Autores: Sala, Antonio; Duran, Eduardo.
Editor: «Ruedo Ibérico».
Lugar y fecha; París, 1975 (primer trimestre).
Páginas; 228.
CONTENIDO
El libro viene estructurado de la siguiente manera:
1. Un índice de siglas.
2. Una presentación de sus autores.
3. La primera parte, por así denominarla, bajo el título
de «El partido».
4. Una segunda parte dedicada al análisis de «el
militante».
5. Una última parte titulada «A modo de conclusión»:
Dirigismo y autonomías, con tres anexos.
1. En la presentación que Sala y Duran hacen al comienzo del libro, y que firman en tanto que redactores, junto a cinco compañeros que han participado en la composición del mismo, descubren su pertenencia a la generación leninista, aun cuando su estirpe sea libertaria. Su intención es analizar el papel que cumple la línea política o el programa de los grupos denominados de izquierda en general.
Su método consiste en la descripción fenomenológica de los hechos, mezclados con una teorización parcial basada en el marxismo no ortodoxo del joven Lukacs, Korsch, Kosic y referencias históricas de la práctica revolucionaria de la clase.
Las necesidades del movimiento obrero, condiciones indispensables para avanzar hacia el socialismo, son enumeradas en el orden siguiente:
1º Acabar con el mito del partido leninista como máxima expresión de organización eficaz.
2º Superar las oposiciones establecidas entre lo económico y lo político, la revolución democrática y la revolución comunista.
3º Lograr que la clase obrera española sea consciente de su verdadera historia.
4º Lucha contra el criterio de la eficacia inmediata.
5º Recuperación de la dialéctica marxista.
6º Realizar una revolución permanente en nuestra vida cotidiana, politizándolo todo.
La crítica que los autores eligen se dirige especialmente al Partido Comunista de España (internacional) (PCI), a Bandera Roja (BR) y a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), por ser los grupos que han expresado las posibles tendencias leninistas, que caben a la izquierda del Partido Comunista de España (PCE).
El Partido.
Introducción.
Dentro de las necesidades del movimiento obrero, hemos mencionado en primer lugar la necesidad de acabar con el mito del partido leninista. Los autores recurren a Malinowski para explicar que la función del mito consiste en relevar los modelos y proporcionar así un significado al mundo y a la existencia humana. Los mitos recuerdan que ha habido acontecimientos grandiosos sobre la tierra, y que este «pasado glorioso» es recuperable y válido hoy en día.
I. Los que hacen el partido.
El núcleo dirigente de un grupo, que al tener unos intereses comunes se constituye en «clase», se llama burocracia. Los intereses comunes de la clase burocrática consisten fundamentalmente en el poder que ejercen sobre unos hombres y en el que esperan ejercer mediante la toma del poder político: su objetivo inmediato.
Dentro de la burocracia cabe distinguir, según sean sus funciones, entre «ideólogos» y «organizadores». Normalmente ninguno de ambos existen en estado puro. Por ejemplo, Trotski fue líder en 1905, organizador en 1917 e ideólogo en el exilio.
Los ideólogos son aquellos burócratas que tienen como misión principal la de organizar y difundir las ideas que justifican la necesidad de una dirección burocrática, confiriéndole su existencia, su homogeneidad, su conciencia y su legitimidad. Es el encargado, al fin, de ejercer esa labor mixtificadora destinada a ocultar el verdadero carácter y los intereses de la clase burocrática.
El organizador es el hombre del aparato, o «aparatohik», según el vocablo ruso consagrado. Fue Lenin quien demostró que elevando la organización a nivel de disciplina científica puede constituir un arma poderosa. Prototipo de organizador fue Stalin. Para ambos, el líder es el modelo, la personificación idealizada de la fuerza potencial del proletariado que se refleja en él. La supervivencia del grupo recién constituido está subordinada a la incorporación rápida de algún líder obrero.
