No hay realidad más tenaz que la del cliché. Queramos o no, al primer descuido nos mete de hoz y coz en su hedionda realidad. Cuando fui el pasado día 13 [de marzo 1986] al entierro de José Martínez Guerricabeitia, me lo temía. Ya verás -me dije- como ahora se acordarán de él, muerto, muchos de los que lo arrinconaron, vivo. Y en efecto; el colmo fue ver en primer término de la cámara mortuoria una gran corona de flores del ministerio de Cultura y en letras doradas el nombre de su titular: Javier Solana. Ya lo dice en su bello artículo Nicolás Sánchez Albornoz ("El País" del 15-3-86), uno de los grandes amigos de José Martínez, con estas palabras finales: "España, devoradora de cadáveres, espera hasta verlo muerto para recordarlo". Es tan escandalosa la diferencia de vivo a muerto que si en vida, últimamente se carteaba con tres o cuatro amigos a lo sumo, ahora le han salido "inmemoralistas" a docenas. Y hasta le han rendido el honor de sacar su efigie comentada por el telediario. Pero no importa. También hay que cultivar las aberraciones si, a lo mejor, dan frutos. Y aunque el cliché tenga una vez más razón, como razón, aprovechémosla y coreemos la palinodia.
EL EDITOR
José Martínez Guerricabeitia ha quedado en nuestra historia política del antifranquismo como un hito tan claro y distinto como insustituible. Su obra legada es de tal naturaleza que honra sin más toda una vida por muy acongojada y machacada que ésta haya sido. Todo el mundo conoce y reconoce que esa obra es Editions Ruedo Ibérico. Dudo que haya habido jamás una oposición con un instrumento tan valioso en su haber como lo fue éste para la española del tercer cuarto de siglo pasado. En todo caso, era impensable que hubieran podido salir tantos y tan buenos libros por tanto tiempo y que se editara una revista como Cuadernos de Ruedo Ibérico, en tantos puntos ejemplar e irrepetible. Hacía falta un hombre de la inteligencia, de la agilidad mental y manual, de la capacidad de trabajo y del coraje y entrega de J.M.G. para llevar a cabo semejante proeza. Lo que primero gana la admiración de esta obra, es su presentación ya. Todo lo que ha editado J.M.G. lleva el sello de una profesionalidad tan digna como original. Y luego, con más hondura, la admiración se rinde ante el contenido. No sólo editó los libros más necesarios, sino también los más suficientes. Repasado todo lo que hay a la vista, yo no veo en el panorama izquierdista español a nadie que, como J.M.G., hubiese sido capaz de acometer una empresa semejante y perdurar en ella con tanta eficacia y buen gusto. Porque eso tal vez sea lo más excepcional del fundador, director y sostenedor de Editions Ruedo Ibérico: que una inteligencia tan aguda, ágil y porosa, tan abierta y audaz se haya visto secundada por una naturaleza tan bien dotada del sentido del orden, de la pulcritud y del buen gusto. Pues todo eso está en esa obra. Tener el fondo de Ruedo Ibérico es contar con el material básico para hablar con conocimiento de causa de todo lo concerniente a la España franquista y antifranquista. Y quien preparó todos los libros y números de Cuadernos de Ruedo Ibérico, les dio la bella forma que los distingue y quien trató a su propósito con autores y colaboradores, políticos y artistas, etc. fue J.M.G. Esta circunstancia de ser -muy a pesar suyo, por cierto- centro y poco menos que único responsable de esa magnífica obra, le hacía ser también el único en condiciones le traducirla en un ambicioso estudio, si no exhaustivo, definitivo para la posteridad. Y en eso estaba cuando le atrapó la muerte de forma tan estúpida y traicionera como fue aquel maldito escape de gas que le quitó el sentido, más aquella fortuita y fatídica solelad que acabó con él a falta de un socorro a tiempo. Ahora no habrá nadie en condiciones de llevar a cabo esa tarea tan necesaria, por que nadie sino él, J.M.G., conoce tanto y tan bien a las personas ni las circunstancias que intervinieron en -y entre- las fuerzas antifranquistas.
