Ruedo ibérico - Artículos

Sobrevivir a contracorriente...

Reflexiones sobre la administración de una empresa como Ruedo ibérico


Desde siempre Editions Ruedo ibérico fue objeto de conjeturas y suposiciones poco fundamentadas porque nadie se podía creer que esta empresa, que bien pronto adquiriría una notoriedad envidiable, pudiera vivir de sus propios medios, sin el apoyo financiero de entidades o partidos, y sólo gracias a la implicación de unos locos a los que no importaban ni el dinero, ni la gloria. Más bien se sospechaba que recibíamos dinero de los Chinos, de la CIA, hasta del Opus Dei. Mi propósito es, pues, esclarecer un poco todo esto.

Ruedo ibérico se fundó en 1961 por cinco refugiados españoles, procedentes cada uno de un horizonte político distinto, pero unidos por la amistad y el profundo sentimiento de que habían fracasado todos los intentos y esperanzas para que se hundiera el régimen franquista en un futuro próximo. Este, al contrario, se asentaba cada vez más, gracias a una propaganda de intoxicación que iba en aumento. Los amigos llegaron pues a la conclusión de que editar libros que restablecieran la verdad histórica y analizaran los acontecimientos políticos y económicos desde una perspectiva más objetiva de lo que se iba haciendo hasta entonces, sería una buena iniciativa para contrarrestar esta propaganda. Por esto y desde el principio estaba claro que tendría que ser un ente independiente de toda influencia partidista, lo cual suponía una libertad de juicio de la que otras editoriales del exilio no disponían, pero también renunciar a todo apoyo logístico y financiero que no proviniera de fuentes independientes. Esto sin embargo requería un esfuerzo importante que se hizo sentir a lo largo de los 20 años de existencia de la editorial.

El capital inicial se constituyó con la venta de dos coches de segunda mano y unos pequeños ahorros, lo justo para editar el primer libro, que fue la Guerra civil española de Hugh Thomas. Con el producto (y no los beneficios: que más hubiésemos querido!) de la venta de este libro, que encontró enseguida buena acogida, se publicó el segundo que fue El laberinto español de Gerald Brenan y ambos financiaron los Premios Ruedo ibérico de Novela y de Poesía 1962 creados con el objetivo certero de darnos a conocer cuanto antes. La composición de los jurados de los dos premios -Carlos Barral, Antonio Ferres, Juan García Hortelano y Juan Goytisolo entre otros para el premio de Novela y José María Castellet, Gabriel Celaya, Jaime Gil de Biedma y José Angel Valente para el premio de Poesía- fue prueba de que habíamos acertado. Pero el handycap que representaba esta escasez de capital inicial nos persiguió hasta el final.

A principios Ruedo ibérico no disponía ni siquiera de un local. La dirección del Boulevard de Malesherbes era una "boîte postale" de esas que alquilaba una empresa que se dedicaba a domiciliaciones legales. La administración se hacía desde la casa personal de los que se prestaron a ello. Luego, unos amigos que tenían una tienda de discos en la Place Saint-André-des-Arts nos prestaron el primer piso donde cabía lo justo. Más tarde nos realquiló Amadeo Robles la primera planta de un local situado en la rue Aubriot, en el Marais. El primer y único local que tuvo Ruedo ibérico, con contrato y alquiler regular, fue la rue de Latran, ya en 1970, que nos permitió por fin tener una dirección legal propia y la posibilidad de instalar allí despachos, parte del stock y una librería al público: poder recibir sin problemas autores, colaboradores, curiosos y clientes fue un gran paso hacia adelante.

La edición de libros fue, hasta hace poco, una industria o por lo menos una paraindustria. Antes de que apareciera el ordenador, fabricar menos de mil ejemplares de un libro no era posible porque la composición constituía el gasto mayor (que en el caso de Ruedo ibérico, se incrementaba de un 20% por ser en lengua extranjera). Este tenía que rentabilizarse para que el libro se pudiera vender a un precio asequible, o sea que había que hacer tiradas que hoy asombran y que luego representaban otras tantas toneladas y metros cúbicos que almacenar. En nuestro caso además, dada la continua escasez de finanzas, se hacían tiradas un poco superiores para evitar posibles reediciones que nos obligarían a retrasar o renunciar a un libro nuevo, ya que los títulos básicos como La guerra civil de Thomas, el Laberinto español de Brenan, el Mito de la cruzada de Southworth, se tenían que reeditar regularmente.

