Francisco Fernández-Santos
La idea de este libro nació el pasado mes de febrero, en La Habana, adonde la Casa de las Américas me había invitado como jurado de sus premios. En conversaciones sostenidas con amigos cubanos dirigentes de la Casa -me refiero en particular a Marcia Leiseca y Roberto Fernández Retamar-, les expuse el interés fraternal de Ruedo ibérico por la revolución cubana y la conveniencia de que ese interés, aparte de servir de base para establecer una relación permanente de colaboración entre Ruedo y la Casa, se materializara inmediatamente en algo concreto: un número especial de la revista, un libro...
En todo ello su ayuda nos era indispensable. Marcia y Roberto se mostraron de acuerdo con el proyecto y me prometieron su concurso. Pensábamos entonces en dos soluciones alternativas: bien dedicar un número especial de Cuadernos de Ruedo ibérico a la revolución cubana, bien consagrarle el suplemento anual de la revista.
En definitiva, la solución adoptada ha sido doble : Cuadernos de Ruedo ibérico reservó en su número 12 un « bloque » entero a Cuba (con textos de Guevara, Castro y Régis Debray). Y ahora sale a la luz, como suplemento anual, el grueso y nutrido volumen que el lector tiene entre sus manos.
En el avión que nos devolvía de La Habana a París, vía Praga, tuve ocasión de hablar del proyectado libro y de precisar algunas ideas a su respecto con Régis Debray, entonces sólo conocido y apreciado de cubanos y de especialistas y hoy mundialmente famoso como resultado de su peripecia boliviana. Debray se mostró muy interesado por el libro y ofreció ayudarme. Por desgracia, la detención y procesamiento posteriores del escritor francés Régis Debray por las autoridades bolivianas -que, como es sólito en estos casos, andan a la búsqueda de chivos expiatorios foráneos para «explicar» como complot exterior lo que sólo explicación doméstica e interior tiene : la lucha guerrillera- han privado a este libro de la valiosa ayuda que Debray, excelente conocedor de la revolución cubana, de sus dirigentes y de sus problemas, hubiera podido prestarnos. Quede aquí, en todo caso, constancia de nuestra solidaridad con él frente al juicio arbitrario que se le hace y a la injusta condena en que inevitablemente va a desembocar.
Ni que decir tiene que José Martínez, alma de esta difícil empresa que es Ediciones Ruedo ibérico, hizo inmediatamente suya la idea de este libro, pensando, como yo, en rendir un merecido homenaje hispánico a la revolución cubana y en ofrecer al lector de habla española la obra más completa publicada hasta ahora sobre aquélla. Desde ese momento, se puso enteramente a disposición de la empresa de construir este libro, asumida conjuntamente por los dos.
Empresa difícil y complicada ésta, más de lo que a primera vista pudiera parecer, en la que por fortuna hemos podido contar con la ayuda valiosa y desinteresada de numerosos amigos, especialmente cubanos, a quienes deseamos hacer aquí patente de modo general nuestra gratitud.
(...) Hemos de puntualizar que la selección efectuada es, tanto en su sentido positivo como en el negativo, exclusiva responsabilidad de los editores. (...) El material recogido para este libro hubiera permitido editar, no uno, sino dos volúmenes como el actual. La bibliografía y la documentación sobre la revolución cubana empiezan a ser ya copiosas por lo menos en algunos aspectos, si bien se hallan escasamente sistematizadas y son a menudo poco conocidas, incluso de los mismos cubanos. Naturalmente, la limitación editorial de nuestro empeño -hacer un libro no superior a las 500 páginas, aun en el gran formato de Ruedo ibérico- nos obligaba a desechar de la selección documentos y textos que no dejan de tener interés -a veces lo tienen grande-, pero que por otra parte respondían menos cabalmente, o no respondían en modo alguno, al criterio político-intelectual con que el presente volumen se ha compuesto.
