Antonio Téllez - La guerrilla urbana. I. Facerías

Prólogo


El origen de este libro se remonta a 1954, cuando muchos de los protagonistas que en él figuran estaban en vida y cuando miles y miles de combatientes anónimos habían perecido en desigual combate. La idea del autor era entonces la de reunir todos los elementos necesarios para poder redactar un día una historia general de la resistencia del pueblo español contra la tiranía franquista, resistencia que se iniciaba ya en 1936 a medida que conseguían la victoria de las armas las fuerzas sublevadas contra la república. Los montes de Andalucía, de Galicia, de Extremadura, luego de Asturias, etc. se poblaron inmediatamente de combatientes que no estaban dispuestos a claudicar. Cuando el primero de abril de 1939 se declaraba oficialmente que LA GUERRA HA TERMINADO, la lucha contra las huestes victoriosas se generalizaba en toda España, en la sierra y en las ciudades. Nunca en la historia de los pueblos hubo un combate tan ignorado, tan dejado en el olvido.

Al correr de los años, tras incesante investigación, quedó patente que el propósito era demasiado ambicioso, prácticamente irrealizable, eran muchas las dificultades que surgían, algunas imposibles de salvar debido a la imposibilidad de poder obtener la información necesaria sobre el terreno. Así, pues, el autor decidió abandonar el proyecto inicial para limitarse al relato de la actuación de algunos combatientes, de los que mejor conocía, de aquellos con los cuales estuvo unido por los lazos de la amistad, de las ideas y de la propia lucha.

Cabe lamentar la ausencia de historiadores que se hayan interesado por esta actuación clandestina en la cual desapareció lo mejor del pueblo español. Sobre el tema no existe ninguna bibliografía, o muy poca, y toda ella, dos o tres libritos solamente, de origen franquista, literatura llena de mistificaciones que en ningún caso podrá servir como elemento de aportación para una obra más completa. Esta carencia de bibliografía es lamentada incluso por los encargados de la represión, con mucha hipocresía sin duda, aunque la Guardia civil gustosamente hubiera deseado ver valorizar «el inmenso esfuerzo y sacrificio» que tuvo que realizar para desarraigar de España la subversión armada.

Este libro, pues, es historia, pero no tiene la más mínima pretensión de ser LA HISTORIA de la resistencia antifranquista. Sólo se hace referencia a una ínfima parte de la misma. Incluso en el periodo que aquí se abarca, aproximadamente de 1945 a 1960, en un relato dedicado preferentemente a la región catalana, existen grandes lagunas, no aparece la actuación de otros luchadores de primer plano, no todos los hechos relatados son, ni mucho menos, los más importantes. Se trata de historia contemporánea y esto, de por sí, aporta un elemento restrictivo. No todos los hombres han muerto, muchos todavía siguen en la brecha, otros se pudren en las ergástulas franquistas, otros todavía se niegan con obstinación a rememorar hechos que ya son viejos de más de seis lustros.

Ahora bien, en estas páginas el lector no encontrará ni una sola línea que sea producto de la imaginación del autor. Hasta los diálogos han sido reproducidos con una preocupación constante de fidelidad, son el reflejo de las conversaciones tenidas con los protagonistas, de una amplia correspondencia cruzada con las personas citadas, incluso cuando se encontraban en plena acción en España.

Este libro es, pues, en su mayor parte, un testimonio personal de los hombres que lucharon y murieron en defensa de un ideal de libertad. Casi todos quedaron ignorados, salvo para las fuerzas represivas que durante años los combatieron y tuvieron que organizar seriamente la batalla para poder exterminarlos y, para conseguirlo, tuvieron que recurrir las más de las veces a la traición.

Las autoridades franquistas, parcialmente insatisfechas con la exterminación física de los más tenaces y temidos opositores decidieron aplicar una esterilización moral que impidiera la «contaminación» de futuras generaciones y, sin regatear en los medios, catalogaron de una vez para siempre a hombres sin tacha de facinerosos, bandoleros, asesinos, seres ávidos de lucro sin la menor motivación ideológica que guiara su brazo. Puede decirse sin temor que alcanzaron una buena parte de Sus objetivos.

