No hace mucho, con motivo de la muerte de Tierno Galván, comentaba con Pepe Martínez que este es un país donde se presume de "esperar a ver pasar frente a tu puerta el cadáver de tu enemigo", pero que cuando esto ocurre, en vez de recogerte dignamente en el interior de tu morada, se suele acompañar al difunto hasta el cementerio con la cara compungida, evidente dolor y alabanzas a sus virtudes. En el entierro de Pepe Martínez se volvió a escenificar esa pantomima de rancio humor negro. Este es un país de necrófilos y sus necrólogos forman una escuela peculiar: unánimamente, amigos bienintencionados, amigos-enemigos. enemigos e informadores de terceros, han coincidido en "exiliar de nuevo" a Pepe Martínez glosando la importancia de las ediciones de Ruedo Ibérico en la contrainformación al régimen de Franco. Las ubican en algo que nostálgicamente "fue". Algo de la juventud (recreación aütoapologética) de ellos mismos. [NDE: Aquí el autor añade a mano: La peor especie de necrólogos son aquellos que, apenas con un trato remoto con el difunto, con la excusa de homenajearle, le denigran al tiempo que se autoensalzan]
Acaso sea Román Gubern el prototipo más destacado de estos nuevos inquisidores (El Periódico, 22-3-86) quedándome la duda de los límites en su escrito entre la mala fe, la incuria o señal de su irrecuperable memez. Esta especie de necrólogos han enfatizado "ad nauseam" que Pepe Martínez encajó mal la "normalización" democrática, que estaba anclado en el pasado, que estaba atormentado y deprimido, que esperaba ansiosamente honores y cargos, que era intratable, que era el ocaso de un "sol románticamente ácrata", que murió solo... La imagen deformada de Pepe Martínez -el "fuimos" oculta el "somos"- puede ser un mezquino saldo de cuentas, puede convenir para amortiguar sus malas conciencias, pero es una mala coartada.
Un homenaje sincero a Pepe Martínez debía haber explicado la cantidad de kilos de espagueti y hectolitros de vino que se consumieron a su costa en París, cómo reescribió manuscritos infames para que el autor firmante alardease de "su obra", cómo le chulearon anticipos por libros que entregaron a otras editoriales, cómo piratearon sus libros, cómo utilizaron fondos editoriales para promocionarse en campañas electorales extremeñas, cómo le bloquearon créditos para seguir editando, los sabotajes en la distribución, o la complicidad de supuestos amigos -tácida o expresa- en el "ninguneo" del que era objeto. Sirva un ejemplo de la marginación: cuando se instaló en Madrid en 1983, ya paralizada la editorial y sin recursos para vivir, Chueca Goitia le facilitó, en su calidad de presidente del Ateneo, impartir clases de francés por una modesta suma al mes. Cuando cesó Chueca y se instaló en la presidencia del Ateneo el candidato prosocialista, una de sus primeras decisiones fue "suprimir" las ciases de francés. Este idioma era menos importante que el inglés o ruso que se siguieron impartiendo. De nada sirvió la protesta de sus antiguos alumnos.
Editor
Situar a Pepe Martínez en el pasado permitía obviar toda esa miseria que le rodeaba y la responsabilidad de muchos de los que hoy dolientemente se llaman sus amigos.
En puridad, un "homenaje" a Pepe Martínez debía centrarse en su capacidad de excelente "editor". Esa era su razón de ser y no otra. Si bien Ruedo Ibérico cumplió un papel en el pasado, también es cierto que una editorial crítica e independiente "era y es" necesaria en una democracia precaria como la nuestra. Ese era el proyecto abortado de Ruedo ibérico en su nueva etapa. Entre 1977 y 1981, fecha en que se paralizó la editorial, Ruedo Ibérico publicó dos cuadernos y doce libros. Algunos de ellos condenados a ser tan clásicos como el Brenan o el Thomas: Extremadura saqueada, El eco de los pasos (memorias de García Oliver), CNT ser o no ser -ambos prohibidos y anatemizados dentro de la organización libertaria-, Energía, política e información, Los discursos de la calle, Breve historia de Euskadi, o El Ejército republicano. Otros títulos han sido tan pertinentes como silenciados: Ruidos (Attali), La violencia política (Y. Michaud), Subversión/Perversión (M. Dufrenne) o La sociedad sin amo (L. Scheer). Como se puede apreciar Franco no era el "alter ego" de Pepe Martínez ni su muerte condenaba a Ruedo Ibérico a desaparecer. Insisto: Ruedo Ibérico había sido importante en el pasado, pero "era un proyecto necesario y posible" en el presente.
