderno.

La falta de comprensión de la naturaleza de clase del Estado soviético y demás Estados del llamado campo socialista, se explica en parte, y paradójicamente, por la falta de comprensión de la evolución del capitalismo. Se es, en efecto, muy indulgente con las taras y crímenes en los Estados burocráticos porque se concibe al capitalismo en una situación de crisis general (lo cual es falso y constituye otro de los tópicos que habría que examinar de nuevo. De ahí el siguiente razonamiento: Por muy defectuosos que sean los sistemas "socialistas", son anticapitalistas, y por su sola existencia aceleran la crisis general del capitalismo; debemos pues, apoyarles decididamente (incondicionalmente, decía Trotski en relación con la URSS). Sin embargo, sin negar los conflictos presentes y pasados entre los "dos campos", ni el hecho evidente de que ciertas revoluciones han lesionado los intereses de ciertos sectores capitalistas, la conclusión más arriba resumida es, por lo menos, aventurada. En efecto, no tiene en cuenta la tendencia profunda y cada vez más evidente a un entendimiento entre países capitalistas y países "socialistas". La coexistencia pacífica y los acuerdos de todo tipo entre la URSS, las democracias populares y los países capitalistas, empezando por los Estados Unidos, se basan en algo mucho más profundo -en intereses económicos- que en una simple táctica diplomática. La posición de China es hoy diferente, pero probablemente no lo será mañana. Teniendo personalmente mis dudas sobre la evolución paralela de los países industriales de los dos campos que les conduciría a un régimen socioeconómico semejante, resulta, sin embargo, evidente, ya hoy, que la existencia de la URSS no pone en absoluto en peligro al capitalismo en su conjunto y que cierto tipo de integración, ya iniciada, irá desarrollándose y probablemente cobrando aspectos imprevistos. ¿Quiere decir esto que no habrá conflictos entre países de ambos campos? ¡Claro que no! Puede haber conflictos y guerras entre países de ambos campos, como entre países exclusivamente capitalistas, y también entre la URSS y... China.

Si no he hablado de las implicaciones políticas de las tesis de Kuron y Modzelewski, es porque me parecía más importante insistir en la cuestión de la naturaleza de clase de los Estados mal llamados socialistas. Este es, en efecto, el tema fundamental y siempre -o casi siempre- eludido. Es relativamente frecuente encontrar a gentes que critican la política exterior de la URSS -o las exageraciones de la llamada "revolución cultural" en China-, pero ni unos, ni otros, hablan del carácter de clase de dichos Estados. Sin embargo, la política "moderada" de la URSS en relación con la agresión yanqui en Viet-Nam -por ejemplo- se explica, en fin de cuentas, por sus relaciones de producción y no al revés.

Pero, como se verá, los problemas políticos, polacos e internacionales, no están ausentes de esta "carta abierta", que concluye con un proyecto de programa de la revolución socialista en los países burocráticos. La actitud política de Kuron y Modzelewski podrá pecar de optimista, pero no se embaraza de las habituales ambigüedades del "izquierdismo" europeo. Clara y tajantemente llaman a la lucha en dos frentes, considerando con plena razón, a mi entender, que existe una profunda unidad dialéctica de la lucha revolucionaria contra el capitalismo y la burocracia, o sea, una unidad de la lucha mundial contra las clases explotadoras y por el triunfo de la verdadera democracia obrera. Responden así, de antemano e indirectamente, a un chantaje al que estamos demasiado habituados y que consiste en identificar toda critica de la burocracia con una defensa del capitalismo.


Lorenzo Torres (Carlos Semprún Maura)
14 de abril de 1966


1. La nueva clase de Djilas me parece incomparablemente más superficial y anecdótica.

2. Véase en este sentido el prólogo de Pierre Frank (secretario del PCI, "sección francesa de la IV Internacional"), a la edición mimeografiada de esta "carta abierta".

3. L. Trotsky, La révolution trahie, 1936 in De la Révolution, Editions de Minuit, París, p. 602-603.

4. Isaac Deutscher, Trotski. Tomo III. El profeta fuera de la ley, p. 615-616. Cito a Deutscher y no al propio Rizzi, porque pese a haber leído numerosas referencias sobre su obra (en Trotski, por ejemplo), aún no he logrado procurarme el libro en cuestión.

5. Los miembros del grupo Socialisme ou Barbarie rompieron en 1949 con la IV Internacional trotskista.

6. Fierre Chaulieu, Socialisme ou Barbarie, no 17 p. 6 y 7.