Porque, efectivamente, este libro no ha sido concebido como simple cajón de sastre en que introducir indiscriminadamente una serie de textos y de documentos relativos a la revolución cubana y a la Cuba actual, sino como panorama sistemático de ellas a partir de un punto de mira determinado. Yo diría que ese punto de mira es, o al menos hemos intentado que sea, el propiamente castrista, es decir, aquél a partir del cual la revolución desencadenada por Fidel Castro y sus compañeros desde el asalto al Moncada se ha ido viendo a sí misma. Visión que ha conocido un proceso complejo -a veces contradictorio- de desarrollo, pero en el que la revolución cubana ha demostrado en definitiva tal fidelidad a si misma, tal autoidentidad de fondo en medio de su vertiginoso devenir, que bien puede afirmarse, con cierto grado de paradoja, quizá sólo aparente, que el castrismo está tanto más cerca de sus orígenes cuanto más se aleja de ellos. Cualquiera que conozca bien el movimiento castrista se dará cuenta de que -y ese es acaso su rasgo más original- su busca audaz y ardorosa de lo nuevo se entrelaza íntima e inextricablemente con la busca de sus raíces, de modo que los orígenes y la vanguardia forman una vigorosa unidad histórica en que uno y otro factor se presuponen, apoyan y completan mutuamente. En el espíritu del castrismo el fundador Martí y el pionero comunista se dan la mano con una naturalidad y un evidente parentesco de que sólo puede extrañarse quien sea manifiestamente ajeno a ese espíritu. Espíritu dialéctico como pocos, si por dialéctica se entiende exploración de lo nuevo a partir de lo viejo y constituido, búsqueda de lo universal a través de lo particular.
Inspirándose en ese espíritu, nuestro criterio editorial nos ha llevado a poner de relieve algo que es más que patente en la historia y en la fase actual de la revolución cubana, como en la vida misma de la isla revolucionaria : la importancia histórica y vital del enorme americano -americano de « Nuestra América »- que fue José Martí, de su ejemplo y de sus ideas. Hemos subrayado incluso los muchos rasgos comunes que del Fidel de mediados del siglo XX hacen un Martí redivivo, un Martí que hubiera evolucionado con el siglo, un Martí posterior a la Revolución de Octubre y a las grandes guerras imperialistas, que hubiese tenido que batallar no contra el burdo y carcomido colonialismo español, sino contra el más sutil y poderoso neo-colonialismo de los Estados Unidos, que él sólo alcanzó a entrever.
De los orígenes martianos de la revolución castrista pasa este libro directamente a la guerra revolucionaria iniciada con el asalto al Cuartel Moncada y continuada tres años después con el desembarco del Granma y la lucha en la sierra y el llano hasta el triunfo final, pasando por el ataque de 1954 al Palacio presidencial. La atención preponderante al fenómeno castrista -como por otra parte la falta de espacio- nos ha hecho prescindir de ciertos aspectos del proceso histórico cubano -como la acción de José Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, el Movimiento Ortodoxo, etc.- que pueden concebirse como antecedentes o jalones preliminares de la revolución cubana. Por otra parte, ciertos análisis estructurales de la realidad cubana anterior a la revolución -respecto de la clase obrera, de los campesinos, de la burguesía y la pequeña burguesía, etc.- están aún en gran parte por hacer, a pesar de su evidente interés para la comprensión del presente. Difícilmente podíamos nosotros suplir aquí su falta.