En su crítica a la ideología burguesa, los autores consideran como objetivo primordial detectar los elementos capitalistas introducidos en el movimiento obrero. La ideología dominante oculta, pues, algo fundamental: el cambio y la posibilidad. Esconder la posibilidad de cambio no es más que ocultar la contradicción. A los cursillistas de aprendices de «manager» de la factoría SEAT de Barcelona se les demuestra científicamente que la gran empresa no hace beneficio alguno, sino un servicio social. De esta forma, cuando la lucha de clases arrecia y explota la contradicción principal entre la burguesía y el proletariado, se explica el hecho como algo casual y aislado, fruto de unas condiciones externas pasajeras (agitadores venidos del extranjero, la masonería internacional, etc.). En resumen, se entiende por ideología de grupo, el conjunto de sus manifestaciones, adhesiones y declaraciones de tipo teórico e interpreta-tivo, con carácter de totalidad acabada, emanadas de sus organismos directores. En sus comienzos este bagaje teórico marcará una «tendencia». Cuando ya esté fijado en un programa constituirá la «línea política». Será ya inamovible y podrá hablar-se de «ideología de grupo». El programa de transición de Trotski de 1938 sigue siendo citado con veneración en 1974 por los grupos trotskistas. La ideología garantiza la seriedad de los grupos y avala la capacidad teórico-organizativa de los fundadores. Enemigos inconciliables como el PCI y la LCR, maoista el uno, trotskista el otro, ¿qué diferencias reales y no verbales son las suyas, perceptibles por un militante en trance de optar? ¿O entre el PCE y BR? Los textos o «cuadernos» más o menos «rojos» o «comunistas» no tienen la misión de ampliar la base teórica del militante, sino, por el contrario, limitar su conocimiento al índice dogmático establecido. En vez de facilitar que el proletariado cumpla sus tareas históricas, los partidos leninistas profesionalizan desde el principio a sus dirigentes eligiendo para ello a los hombres más preparados en cuestiones administrativas y organizativas, es decir, a los intelectuales y, excepcionalmente a la aristocracia del proletariado. En el segundo Congreso del partido socialdemócrata ruso, en agosto de 1903, en Bruselas, de cincuenta delegados sólo cuatro son obreros.
Para quienes la revolución es ante todo una transformación de la sociedad, lo que importa fundamentalmente es empezar esa transformación. El problema fundamental reside en el contenido que se dé a la revolución. Y la respuesta la escamotean constantemente los burócratas e ideólogos.
Los burócratas se encuentran con que tienen el partido en sus manos y que los intereses de todos ellos coinciden, en el sentido de la conservación de sus privilegios. Esta solidaridad de la burocracia contra los peligros que amenazan sus privilegios desde el exterior, no impide que las tensiones internas por el poder sean constantes. Hay que señalar el aprovechamiento consciente, por parte de los burócratas de la situación en la que se encuentra el proletariado en el régimen capitalista. Normalmente, los militantes de base están insuficientemente informados. Los problemas para la burocracia comienzan cuando la madurez humana y política del militante va desarrollando más su espíritu crítico. Lenin había reflexionado ya sobre el problema. Para poder hablar e influenciar a las masas, lo mejor es tenerlas agrupadas y organizadas. Este tipo de organización tiene que ser cualitativamente inferior al partido para que este conserve el monopolio de las decisiones políticas, base de su hegemonía.
Llegado a este punto, la siguiente preocupación de los burócratas es la elección del líder. En España los que hacen el partido están divididos en tres categorías de hombres: las dos primeras corresponden a los dirigentes reales, pero que generalmente están obligados a permanecer en la sombra. Los líderes, por el contrario, son hombres públicos. En ellos se personifica el partido al que pertenecen. De ahí su importancia. Los líderes son siempre rentables a la larga, y el PCE trabaja para el futuro.
¿Qué es, pues, un líder? Se puede considerar líder a todo aquel que tiene poder de convocatoria, es decir, capacidad de agrupar y ser escuchado. Los líderes típicos del PCE suelen sobrepasar la cuarentena, son macizos, aparentemente reposados, serenos.
Otra característica indispensable es que el líder viva los condicionamientos normales de la clase a la que pertenece. Un líder obrero debe tener los problemas de los obreros, tanto los económicos como los sociológicos: familia, cultura, inseguridad ante el futuro. El lenguaje del líder es esencial para su carrera. En España estamos aún en la etapa previa del movimiento obrero. Mucho corazón y poca cabeza, son los ingredientes con los que se fabrica un líder en este país. La tercera característica del líder es que debe ser un animador nato. Debe poseer don de gentes, simpatía, persuasión y autoridad.
¿Cuál es el papel del líder? El líder está en la posición de una doble pertenencia o fidelidad: al partido exterior a la clase; y a la clase obrera. Consideremos primero las relaciones del líder con su partido. Este problema se presenta muy claro para los organizadores: se trata de evitar que el líder sea consciente de su fuerza. Por eso se le permite asistir, respetuosamente callado, a las elevadas discusiones teóricas, pero participará con su voto en las decisiones que se adopten, por lo que quedará solidariamente comprometido con los demás. Dar responsabilidades, aunque sean más aparentes que reales asegura la fidelidad agradecida del que las recibe. Poco a poco, el líder acaba burocratizándose. El proceso de burocratización del líder no es gratuito, pues sirve a unos intereses concretos:
1º Mantiene y vivifica el principio de «delegación», que constituye el primer escalón del burocratismo.