Antes de que algunos amigos pudiéramos reaccionar, el Ministerio de Cultura saldó sus cuentas con Pepe Martínez "pagándole" el entierro; todo un paradigma de cómo se entiende la cultura en este país. Es más, es el postrero acto simbólico de la omnisciencia de! poder en vida, aislamiento y olvido; en la muerte, capitalizar el cadáver. Todo controlado, un círculo que se cierra en una anodina cifra de "gastos imprevistos". Carpetazo a un incordio. Ni siquiera muchos de los que hoy medran en el poder (antiguos autores en la nómina de Ruedo Ibérico), aquéllos que aprendieron de Pepe Martínez que, más allá de las ideologías o de sus simulacros, la política debía ser coherente con las intenciones, pero que han utilizado ese aprendizaje como técnica para incrustarse en los bien remunerados cargos del Estado o de la cultura oficial; aquellos, digo, no sabrán agradecerle la "omertá" que sobre todos ellos tuvo en vida: el no desvelar que eran tigres de papel, que su actual vicaria del poder era algo ya congénito en ellos antaño y no un simple cambio por "pragmatismo". Este "saber" que "sabia" fue el motor de muchas estrategias para amordazar su voz. para aislarle, para rehuirle como a un apestado.
Etica
No es cierto que Pepe Martínez "encajara mal" su inserción en esta democracia. Lo que encajaba mal era su construcción sietemesina, los desgarros y desesperanzas que está infligiendo a esta sociedad civil estupefacta el espectáculo -el pasado referéndum es la muestra más reciente- de la avidez, cinismo y depredación de su "clase política". Pepe Martínez para algunos de nosotros representaba una ética de compromiso intelectual, la dignidad de no profesar como vocero del poder por un pobre ganapán. Pepe Martínez no olvidaba el vínculo que une principios y memoria colectiva, pero al mismo tiempo sabíamos de su desasosiego por el curso aciago de esta sociedad española; sabíamos de su desaliento por ver paulatinamente desvanecerse la "potencia" de lo que esta sociedad "pudiera ser", "mereciera ser". Nunca mejor empleado, a Pepe Martínez le "dolía España". Pepe Martínez pensaba "en presente" (llevaba un año trabajando sobre la cúpula del PSOE) y en futuro, pero siendo tributario con la memoria histórica. Una prueba de que Pepe Martínez era una persona "viva", inmersa, preocupada y comprometida con esta sociedad ha sido su facilidad para sincronizar con sus últimos amigos (la insistencia en la "soledad" de su muerte es tan tópica como falsa), la inmensa mayoría de nosotros apenas rebasando la treintena de años; nosotros, que no padecimos el síndrome del exilio y que somos una generación escéptica, no pudimos resistirnos a la fascinación que nos producían las intuiciones políticas y el talento crítico de Pepe Martínez. Como Casandra condenada por Apolo a no ser creída nunca a pesar de que sus vaticinios de cumplían inexorablemente, en su nutrida correspondencia ("una forma de estar con el otro y con uno mismo", decia) o en las largas conversaciones de las que gustaba, nos iba anticipando lo que en aquellos momentos creíamos aventuradas predicciones. El tiempo confirmó su razón y nos mostró cuan vanas eran nuestras sorpresas. Veremos si se cumple uno de sus últimos pronósticos: en la próxima legislatura el objetivo prioritario de la cúpula del PSOE es acabar brutalmente con el Estado de las autonomías.
Este es un país de despilfarro y hay que decir que la no utilización de la capacidad de Pepe Martínez ha sido un despilfarro tan innecesario como cruel. Despilfarro conveniente, qué duda cabe, para la buena salud de esta política y esta cultura garbancera y mediocre.
Alberto Hernando
In La Vanguardia, 1/4/1986