En la sección más doctrinal del libro, la tercera, se exponen la teoría y la práctica de la revolución cubana a través de los textos definitorios fundamentales de sus dos máximos protagonistas : Fidel Castro y Ernesto Guevara, y con ayuda de algún texto no cubano, como el muy penetrante de Régis Debray, aquí recogido fragmentariamente. En cambio, hemos descartado algún documento que, aun siendo de primera importancia, como la famosa Segunda Declaración de La Habana, es tan universalmente conocido que cualquier lector interesado puede obtenerlo fácilmente. Estos textos y los demás que comprende la sección ponen vigorosamente de manifiesto la voluntad de autenticidad, de creación original, de búsqueda de lo nuevo que, como a toda verdadera revolución popular, anima a la cubana. En ellos se configuran una nueva táctica, una nueva estrategia, unos nuevos principios de la revolución socialista que, sin abandonar sus fines universales, los adapta a la realidad de un país subdesarrollado como Cuba, como gran parte de las naciones latinoamericanas.
También en la esfera del pensamiento hemos sacrificado casi siempre, sin desconocer su valor eminente, el pasado anterior a la revolución, desde la generación vanguardista aún actuante hasta la de Orígenes y sus coetáneos, para dar especial realce a lo que en el terreno intelectual se ha hecho desde el triunfo de la revolución, especialmente por los jóvenes. A este « nuevo pensamiento cubano » dedicamos una sección entera, en la que, si se exceptúa a Alejo Carpentier, ninguno de los escritores e intelectuales incluidos tiene más de cuarenta años -buena parte no llegan siquiera a los treinta. Nuestro propósito ha sido mostrar cómo a la novedad que en el terreno de la praxis y de la teoría revolucionaria representa el castrismo empieza a responder un esfuerzo de teorización original por parte de los intelectuales cubanos de las dos últimas generaciones o promociones (llámeselas como se quiera): la de quienes han madurado con la revolución y la de quienes han empezado a pensar bajo ella, la de Retamar, Desnoes y sus coetáneos y la de El Caimán Barbudo. « Quieren inventárselo todo », le oí exclamar en La Habana con evidente escandalizamiento a un conocido intelectual y profesor de la generación de Orígenes o, como dice Fernández Retamar, de entrerrevoluciones, refiriéndose a los más jóvenes de esos « nuevos intelectuales », los que más o menos giran en torno a la revista mensual El Caimán Barbudo. Y añadía, como si fuera un colmo : « ¡ Hasta el marxismo-leninismo ! » Efectivamente, algo hay de verdad en eso. Lo que pasa es que, contra la opinión del escandalizado profesor, tal pretensión inventora debiera contabilizárseles más como mérito que como demérito. Precisamente porque responde a ese espíritu de autenticidad y de libertad creadora propio de la revolución cubana. A decir verdad, no es que los nuevos intelectuales cubanos quieran inventarlo todo, hasta el marxismo-leninismo. Lo que quieren, como la revolución misma, es vivir todas las ideas y todos los esquemas en función de su realidad propia, la de la Cuba castrista -tan martiana como marxista, y ambas cosas a la vez sin excluirse-, y no como catecismos de soluciones confeccionadas que se importan de Moscú, de Pekín o de donde sea, con los manuales al uso. ¿Y no ha dicho Fidel Castro que los manuales «han hecho tremendo daño a las ideas revolucionarias » ? Añadiendo irónicamente, « En estas materias hay muchos doctos, hay muchos sabios. Y al hombre que del Manual se aparta, lo despellejan ». Estoy convencido de que los jóvenes intelectuales cubanos prefieren dejarse despellejar antes que someterse a la dictadura formalista y estéril de los manuales. Por ello no creo que les importe, sino al contrario, que se les acuse de querer inventarse «hasta el marxismo-leninismo ». Al fin y a la postre, ¿ qué otra cosa ha hecho la revolución cubana ? Inventarse el único marxismo válido -es decir, la estrategia y la táctica de la revolución posible en la Cuba de los años 50 y el socialismo que exige la Cuba de hoy, de acuerdo con sus propias experiencias históricas y colectivas. Ese marxismo es justamente el castrismo o fidelismo, teoría y praxis de la revolución cubana. El otro marxismo, el ortodoxo que no supo reinventarse, que copió servilmente experiencias ajenas, se quedó salvo contadas excepciones con los brazos cruzados sobre el vano pecho de la ortodoxia, mientras la revolución se hacía, heterodoxa pero auténticamente, en la sierra y en el llano, gracias a que unos hombres cubanos supieron escapar al «vicio del satelismo mental » denunciado por Castro.