Para que llegue un libro al lector, tiene que pasar por varios canales que son: un buen distribuidor para empezar y luego un buen librero que lo venda a su público. Esto con literatura de kiosco es fácil, pero por poco que se tenga el empeño de publicar ensayos u otros temas difíciles se tropieza con toda clase de barreras. Publicar uno, dos o varios libros, y con un programa que garantice una continuidad, representa una inversión importante de capital que se realiza, para no hablar de rentabilizarse, muy lentamente. En el caso de literatura de kiosco, esto no es un problema, el retorno sobre capital es rápido y da resultados financieros. En este caso, y sólo en este, se puede hablar de empresa capitalista. Todo lo demás es puro voluntarismo o en el mejor de los casos trabajar para la gloria.

En el caso de Ruedo ibérico, todos estos problemas se planteaban también, agravados sin embargo por el hecho que se trataba de libros que sí tenían una clientela, pero de acceso muy difícil: ¿qué distribuidor español ni librero en su sano juicio aceptaría distribuir y vender nuestros libros corriendo el riesgo de ir a la cárcel o ser fuertemente multado por ello? Y no hablemos de los lectores, quienes, en caso de registro policial corrían similares riesgos. O sea, nuestro mercado natural nos estaba vedado por la censura que ejercía la dictadura. Que se hayan abierto las brechas más o menos clandestinas que se abrieron a lo largo de los años era debido a nuestros lectores hambrientos de información objetiva.

Estos lectores, a menudo jóvenes con presupuesto escaso, nos han reprochado frecuentemente el porqué no fabricábamos libros menos cuidados estéticamente, con papel más basto para así reducir el precio de venta. Lo que no sabían es que cuesta el mismo dinero poner una portada bonita que una fea, lo mismo cuidar el diseño interior del libro o no cuidarlo. Y la calidad del papel influía muy poco en libros de ensayo. Lo que sí costaba, era preocuparse y trabajar estos detalles. José Martínez, que se ocupaba de la fabricación, nos comentó varias veces que fabricar bien un libro es cuestión de respeto hacia el lector. Y en efecto, un libro bien diseñado, con lo menos posible de tropiezos visuales que distraen el ojo, se lee mejor. Y de hecho hoy se insiste mucho en la calidad estética y gráfica de los libros publicados por Ruedo ibérico, muy en la vanguardia no sólo en España evidentemente, sino también en Francia. Y en el precio al que se vendían nuestros libros en el extranjero, y en particular en España, donde eran tratados como si fueran un producto de contrabando, no podíamos influir, ni sacábamos ningún provecho, todo el contrario.

Como a partir de los años 62/63 hubo una cierta apertura, y algunos españoles privilegiados pudieron empezar a viajar al extranjero con un poco más de facilidad, los libreros instalados en los lugares adonde viajaban estos españoles se dieron cuenta de que aquí había un mercado y muy pronto se nos ofreció un corredor de libros, que trabajaba en la costa vasca francesa y que cubría las librerías de Biarritz, St-Jean-de-Luz y Hendaya. Andorra fue rápidamente buen cliente, y más tarde firmamos contratos de distribución con Londres, Bruselas, Ginebra, Frankfurt e Italia, por no hablar de París, de manera que los libros de Ruedo ibérico se encontraban con bastante facilidad en el extranjero. En cambio, el exilio español, incluso el político, mostraba poco interés, contrariamente a lo que se podía pensar.

Y rápidamente se puso en contacto con nosotros un librero de Barcelona, especializado en libros técnicos extranjeros -cobertura perfecta- que empezó a importar los nuestros. Pero el cierto laxismo duró poco. Sufrió un registro policial y tuvo que dejar lo que era buen negocio para él y para nosotros. En cambio, nos puso en contacto con un antiguo guardia civil especializado en la importación de libros prohibidos desde América Latina. Esta vía funcionó, con interrupciones temporales -cuando el régimen intensificaba y endurecía sus controles-, hasta el final.