La tragedia de esos combatientes fue inmensa, pues tuvieron que batirse, casi permanentemente, contra dos frentes, el enemigo visible, bien real con sus fusiles, ametralladoras morteros, tribunales sumarísimos, prisiones abundantes. El otro fue el de la incomprensión general, del abandono, incluso de la agresión descarada de sus propios compañeros de ideas. Estos últimos, cuando los combatientes yacían ya en el inmenso cementerio que es España, erigieron un magnífico mausoleo de silencio perfectamente hermético, para que no salieran de el emanaciones susceptibles de incitar a la emulación, para que ni tan siquiera pudiera aprovecharse la lección de un combate tan desigual, lección que podría ser tan útil en la lucha permanente en pro de la libertad del hombre.

El exilio acomodaticio también aportó a la tumba flores ponzoñosas, toques repetidos de desprestigio contra hombres que habían cometido el «error» de ser consecuentes, de no querer hincar el testuz. So pretexto de pacifismo o de antiviolencia fueron consumando la acción demoledora iniciada por sus enemigos directos. Salieron a relucir, cada vez con más frecuencia, apóstoles de la «no violencia» revolucionaria, haciéndose los desentendidos, como el que ignora la realidad, como si ignoraran que la violencia es la única ley inamovible en las fuerzas opresoras. Algunos llegaron incluso, con eufemismos, a preconizar que las clases oprimidas pueden dedicarse a rezar el rosario para evitar las iras de los poderosos. Se condenaron actuaciones incondenables, pues nunca podrán ser suprimidas de la lucha revolucionaría, con lo cual se condenaba a los militantes y a la propia lucha. Faltó la comprensión, no diremos la generosidad, de un Errico Malatesta, sembrador de ideas, lo fundamental en su actuación, pero que no le impedía declarar: «Afirmo abiertamente que la expropiación, el robo para llamar las cosas por su nombre, con fines revolucionarios, es un acto de guerra al que nada se puede oponer desde el punto de vista de la moralidad, por discutible que sea desde el punto de vista de la oportunidad y de la táctica».

O bien las palabras de un Elíseo Reclus, nada sospechoso de tremendismo, pero que con una lógica aplastante escribía: «Personalmente, cualesquiera que sean mis juicios sobre tal o cual acto o tal o cual individuo, jamás mezclaré mi voz a los gritos de odio de hombres que ponen en movimiento ejércitos, policías, magistratura, clero y leyes para el mantenimiento de sus privilegios».

Para completar este propósito, agregaremos que resulta muy difícil juzgar hombres y hechos desvinculados de su época y de un ambiente, por esta razón los primeros capítulos fueron redactados para que sirvieran de marco adecuado a la acción. Convenía señalar actividades simultáneas de otros hombres que su preocupación de «eficacia» les conducía por derroteros muy diferentes. No se trata de un estudio comparativo ni de un análisis, sino de una presentación, que quisiera ser objetiva, de cosas buenas y malas, pues de todo hay en la viña del señor, pero es el lector quien deberá descubrirlas.

Diremos una vez más que todo lo escrito es incompleto, pero todo podrá ser útil para un trabajo posterior de horizonte menos limitado.

No descartamos la posibilidad de que se hayan deslizado algunos errores de detalle. Hemos podido comprobar, a través de muchos años de búsqueda constante del detalle precisamente, la extrema fragilidad del testimonio directo. La memoria es infiel y en el tema que nosotros hemos desarrollado muchas veces resulta imposible encontrar algún documento confirmativo. Tales errores, si existen, no modifican en nada el contexto general.

Es inhabitual escribir la historia de los hombres que hacen la HISTORIA. Nosotros hemos querido intentarlo. La HISTORIA la escribirán mañana especialistas que estuvieron muy lejos de los hechos y de los hombres, darán interpretaciones, formularán juicios aplastantes. Nosotros hablamos aquí de los protagonistas que estarán «ausentes» en todas las historias todavía por escribir.


Antonio Téllez París, octubre 1973