En cuanto a la sección dedicada al arte y la literatura cubanos de hoy, la hemos compuesto con un criterio más clásico, esencialmente informativo, procurando de todos modos dar el máximo realce a todo cuanto en este terreno expresara de alguna manera el fenómeno revolucionario. Pero, en última instancia, ha prevalecido siempre el criterio de la calidad estética, que por lo demás va con frecuencia unida al contenido revolucionario. Respetando siempre el valor literario, hemos procurado también incluir el mayor número posible de poetas y cuentistas de la última generación, la de los que hoy andan entre los 20 y los 30 años. Es una manera más de destacar el proceso creativo de la revolución. Por desgracia, el exceso de material acumulado, que rebasaba con creces los límites editoriales establecidos desde un principio, nos ha obligado, mal que nos pese, a acortar tajantemente la selección efectuada, suprimiendo, por un lado, la antología teatral (con escenas de obras de Virgilio Piñera, Abelardo Estorino, José Triana, Antón Arrufat y Manuel Reguera Saumell) y, por otro, los cuentos o capítulos de novela de Samuel Feijóo, Félix Pita Rodríguez, Humberto Arenal, Edmundo Desnoes, Lisandro Otero, César López, Antón Arrufat, Luis Agüero, R. González y Reynaldo Arenas. De todos modos, con las muestras aquí seleccionadas podrá el lector hacerse una clara idea de las riquezas que entraña la actual literatura cubana, desde los grandes maestros de los sesenta años como Carpentier, Guillén y Lezama Lima -escritores de talla mundial- hasta los más jóvenes poetas y cuentistas.
Por último, la sección final recoge diversos testimonios de escritores latinoamericanos y españoles sobre la revolución cubana, bien se trate de testimonios directos, como en la mayoría de los casos, bien de creaciones literarias, como en el del cuento inédito de Julio Cortázar. Por razones de espacio, sólo hemos solicitado su testimonio a un número reducido de escritores y artistas, entre los que han visitado la Cuba revolucionaria : los que teníamos más a mano. Aun asi, lamentamos tener que decir que no todos los solicitados han respondido positivamente a nuestro ruego.
De todas las secciones del libro, la que menos satisface a los editores es la titulada « Un socialismo en construcción ». Somos conscientes de las lagunas de que adolece. Hay múltiples e interesantísimos aspectos de la construcción de una nueva sociedad en Cuba -los « planes especiales », la formación del nuevo Partido, los poderes locales, la transformación de la condición social de la mujer, la industria al servicio de la agricultura, la popularización de la cultura, etc.- que hemos tenido que dejar de lado, o tratar sólo marginalmente, por falta de trabajos cubanos o extranjeros disponibles o de tiempo para poder solicitarlos oportunamente. Tal vez en el futuro Cuadernos de Ruedo ibérico tenga ocasión de ocuparse de estas cuestiones capitales con la extensión y la seriedad que merecen. Quizá no sea exagerado afirmar que, tal como queda estructurado, aun con sus limitaciones de principio o de ejecución, este libro constituye la aportación documental más completa y comprensiva aparecida hasta ahora en cualquier idioma sobre la Cuba revolucionaria. « La historia de nuestra revolución -decia Fidel Castro en 1963- se conoce infortunadamente bastante poco fuera de nuestro país ; nadie la ha escrito. Tal vez en años venideros, en lejanos años venideros, escritores de la revolución escriban esa historia ; tal vez hoy fuera útil que otros pueblos la conocieran, y conocerla podría contribuir a alentar la lucha revolucionaria de otros pueblos». Nos satisface poder pensar que, con este volumen, contribuiremos en uno u otro grado al mejor y más amplio conocimiento de la historia y del presente de la revolución cubana, marcando un jalón destacado para futuras tareas historiográficas y analíticas.