2º Como efecto y causa de lo anterior, el líder fomenta la pasividad y la dimisión de las responsabilidades entre los trabajadores.
3º Esta pasividad facilita el cumplimiento de las funciones de caporal del líder, organizando y preparando a la base para que esté dispuesta siempre a acatar los intereses «superiores» del partido.
En relación con otros temas, los autores se refieren al monolitismo del grupo que se ha convertido en una necesidad vital para la burocracia y es la expresión del totalitarismo que la caracteriza. Para mantener este monolitismo existe el decálogo siguiente, que ninguna Dirección ignora:
1º No extender la discusión teórica, que cree línea política, más allá de los organismos superiores de la organización.
2º Mantener una campaña permanente sobre los principios fundamentales que es preciso observar, presentándolos de forma clara y accesible.
3º Estigmatizar a los demás grupos competitivos, caricaturizándolos y etiquetándolos convenientemente.
4º Demostrar la identidad entre los principios fundamentales propios y los principios científicos de Lenin.
5º Establecer una disciplina estricta, fundada en el principio jerárquico.
6º Detectar a los militantes capaces de encabezar una futura oposición. Integrarlos en la Dirección si son integrables. En el caso contrario, aislarlos y expulsarlos.
7º Mantener a los militantes de base en actividad constante.
8º Crear unos cuantos líderes, bien controlados, para que a su vez controlen a la masa.
9º Aislar en lo posible a los militantes obreros propios de los militantes de otros grupos políticos, para evitar que sean influidos por ideas extrañas.
10º Si a pesar de todo surge la escisión, no preocuparse excesivamente, porque la verdad está con nosotros.
¿Quien decide lo que es objetivamente recto?
Lenin vio el problema y lo resolvió de la manera más practica. Las innovaciones de Lenin, con respecto a Marx, en el terreno de la ética son fundamentalmente dos: la exaltación del voluntarismo, con su institucionalización (el partido), y la teoría del eslabón más débil o de la eficacia. Por eso Lenin decía: «Nosotros décimos: moral es lo que sirve para destruir la vieja sociedad explotadora.»
Este modo de entender la acción política, dejando su valoración a cargo de los «profesionales», crea un hombre nuevo: el hombre del partido, para quien sólo importa el crecimiento y afianzamiento del partido por los medios que sean. Es ético lo que el partido decide. Es una norma clara, eficaz, leninista. Toda teoría o práctica de política que destruya la autonomía de la clase obrera, es una desviación de la conciencia de clase.
Con respecto a la acción de masas, para Marx no existe separación total entre conciencia y la espontaneidad, sino que los elementos surgidos en los conflictos espontáneos pasan a ser absorbidos por el movimiento obrero. Sin embargo Lenin separa en la teoría y en la práctica el elemento consciente -la vanguardia- del elemento espontáneo en la clase obrera. Este dualismo se institucionaliza en el partido y en el sindicato. Pero no puede existir verdadera relación dialéctica entre ellos, pues el partido, elemento consciente, dirigirá al sindicato.
Por lo que se refiere a las necesidades de los dirigentes de grupo, los autores las clasifican en dos apartados: las externas (encaminadas a valorizar el grupo o presentarlo bajo un determinado aspecto ante la opinión pública) y las internas (responden a problemas y necesidades propias del grupo). La principal motivación de las acciones externas es la propaganda. La propaganda escrita de cada grupo suele componerse de un boletín político-teórico donde la Dirección desarrolla el programa y la opinión oficial del grupo sobre los problemas de fondo. La LCR y BR disponen de un órgano informativo de «masas», donde se publican las informaciones comentadas de las luchas obreras y estudiantiles. Y los tres, PCI, LCR, BR publican aparte textos más o menos clásicos considerados fundamentales. La tirada de un boletín político suele variar entre los 500 y 1.000 ejemplares y la distribución real no llega al 75 por 100 de estas cifras, de los cuales la mayoría se distribuye en la Universidad.
