Desde 1933 a 1945 se libró en Europa una de las más tremendas luchas de la historia de la humanidad, por la libertad y la dignidad. Doce años, durante los cuales una mística brutal sojuzgó, martirizó y asesinó, en aras de una pretendida superioridad racial, a millones de seres. Y como consecuencia de esos años oscuros, desde 1939 a 1945, Europa, África y Asia fueron escenarios de la guerra más sangrienta de todos los tiempos. Durante esos doce años de sufrimientos y luchas, actuaron, como víctimas o como combatientes, hombres de más de treinta nacionalidades, de los que murieron veinte millones y otros cincuenta quedaron heridos o inválidos.

A todos ellos se les acreditó su sacrificio, su valor y su devoción a la causa que defendían. Polacos y franceses, rusos y norteamericanos, ingleses, griegos y noruegos, todos obtuvieron un reconocimiento público de su esfuerzo y muchos de ellos fueron premiados por sus respectivos países.

Salvo un puñado de hombres. Unos cientos de miles, muchos de los cuales sufrieron persecución y torturas, muriendo asesinados una gran parte; y otros muchos que se alistaron en las unidades de combate, estuvieron siempre en las primeras líneas de uno u otro frente y, también, en gran parte, murieron o quedaron inválidos.

Todo ello en defensa de las causas más justas que defendiera cualquier ejército: la libertad, la justicia, la fraternidad... Pero, sin embargo, ninguno de ellos pudo enarbolar nunca, en la batalla o en el sacrificio, la bandera de su patria y todos ellos, al terminar la contienda, se encontraron abandonados, desamparados, olvidados.

Estos olvidados eran españoles. Esta es la historia de aquellos hombres.