Lo que sigue es un documento verdaderamente excepcional. Mis relaciones de solidaridad militante con la Organización revolucionaria vasca ETA (Euskadi Ta Askatasuna) hicieron posible el que yo lo recogiera. Fue mi "contacto" el que vino a verme con una decisión muy concreta: La Dirección ordenaba al Comando Txikia, responsable de la ejecución de Carrero Blanco, hacer un libro y había pensado en mí como redactor. Ni qué decir tiene que acepté encantado.
Concertamos una cita y a los tres días me recogía un militante en un punto de Gipúzkoa y, según creo, me trasladaba a otro punto de Bizkaia, pero eso ya son suposiciones mías porque la realidad es que no podría, por mucho que lo intentara, decir nada al respecto. Desde que monté en aquel coche y el compañero me indicó que, por razones de seguridad para todos, era necesario que me pusiera las gafas -unas gafas oscuras, opacas, ajustadísimas- perdí la noción del espacio en que me movía. Dando tumbos por caminos y carreteras de segundo orden, sentado junto a un desconocido chófer que me hablaba amablemente, durante más de una hora tuve la impresión de ser un extraño secuestrado camino de algún segurísimo refugio.
Oscurecía cuando llegamos y, efectivamente, se percibía que en aquel lugar no corríamos ningún peligro. Desde el momento en que fui presentado al Comando comprendí que la convivencia iba a ser fácil, cómoda y que aquella corriente de simpatía mutua, llena de calor humano, iba a simplificar las cosas.
Durante ocho intensos días y gran parte de sus noches, grabamos, discutimos y terminé siendo uno más en la participación de los problemas que surgieron. Se comprenderá que todo este material ha sido imposible recogerlo aquí. En una Organización viva como la nuestra, en continua efervescencia, que busca y aprende sobre la práctica, son muchos los problemas que se plantean sus militantes y grande la tentación de dejar testimonio de ellos. Pero se trataba de dar lo más claramente posible el cómo y el porqué de la "Operación Ogro" y no de hacer un voluminoso trabajo teórico... Me limité pues a lo grabado en las cintas, al testimonio vivo de su actitud ante el hecho, el testimonio de unos militantes entregados a la lucha, contentos de hacerlo -porque así lo han elegido- y nada "extraordinarios": unos hombres conscientes de que hay que liberar a nuestro pueblo y consecuentes con lo que piensan. He creído importante señalar ese aspecto sorprendente e inédito, que rompe el mito; "no somos ni dioses ni héroes... hombres normales... que hacen las cosas..."dijo en cierta ocasión Jon. Tenía razón, hombres normales que, por supuesto, quieren ganar esa libertad. Libertad y alegría, yo diría que esos dos signos presidieron los ocho días inolvidables que pasamos juntos... Estamos tan acostumbrados a que al hablar de la revolución se adopten actitudes graves, trascendentales, heroicas a veces y sacrificadas otras, que la sencillez y la humanidad de los compañeros me reconcilió con muchas cosas. Y el día que nos separamos, que cada uno volvimos a nuestros respectivos trabajos, yo tuve la certeza de que había aprendido una gran lección revolucionaria.
Los nombres con que los miembros del Comando figuran en este documento, son imaginarios, pero eso es lo único imaginario de ellos. Por otra parte, todos los datos que pudieran ser utilizados por la Policía han sido, naturalmente, "maquillados", pero en todo el libro resplandece, como se dice en la jerga judicial, la verdad y nada más que la verdad, aunque no -por razones obvias- toda la verdad... Al final se incluyen una serie de documentos que ilustran o esclarecen lo que se habla en el texto. He creído importante incluir también una declaración ampliamente difundida en Euskadi y también en sectores politizados del Estado Español por el Comando Txikia, en la que se exponen una serie de razones que muchos desconocen.
Nos despedimos. El coche se puso en marcha. Volvió el compañero a darme las gafas y empezó a silbar una de nuestras canciones. Me había recogido las cintas, las había guardado y decía que me las entregaría en lugar seguro. Con los ojos tapados, lo mismo que a la ida, sentía una alegría especial muy distinta a la inquietud o al temor del primer encuentro. Como si la alegría del Comando me hubiera comunicado valor para afrontar empresas más difíciles. Una alegría especial, liberadora, tal vez la alegría que sólo pueden sentir los que luchan por la liberación de su pueblo. Entre salto y salto, a través de los caminos tortuosos, recordaba que Txabi había dicho una noche que un militante debe ser un hombre completo, que la especialización deformaba, restaba posibilidades... Y yo pensaba en un intercambio de frentes, en que tal vez fuera el momento de salirme por algún tiempo del frente de la cultura y pasar a aprender algo en el de las armas... Pensaba también en lo necesitado que está el movimiento revolucionario de humor, de distensión, de libertad...-¿No tendrás miedo ahora? -dijo riendo el compañero. Estamos llegando ya. Puedes quitarte las gafas...
Recobré el paisaje. Nos abrazamos fuerte y nos despedimos. A la hora empezaba a escribir este reportaje del Comando Txikia.
Julen Agirre.
En un lugar de Euskadi Sur.