Los autores analizan más adelante las publicaciones existentes y su evolución, tales como «Unidad» (órgano del Comité Provincial de Barcelona), «Aurora Roja» órgano del Comité Regional de Cataluña), «Mundo Obrero», que después cambiará a «Mundo Obrero Rojo» (octubre 1969) y es el órgano marxista-leninista del Comité Central, «Bandera Roja» (noviembre de 1968), «Estrella Roja» (1969); «Acción», «Prensa Obrera» y «Avance», que surgieron más tarde, son los órganos de la C. O. de «sectores» de Barcelona, Bajo Llobregat y el Vallés respectivamente. «Lucha Popular» es el órgano del frente de barrios; «Tribuna Roja» el de la Universidad; «Escuela Roja», el de la enseñanza; «Asambleas», el de los bachilleres.
En el proceso de formación de Bandera Roja -que fue expulsado del PCI quien a su vez lo fue del PCE donde los fundadores de BR militaron largos años- pueden distinguirse tres fases distintas: una primera etapa organizativa; una segunda política y una tercera de estabilización. BR reafirma su negativa de constituirse en partido político. Los grupos de comunistas de BR no pretenden crear una organización ni desarrollarse como tales. Sus militantes buscan desarrollar las plataformas de trabajo de masas. Desde su formación, BR es un grupo leninista. El número 9 de la revista «Bandera Roja» publica, por vez primera, un análisis de la sociedad española: «Las conclusiones a las que hemos llegado sobre las principales contradicciones sociales en nuestro país (implican) una revolución democrático-popular primero y socialista luego, proceso dirigido por el proletariado».
La burocracia de BR llega por otros caminos a las inevitables conclusiones dirigistas. Hay que reconocer que lo ha hecho mucho más inteligentemente que el PCI y la LCR, soslayando las tensiones internas. En su posterior evolución, BR se presenta a sí mismo como un partido centrista. Sus fundadores fueron en su inmensa mayoría universitarios. En la lectura de BR sorprende la poca atención concedida a la política internacional. No obstante esta cuestión, va a resaltar en su tercera fase de evolución a partir del número 14 de su publicación.
Las tensiones que venían produciéndose desde el verano de 1973 acaban en la escisión de BR que ha supuesto de inmediato:
a) La desmitificación de la organización.
b) La desmitificación de la ideología.
c) La desmitificación de la práctica.
El contenido de la escisión surge de las divergencias que existen entre la OCE y BR. La escisión, a fin, es el resultado final de la lucha por el poder entre dos burocracias que pretendían fines distintos a corto plazo. La burocracia de BR constituida, como ya hemos apuntado, por intelectuales pequeño-burgueses tienen miedo ante la posibilidad de un cambio democrático al estilo portugués o griego y comprende que fuera del PCE son un grupúsculo más sin futuro.
En cuanto a la LCR, antes de adoptar ese nombre, era conocida como «Grupo Comunismo». El primer número de Comunismo data de febrero de 1970. Proletariado (septiembre de 1970) tendrá por objeto la «construcción de secciones rojas en las fábricas». En marzo de 1971 aparece el número 1 de «Combate», «órgano de la Liga Comunista revolucionaria». El Buró político publica también unos Cuadernos de formación comunista, con textos trotsquistas, así como la traducción castellana de la Quatrième Internationale.
Ocasionalmente, salen a la luz declaraciones firmadas por el Buró político, el Comité provincial u otros organismos, sobre temas nacionales e internacionales: «Balance de Bolivia», «Contra la política capitalista de los convenios», «Por qué deben luchar las Comisiones Obreras», etc.
Si la LCR se parece al PCI inicial en su verbalismo revolucionario y en su internacionalismo -aunque no precisamente de signo maoista-, tiene una lejana semejanza con BR, los tres grupos coinciden en elegir el PCE como blanco favorito de sus críticas.
Las características principales de la LCR. son las siguientes:
1. El internacionalismo.
2. El verbalismo.
4. La tradición fraccional de los trotsquistas.
El militante.
Analizaremos ahora la composición social del partido, los diversos grupos humanos que se crean, las relaciones que se anudan entre ellos en el marco del grupo, los intereses que los mueven, etc.
Al describir al militante, Gramsci los define como «elemento difuso de hombres comunes, medios, que ofrecen como participación su disciplina, su fidelidad, pero no el espíritu de creación y de alta organización». Que, como hemos visto anteriormente, corresponde a los componentes de la superestructura del partido.
El militante se recluta en la sociedad capitalista y están tarados por los estigmas propios de tal sociedad: falta de iniciativa y de preocupación crítica, espíritu gregario y de sumisión, poca capacidad teórica y de análisis, inseguridad, miedo a la libertad.