Esas tres décadas de los años 50, 60 y 70 giran política, social y culturalmente en torno a Ruedo Ibérico, el único órgano amalgamador por el que circulaba sin trabas ni consignas la intelligentsia española. (Fuera de la oposición, obviamente, no había intelectualidad). O sea, que nos hemos perdido el gran libro, destinado a ser standard de la historiografía de ese cuarto de siglo que estaba a punto escribirnos J.M.G. de primera mano. Puede que un día, algún estudioso logre dar cima a una visión/revisión de esa página histórica en un centón historiográfíco más o menos académico, y aun no tener que valerse del material acumulado y debidamente ordenado por el mismo J.M.G. Pero jamás podrá ser ya el testimonio vivido de quien había estado en una posición privilegiada para conocer a los más importantes actores del antifranquismo de cerca y desde dentro, en escena y entre bastidores, con todo su tejemaneje partidista, ideológico y proselitista, con los personalismos inevitables y las lealtades y traiciones que tanto se prodigan para bien y para mal en situaciones de lucha política clandestina. (De paso -y vaya de triste anécdota- siempre será una vergüenza para la izquierda española que haya tenido que ser el Ministerio de Educación y Ciencia neerlandés, por iniciativa del Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, quien haya tenido el gesto de disponerse formalmente a ayudarle, a J.M.G., en esa ingente empresa, cuando lo lógico habría sido que esa garantía de ayuda financiera hubiese partido de España, puesto que, a fin de cuentas, nuestra era la lucha contra Franco, máxime cuando diz que el poder ha ido a parar a gente presuntamente antifranquista).
Dado que esa gran obra historiográfíco-testimonial que esperábamos de J.M.G. no será, sus amigos nos hemos dado por cometido poco menos que juramentado, preparar un libro con lo mejor de sus escritos (muchos de los cuales no se conocen como suyos por estar publicados bajo seudónimo) suplementado con un apéndice en que se dé puntual constancia de su labor de editor para posible punto de partida y referencia al servicio de futuros historiadores que tomen monográficamente o no las Editions Ruedo ibérico como tema de investigación.
[Pero mientras que se haga este libro al cual alude el amigo Francisco Carrasquer, nos hemos puesto a construir esta Web, en testimonio de la labor de J.M.G. - MB]
EL HOMBRE
José Martínez Guerricabeitia, nacido el 18 de junio de 1921 en Villar del Arzobispo (Valencia), era hijo de valenciano y de vasca (de ascendencia). El padre explotaba una cantera, pero su independencia económica no le impidió estar afiliado a la C.N.T., tanto por solidaridad con los trabajadores como por simpatía con las ideas libertarias. A los 16 años se escapó de casa para irse voluntario al frente y ejerció en la 26 División de miliciano de la cultura. Hecho prisionero por el ejército franquista, fue encerrado en un correccional, por ser menor de edad. Luego el servicio militar y entre 1945 y 1947 desplegó cierta actividad en la reorganización de las Juventudes Libertarias de Valencia y de la F.U.E.
De ambas organizaciones siguió siendo delegado en el exterior, al pasar a Francia en 1947. Ya en París fue secretario de la Interayuda Universitaria Española (en realidad un apéndice de l'Entraide Universitaire Francaise), estudió historia con el gran historiador e hispanista francés Fierre Vilar, leyó vorazmente de todo pero primordialmente historia y marxismo (no debe haber ni media docena en España que sepan tanto de marxismo como demostraba saber J.M.G. Y no sólo por lo que hubiese podido retener de sus lecturas, con su memoria extraordinaria, sino sobre todo por lo que había digerido, asimilado y anabolizado por su cuenta tales lecturas). Por aquellos años empezó a trabajar en la editorial (altamente especializada en obras científicas) Hermann, donde llegó a ser jefe de edición. Este oficio, tan bien aprendido, le sirvió de sólida base para su ulterior actividad creadora de editor por su cuenta y riesgo (nunca mejor empleado este lugar común) de Ruedo Ibérico, galera ésta en que se consume (en el sentido fuerte del término) un cuarto de siglo de su vida.