Porque, cuando se dice que Fraga y Ricardo de la Cierva eran nuestras bestias negras es dar la vuelta a la tortilla. Estos dos señores no nos importaban en particular. Contra lo que luchábamos era contra el sistema al que pertenecían y que nos obligaba a producir, en condiciones muy difíciles, lo que tenía que haberse hecho natural y libremente en España. Así que querer reducir Ruedo ibérico, como es la tendencia actual, a un movimiento cultural es, una vez más, recuperación vergonzosa y vergonzante. Se puede considerar como tal, evidentemente, pero ni fue pensado ni conceptualizado para eso: Editions Ruedo ibérico se fundó para ser un arma contra el régimen de Franco, y lo logró: prueba de ello es la persecución que sufrieron no sólo nuestros libros, sino nuestros autores. El periodista Luciano Rincón fue condenado en 1971 a pasar casi cuatro años en la cárcel bajo la acusación de ser Luis Ramírez, uno de nuestros pseudónimos.

Y esta lucha se encarnizaría cuando, en 1965, se empezó la publicación de Cuadernos de Ruedo ibérico y sus suplementos, revista pensada como tribuna en la cual pudiera expresarse libremente la oposición del interior sobre problemas de política, economía, sociología, represión franquistas, pero también sobre poesía y literatura. De hecho, se transformó a lo largo de los años en un instrumento de trabajo indispensable para cualquier estudio sobre la época franquista. Por esto se reeditaron los 66 números y los suplementos publicados entre 1965 y 1979 en CD Rom.

En 1963 el Ministerio de Información y Turismo empezó a publicar un Boletín de Orientación Bibliográfica , de circulación tan restringida que no hubo forma de saber quiénes eran los redactores, ni la tirada, ni siquiera a quién iba dirigido. Pero allí publicaron, entre otros y a lo largo de los años, reseñas de unos 35 libros nuestros, hecho insólito en la medida que se trataba de libros que ellos mismos habían prohibido. Se sabe que el director de la publicación era Ricardo de la Cierva, que nos tenía un odio particular, sintiéndose él el propietario declarado de la verdad sobre España, en especial sobre la guerra civil. He podido dar, después de mucho indagar, con la casi totalidad de estas reseñas, que publicamos en este Web. Y como botón de muestra cito textualmente a Ricardo de la Cierva en una de estas críticas: " El señor Martínez, que tiene bien acreditada su condición de ser una de las personas más parciales y peor informadas acerca de la historia contemporánea española..." (BOB nº 81)

Se reprochó bastante a menudo a Ruedo ibérico el no tener línea política. Esto era no entender nuestro propósito, clara y firmemente declarado, de querer dar información donde no la había. De hecho, pensamos publicar los manuscritos escondidos en los cajones que no se podían editar en España. Pero la realidad fue que estos cajones estaban desesperadamente vacíos. Se empezó pues a publicar libros procedentes de horizontes muy diversos, pero que se consideraban necesarios para esclarecer los debates. Y para las publicaciones con horizontes más delimitados, ya existían otras editoriales como Ebro, la de la CNT, las Edicions Catalanas de Paris y la de los vascos, por ejemplo.

Los Premios Ruedo ibérico de Literatura y de Poesía de 1962 fueron creados para suscitar manuscritos procedientes del interior y se pudieron celebrar. En cambio, el Premio Ruedo ibérico de 1972 destinado a propiciar un estudio sobre el periodo de postguerra que no fuera escrito otra vez por un extranjero, fue un fracaso: cuando se cerró el plazo en 1974, no se había presentado más que un solo manuscrito, además incompleto, dirigido por un profesor francés!

Sin embargo, a partir del momento en el cual despuntó un cambio a la muerte de Franco, empezamos a publicar estudios mucho más dirigidos hacia una política diferente para crear discusiones dentro de la oposición. Prueba de ello fueron unos artículos publicados en la considerada nueva época de Cuadernos de Ruedo ibérico que tratan ya del problema de la transición política que se avecinaba, y que pueden encontrarse en el web bajo el tema Transición.