¿Que es y qué significa militar hoy en Barcelona en un grupo leninista a la izquierda del PCE?
Los autores responden a esta cuestión apoyándose en dos hipótesis. Primera: una inconsciente búsqueda de sí mismos, y segunda, la defensa de los intereses de la clase burocrática que no coinciden con los intereses históricos del proletariado. Basan estas hipótesis en una experiencia vivida.
A juicio de Sala y Duran, es un hecho evidente que los trabajadores son reacios a organizarse en los partidos políticos que existen hoy en España. ¿Qué razones existen para ello? Su reacción no proviene, reconocen los autores, de la clandestinidad, la represión, ni de las causas que ponen en entredicho la validez universal de los principios leninistas.
La razón de esa reacción se debe a que los leninistas ortodoxos siguen basando su organización en una disciplina que existía en las fábricas rusas en 1900. Se reconoce que los movimientos reivindicativos, más o menos virulentos, acaecidos últimamente en el País Vasco, Granada, Vitoria, El Ferrol, Vigo, Pamplona y Barcelona, por citar algunos, se han desarrollado al margen de las organizaciones políticas clásicas, ¿A qué es debido esto? Como tesis fundamental señalan que la contradicción que angustia a los «partidos de la clase obrera» radica en el ínfimo número de obreros que militan en sus filas. Ningún grupo confiesa su carencia de obreros. Se recurre entonces a dos falsificaciones:
1º. Pretenden ocultar el hecho manipulando los datos. Los militantes pertenecientes por su origen y género de vida a la clase obrera no sobrepasaba en estos grupos el 20 por 100 del total (PCI, anos 1969-1971).
2º Crean una ideología sin consistencia alguna.
Refiriéndose al estamento estudiantil, los autores estiman entre el 30 y el 50 por 100 el porcentaje de estudiantes activos en un grupo. En la LCR este porcentaje parece ser mayor. Las profesiones liberales ocuparían en BR más de un 30 por 100 de los efectivos, mientras que en la LCR y en el PCI no llegarían ni al 10 por 100. Uno de los estamentos más fácilmente encuadrables es el de los enseñantes (maestros, PNN, profesores en academias particulares, asistentes sociales, etc.) que vienen a representar del 20 al 40 por 100 de los efectivos de la organización. El elemento mayoritario y dinámico es el de los estudiantes y en BR el de los profesionales jóvenes. Los militantes de más de treinta años de edad son escasísimos.
Para dar explicación a todo ello, se pueden sistematizar una serie de características comunes, no a los militantes, sino a las relaciones que se establecen entre ellos en el interior de los grupos (téngase en cuenta que en el grupo se reúnen hombres y mujeres de todas procedencias sociales, con diferentes motivaciones y que tienen en común una vaga referencia a la revolución).
Para salvar este imprevisto, los ideólogos y burócratas ponen su atención en dos conceptos fundamentales: a) la conciencia de clase, y b) la noción de la teoría revolucionaria.
La noción de conciencia de clase es uno de los puntos clave de la teoría organizativa de Lenin. ¿Es real la conciencia de clase? ¿Cómo se forma? La conciencia de clase forma parte de lo que podríamos llamar «superestructura espiritual». Algunos marxístas-leninistas como M. Harnecker afirman que la conciencia de clase es un instinto. ¿Es real la conciencia de clase? Husserl decía que «la conciencia es siempre conciencia de algo».
En la evolución de la conciencia obrera pueden distinguirse, a juicio de los autores, tres fases: la psicología, la crítica y la política. La conciencia psicológica de clase marca ya la superación de una indiferencia en el obrero y, por tanto, el nacimiento de solidaridad. Una vez alcanzada ésta se inicia una lucha reivindicativa convirtiéndose en conciencia crítica. Se puede, por último, hablar de conciencia política cuando de la oposición se pasa a la voluntad de cambio.
El papel que juega la mujer en el partido o en el grupo es duramente criticado por los autores. En su crítica a la izquierda leninista afirma que cualquier revista especializada de la acción católica dedica mayor espacio y tiempo al tema de la participación de la mujer. En razón de ello, dentro del capítulo que ahora nos ocupa, los autores encabezan su crítica con el subtítulo de «la revolución es cosa de hombres».