Pero, aun más que la aportación historiográfica y analítica que este libro suponga, nos importa el valor de testimonio político que entraña. Esta obra se ha hecho, no con el frío despego del investigador de gabinete, sino con el fervor y la adhesión de quienes en el movimiento castrista ven una gran revolución socialista en marcha que, como tal, por su virtualidad propia, exige de cada uno definirse y tomar partido. Los editores no pueden, ni quieren, negar que han tomado partido por la revolución cubana : de otro modo, este libro carecería de sentido. Pero esa toma de partido no consiste, para nosotros, en convertirse en corifeos de la revolución -lo que no es nuestro papel ni nuestra vocación, además de ser de poca utilidad para aquélla-, sino en manifestar prácticamente, con fervor pero con no menos lucidez y espíritu crítico, nuestra adhesión a los ideales revolucionarios renovados de la Cuba fidelista y nuestra solidaridad con la heroica isla frente a los ataques del imperialismo.
Cuba : una revolución en marcha, es el título de este libro. Y acaso hubiera sido mejor escribir; « Cuba o la revolución en marcha ». En estos mismos días se celebra el cincuentenario de la Revolución de Octubre, la más grande revolución de los tiempos modernos. Los homenajes más o menos oficiales, más o menos sinceros, se multiplican en todo el mundo. Por nuestra parte, ningún homenaje más auténtico y adecuado podríamos rendir a la gran revolución rusa que éste que ahora dedicamos a la revolución cubana. Porque es en la Cuba de Castro donde hoy se perpetúa con mayor autenticidad y vigor la gran sacudida revolucionaria y profética de 1917, esa gran esperanza milenaria -cambiar al hombre y cambiar el mundo, al mismo tiempo- que desde el fondo de las edades batió un día con su marea enfebrecida las fortificaciones de la Bastilla, el París de la Comuna, las columnatas del Palacio de Invierno, los derroteros de la Larga Marcha o los muros del Cuartel Moncada. No hace mucho calificaba el malogrado Isaac Deutscher a la revolución soviética de « revolución inacabada », es decir, revolución estancada. Lo cual es cierto si a la revolución del año 1917 se la considera exclusivamente dentro de los limites de la URSS. En cambio, la situación es distinta si la consideramos como el comienzo de la revolución socialista mundial sometida a múltiples e imprevisibles avatares, si la contemplamos con el prisma universalista que Castro emplea al referirse a su propia revolución : « Cuando decimos patria, no decimos la patria de los cubanos, sino la patria de la revolución cubana. Y cuando decimos la revolución cubana, hablamos de la revolución de América latina. Y cuando hablamos de la revolución de América latina, hablamos de la revolución en escala universal, la revolución de los pueblos de Asia, de África y de Europa ». Sin prejuzgar lo que el futuro vaya a deparar al movimiento revolucionario en la misma Unión Soviética, tenemos derecho a afirmar que esa «revolución en escala universal» iniciada en 1917 en Petrogrado y Moscú prosigue hoy su marcha en Cuba, como en el heroico Vietnam, como en cualquier lugar del mundo donde unos hombres se alcen contra la miseria y la opresión, contra la explotación y el imperialismo, en nombre de una esperanza que, pese a los cómodos nihilismos estructuralistas ahora de moda en ciertos círculos intelectuales de Occidente, sólo desaparecerá cuando desaparezcan esos azotes o, poniéndonos en lo peor, cuando el hombre mismo desaparezca físicamente.
Cuba, pequeña isla universal, es una garantía de que el hombre no ha muerto y de que con él sigue batiendo los muros de la tierra la esperanza.
Francisco Fernández Santos
Paris, septiembre de 1967