Problemas de administración


Uno de los problemas graves que Ruedo ibérico tenía era el del personal. Como, sobre todo al principio, apenas se podían pagar salarios, se dependía del trabajo voluntario de gente que se implicaba. José Martínez trabajaba a tiempo completo en una editorial como jefe de fabricación, lo que por cierto le posibilitó adquirir los conocimientos y relaciones que le permitieron asumir su trabajo en Ruedo. Cobraba un sueldo correcto que iba en buena parte a la editorial. Elena Romo tenía su trabajo y hacía lo que podía. Y yo no trabajé en Ruedo hasta 1970, porque mi sueldo regular era muy necesario para comer y dar de comer a toda la gente que se reunía en mi casa para trabajar. Los únicos que empezaron, a partir de cierto tiempo, a cobrar un sueldo era una secretaria, un contable por horas y un botones que hacía y llevaba a correos los paquetes dos o tres veces por semana. Todo el trabajo editorial lo asumía José Martínez, incluso la revista que empezó a publicarse a partir de 1965. Y se fabricaban, a pesar de todo esto, una media de DIEZ libros por año, sin contar la revista ni las reediciones. ¡Trabajo de sísifo!

Cuando las cosas empezaron a normalizarse un poco, se pudo empezar a tener personal más regular. Pero se planteaba el problema de la lengua -tenían que ser castellanoparlantes-, y sobre todo el de la discreción. No es que Ruedo ibérico en Francia tuviera problemas por publicar lo que publicaba: había libertad de prensa. Pero evidentemente la embajada española ejercía constantemente presiones sobre el ministerio del interior francés para que acabara con nosotros. No lo logró, pero que estábamos rodeados de agentes españoles que intentaban ponernos las trabas que se pudiera era evidente. Les interesaba sobre manera saber quién iba y venía a Ruedo, y sobre todo quién era nuestro comprador en España. De hecho, hubo varias veces soplos que tuvieron como consecuencia la interrupción de los envíos a España, lo cual entre otras cosas, suponía cada vez un bajón en las ventas. El caso de Luciano Rincón, al que ya aludí, tampoco estuvo claro nunca. Y el personal dispuesto a trabajar con nosotros era más bien gente de buena voluntad que necesitaba ganarse unas "pelicas", pero que no tenía preparación para llevar la administración de una empresa.

Por eso, cuando tuvimos la posibilidad de alquilar el local de la rue de Latran fue esencial formar a un grupo de colaboradores que permitiera aprovechar esta circunstancia y dar un paso adelante.

Otra decisión que nos favoreció bastante era la de acudir a la Feria Internacional del Libro en Frankfurt. Nuestro primer stand en 1971 fue un auténtico acontecimiento. Ningún editor español se lo creía, pero fue la demostración irrefutable de que Ruedo ibérico sólo era clandestino en España. A esta tribuna seguimos acudiendo hasta 1978.

En cuanto a los bulos que han ido circulando por ahí a lo largo de toda nuestra existencia como que no había administración, que cada dos por tres acudíamos au bon peuple para sanear unas finanzas no sanas y mal gestionadas, se pueden desarmar con unos hechos indiscutibles. No dispongo de cifras para los años anteriores a 1970, pero la dinámica era la misma: vendíamos demasiado barato en relación a los costes de producción. Analizando las cifras de 1972 a 1975, que son bastante representativas, se ve que las ventas cubrían a duras penas los gastos de fabricación y los gastos generales. Y quienes sufrían las consecuencias de esto ¡eran los autores! En cambio, el stock iba en aumento constante, lo que producía unos balances aparentemente sanos. O sea, estábamos en posesión de un capital importante, pero que se realizaba tan lentamente que cada pago extra era un problema. De ahí que para proyectos que iban más allá de las posibilidades brindadas por la autofinanciación, había que pedir ayuda a amigos y afines. Y lo que sí era un pozo sin fondo era la revista. Cada número contenía la misma cantidad de letras que un libro de 200 páginas, pero se vendía por lo menos a mitad de precio, aparte de que se vendía relativamente poco. Pero era necesario, una vez más, publicarla.

De ahí que no se pudiera calificar Ruedo ibérico como una empresa capitalista, sino que considerábamos que nuestra tarea era publicar todo lo que se podía, y aún lo que no se podía; que un libro que tuviera buena venta financiara otro que no se vendería, pero que era necesario publicar.


Marianne Brull