Lo primero que hay que destacar en este tema es que los pensadores y dirigentes de todos los partidos -aun cuando la izquierda leninista se declara ferviente defensora de la igualdad entre los sexos- pertenecen al sexo masculino. El PCE cuenta en el Comité Central -su máximo organismo- con ocho mujeres sobre un total de 110 miembros. Al mismo tiempo al hablar de la mujer en la sociedad capitalista, los autores recurren a una serie de taras educacionales y psicológicas como son, por ejemplo, que la mujer soporta mal la clandestinidad, que sus motivaciones son más complejas que la de los varones, que son más influenciables por el medio ambiente, arrastran una dependencia ancestral del otro sexo. Sin embargo, los autores no dejan de reconocer que en los ramos típicamente femeninos (industrias textiles) son las mujeres quienes desencadenan y mantienen las huelgas. Como ejemplo citan la huelga del 4 de febrero de 1974 en la fábrica de tejidos «Petronio», de Barcelona. En relación al aspecto sexual, los autores afirman que ha habido en nuestro país intentos encaminados a establecer un nuevo tipo de relaciones sexuales que respondieran mejor a la concepción revolucionaria de la vida. De cualquier forma, las bases de atracción sexual siguen siendo las mismas que en la sociedad de tipo capitalista. La liberación sexual práctica no corresponde a una liberación mental. Lo único que realmente parece ser cierto es que la presencia de las mujeres en el grupo es fundamental para su expresión. La popularidad de las comunas sexuales de BR atrae a bastantes universitarios, así como los «parties» de la LCR. El puritanismo del PCE le ha valido numerosas deserciones entre la juventud universitaria. Ni la revolución sexual ni la emancipación de la mujer están, no ya en marcha, sino ni tan siquiera esbozados. La miseria sexual no tiene aún su plan de desarrollo. Se ha avanzado algo, es cierto. Ahora la masturbación ya no se hace en solitario. Pero una nueva concepción del amor y de las relaciones entre los sexos no va a surgir precisamente de la izquierda española.
Las relaciones más fomentadas por todos los burócratas es el de la «camaradería». Esta es el espíritu de grupo, ese elemento irracional y primario que la burocracia fomenta cada vez que cree oportuno cohesionar al grupo, sectarizándólo. De esta forma llega a conseguir que el partido sea ahora su verdadera familia. Incluso a los profanos en psicología nos parece evidente que una de las atracciones que el partido leninista ejerce sobre la juventud reside en la proyección que ésta hace en él de todas sus frustraciones infantiles. Lenin explicado por Freud es urgente. Dentro del partido, los burócratas tratan de sustituir las «amistades particulares» por los «contactos inorgánicos» y las ocasiones pecaminosas por las «tendencias fraccionadas».
Dentro de los militantes existen dos categorías: los dirigentes encargados de pensar y los dirigidos encargados de ejecutar. Esta división clasista constituye la base estructural en la que se apoya el grupo. A esta división puede darse una triple explicación. Primera, a nivel teórico, se apoya en el modelo y en la doctrina leninista. Segunda, se intenta presentar al leninismo como la doctrina del sentido común y la eficacia. Tercera, existe la justificación de los hechos consumados, ya que el grupo se presenta así organizado.
Considerando de cerca la estructura de cualquier grupo leninista, se pueden observar los mismos elementos organizativos que existen en una empresa capitalista. Hay un consejo de dirección (comité central), unos ejecutivos o cuadros intermedios (comité ejecutivo), una división en secciones atendiendo a la especialidad y tipo de trabajo desarrollado (comités o células según los frentes de lucha). Por último están los obreros, cuya productividad debe ser asegurada gracias a la dosificación de disciplina, incentivos y amenazas. Esta estructura tiene su fundamento en que Lenin aplicó en su organización el principio capitalista consistente en la división y especialización del trabajo. Por eso, la división del trabajo es, ante todo, la prohibición de acceso a la totalidad.
El modelo leninista procura que el militante no disponga de tiempo para leer ni pensar por su cuenta. La LCR edita el programa de transición y otros textos de Trotski; BR prefiere las biografías de Lenin; el PCI publica por entregas la Historia del PCC de la URSS aprobada por el CC del PCUS en 1937. Son precauciones que toma la burocracia para mantener a la «base» distraída. Sin embargo, no es menos cierto que la clase obrera ha sido capaz de realizar los esfuerzos teórico-organizativos suficientes para asegurar la autonomía de esa primera organización existente desde 1939. Nos referimos a las Comisiones Obreras.
Ello hace presagiar la división del movimiento obrero en dos tendencias fundamentales: una que alberga a los «marxistas» humanistas, así como a los comunistas libertarios, basada en la autonomía organizativa e ideología del movimiento obrero. La otra tendencia es la que el monolitismo hegemónico del PCE estará compartido, subordinadamente, por los grupos reformistas del momento. Abandonar el nombre de CO al PCE es un grave error, pues la popularidad de CO supera en mucho la del PCE.