Hablando del hombre, tengo que salir al paso de un reproche que se le hace con demasiada frecuencia: el de haber sido de difícil carácter. Este defecto superficial se justificaba casi siempre (nadie es perfecto, gracias a Dios) por dos grandes virtudes de raíz tan raras como admirables: la lucidez y la pulcritud. Por la primera, podía desconcertar hasta con peligro de cegar. Y por la segunda podía parecer que propinaba un duchazo higiénico, un chorro de asepsia (limpio que era como los chorros del oro, por poner otro tópico). De memoria segura y caudalosa, toleraba mal, a veces, el desconocimiento de los hechos y más aún su camuflaje. Pero en lo más estrictamente personal, lo que le había valido numerosos encontronazos y rupturas de relaciones había sido casi invariablemente su inflexible sentido de la lealtad. Es algo que situaba por encima de todo y que era para él la ley de oro de la convivencia y del trato en la sociedad y el fundamento de la disciplina personal. Otras veces he dicho que en la C.N.T. han habido grandes ejemplos de autodisciplina, remitiéndome tan sólo a los libros de Cipriano Mera y de Juan García Oliver, que no por casualidad editó J.M.G., precisamente. Pero en la vida de relación, creo que es todavía más cabal y diamantina la lección de autodisciplina que nos ha dejado José Martínez Guerricabeitia. Este complejo de lealtad-autodisciplina en la libertad o propio libre albedrío le concitó no pocas enemistades, pero también le deparó amistades profundas, incondicionales y perpetuas. Y no sólo entre los "correligionarios" -si es que se les puede llamar así a sus afines en filosofía política-, sino también entre personas que nadie sospecharía de la debilidad de ser amigos de Pepe Martínez, tanto por grandes y notorios en la política, en la cultura, como por pequeños e insignificantes (el chaval de los periódicos, la portera, el jardinero, el barman de la esquina...) Sorprenderá tal vez a muchos, que lo creían tan fieramente solitario y despegado, si les digo que uno de los temas que más afluía en las conversaciones y cartas confidenciales era el de la familia. Adoraba a su madre y respetaba a su padre con la más tierna unción (a él le dedica uno de sus trabajos más importantes: "Ser o no ser: crisis de la C.N.T.". Por cierto que aquí da dos pruebas de lealtad: una para con su padre en la dedicatoria y otra para con su tío carnal por el seudónimo: "Felipe Orero", puesto que el hermano de su madre de quien toma el nombre de pluma se llamaba Felipe Guerricabeitia Orero, fusilado que fue en Paterna por los fascistas al final de la guerra). Me consta que sufría enormemente por cualquier revés en en trato con los suyos, vivía siempre pendiente de su hija y cuando perdió a su nieto estaba transido de dolor. Es injusta esa fama de huraño e insociable porque con cualquiera entablaba conversación y por todas partes dejaba a su paso un reguero de amigos (y de amigas, no digamos). Pero, claro, un buen autodisciplinado suele ser también exigente con los demás y como cunde tan poco entre españoles la exigencia traducida en seriedad, rigor y competencia, fácil es deducir por qué ha habido tanta gente que, sin llegar a conocer su carácter profundo, se haya quedado con el temperamento y le hayan dado la espalda, creyéndolo bilioso y atrabiliario.
No es lugar éste para comentar todas las glosas in memoriam que se han escrito estos días sobre J.M.G. De paso me place recomendar la lectura del artículo-entrevista de Alberto Hernando (La Vanguardia, 18.3.1986, pags. 38-39) que da cumplida cuenta de la labor del entrevistado que no es otro que nuestro J.M.G. Pero haciendo una excepción, no resisto a darle la réplica a Luciano Rincón cuando, al final de su artículo en columna contigua al citado artículo de Nicolás Sánchez Albornoz, escribe: "Después la transición, el silencio y el no acostumbrarse a la idea de que quienes limpiamos los retretes no somos los que después nos sentamos en ellos, cosa que yo tenía clara, le retiraron. Pepe Martínez no pudo o quizá no quiso acostumbrarse a la idea de que incluso quienes desde el franquismo militante le habían perseguido duramente, fueran considerados más importantes que él y su obra para la democracia. Y sospecho que entonces se le empezó a fraguar el infarto que le ha matado. Otros se habían apoderado de la historia".
En primer lugar, eso que sospecha se funda en la primera noticia según la cual J.M.G. habría muerto de un infarto. Pero tras la autopsia y tantas pruebas aportadas por los que lo encontraron cadáver, la versión única plausible es la intoxicación por emanaciones de monóxido de carbono a través de un escape de la calefacción a gas, como aludíamos más arriba. Aunque lo más importante es lo otro.