Aunque la ortodoxia del partido pretende igualar en su seno a todas las clases, fundiendo obreros e intelectuales en el crisol único de los auténticos revolucionarios, la realidad es más compleja. Existe un estilo obrero de militancia, así como uno estudiantil y otro intelectual. De hecho, siempre se impone el estilo universitario, con falsos tintes obreristas. La labor que podrían desarrollar los intelectuales revolucionarios no es aprovechada por ningún grupo, en parte para no empañar el carácter obrero con el que quieren presentarse, en parte a causa de la falta de confianza del intelectual en su papel y, sobre todo, por no haber resuelto el movimiento obrero el problema de su organización y el de las relaciones que establece con otras clases sociales.
La clase obrera catalana está así dividida en dos comunidades separadas por la lengua, la categoría profesional y el lugar de residencia. El talante revolucionario del obrero inmigrado es radicalmente diferente del obrero catalán, más conservador por pertenecer al grupo de los obreros privilegiados. En Cataluña, la división entre manuales, administrativos y cuadros medios está agravada por la elección deliberada de los obreros de habla catalana para los puestos de más responsabilidad.
Por otra parte, existe una mayoría de militantes obreros que no comprenden nada en los debates teóricos ni intervienen conscientemente en la marcha del grupo. Este tipo de militantes es muy numeroso en el PCE.
Resumiendo, cada militante debe encontrar en el partido lo que busca en él; los débiles, seguridad y protección; los solitarios, amistad; los timoratos, confianza en sí mismos; los extrovertidos, actividad; los místicos, redención del pasado burgués; los culpables, justificación a sus faltas; los fuertes, poder, etc.
Refiriéndose al estamento estudiantil español, los autores -como ya hemos visto antes- le asignan una importancia política directa. Sin embargo, sus principios característicos son: la discontinuidad de la enseñanza, con largas vacaciones, y el origen de clase del estudiante, fuente constante de inevitables contradicciones. La filiación a un grupo se funda casi siempre en contradicciones personales. Huir de la monotonía de la vida estudiantil con el estudio de materias carentes de interés, el ambiente de sumisión familiar o de dependencia económica. La militancia les ofrece: emociones, peligros dosificados, ámbito para desarrollar su sentido de la responsabilidad, nuevas experiencias y, hasta cierto punto, poder. Las manifestaciones son hoy el punto culminante del movimiento estudiantil. Una manifestación supone siempre un avance en la conciencia política de sus participantes.
En cuanto al militante intelectual, que en labios del obrero adquiere un tono casi insultante, es cierto que no hay organización estable sin el concurso de los mismos. No obstante, hay ejemplos de organizaciones obreras capaces de prescindir de los intelectuales profesionales como la CNT anarquista. Aquí nos referimos a los militantes intelectuales por razón de su origen, de su profesión, que aún no se han profesionalizado en la carrera de las ciencias revolucionarias. De la labor que se espera de estos intelectuales nada se lleva a cabo por varias razones, entre las que los autores resaltan: la carencia de tiempo para llevar a cabo una seria labor de investigación; el carácter dogmático de las directivas oficiales del grupo prevalece sobre el aspecto técnico profesional de la cuestión; los intelectuales no están en el grupo para hacer de intelectuales, sino para olvidarse de que son intelectuales, realidad que muy pocos asumen. Por otra parte, los intelectuales son los más propensos a formar camarillas dentro del grupo. En BR, por ejemplo, hay fuertes tensiones entre camarillas por razones de diversa índole, entre las que se pueden señalar las de tipo religioso y generacional.
La militancia es una necesidad vital para la propia supervivencia. Por eso consideran los autores inadecuado el sentido que se da a la palabra «militancia» entendida como actividad separada, exterior a la clase. La LCR no da facilidades a lo «viejo». Su expansión se limita cada vez más a los colegios o institutos de segunda enseñanza. BR ofrece en cambio un buen refugio a las profesiones liberales, comerciantes y otros pequeños burgueses para quienes militar es un «hobby» que llena sus horas pero no sus vidas.
Por último, los autores afirman que si tuvieran que resumir en un solo pensamiento lo que han querido expresar en el libro, se inclinarían por resaltar y profundizar la diferencia que existe entre ser revolucionario o ser un técnico de la toma de poder. En razón de que ambos conceptos han sido estudiados amplia y profundamente por la sociología política, consideramos no dar detalle acerca de lo que Sala y Duran entienden acerca de ellos.
[a continuación viene una lista de siglas para la cual reenviamos el lector a la nuestra, mucho más completa, permitiendo así no alargar inútilmente este texto]
JUICIO
Nos encontramos ante un libro cuyo título es más llamativo que su: propio contenido. Sala y Duran, con sus compañeros de redacción, han seguido su propio método de investigación, que no podemos llamar ni tan siquiera sociológico, con un apasionamiento -como ellos mismos reconocen en su presentación- que conduce a restar la objetividad histórica que todos hubiéramos deseado. Existe, en primer lugar, una contradicción que no podemos dejar de señalar: «Pertenecemos a la generación leninista, aunque nuestra estirpe sea libertaria». Sin embargo, al hablar del PCI afirman: «... varias organizaciones del PSU de Cataluña y algunos comunistas de vanguardia en varios puntos de España hemos escogido la responsabilidad de reorganizar el partido de acuerdo con su política, la única posible, la única consecuentemente revolucionaria». Entendemos que, a estas alturas, es grave error confundir unos principios libertarios con el autoritarismo que lleva consigo cualquier organización del partido.
En la crítica, dura y feroz, que dirigen al PCI, BR y LCR vienen a demostrarnos el bagaje de autoritarismo que lleva consigo la burocracia de todo partido. A nuestro juicio, es altamente esclarecedora y, dentro de su método, es significativa cómo la burocracia del partido deshumaniza y manipula al individuo, algo que cualquier partido, organización o movimiento debe cuidar de que no suceda, precisamente hoy cuando más se estudia, se habla y defiende la dignidad humana de todo individuo sea cual fuere su ideología.
Asimismo es curioso resaltar que los autores, al referirse a la ideología burguesa, consideran objetivo primordial detectar los elementos capitalistas introducidos en el movimiento obrero. La ideología dominante -continúan- oculta el cambio y la posibilidad. Pensamos, sin que ello no sea refutable, que tanto en una sociedad de tipo capitalista, comunista o socialista esa posibilidad de cambio se escamotea al ciudadano que vive una vida cotidiana normal aun cuando su interés por la política no sea nulo. Como ellos bien afirman, los intereses de los «ideólogos» y «organizadores» son unos intereses defendibles a ultranza y de los cuales ni se entera ni participa el hombre de la calle.
Refiriéndose al movimiento obrero en nuestro país, los autores consideran que estamos aún en la etapa previa del movimiento obrero. El conocimiento que tenemos de nuestra historia no viene a coincidir con la afirmación de los autores. Precisamente el período que comentan (1967-1974) tal vez se caracterice cuando se escriba la historia del movimiento obrero como una fase de inquietud, de agitación, de preocupación y de mucha más madurez política que «cabeza», como ellos afirman.
La mujer también constituye un punto de atención crítico para los autores. La tesis que mantienen consiste en que un nuevo estilo o tipo de relaciones sexuales puede responder mejor a la concepción revolucionaria de la vida. Evidentemente que una revolución, al ser un fenómeno complejo e imprevisible, es un fenómeno de reacción a unas condiciones de vida hostiles mantenidas de forma regular en un largo período de tiempo, incluso de generaciones. Por ello pensamos, y de esta forma tal vez no hagamos más que repetir lo que otros han puesto ya de manifiesto, que la revolución es una obra colectiva del pueblo. En consecuencia, la mujer liberada o no de su tipo característico de obrar sexualmente participa de igual forma y con la intensidad que le permite su capacidad de lucha en el proceso revolucionario. Nos parece, pues, que la implantación de una nueva forma de vida sexual no debe conducir ni reforzar de ningún modo la llamada concepción revolucionaria de la vida.
En una de las últimas encuestas realizadas a jóvenes mujeres españolas creemos reconocer que se llegaba al porcentaje del 42 por 100 de ellas que mantenían relaciones sexuales completas antes de casarse. Un porcentaje alto que no indica, por el contrario, una más amplia y profunda concepción de la vida revolucionaria.
En resumen, hemos encontrado un libro, como decíamos al comienzo, con un título más sugestivo o llamativo que su contenido. Un libro a fin de cuentas que tal vez pueda servir para aclarar a los que boy se plantean su participación en un partido para desilusionarlos y hacerles ver la verdad sobre la utilización que de ellos se va a hacer.
In Boletín de Orientación Bibliográfica nº 107-108, julio-agosto de 1975, pp. 33-47