AGONÍA Y MUERTE DE RUEDO IBÉRICO
Cuando más parecía venirle el viento de popa a la editorial que de París se traspasaba a una España en trance de democratizarse, cuando todo hacía prever que la editorial Ruedo Ibérico ocuparía el puesto de rigor que le correspondería como portavoz y resonador de la izquierda española, hete aquí que es cuando entra Ruedo Ibérico en su período agónico. Luciano Rincón, el nombre verdadero de aquel "Luis Ramírez" por el que tanto se desveló y supo desvelar a tantos J.M.G., se lo explica como hemos visto por la cita. Es un párrafo que no hay por donde cogerlo. Pero vayamos por puntos.
¿Por qué la "transición" tenía que "retirarle" a quien hizo lo que pudo para precipitarla? No, lo cierto es que no quiso participar en una transición "amañada" entre cena y cena con las derechas, que no quiso saber nada de una transición por la que se le puso en bandeja a las derechas posfranquistas el continuismo que todavía colea infraestructuralmente. Y la infraestructura es la base de un régimen; y sin base no se aguanta nada.
¿Por qué el "silencio"? ¿Qué silencio? Al fin y al cabo, J.M.G. publicó todavía en España libros importantes, pronunció conferencias y hasta salió un par de veces por la tele. No era su silencio, sino el de quienes le rehuían por no perder la cara ante él, a lo mejor. Pero el tercer soi-disant causante es algo que no sé cómo pudo escribirlo un intelectual que tanta ocasión tuvo para conocer y reconocer a J.M.G. Eso de "quienes limpiamos los retretes no somos los que después nos sentamos en ellos" es bastante peor que aquel "también ha de haber poceros" de Ortega y Gasset, refiriéndose a los políticos. Hay aquí una paupérrima idea del intelectual en general y, de paso, un velado insulto a J.M.G. en particular, quien jamás se había proclamado político. ¿Desde cuándo la misión de un intelectual es limpiarles la mierda a los políticos? En todo caso, será la de limpiar el país de políticos de mierda. Ni una sola vez ha alargado la mano para pedirles nada a amigos, compañeros de fatigas en la oposición y ahora más o menos poderosos. Y si algún favor, regalo o facilidad le ha llegado le ha venido -y sin pedirlo- de fuera: de Francia, de Holanda, de Italia... Salvo las atenciones de amigos y amigas, naturalmente que, AUN siendo españoles, siguen enamorados de aquel hombre inteligente y culto como pocos, y agradecidos de su obra y de su trato.
¿No sabe Luciano Rincón -y otros que se lo explican como él- cuál fue el fin de Ruedo Ibérico? Se lo voy a decir, para que quede claro por siempre jamás. En los meses de transición, todos los que tenían alguna ambición de poder echaron a correr de un lado para otro buscando su agujero apropiado por donde colarse como legumbres en la zarandeada criba. Y en esas prisas por situarse en algún puesto de gestión, o cerca, nadie se acordaba de J.M.G., sobre todo si se habían dado cuenta de que seguía en sus trece de libertario. Sólo por esto quedó desahuciado. Ser libertario, no tener partido es algo inconcebible, ¿verdad?. Es como en país protestante decir que no se tiene religión. ¿Ninguna? No puede ser. Primero es inconcebible, pero luego se le ve al pobre como un suicida para esta vida ¡y para la eterna! Si J.M.G. hubiera sido comunista o socialista, Ruedo Ibérico habría tenido su apogeo de popularidad bien ganada después de su época heroica. Pero al ser una empresa de edición con espíritu libertario, automáticamente concitaba todo el olímpico desprecio de la intelectualidad española -salvo raras y muy honrosas excepciones, como suele decirse-, e incluso el recelo de los propios dirigentes Cenetistas, tan preocupados éstos de que no les saliera un rival en el autor del mejor ensayo de la posguerra sobre la C.N.T. que ni siquiera lo leyeron. Si lo hubieran mínimamente conocido habrían sabido que no era hombre de mitin ni asamblea sino de tertulia, lectura y aplicado trabajo reflexivo y creador. La prensa se ha dado demasiada prisa en aplicarle el calificativo de anarquista. Yo no estoy tan seguro de que se autodefiniera con ese término. Siempre había preferido llamarse libertario, convencido de que sólo con libertad puede hacerse el hombre más hombre y que, sin ella, no vale la pena de vivir, porque sería dejar de ser hombre. No hay que olvidar que José Martínez Guerricabeitia era revolucionario en la medida en que la revolución podía afianzar y dar razón de estar a su humanismo, que era su razón de ser.
En Polémica nº 21, Barcelona 1986